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CONVERSACIÓN ENTRE
EL TÍO LUÍS Y JORGE
ОглавлениеDespués de cenar y antes de marcharme a casa, hubo un largo silencio, entre Jorge y yo. Ambos sabíamos que teníamos un tema pendiente, y en su mirada vislumbraba preocupación y percibía cómo sufría, tratando de encontrar la fórmula más adecuada de planteármelo.
—Jorge, ¿qué te ha contado el tío Luís? En un principio, pensé que la tía quería salir de la habitación. Después no tardé en darme cuenta de que trataban de separarnos, y a mí no me ha contado nada del otro mundo, o sí, bueno, me ha dado cien euros para pasar unos días más desahogados. Pero creo que de lo que se trataba era de que el tío Luís hablara contigo. ¿Es algo importante de nuestro padre?
—Sí y no, veras. Nada más salir vosotros por la puerta, el tío se ha distanciado un poco de mí y ha comenzado diciendo:
—Veras Jorge, erais muy pequeños cuando murió tu madre —lo dejó unos segundos en suspenso y continuó—. Susana, tu madre, era una mujer en todo el sentido de la palabra. Sencilla, trabajadora, limpia y hasta el último momento os quería a cegar, tanto a vosotros como al desagradecido de tu padre, por el que bebía los vientos. A tu tía Pepi y a mí nos pidió que no os abandonáramos. Pese a que tu padre es mi hermano, no te voy a decir nada respecto a nuestra relación. Como bien sabes, nunca ha sido buena. En los últimos años en vida de tu madre, cada vez que nos veíamos era para echarle en cara a tu padre su actitud, su forma de tratarla y de trataros, y sobre todo, lo irresponsable que era a la hora de llevar una familia. Unas semanas antes de su fallecimiento, casi llegamos a las manos. Sabes que soy persona tranquila, pero me sacó de mis casillas y llegamos a niveles de agresividad muy altos. Creo que no me he puesto así en ninguna otra ocasión. Cuando tu madre nos pidió que os cuidáramos, la tía Pepi y yo lo hablamos y decidimos hacernos cargo de vosotros. Después del entierro, hablamos con tu padre. Mis hermanos Antonio y Dolores nos apoyaban y estaban de acuerdo con nosotros. Tu padre montó en cólera, nos llamó de todo, nos acusó de tratar de quitarle a su familia, lo único que tenía, y nos expulsó de la casa. Nos amenazó con llamar a la Guardia Civil, e incluso nos denunció a todos. La denuncia no llegó a ningún lado, pero consultamos a un abogado y nos aconsejó un distanciamiento, su conducta no era normal. De todas formas, en aquellos años tampoco hubiéramos podido hacer gran cosa. Hoy en día lo hubiéramos tenido más fácil, pero en aquellos tiempos… Al cumplir tú la mayoría de edad, estuvimos muchas veces tentados de llamarte, de contactar contigo, pero tampoco sabíamos muy bien cómo sería recibida la llamada. Preguntábamos por vosotros a los conocidos y, salvo que estabais bien, que tu trabajabas, que a veces Luís también trabajaba los fines de semana en el supermercado y que se os veía bien y arregladitos. Poco más conseguíamos saber. En una ocasión, después de ser mayores de edad los dos, hará cerca de nueve años, una tarde nos acercamos el tío Antonio y yo, aparcamos el coche y, cuando nos acercábamos a la casa, vimos a tu padre salir. No salía solo, una mujer lo acompañaba, y a pesar de no haber oído ningún comentario, dedujimos que había organizado su vida y entonces todo sería diferente para vosotros y no éramos quienes para inmiscuirnos en vuestras vidas. En todos estos años, hemos oído hablar de las borracheras de tu padre, de que si, además del alcohol, tomaba alguna cosa más. De vosotros, absolutamente nada, solo de que estabais bien, y que ibais tirando. Cuando le preguntaron a la tía Dolores en la calle que qué tal andabas del accidente, creo que le dio un mareo, pero en cuanto se repuso nos llamó y nos reunimos enseguida en su casa. Enseguida nos llegaron noticias de tu padre, de lo que iba diciendo de ti y de tu accidente, y la tía Pepi no tardó en averiguar tu número de teléfono.
—¿Qué va diciendo mi padre de nosotros, tío?
—Nada. Para nosotros fue suficiente saber que no os llevabais bien para hacer la llamada que debíamos haber hecho años atrás.
—Tío, ¿de qué os habéis enterado en estos meses?
—Poca cosa, solo eso, que prácticamente no os veis, que de vez en cuando aparece por la casa, pero cada vez menos. Jorge, no sabes lo pesarosos que estamos de no haber hecho algo más por vosotros. Ahora sabemos que estos años no han debido de ser nada fáciles para vosotros.
—No te preocupes tío, hace ya tiempo que las cosas cambiaron.
—¡Qué solos os dejamos, cuando más nos necesitabais!
—No le des más vueltas tío. Cuando más os necesitamos es ahora, sobre todo Luís, y cada llamada vuestra es una fiesta, y vuestra visita no te puedes hacer una idea de lo que significa para nosotros.
—¿Cómo os ha ido estos años? ¿Cómo habéis vivido? ¿De qué manera habéis conseguido salir adelante? ¿Cómo os ha tratado ese….?
