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Una casa para la Diputació Las inversiones en el Palau de la Generalitat y la gestión económica de su proceso constructivo

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JUAN VICENTE GARCÍA MARSILLA

Universitat de València

El objetivo de este texto no es otro que comenzar a interrogarse sobre cómo se gestionó la construcción y el mantenimiento del Palau de la Generalitat, el gran edificio que alojó las dependencias de la nueva Diputació del General del Reino de Valencia, constituyendo la imagen visible de su poder desde el siglo XV, y tratar de valorar qué supusieron las inversiones en este, al menos durante los primeros trescientos años de su existencia. Se trata por tanto de mirar con ojos de historiador económico lo que sin duda constituye también una obra de arte. Una mirada sobre la arquitectura que, desde luego, no ha sido nunca la más frecuente, aunque sí se ha llevado a cabo en otros entornos geográficos para la misma época, como lo hizo por ejemplo Richard Goldthwaite sobre la Italia del Renacimiento.1

En mi caso, el primer edificio tardomedieval sobre el que me planteé analizar su gestión económica y su coste final fue la Lonja de Mercaderes de Valencia;2 y el siguiente hito de ese estudio, aprovechando la ocasión del sexto centenario y de la convocatoria del congreso La veu del regne, ha sido centrarme precisamente en el Palau de la Generalitat. Sin embargo, una vez he comenzado a consultar las fuentes para este segundo empeño, he podido comprobar las grandes diferencias entre la gestión de una y otra obra. Porque mientras que en la construcción de la Lonja el municipio de Valencia, que fue la institución que la patrocinó, llevó un control exhaustivo en primera persona de todo el proceso –lo que no pudo evitar, con todo, algunos episodios flagrantes de corrupción–, e incluso generó un organismo subsidiario para gestionarlo, la obra de la Llotja Nova, con sus propios ingresos destinados a la construcción, entre ellos nuevos impuestos y una deuda pública particular y diferenciada, en el caso del Palau de la Generalitat nunca se llevó a cabo nada parecido, nada tan organizado y reglado.

Al contrario, aunque se conservan algunos libros de obras del edificio, que comienzan ya a formar una serie más o menos consistente desde 1510, el proceso constructivo se debe seguir de una forma mucho más espasmódica, ya que lo normal fue lo que hoy llamaríamos «externalizar la gestión», es decir, delegar en cuadrillas organizadas de artesanos bajo la dirección de un maestro de obras la ejecución de ciertas faenas concretas que se iban contratando a destajo. En buena parte, la misma historia del palacio fue la que condicionó este método de gestión, ya que los cambios en el planteamiento del edificio, y las refacciones a veces casi completas, hacen difícil seguir una lógica constructiva continuada. Pero también, seguramente, este sistema es el reflejo de la fuerza creciente en el mercado de las obras arquitectónicas que unos pocos maestros comenzaron a demostrar en la Valencia de la segunda mitad del siglo XV, convirtiéndose en los grandes contratistas y los auténticos dominadores de la mano de obra y de los materiales de construcción en la ciudad.3

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