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Parte I Compositores
GIOACHINO ROSSINI. Apasionado por la ópera y la gastronomía

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Gioachino Rossini (1792—1868)


En el año 2012 se conmemora el 220° aniversario de Gioachino Rossini, uno de los compositores más prolíficos de la música clásica, quien, además, tuvo la fortuna de nacer un 29 de febrero. Es por eso que, desde 1792, estrictamente sólo han pasado 53 cumpleaños suyos. Entre los compositores italianos del siglo XIX, Rossini ocupa un lugar especial. No sólo revivió y reformó la ópera italiana, sino que también tuvo un enorme impacto en el desarrollo del arte operístico en toda Europa. «El Maestro Divino», lo llamaba Heinrich Heine, que veía a Rossini como «el sol italiano que difundía sus rayos sonoros por todo el mundo». Junto con Mozart y Beethoven, Rossini es uno de los compositores más conocidos por el público en general, en buena medida por el uso que se le dio a su música en el área del entretenimiento masivo. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo XX, los principales exportadores de dibujos animados usaron su música para ambientar diferentes historietas. De ahí es que cuando uno escucha, por ejemplo, las oberturas de Guillermo Tell o de Barbero de Sevilla, casi de inmediato recuerda su infancia.

Rossini nació en Pésaro, Italia. Su padre era un cornista aficionado y fue él quien le transmitió al pequeño un gran amor por la música. Sus dotes innatas se revelaron muy pronto: a la edad de 14 años compuso su primera ópera, llamada Demetrio e Polibio, y cuando tenía 18 años se estrenó en Venecia El Contrato Matrimonial. Las óperas de la época de Nápoles, la ciudad a la que el compositor se trasladó en 1815, demostraron su creciente talento: allí fueron producidas sus óperas serias, que tenían un inmenso valor para las voces más importantes de su tiempo, tales como la de Giovanni Rubini. En 1816 fue estrenada su ópera Barbero de Sevilla, que hasta ahora se considera la más famosa de las óperas bufas.

La década de los años veinte del siglo XIX aportó a Rossini muchos momentos felices: desde contraer matrimonio con Isabella Colbran (mezzosoprano, que estrenó varias de sus óperas), hasta conseguir el reconocimiento internacional, pasando por serle ofrecido en París el puesto de primer Compositor del Rey. En 1823 se trasladó a Francia. Allí compuso una ópera que celebraba la coronación de Carlos X. En 1829 escribió Guillermo Tell, obra que definió su consagración. Curiosamente, esta fue su última ópera, aun cuando le quedaban cuatro decenas de años de vida por delante. Sigue siendo un misterio el hecho de por qué Rossini dejó de componer óperas. Son muchas las teorías que tratan de dar respuesta a esta pregunta: desde el aburrimiento hasta la falta de necesidad, dada la riqueza que ya había acumulado, pasando por problemas de salud. Pero también existe la opinión de que Rossini había dejado la música para dedicarse a su otra pasión: la gastronomía. Como anécdota y referencia al apasionamiento que en él suscitaba el tema gastronómico, se dice que en toda su vida lloró únicamente en dos ocasiones: por la muerte de su padre, y cuando se le cayó por la borda del barco un pavo trufado. Situación comprensible, si se tiene en cuenta que para Rossini la trufa era «el Mozart de las setas».

Rossini, además de haber tenido muy buen gusto por la comida, era un excelente cocinero. Le gustaba mucho cocinar, sobre todo macarrones, de los cuales era un apasionado; también lo era del paté de pollo con cangrejos a la mantequilla. Incluso, existen varias recetas que llegaron hasta nuestros días, entre ellas una receta de canelones que lleva el nombre de Rossini. Los que conocían al compositor personalmente siempre recordaban «los sábados musicales» de Rossini. Según la descripción que hizo el famoso crítico musical Filippo Filippi (1830—1887), para Rossini el sábado era un día excepcional, pues invitaba a cenar a dieciséis personas a su casa. Los invitados debían vestirse con traje de gala, mientras él usaba una zimarra (especie de sotana larga) y su corbata era sostenida con un broche de un medallón de Händel. La escrupulosidad que Rossini ponía en estas cenas se reflejaba no sólo en los platos que servía, sino también en el refinamiento de la vajilla y la decoración de la casa.

La elección de los invitados se hacía por tres motivos: en primer lugar, por tener la capacidad de divertir e interesar a Rossini; en segundo lugar, por demostrar una extrema deferencia hacia Olimpia Pélissier (la segunda esposa, con quien se casó tras la muerte de Isabella); y, en tercer lugar, por distinguirse en algún ámbito. La variedad del público estaba asegurada y por la casa pasaban muchas personas célebres: Michele Carafa, Giuseppe Verdi, el príncipe Poniatowski, Alejandro Dumas, Gustave Doré, el Barón Rothschild, el Barón Haussmann, entre otros. La señora Olimpia tenía un papel muy importante en estas cenas. Ella asistía con una gran decencia y pretendía ser honrada igual que su marido; sólo era necesario que alguno de los invitados no le devolviese un cumplido para ser borrado de la lista de la siguiente invitación. Por otra parte, Olimpia obraba como freno de la desmedida generosidad de Rossini.

Durante su vida, Rossini recibió las condecoraciones más importantes de Francia e Italia y un gran reconocimiento por parte de sus colegas de profesión; tras la entrevista que Rossini y Richard Wagner tuvieron en 1860, el último declaró que de todos los compositores que había conocido en Paris, el único verdaderamente grande era Rossini, a quien veía serio y sencillo.

Rossini falleció en Passy, cerca de París, en 1868. Fue enterrado en el Cementerio del Père-Lachaise. En 1887 sus restos fueron trasladados a Florencia, a la Basílica de la Santa Croce, junto a sus gloriosos paisanos: Galileo Galilei, Dante y Miguel Ángel.


Revista QUID N° 19, diciembre 2008

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