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Parte I Compositores
GEORG FRIEDRICH HÄNDEL. el genio del barroco

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Georg Friedrich Händel (1685—1759)


El lejano año de 1685 dio la bienvenida al mundo a tres grandes músicos: Johann Sebastian Bach, Georg Friedrich Händel y Domenico Scarlatti. Cada uno de estos flamantes y exitosos representantes del barroco merece ser recordado una y otra vez, pero esta vez hablaremos de Händel, a razón de que se han cumplido 250 años de su muerte.

Lo llamaban «gran oso» gracias a su gigantesca altura, manos grandes, enormes antebrazos y caderas. Cuando caminaba, ponía las piernas en forma de arco. Sus pasos eran pesados pero el cuerpo siempre permanecía derecho. Mantenía la cabeza orgullosamente erguida y los rulos de su voluminosa peluca rebosaban sobre sus anchos hombros. Tenía la cara larga, la nariz gorda y el mentón doble. Todo su aspecto era imponente pero alegre. Cuando sonreía, su robusta y severa fisonomía se lucía de inteligencia y bondad, parecida al sol que sale entre las nubes.

Nació el 23 de febrero (calendario juliano) de 1685 en Halle, Alemania, en el seno de una familia sin tradición musical. Según la difundida opinión, debía tener algún don especial, proviniendo de padres mayores. Su padre en aquel momento tenía 60 años. Era cierto: su particular talento musical se manifestó antes de que cumpliera los diez años. Comenzó a estudiar música al principio solo y luego con el organista local Friedrich Wilhelm Zachau. Hay que subrayar que estas clases fueron las únicas a las que había asistido durante toda su vida. Su primer trabajo, a los 17 años, fue como organista en la catedral de Halle. En 1703 se trasladó a Hamburgo, el centro operístico de Alemania por aquel entonces, donde fue admitido como intérprete de violín y de clave en la orquesta de la ópera. Al año siguiente, aceptó una invitación para viajar a Italia, donde vivió más de tres años. En Italia perfeccionó el método de combinar su música con los textos en italiano. Conoció a importantes músicos de la época como Scarlatti, Corelli y Marcello. En 1700 Händel regresó de Italia y se convirtió en director de orquesta de la corte de Hanóver.

Su necesidad de componer era tan intensa que lo obligaba a llevar una vida casi ascética. No permitía que lo distrajesen con visitas insignificantes. Su cabeza no terminaba de trabajar durante todo el día con la música y no le interesaba lo que pasaba a su alrededor. Tenía la costumbre de hablar consigo mismo en voz alta, por eso los que se encontraban cerca podían conocer sus pensamientos perfectamente. La exaltación en los momentos de creación musical muchas veces lo hacía llorar. El criado, que por las mañanas le traía una taza de chocolate caliente, observaba a menudo a su amo escribiendo y dejando caer sus lágrimas sobre los pentagramas.

En el año 1711 se estrena su obra Rinaldo en Londres con un considerable éxito. En vista de ello, Händel decide establecerse en Inglaterra. Allí recibe el encargo de crear un teatro real de la ópera. Desde 1720 y hasta su muerte, siendo la persona principal de la Royal Academy of Music, sintió la importancia de reformar los gustos del público ingles. Pero él nunca tenía las posibilidades de Jean Baptiste Lully, que fue el monarca absoluto de la música francesa de la misma época. Händel vivía en un país donde a los extranjeros se los trataba con bastante antipatía. En 1733 los medios y la nobleza de Londres armaron una campaña dirigida a obligar al compositor a volver a Alemania. La persecución traía consigo actitudes absolutamente deshonestas: por órdenes de la alta sociedad los chicos de la calle arrancaban los afiches con los anuncios de sus conciertos. Las damas organizaban el té en sus casas y los caballeros asistían a la ópera italiana cuando Händel daba sus oratorios. Era muy probable que el compositor haya dejado Inglaterra si no hubiera encontrado una inesperada simpatía hacia él en Irlanda, a donde se fue por un año.

La confrontación, que no cesó durante mucho tiempo, llevó a Händel a una destrucción moral y física. Por esta causa, entre los años 1735 y 1745, el músico tuvo dos fuertes crisis de salud. Sólo gracias a su fe pudo recuperarse y volver a trabajar. En 1746 le pasó algo parecido a lo de Beethoven cuando éste compuso la Batalla de Vitoria para la Alemania levantada contra Napoleón. Después de sus oratorios patrióticos Occasional y Judas Maccabaeus, Händel se convirtió de repente en un héroe nacional. A pesar de todo, en su lucha, nunca había llegado a ser servicial y jamás había bajado la cabeza ante la aristocracia de Londres. Sólo una ópera fue compuesta con dedicación. Se llamaba Radamisto, y le fue ofrendada al rey Jorge II. En otras oportunidades rechazaba la costumbre de brindar obras a las personas importantes con el propósito de encontrar su protección.

Durante toda su vida Händel fue soltero. Algunos se lo atribuían a la falta de sociabilidad y otros a la fuerte necesidad de independencia para dedicarse solo al trabajo. No obstante, uno de los más destacados rasgos de su carácter fue su ardiente benevolencia. Su generosidad se volcaba no sólo en los seres queridos, sino también en las dos instituciones que él quería con todo su corazón, la «Sociedad de ayuda a los músicos pobres» y la «Ayuda a los niños».

El 21 de enero de 1751, mientras compone el oratorio Jephta, Händel pierde la vista. Si alguien desea penetrar en el heroico espíritu del compositor y a su fundamento moral, tiene que escuchar el último coro de la segunda parte de esta obra. La pérdida de la vista lo aparta casi completamente de la composición y de la sociedad. A comienzos de abril de 1759 Händel estaba dirigiendo su oratorio El Mesías. De repente se sintió mal. Terminado el concierto, se desmayó y fue llevado rápidamente a su casa. Nunca más volvió a levantarse de la cama. Su último deseo fue morir un Viernes Santo y esto estuvo a punto de cumplirse: falleció el 14 de abril de 1759, Sábado Santo. Fue sepultado con los honores debidos en la Abadía de Westminster, panteón de los hombres más célebres de Inglaterra. Su invaluable legajo musical, que contiene 32 oratorios, 40 óperas, 110 cantatas, 20 conciertos, fugas, suites y numerosas piezas musicales, sigue siendo el gran tesoro de la humanidad.


Revista QUID N° 23, agosto 2009

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