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Japón, pánico y desastre.
ОглавлениеTribuna
15 de marzo de 2011
Primero la conmoción, luego la magnitud del desastre. Incredulidad, abatimiento. Soledad. La de miles de personas que deambulan, que escaparon a la violencia de un terremoto y un tsunami devastador. Dos minutos interminables. La vida que pasa por la mente de cada uno. Miles de recuerdos se agolpan y hacinan en cuestión de milésimas. Con el paso de las horas se evidencia la tragedia. Una tragedia que retrotrae a los japoneses al final de la segunda guerra mundial. Y como en aquellas horas trágicas, de nuevo la pesadilla nuclear. Esta vez energía nuclear para usos civiles. Reactores que están ya en fusión en su núcleo. Otra nuclear que asoma su carga mortífera. Pánico, miedo a una explosión descontrolado. Puede suceder. Ojalá no lo haga nunca. Todo escapa al hombre. Somos frágiles, débiles, pero no lo creemos, no queremos. La naturaleza cobra su tributo en vidas humanas, en desastres naturales. No tiene sensibilidad, tampoco medida. Japón es un país y un territorio perfectamente sísmico. Pero por muchos temblores que existan nunca el ser humano está preparado para la tragedia.
Pueblos y ciudades fantasmas. Miles de desaparecidos a los que ahora se suman los cientos de miles de evacuados por el riesgo nuclear y la contaminación. Japón contiene el aliento, el mundo mira de frente. La amenaza es ingente. Nadie sabe lo que puede suceder en las próximas horas, en los próximos días. Ahora mismo lo económico y las pérdidas en recursos humanos, materiales, industriales, pasan momentáneamente a un segundo plano ante lo que puede suceder. Lecciones amargas, terriblemente dramáticas. Y la memoria se retrotrae sin querer a agosto de 1945. Devastación, hongo, muerte y silencio.
El país sigue sumido en una profunda crisis política y económica que dura prácticamente dos décadas. El despertar del sol naciente languideció en los noventa, acompañado de una volátil, sectaria y corrupta clase política. La impotencia y la incapacidad, la falta de regeneración, la trinchera política han hecho el resto, minar puentes, entendimientos que llevaron al país a ser la segunda potencia económica mundial, cuna de investigación y desarrollo. Hoy es una sombra de aquello que fueron, aun siendo la tercera potencia económica mundial. Pero en retroceso. Las huellas de este desastre llevará al país a unos años verdaderamente difíciles, con un déficit brutal que engordará al lacerante que ya tiene y que devora y supera en más de un 200% el PIB.
Esta catástrofe sin duda unirá, como en el pasado, al sabio pueblo japonés. Veremos si los políticos son capaces de estar a la altura. El país está paralizado, lo están sus fábricas, sus industrias, su energía, su fuerza y su entusiasmo. La reconstrucción costará decenas de miles de millones de euros. Tardará años, requerirá una gran inversión pública para estimular la economía y el desarrollo, la infraestructura material y natural, comunicaciones, recursos, suministros, etc.
Solo lo que tendrán que pagar las grandes reaseguradoras mundiales ante estos riesgos extraordinarios será multimillonario y solo el reaseguramiento mundial permite que no concursen o quiebren en cadena.
En apenas dos minutos y medio la noche cubrió de repente la claridad de un día en que las aguas arrasaron vidas, ciudades, empleos, ilusiones y futuro. Nos despertó todos de nuestra fragilidad y nuestra dolosa ignorancia. La naturaleza no tiene piedad cuando se enfurece. Somos de carne y hueso, barro y arcilla quebradiza. Vidas enteras se han truncado. Casas, pueblos, ciudades, esperanzas efímeras. Japón y su pueblo superarán esta tragedia, tardarán años, quizás una década. Es la hora del liderazgo y de la solidaridad, de escoger el trigo de la paja, de superar la adversidad y las diferencias.