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Los costes de un edificio cambiante

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La parte del palacio realizada por los mismos artesanos «de plantilla» de la Generalitat es, sin embargo, como ya hemos apuntado, relativamente pequeña, y para acercarnos a la evolución de las inversiones en el edificio y valorar su cuantía en el marco de la coyuntura económica de cada momento histórico se deben seguir las licitaciones de trabajos a destajo durante casi tres siglos. Además de ello, naturalmente, si queremos comparar la importancia de las inversiones realizadas en la obra del palacio entre diversas épocas, se deberán aplicar a las cifras halladas en esos contratos procesos de deflactado que serán fundamentales en unos siglos en los que la capacidad adquisitiva del dinero tendió a disminuir de forma continuada por efecto de la «revolución de los precios» que siguió a la llegada del oro americano, como explicó en su día Earl J. Hamilton, y de las sucesivas devaluaciones de la moneda llevadas a cabo por la corona española.16 Las conclusiones que extraeremos serán sin duda parciales, y será imposible establecer un coste total del edificio, pero el mismo ejercicio de seguir durante centurias el esfuerzo económico que supuso la obra de un palacio que no alcanzaría su forma actual hasta 1953 sin duda arrojará luz sobre la evolución tanto de la institución como de la ciudad en cuyo centro neurálgico se insertaba esta imponente construcción.

De entrada, la Generalitat tardó un tiempo en tener casa propia. Para las primeras reuniones, realizadas a lo largo del último cuarto del siglo XIV y en los primeros años del xv, se utilizaron tanto los locales de la Cofradía de Sant Jaume, la más antigua de la ciudad y a la que pertenecía buena parte de la elite que solía integrarse en los brazos de las cortes del reino, como las casas particulares de algunos de esos diputados.17 La fijación ya definitiva de una Diputació del General del reino en 1418 llevó aparejado el deseo de contar con una sede fija, que en principio fue una casa propiedad del noble Eimeric de Centelles, a quien se pagaba un alquiler anual de 1.000 sueldos, una cantidad importante si tenemos en cuenta que ese era el precio de venta medio habitual de una casa en la ciudad, pero alejado del coste de los palacios nobles, que rara vez se encontraban por menos de seis mil.18 Tres años más tarde, en 1421, la institución se trasladó a la casa del notario Jaume Desplà, que entonces era el escribano principal al servicio del municipio valenciano, en la calle de Caballeros.19 Este al principio les alquilaba solo dos salas, una para reuniones y otra, llamada en el documento lotga, situada seguramente encima de la anterior, que fue acondicionada para sede de la escribanía, a cambio de entregarle al propietario una cantidad extra de cincuenta florines de oro (550 sueldos), para que concediera permiso para realizar obras. Pero ya al año siguiente, 1422, la Generalitat decidió comprarle la casa entera a dicho notario por la insólita cifra de 38.000 sueldos.20 Ese precio venía como mínimo a sextuplicar los de las viviendas más caras de la Valencia medieval, y aunque estamos hablando de un inmueble de importantes dimensiones, cuesta justificar esa inversión, que solo se entiende quizá si tenemos en cuenta que una parte relativamente pequeña del total, 7.105 sueldos, fue satisfecha en dos pagas en ese mismo año, y el resto se convirtió en el capital de un censal al 7,14 % (a XIIIIM sous lo miler per any dice el documento), con lo que Desplà conseguía al mismo tiempo una buena suma en metálico y una renta perpetua anual de más de dos mil sueldos. Sin embargo, una institución todavía joven, que ya era capaz de emitir su propia deuda pública, la cual además era adquirida con avidez especialmente por los nobles del reino, podía permitirse esta costosa «consolidación física» de sí misma, a través de la cual reivindicaba además su nuevo papel en el concierto político de la ciudad.

