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CAMBIO DE HOSPITAL

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Apenas había vuelto de comer cuando recibí la llamada. Esa misma tarde trasladaban a Raúl a Toledo.

Era un tema que se llevaba manejando semanas, por no decir meses, pero hasta hoy siempre habían surgido dificultades, descontroles de algunos niveles, que si unas décimas de fiebre, que si hay que investigar, pero por fin hoy comienza la nueva etapa. Hoy es un gran día, un día para celebrar.

En la oficina tengo una reunión media hora más tarde. Apenas puedo centrarme en preparármela y mucho menos en el contenido. Todo lo oigo desde la lejanía y apenas intervengo de una manera automática. En el receso para el café, algún compañero me comenta que ando algo distraído, pero me evado del tema, argumentando un pequeño dolor de cabeza. Mi pensamiento no está aquí, pero tengo que cubrir el expediente y nada más pasar las seis, apago el ordenador, recojo mis cosas y me marcho.

El tráfico es soportable incluso a la salida de Madrid. Era un martes entresemana, un martes de principio de primavera. Ya habían pasado casi cinco meses desde el trágico accidente. Raúl en el hospital era prácticamente el más veterano, exceptuando a algún que otro paciente de largo recorrido. Los vecinos de control eran enfermos de paso comparados con él, ya habíamos familiarizado con los médicos, con las enfermeras, con todo el personal en general. Y ahora todo serían cambios, llegábamos de nuevo y había que volver a comenzar.

Antes de escaparme de la oficina, había mirado la ubicación del hospital y me había imprimido el plano, aunque realmente el camino lo llevaba gravado en la mente. Tanta tecnología y hoy precisamente no encuentro el maldito navegador, seguro que en algún momento lo he sacado del coche y se ha quedado perdido en algún cajón de casa, ya que en la oficina lo he revuelto todo y no lo he encontrado.

Cuando me quiero dar cuenta, ya estoy en la carretera de Toledo. El túnel que lleva casi desde Atocha a la plaza Elíptica es una maravilla. Recordaba haber hecho este trayecto en alguna otra ocasión hace tiempo y era lento y pesado, pero hoy sin darme apenas cuenta ya estaba en las poblaciones limítrofes a Madrid. En los carteles ya se anunciaban los primeros pueblos de la provincia de Toledo.

Como cuando era niño, empiezo a jugar con ellos, lIlescas, Yuncos, Yuncler. Me vienen imágenes a la memoria y sonrío. Se me presenta mamá, cuando viajábamos en metro y me hacía memorizar las estaciones de metro de la línea uno: Plaza de castilla, Valdeacederas, Tetuán, Estrecho, Alvarado, Cuatro Caminos, Ríos Rosas, Iglesias, Bilbao. Siempre era el mismo trayecto, de casa a casa de los abuelos. Cogíamos el autobús hasta plaza de Castilla y luego el metro, un aventura completa para mis cortos años, tendría cinco más o menos por entonces, y en toda mi infancia, el transporte público de Madrid casi exclusivamente fue eso. Me fascinaba sobre todo meterme en las entrañas del subsuelo de Madrid y salir en el centro. A veces, la abuela esperaba en la misma boca del metro. Entonces yo ya conocía la rutina, iríamos a esa cafetería pastelería que tanto les gustaba y, mientras ellas hablaban de sus cosas, yo disfrutaba de ese milhojas gigante que mi abuela me compraba, no sin que antes mi madre me hubiera camuflado con ese eterno babero que guardaba en el bolso para estas ocasiones.

Yuncler, Villaluenga, Cabañas de la Sagra, Olías del Rey… Miro el reloj, son casi las siete y empiezo a sentir algo de nerviosismo. Esta mañana, cuando he hablado con Raúl, estaba muy tranquilo, pero no sé cómo le habrá afectado la noticia del traslado. Deja de sonar el CD que llevo puesto, miro el display y, de pronto suena el teléfono, llamada entrante, Raúl.

Al llegar a la habitación me lo encuentro dormido, su llamada era solo para avisarme de que ya estaba en la habitación y lo iban a sedar, para relajarle de lo estresante del viaje. Acerco la silla y me siento a su lado. Su sueño es placido, su rostro refleja ilusión y esperanza, su voz por teléfono me sonó a intranquilidad, pero con esa sensación del niño expectante ante lo desconocido, el niño temeroso ante una nueva andadura, esta nueva afrenta, en la que ya no tendría un papel tan pasivo como hasta ahora, si no que sería el protagonista y ese papel estaría lleno de esfuerzo y dolor, de aguante y constancia, de sufrimiento y esperanza.

