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EL ENCUENTRO

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Llevaba meses en el hospital con mi hermano. Aquel pasillo lo había recorrido cientos de veces, y la habitación 212, desde hacía un par de días, ejercía una poderosa atracción sobre mí. En ella, una sola cama. Un hombre de mediana edad, del cual solo llegaba a ver el perfil de su cara, reclama mi presencia, pero tuve que pasar varias veces antes de entrar.

Creo que fue a la tercera, por aquello de que a la tercera va la vencida, cuando me decidí a entrar.

La habitación, orientada al este, a esta hora casi del mediodía me ofreció un trasluz casi mágico y su rostro era reflejo de una serenidad sublime, de una tranquilidad apaciguadora, de dignidad majestuosa.

Lo contemplé desde varios ángulos, lo observaba, y sentía mi mirada sobre ese cuerpo inerte tan potente, que me daba la impresión que, por esto mismo, en cualquier momento le vería abrir los ojos, mirarme y sonreírme.

A sus pies, un nombre solo. Un nombre y un epígrafe.

Raúl Fernández

Traumatismo medular

Absorto en el rótulo y retumbando su nombre en mi cabeza, percibo un roce próximo, una presencia conocida.

—Hombre Luís, me parece que te has equivocado de habitación.

—Hola Rosa –apenas atino a contestarle. —No, ya sé que esta no es la de mi hermano, pero al pasar ya varia veces por la puerta y verlo aquí, con la puerta abierta, tan solo, no pude resistir el impulso de entrar.

—Bueno, no creo que le vayas a molestar. Viene de un grave accidente de tráfico.

—¿Está en coma?

—No, no lo está.

—Como no responde a nada.

—Está fuertemente sedado, lo tendremos así durante algunos días. Tiene que sufrir unas pruebas muy fuertes y dolorosas, y los médicos han decidido tenerlo prácticamente dormido durante el calvario.

—¿Y cuándo…?

El taconeo de unos zuecos lejanos, el sonido cada vez más próximo, llegó como respuesta. Era el celador, el calvario comenzaba ya.

Salí en silencio de la habitación y, recorriendo casi todo el pasillo, llegué a la habitación de mi hermano, la 234.

—¿Cómo lo llevas? —le dije con mi mejor sonrisa.

—Bueno, solo regular— me contestó Jorge.

—¿Y eso? ¿Ha sido dura la rehabilitación?

—Joder, Luís, hoy Santi está de descanso, y aunque Pep es un buen profesional, no tiene el mismo tacto, ni me trata con el mismo mimo, ya sabes.

—Ya sabes, es la última fase, y desde el principio sabemos que sería la más dura, por ser la etapa final y por estar cansados. Llevamos aquí muchos meses, lo sé, pero piensa cómo entraste y cómo estás ahora mismo. Sabes que no se daba un duro por ti después de que te cayeras en la obra, y ahora mismo ya te mueves con toda libertad con las muletas. En el gimnasio ya eres capaz de tener cierta independencia y, cuando tus piernas cojan fuerzas, empezaremos a prescindir de ellas. Cambiando de tema, hoy me he atrevido y he pasado a ver al enfermo de 212.

—¿Ese que me dijiste que anda en coma?

—Sí, el mismo. Se llama Raúl, y estando en la habitación ha llegado Rosa.

—O sea, que la sargento te ha pillado in fraganti.

—No la llames así, sabes lo bien que se porta contigo, y conmigo no digamos. Si llega a enterarse, nuestra estancia aquí no sería ni la mitad de cómoda de lo que es.

—No te preocupes, no se me va a escapar delante de ella.

—Es un accidente de tráfico.

—Vaya novedad, todos los que estamos aquí, es por un accidente… y de tráfico la gran mayoría. El hospital está especializado en eso.

—Rosa me dijo que no está en coma, que está sedado.

—¿Sedado?

—Sí, parece ser que le esperan pruebas duras y antes de trasladarlo optaron por dormirle y, si todo va bien, se despertará, cuando el suplicio haya pasado.

—¿Y cuándo empezarán a torturarlo?, porque esto es una tortura, es padecer el infierno en la tierra, y todo para no se sabe muy bien qué. Hay días que sueño con el futuro, con volver a ser el de antes, pero otros… Otros caigo en la cuenta de que ese futuro no será nunca como el de antes y me hace volver a pensar si todo esto merece la pena. Hay días en que desearía que todo se acabara, que nada merece tanto esfuerzo, que la vida no es ningún camino de rosas que merezca tanto dolor y tanta penuria, para un futuro tan incierto.

—Pero somos conscientes de lo mucho que avanzas y ambos conocemos casos, desde que estamos aquí, de otros enfermos que han salido de aquí y su vida tiene un nivel de calidad similar al que tenía antes de la tragedia.

—Luís, ¿cuánto tiempo llevamos aquí?

—Sabes que llevamos 7 meses y 22 días.

—¿Cuántos pacientes tienes en mente, de los que hemos tratado más a fondo?

—No sé, quince, veinte.

—Y dime, ¿cuántos han salido llevando un nivel de vida similar a su vida anterior?

—Bueno, acuérdate de Andrés, el chico de Albacete, o de Basilio, el hombre de Cáceres, que se cayó desde la tercera planta de la obra, o de…

—O de quién. Sabes que, por mucho que trates de recordar, no hay muchos más, los demás seguimos estando aquí, jodidos y amargados, o se han marchado a casa desesperanzados, cansados de tanto pelear para nada.

—Ya veo que hoy no es tu día Jorge, lo ves hoy todo de una manera poco realista.

—Tal vez tengas razón, hoy no es mi día y estoy cansado y machacado.

—¿Quieres que te lea un poco la novela?

—No, pon la tele. Al menos me distraeré un rato, y con un poco de suerte, con el soniquete de fondo, me hecho un sueñecito.

Me acomodé en mi sillón, mirando la calle. Veía a la gente dirigirse hacia el parking del hospital y al fondo, el río. Volví la cara para mirar a Jorge y, tal como sospechaba, descansaba. Estaba con los ojos cerrados y parecía haber pillado ese sueño que tanto le gusta antes de comer. Seguramente al despertar, con el olor a comida que de golpe llena toda la planta, se comería el mundo y le cambiaría el ánimo.

Yo cierro los ojos, y vuelvo a la habitación 212. Se llama Raúl, y está prácticamente todo el día solo. Todo el día, salvo un par de horas por la tarde que viene un hombre de visita.

Entonces miro a Jorge y, sin levantar la voz, le digo.

—¡Eres un afortunado! Tú al menos me tienes a mí, que te cuido, te mimo y velo tu sueño.

Él está solo, no debe de tener a nadie, y lo siento tan desprotegido, tan indefenso, que me dan ganas de abrazarlo.

El accidente

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