A lo largo de casi todo el siglo XV las obras realizadas en este edificio primigenio fueron en general bastante limitadas. La cuantía invertida en estas se puede seguir a partir de la serie de albaranes, y ascendió en esa centuria a un total de 10.489 sueldos y 2 dineros, lo cual, en la estable economía valenciana de la época, vendría a equivaler a 2.623 jornales de un obrero cualificado.21 Entre ellas destacaron las llevadas a cabo en 1444 por Jaume Martínez. alias Biulaygua, el primer maestro de obras de esta saga que encontramos al servicio de la Generalitat, realizando en este caso un escritorio, con su acceso correspondiente mediante una escalera de caracol, dos ventanas y el pavimento, todo lo cual ascendió a 494 sueldos y 11 dineros.22 Biulaygua no era, sin embargo, por entonces, el maestro de obras de la institución, cargo que, como se ha dicho, ostentaba Antoni Prats, quien se llevó los contratos más sustanciosos del momento. Entre 1446 y 1457 Prats ejecutó obras muy variadas, como rehacer buena parte del techo de la cocina en enero de 1446; reparar una terraza en mayo del mismo año; abrir una ventana y emplazar unas columnas en la escribanía en diciembre de 1447; abrir una letrina y reparar un tejado al mes siguiente; tapiar una puerta secundaria que daba a la calle de Caballeros y arreglar una alcantarilla que por allí discurría en diciembre de 1450, y sobre todo en los primeros meses de 1457 rehacer toda la «pared mayor» que daba a la llamada Plaça dels Esplugues, y abrir allí una gran ventana que serviría para «la collecta de les generalitats qui·s cullen per la deputació». Todas estas intervenciones le proporcionaron la nada despreciable cifra de 2.565 sueldos y 10 dineros, incluyendo la provisión de materiales y los jornales de una cuadrilla que estaba formada por tres o cuatro miembros, según el día, incluido él mismo.23

Por los mismos años el carpintero Bartomeu Abat llevaba a cabo las estructuras de madera necesarias para el funcionamiento de la institución, sobre todo muebles, pero también piezas encajadas en la obra, como vigas, puertas, estantes, armarios y hasta arquibancos empotrados, mientras que cerrajeros como Domingo Peuvell o Francesc Giner se encargaban de las bisagras, rejas, cerraduras o cadenas necesarias para controlar los accesos al edificio. Con todo, la práctica totalidad de las obras de esta época se pueden calificar de utilitarias, sin que parezca existir todavía un interés evidente por monumentalizar la sede de la Generalitat, sino simplemente el deseo de garantizar el mantenimiento de un edificio que debía cumplir unas funciones prácticas, relacionadas con la administración, la centralización de los ingresos y gastos de la institución, y las reuniones periódicas de los diputados.24 Incluso las pocas actuaciones de pintores que se registran tienen un cometido muy práctico, siendo la primera de una cierta, aunque escasa, dificultad figurativa, la llevada a cabo por Joan Ridaura, que en 1447 recibió el encargo de pintar una tabla con los escudos de los tres brazos para ponerla sobre la puerta de la casa.25

Las obras adquirieron una mayor envergadura en el último cuarto del siglo XV, en una época en que la Generalitat se había convertido ya en un importante poder político en el reino. Así en diciembre de 1477 se comenzó la edificación de un porche delante de la puerta principal que se encomendó al carpintero Lluís Amorós, miembro de una saga que llevaba todo el siglo al cargo de la fábrica de madera de la catedral, y al maestro obrer de vila Miquel Ruvio, y la primera fase se dio por finalizada en abril de 1478, cuando se entregó a ambos una paga de 2.487 sueldos y 10 dineros, muy por encima, como vemos, de la media de las contratas del período inmediatamente anterior.26