—Al principio no nos enteramos de muchas cosas, solo notábamos las necesidades y las privaciones a las que nos vimos abocados, pero siempre hubo alguna vecina que en silencio nos ayudó, y cuando sabía que estábamos solos, acudía con algo de comida, o con algo de ropa que se le había quedado pequeña a sus hijos mayores. En la vida, tío, hay gente muy buena. Un día próximo a reyes, nos llevó una bolsa con ropa, también un roscón de reyes, el primero que tuvimos ocasión de probar en años. Entre la ropa había un par de prendas a las que se le había olvidado quitarle las etiquetas de la tienda. No te puedes imaginar lo que aquello significó para nosotros, lo que la señora Lucía representó en aquellos años en nuestra vida.
—¿Cómo fue la relación con tu padre en aquellos años?
—A las penurias se incorporó el estado de miedo, el pánico a las palizas, el terror a las sinrazones. Cuando cumplí los dieciséis años, mi cuerpo se había desarrollado bastante. El trabajo en el supermercado me había hecho fuerte, y al menos la comida no faltaba. Entonces tuvimos el primer enfrentamiento de hombre a hombre. Marqué mi autoridad y, desde entonces, para mí, las cosas se tranquilizaron. Semanas después descubrí que, a cambio, era en Luís en quien se empleaba, y aquel día que le pillé pegándole como a un animal. Le falté al respeto por primera vez y le pegué. No es algo de lo que me sienta orgulloso, pero tampoco me arrepiento. A partir de entonces, se estableció un equilibrio en la casa. Nosotros llevábamos nuestra vida y el la suya. A veces desaparecía por temporadas, para un día reaparecer borracho, en los huesos y lleno de mugre. Nos limitábamos a ponerle un plato más de comida en la mesa y un cambio de ropa limpia en la silla de su habitación. Durante años aprendimos a convivir de esa manera. Hará unos cinco años, ya llevaba más de tres meses sin dar señales de vida. En alguna ocasión anterior, y siendo ya mayor de edad, cuando desaparecía iba al cuartelillo y hablaba con la Guardia Civil, pero desde el primer momento nos dijeron que, siendo una persona adulta y en sus cabales, no se podía hacer nada. Cada vez que nos veían aparecer de nuevo, eran ellos quienes nos informaban de sus andanzas y de sus estancias en diversos cuartelillos hasta que se le pasaba la borrachera. Pero en esas ocasiones, ya no era solo el alcohol. Habíamos estado ahorrando. Tanto a Luís como a mí, nos encanta el futbol y, por fin, poco antes del mundial, logramos comprarnos una televisión. Al llegar Luís a casa un día, lo encontró saliendo con la tele en brazos. En la puerta, otro tío más colgado que él lo esperaba con un coche viejo y medio desvencijado. Lleno de impotencia, Luís se abalanzó sobre él mientras me llamaba por teléfono. Llegué a tiempo para impedir que se la llevara, pero en esa ocasión ya sacó una navaja, una navaja tío, contra sus propios hijos, que trataban de impedir que el muy cabrón les robara. No tuvimos problemas, estaba muy colocado. Conseguimos echarlo de casa y llamamos a la Guardia Civil, denunciando el intento de robo. Solo pudieron anotar el número de la matrícula, ya que no tenían vehículo disponible en ese momento para seguirles. Era un coche de desguace, estaba dado de baja y no conseguimos más información. Desde entonces, no ha vuelto a casa, aunque seguía teniendo las llaves. Cuando tuve el accidente, Luís dejó el trabajo y se vino conmigo. Con mi sueldo solo cubrimos gastos, pero nos defendemos. Al salir del coma, le pedí a Luís que volviera a casa y cambiara la cerradura. Habían pasado varias semanas y él no había dado señales de vida. Decidí que ya no formaba parte de nuestras vidas. Comprenderás, tío, que ya más daño no puede hacernos, sean cuales sean los comentarios que haga de nosotros. En el pueblo todo el mundo nos conoce y nos respeta…
—Has hecho muy bien, Jorge —le dije a mi hermano—. No tenemos de qué avergonzarnos. Hemos luchado por vivir, lo hemos conseguido dignamente y me siento muy orgulloso de nosotros.
Nos fundimos en un abrazo pero enseguida noté que había algo más.
—Veras, Luís, lo más impactante al terminarle de contar esto al tío fue mirarle. Nunca había sentido tanto dolor reflejado en un rostro. Su mandíbula apretada y desencajada, los dientes apretados y dos lagrimones que fluían desde sus ojos y recorrían su cara regordeta.
Lo he abrazado y hemos llorado juntos un buen rato, mientras solo sabía pedirme perdón. Más de cien veces ha salido de sus labios la palabra perdón, y dime tú, Luís, de qué les tenemos que perdonar a ellos, si han sido tan víctimas como nosotros de la sinrazón.
—Tranquilízate. Ha sido un día con la sensibilidad a flor de piel, pero en el fondo ha sido un gran día para nosotros.
Me despedí de Jorge como cada noche y, al salir por el control, hablé con Charo, la enfermera que le atendía, y le dio un tranquilizante.
Charo me esperó en la cafetería un buen rato. Volví a la habitación para asegurarme de que estaba durmiendo y, al verle plácidamente dormido, con una cara de serenidad desconocida para mí, pensé para mis adentros «sí, hoy ha sido un gran día para nosotros, hoy ha sido un día feliz».