Le cojo la mano, que tiene a mi lado encima de la sabana, y una mueca, que se transforma en una especie de sonrisa, llena su cara, la dulcifica y un pequeño gesto, como queriéndome decir que sabe que vigilo su sueño, me reconforta.

A los pocos minutos se abre sigilosamente la puerta.

—Hola, soy Rosa, la enfermera.

—¿Debes de ser Ricardo?

—Sí, así es.

—Ya nos han informado de que tú eres la persona más allegada a él.

—No, realmente tiene algunos primos, pero tuve que hacerme yo cargo, de facto y también legalmente. Después, Raúl, cuando fue consciente, me dio un poder notarial para estos asuntos.

—Bien, Ricardo.

—Richard, por favor. Richard es como me conoce todo el mundo. Ricardo es casi un desconocido para mí.

—Bueno sí, mejor. Richard, hemos estado estudiando el historial de Raúl y al doctor Fernando Chozas le parece oportuno tener una reunión contigo y presentarte el plan de recuperación que tenemos previsto. Raúl estará dormido como una hora, así que, si te parece…

—De acuerdo —contesto, mientras me levanto y la sigo.

—Este es Ricardo, bueno Richard, el doctor Fernando Rozas, que llevará a Raúl, la doctora Margarita Rivas, la psicóloga, y bueno, ya sabes, yo soy Rosa.

—Encantado —respondo a media voz.

—Bienvenido —me dice el doctor Chozas. Margarita asiente con la cabeza.

En pocos segundos, me sentí envuelto en una atmósfera amigable, en un ambiente acogedor, familiar.

Poco a poco, me presentan toda la problemática, las complicaciones, los riesgos y, por fin, el resultado final si se salvan todas las dificultades.

Los oigo hablar y las voces me suenan distantes, al mismo tiempo que mi mente memoriza cada frase, cada gesto, cada una de la muecas, de los movimientos de manos o de cabeza y, conforme los oigo, me encuentro cada vez más cómodo, más animado, más positivo, más cercano a Raúl.

De camino a casa, le doy vueltas y vueltas a la reunión, cada frase que he escuchado la repito mentalmente. En mi cerebro resuenan una y otra vez las complicaciones, y mi mente se evade, se aleja y me lleva a nuestra primera juventud. Hoy todo es esperanza, hoy todos son recuerdos, mi mente va por libre y a cada instante abre retazos de memoria olvidada, pedazos de mi vida, secuencias de nuestras vivencias compartidas que reposaban en recónditos escondites, y que especialmente hoy afloran al recuerdo. Estamos en aquel cañón del río Piedra, cercano al Monasterio de Piedra, y allí, contemplando en lo más alto de las rocas los buitres planeando, estas frases, estos problemas, estas complicaciones, las rocas me las devuelven una y otra vez.

Son como el eco de mi conciencia, que quisieran aturdir mi conformidad, y de forma aplastante, enumeran una y otra vez cada uno de los datos adversos con que nos encontramos.

«Hemos perdido mucho tiempo, mucho tiempo, tiempo, empo…»

«Esto hace cuatro meses hubiera sido mucho más fácil, más fácil, fácil…»

«Tendremos que buscar un donante válido, buscar un donante válido, donante válido, válido…»

«El riesgo al rechazo es grande, al rechazo es grande, es grande, ande.»

«Necesitará una monitorización constante, torización constante, constante, ante…»

«Para rebajar el sufrimiento en las pruebas deberíamos sedarle, pruebas deberíamos sedarle, deberíamos sedarle, sedarle, arle…»

De pronto, me sobresalto. Los coches de atrás me tocan insistentemente el claxon. El semáforo hace rato cambió a verde y yo, absorto en mis pensamientos, no me he dado cuenta. Entro en la rotonda y salgo a la izquierda. La circunvalación que pasa cerca del hotel Beatriz me lleva en pocos minutos a la carretera que une Toledo con Madrid. Una vez me incorporo a esta, vuelvo a sentirme relajado, ya es terreno conocido. Ahora de nuevo mi mente se aleja del tráfico y se concentra en cómo planteárselo a Raúl, y me sumerjo en una nueva espiral, en un nuevo laberinto, que no me abandonará durante todo el trayecto, y en la entrada de Madrid, ya tengo una estrategia marcada, una forma clara de planteárselo, una manera de enfocarlo.

Nuevamente, mi mente se apodera de mí y me controla. Ahora pone en on la conversación que ayer mantenía con Lucía.

«¿Sabes? ¿No será que estás enamorado de Raúl?»

Sonreí para mis adentro, y mi corazón, y solo él, sabía la verdad. En lo más profundo de su interior estaba la respuesta, y esa respuesta solo la conocemos Raúl yo.


El accidente

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