Pero el gran impulso a la monumentalización del edificio se dio en 1481, con la compra de la casa contigua a la primitiva sede de la Generalitat, que pertenecía al donzell Arnau Guillem Escrivà, por el que actuaron su hija Peirona y su yerno Galeàs Joan. En 1446 un Galeàs Joan, quizá el padre del que nos interesa, era jutge comptador de la institución, una especie de auditor de cuentas.27 Su hijo sería, ya en esta década de 1480, uno de los oligarcas de la ciudad y persona de confianza del rey Fernando el Católico, en tanto en 1482 sería el primer ciutadà nombrado en la ceda o listado elaborado por el racional de la ciudad de las personas «aptas» para ocupar el cargo de jurat municipal al año siguiente.28 Sin embargo, aunque él era de alguna forma el administrador de los bienes de su suegro, la casa, de considerables dimensiones, aún le pertenecía oficialmente a este último.29 El contrato de la venta del inmueble a la Generalitat afirma que éste iba desde la calle de Caballeros a la plaza de los Pròxita –la parte norte de la actual plaza de Manises–, y que confrontaba, además de con la primitiva sede de la institución, con una casa propiedad del pavorde de la catedral Berenguer Clavell y con un adzucac o callejón sin salida. Sabemos, por otra parte, gracias a los albaranes de la Generalitat, que ni Escrivà ni Galeàs Joan vivían en esa casa, sino que la tenían arrendada a una tal Damiata Mateu por doscientos sueldos al año, que los diputados tuvieron que devolverle a esta cuando en 1481 la echaron de su vivienda.30 El precio por el que la Generalitat adquirió este nuevo espacio fue de 16.000 sueldos, de nuevo una inversión astronómica, muy lejos de los precios del mercado inmobiliario habitual, lo que revela tanto el gran tamaño de las propiedades adquiridas, como quizá también la capacidad de los vendedores de aprovechar la urgencia de espacio que padecía una diputación poderosa y todavía muy solvente, capaz de desviar parte de la inversión hacia su propia deuda consolidada. Esto ya lo observamos en el caso de la vivienda de Desplà, y se vuelve a comprobar en esta segunda, cuando una parte del precio se convirtió también en un censal de 664 sueldos anuales que la Generalitat comenzó a pagar a Arnau Guillem Escrivà al año siguiente.31 Además de esto se debieron abonar setecientos sueldos de lluïsme al titular del dominio directo del inmueble, el sacerdote Lluís Valls, beneficiado de la catedral.32 El que este derecho enfitéutico, que solía gravar las compraventas de inmuebles con aproximadamente un 10 % de su precio de venta, solo ascendiera a esa cantidad, equivalente más o menos a lo que la Generalitat debió de abonar en metálico a Escrivà y a su yerno, seguramente quiere decir que la táctica habitual de convertir parte del precio en un censal buscaba también la ventaja de ahorrarse una parte importante de este recargo.33

Aún se llevarían a cabo después dos nuevas ampliaciones, ahora hacia el este –hacia la actual plaza de la Virgen– en los siguientes treinta años, con la compra de dos inmuebles más: el del jurista Jaume Valero, en 1513, por 10.400 sueldos más la cancelación de una hipoteca o retrocensal que tenía contraído con Joan de Santàngel, que costó otros 7.500; y el del noble Dimas Aguilar, en 1518, por 25.000 sueldos. En todos los casos se mantuvo la misma estrategia de convertir una parte importante del precio en el capital de un censal.34 En total, como se puede observar en la tabla 2, solo en la compra del espacio para la construcción del palacio, y sin tener en cuenta la ampliación del siglo XX, se invirtieron 89.400 sueldos, el precio real de un mínimo de quince casas de gama alta en la ciudad, aunque en realidad poco más de un tercio de esa cantidad se llegó a desembolsar en efectivo, mientras que el resto generaba el pago anual de una renta de más de cuatro mil sueldos censales anuales, cuyo valor adquisitivo, eso sí, se iría depreciando con el tiempo. Esta inflación del precio de los inmuebles adquiridos da por supuesto qué pensar: ¿Estamos ya en esta época ante sobrecostes propios de una institución pública de alguna manera corrupta? ¿O los vendedores se aprovecharon de su posición de fuerza y la Generalitat solucionó el problema captándolos como sus acreedores y rentistas? Es posible que hubiera de todo un poco.

TABLA 2. Compras de viviendas para la construcción del Palau de la Generalitat sobre sus solares


Inmuebles incorporados al solar del Palau de la Generalitat y su ubicación sobre el plano actual del edificio


Pero volvamos a 1481 para analizar ahora el coste de las obras realizadas en el nuevo edificio. La Generalitat disponía ya en ese momento de un solar rectangular de buen tamaño, que vendría a ocupar alrededor de unos 500 m2 en un rectángulo de unos 25 × 20 m, donde se habría de plantear un palacio con un patio en su centro, como muchos de los albergs privados de la nobleza valenciana. Para ello se firmaron unas capitulaciones de obra con el contratista Francesc Martínez Biulaygua, hijo de aquel Jaume Biulaygua que había actuado en la década de 1440, y señalado en el Dietari del capellà d’Alfons el Magnànim como el auténtico factótum de la arquitectura valenciana de la segunda mitad del siglo XV, además de como un persona con un pasado violento.35

El contrato se firmó el 3 de julio de 1481.36 En él se afirma que la obra consistía en mesclar la una casa ab l’altra derribando la escalera de la casa vella de la diputació y levantando arcos que vendrían a delimitar el perímetro del patio central. Sobre uno de ellos se dispondría un altillo o naya en la pared que daba a la llamada cambra de parament y a una habitación hon dorm Gisquerol, lo que supone que el notario de la institución tenía ya su propia vivienda dentro del palacio. Ese altillo dispondría de un parapeto decorado «ab agulles e corones ab arquets de algeps ben lavorats», y para subir hasta allí se tenía que hacer una escalera de ladrillo que debía subir desde el pozo al piso superior, más o menos en la posición en que está la actual, construida unas décadas después. La nueva casa que se incorporaba al edificio fue también objeto de diversas reformas, abriendo allí una ventana nueva de dos corondes, o sea, con dos columnillas separando tres pequeños vanos. Por su parte la escribanía de la Diputación se ubicaría en una cuberta iusana, una especie de piso intermedio que había en el inmueble recién incorporado, y el archivo estaría a su lado, junto a la botiga de la casa novament comprada, lo que supone que en la fachada de la antigua vivienda de Arnau Guillem Escrivà había una de las típicas tiendas en el bajo que se solían arrendar a artesanos o mercaderes.37 Toda la obra, que incluía también veintitrés nuevas vigas de veintiocho palmos cada una (6,32 m), la pavimentación con cerámica de Manises de las nuevas salas y los portales de entrada a las mismas, se tasó en 5.000 sueldos, de los que 2.000 se pagarían al contado, otros tantos a mitad de obra y los 1.000 restantes al acabarla, lo que ocurrió en enero de 1482, en un tiempo muy corto para la época por tanto.38

En el equipo de Biulaygua estaban integrados los famosos pedrapiquers Pere Compte y Juan Ivarra, que un año antes habían sido elegidos también para dirigir las obras de la nueva Lonja. A ellos se les encargó el levantamiento de una bella scala de pedra picada para subir a la sala principal del edificio, además de colaborar con Biulaygua en la obra de un retret o recámara tras el estudio de la casa, una cocina, un pozo, y un porche en la cara que daba a la plaza de los Pròxita porque el que había antes estiga molt romput e perillós.39 La participación de estos pedrapiquers, junto con sus respectivas cuadrillas, estaba sin embargo separada del contrato principal de obra que había suscrito Biulaygua con la Generalitat, de manera que, por ejemplo, en junio de 1482 Juan Ivarra cobró 2.993 sueldos por la faena que había desarrollado, junto con sus companyons pedrapiquers entre el 16 de octubre de 1481 y el 5 de junio de 1482.40 Incluso da la impresión de que estos maestros de obras movilizaron para el palacio la misma red de proveedores que simultáneamente estaba abasteciendo la obra de la lonja, ya que los tallapedres que traían carretadas de piedra caliza de las canteras de Godella fueron Diego de Roà, Jaume Albert y Pero Peris, tres de los cuatro mayores suministradores de materia prima para la Lonja en sus primeros años y a los que la Generalitat abonó en este caso 1.661 sueldos.41 A ello habría que unir lo pagado por otros materiales, como cal, yeso, madera, ladrillos, cerámica esmaltada de Manises o la pintura de las cubiertas de madera, en conjunto otros 2.177 sueldos y 3 dineros más, mientras que el concurso especializado de algunos maestros que hoy llamaríamos artistas comienza a aparecer en las cuentas de una forma más individualizada, como ocurre con un tal Arcís Barceló, quien, aunque es identificado con el genérico apelativo de pedrapiquer, era en este caso un escultor que talló, junto con su aprendiz, un león que decoraba la nueva escalera, por el cual recibió 122 sueldos tras haberle dedicado cincuenta y cuatro jornadas, desde el 20 de junio al 12 de agosto de 1482.42 El mismo Biulaygua, con su cuadrilla, recibió una gratificación algo mayor de la que se había pactado en el contrato, llegando a ingresar en realidad 5.160 sueldos y 5 dineros.43 En total, la obra de remodelación del palacio de estos años ascendió a 12.113 sueldos y 8 dineros, el doble de lo que se había adelantado por la adquisición de la casa colindante a Arnau Guillem Escrivà.

Sin embargo, el proceso constructivo del Palau de la Generalitat es algo así como un enorme tapiz de Penélope en el que las grandes intervenciones, como esta de la década de 1480, fueron con frecuencia deshechas o enmascaradas bajo las nuevas adiciones que se sucedían en esos años con bastante celeridad. De esta manera, ya en 1500 el obrer de vila de la casa, Miquel Ruvio, reparó toda una serie de cubiertas y porches,44 pero fue entre 1508 y 1520, con las últimas compras de casas contiguas, cuando se acometió la mayor transformación del edificio, la que Salvador Aldana llama «la gran renovación», que implicó la construcción del patio central tal y como se puede ver hoy, y de la Sala Daurada, actualmente dividida en dos y situada a los pies de la torre antigua que da a la plaza de la Virgen.45 Los gastos son ingentes en ese período, de manera que en 1514 los diputados recapitularon el coste total de la obra ejecutada en los últimos cuatro años, que ascendió a 51.080 sueldos, lo cual, dada la inflación y la depreciación de la moneda que comenzó a operar en aquella época, vendría a equivaler, según los cálculos de Hamilton, a 39.331 sueldos de la década de 1480, con todo más del triple de lo que se invirtió en ese período anterior.46 Cada cierto tiempo los «contables» de la obra hacían este tipo de recuentos de lo gastado en los últimos ejercicios, y por ejemplo cuatro años más tarde, en 1518, el siguiente balance arrojó un nuevo dispendio de 19.951 sueldos y 3 dineros,47 y eso que aún no se había adquirido entonces la última casa con la que se amplió el palacio, la de Dimas Aguilar, que permitió diseñar la gran Sala Daurada. Nada detenía sin embargo a los diputados en aquella época de esplendor de la institución, que coincidía además con una profunda crisis económica del municipio valenciano, lo que hizo que, cuando en ese mismo año de 1518 se produjo una gran riada que asoló parte de la ciudad y sobre todo el arrabal del Camí de Morvedre, la ciudad no pudiera asumir la reedificación de los puentes sobre el Turia que habían quedado destruidos, y tuviera que actuar en su lugar la Generalitat, la cual invirtió otros 40.000 sueldos en rehacer los que había entre el Portal Nou y el de la Santa Creu.48

Las grandes contratas de estos años en el palacio se las llevaron los maestros «de plantilla» de la institución, como Joan Mançano, el obrer de vila que construyó la capilla del palacio por 6.600 sueldos entre 1514 y 1515, en cuyas tallas se le exigió que introdujera temática del romà, fullatges e personatges;49 o el cantero Joan Corbera, que realizó las ventanas del patio en 1512, con sus formas todavía característicamente góticas, por 6.800 sueldos, pero que entre ese año y 1517 recibió de la Generalitat nada menos que 20.420 sueldos por toda la obra de piedra que llevó a cabo, incluyendo la escalera monumental que aún se conserva.50 Ambos serían los que construirían el espacio de la Sala Nova o Daurada a partir de 1518, de cuyas cubiertas de madera tallada y dorada se encargaría el carpintero Martí Genís Llinares.51

El conflicto de las Germanías no llegaría a detener las obras, por más que en 1522 los diputados acordaran desmontar la barraca de madera donde se guardaban las herramientas de los pedrapiquers que allí trabajaban «puix no s’i obra ni·s té speransa de obrar de bon temps en dita casa».52 El impacto económico de la guerra debió de ser con todo importante, cuando en 1523 la Generalitat valoraba en 12.000 ducados, equivalentes a 252.000 sueldos, el valor de lo que le fue arrebatado por los agermanados a sus clavarios.53 Las obras tardarían así pues en reemprenderse. Lo harían en 1533, elevando la torre este, la que ahora se asoma a la plaza de la Virgen, en cuyo piso superior se abrió la nueva gran sala o Sala de Corts, donde se concentrarían las mayores inversiones. De hecho, entre 1540 y 1541, por ejemplo, las cubiertas y la pavimentación de esta sala y la apertura de nuevas ventanas en ella supusieron la inversión, en solo un año, de 16.576 sueldos.54 Se registran sin embargo en estos momentos algunos atrasos en los pagos al personal que parecen dar muestra de una coyuntura menos favorable para la Generalitat. Genís Llinares, por ejemplo, el maestro carpintero que realizó los casetones de la Sala Daurada, e inició la obra de madera de la Sala de Corts, murió en marzo de 1543, y se tardó un año en presentar una simple estimación de lo que se le debía, que el 29 de marzo de 1544 se evaluó en 1.383 sueldos y 6 dineros, los cuales solo entonces se comenzaron a pagar.55

El hecho es que la segunda mitad del siglo XVI registra un cierto cambio de estrategia a la hora de pactar las grandes obras a destajo frente a lo que se había planteado hasta entonces, y esto afecta especialmente a la cubierta de madera del Sala de Corts y al remate y cerramiento de la torre. Los contratos se vuelven entonces más minuciosos y se pactan en función de la superficie a cubrir y de la complejidad de cada obra, lo que se convirtió en un recurso económico para controlar el que fue quizá el mayor gasto de la historia del edificio: los plafones tallados de la cubierta y la galería de la Sala Nova o de Corts. En 1563 se justiprecia toda la faena que el carpintero «de la casa», Martí Genís Llinares, que acababa de fallecer, había hecho, la cual correspondería, en el gran rectángulo de la sala, sobre todo con el lado largo que da al este y el corto que da al sur, o en las palabras de la época la paret llarguera de la part de la Casa de la Ciutat i la paret del cap al carrer de Cavallers.56 Se incluían ahí diecinueve «cuadros», con sus arcos, ménsulas y escenas, y se valoraba cada uno de ellos, incluyendo la materia prima y la mano de obra, en 1.680 sueldos. A todo ello había que unirle las esquinas, columnas y barcelles, o artesonados, de manera que la deuda con el difunto carpintero se estimó en un total de 37.717 sueldos y medio. La cifra ya es enorme, pero la obra solo estaba acabada a medias, de manera que tuvo que rematarla Gaspar Gregori. Para pagarle a este al año siguiente, 1564, un equipo de peritos, formado por el imaginaire Josep Esteve y el carpintero Vicent Sanchis por los diputados, y sus equivalentes Lluís Munyós y Cosme Oleza por el mismo Gregori, se tuvo que poner de acuerdo con el objetivo de fijar sus honorarios. Los precios fueron los mismos que los aplicados a la obra de Llinares, pero se incluyeron también las operaciones que Gregori llevó a cabo para encontrar madera, de manera que en total se le pagaron 53.098 sueldos y 2 dineros.57 Aún quedaban pequeños detalles que se abonarían después, en 1566, y que importaron otros 3.677 sueldos.58 En total, la ostentosa techumbre costaría nada menos que 94.492 sueldos, una cifra que, aunque deflactada al valor del dinero en la década en 1480 equivaldría a 84.095 sueldos, es, como vemos en la tabla 3, que compara los destajos más importantes que se han podido documentar a lo largo de dos siglos, la más alta con diferencia de las invertidas en el palacio. Aunque hay que reconocer que la comparación no es del todo legítima, porque las otras obras no incluyen los gastos en materiales que la techumbre de la Sala de Corts sí que reflejan, eso no quita que en la década de 1560 se alcanzara con esta obra «de aparato» uno de los picos del gasto en la sede de la institución, solo comparable a la década de 1510.

TABLA 3. Principales contratos a destajo en el Palau de la Generalitat (siglos XV-XVI)


Según los datos aportados por José María Castillo del Carpio, la primera mitad de la década de 1560 marca también un óptimo en los ingresos de la Generalitat a través de la fiscalidad y de su propia deuda, acorde con la gran inversión que se llevó a cabo en el palacio. Sin embargo, a partir de 1566, justo al acabarse la construcción de la cubierta de la sala, este mismo autor constata ya lo que él llama la «consolidación de los signos negativos» en la economía de la institución, cuando se conjugaron carestías de alimentos en todo el Mediterráneo con un alza de precios desmesurada, el estancamiento y posterior disminución de la producción agrícola, el aumento del bandolerismo y una coyuntura internacional compleja.59 ¿Podría considerarse la excepcional cubierta de la Sala de Corts como una especie de «canto del cisne» de los momentos dorados de la Generalitat? ¿O quizá el esfuerzo excesivo agravó de alguna manera el cambio de coyuntura? Son preguntas a las que todavía no se les puede dar una respuesta segura, pero lo que sí sabemos es que en las décadas siguientes aún se realizaron las pinturas y los solados y zócalos de la sala en cuestión, y sobre todo se remató la torre. En esas últimas obras se observa otra vez que los nuevos hábitos más concienzudos a la hora de contratar los destajos se aplicaron también a la faena de los pedrapiquers, cuando en 1574 se realizó una puja en la que los maestros que aspiraban a realizar la obra ofrecían un precio a la baja por cada alna (equivalente a 0,96 m) de la parte lisa, y otro diferente por alna de la cornisa, el friso y el arquitrabe, que requerían una labor de talla más compleja. Así, quien ganó la licitación, Miquel Porcar, ofreció cobrar 90 sueldos por alna en la parte lisa y 110 sueldos en la decorada.60

La tendencia a subastas de obras cada vez más meticulosas y frecuentes, y también algunos recortes en las obras planificadas, como ocurrió en 1584, cuando después de enviar un picapedrero, Pere de Grossar, a Tortosa a estimar el precio del mármol y el jaspe que se habría de comprar para construir dos puertas, se consideró que este era excesivo y solo se encargó una, parecen denotar una cierta estrechez financiera.61 La crisis más grave vino en cambio con la expulsión de los moriscos, que hizo caer los ingresos de la Generalitat de forma alarmante, de manera que no solo en el siglo XVII las inversiones en el edificio descendieron considerablemente, sino que incluso en 1626 los diputados tuvieron que pedir dos créditos, uno de 100.000 sueldos al municipio de Valencia, y otro de 4.400 al obispo de Segorbe, para poder acudir a las cortes que había convocado en Monzón el rey Felipe IV.62 En este caso la relación de fuerzas entre Generalitat y municipio parece que se había invertido respecto a cien años antes.

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