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Prologo


Para haberse pronosticado un día soleado, la multitud estaba inquieta por la inesperada actividad eléctrica que había tomado lugar en el cielo sin previa advertencia. A pesar de un mundo tecnológicamente avanzado, todavía las tormentas causaban malos días. Inesperadamente, entre las nubes, un objeto diminuto captó la curiosidad de un joven que andaba paseando a su perro; y así poco a poco, la atención empezó a expandirse por todo el parque del Arroyo Verde.

Ninguno de los presentes podía descifrar el objeto descendiente, conforme avanzaba se comenzaba a extender su tamaño hasta adoptar la figura de una especie de vehículo aeronáutico. Debido a la capa de fuego, no se podía definir la naturaleza de su modelo. Podía variar entre una simple avioneta hasta una nave compleja, probablemente se trataba de un prototipo moderno.

El ruido comenzó a escucharse más allá del campo verde, ahora la mayoría de las colonias alrededor de la ciudad de Anaheim California estaban observando no sólo desde sus patios sino desde sus propias ventanas ya que en ninguno de los noticieros televisivos se mencionaba sobre el evento en curso.

Tras la cercanía inminente del objeto desconocido, los residentes comenzaron a correr hacia los extremos al notar que venía hacia el corazón del parque ¡El caos se había desatado! En cuestión de segundos, se sintió el gran impacto acompañado de un ensordecedor sonido.

El calor se había disparado hasta un nivel insoportable por las llamaradas que consumían lentamente aquel pedazo de chatarra que hace un minuto se podía haber jurado tratarse de una nave espacial. La procedencia seguía desconocida, lo único subsistente en su interior era un muchacho inconsciente.

Las personas en torno a la zona de impacto permanecían asustadas; los gritos de las mujeres y niños continuaban mientras algunos de los hombres se apresuraban a descargar su cámara para tomar fotos o vídeo. No faltó el primer valiente que intentó meter la cabeza para observar el contenido letal.

—¡Hay alguien adentro! —Exclamó velozmente ante la chispa de fuego que estuvo a punto de amenazar su vida.

La multitud se colocó más inquieta ante la posibilidad de presenciar una muerte en manos del monstruoso fuego. Sin embargo, nadie se atrevía a repetir la maniobra del valiente o quizás tonto como lo discutían la mayoría de los presentes.

—¡Llamen a los bomberos!

—¡Ya vienen en camino!

—¡También viene la ambulancia!

—¡Podrían no llegar a tiempo! ¡Traigan agua!

Aquél conflictivo tumulto despertó al muchacho herido quien de inmediato comenzó a sentir la furia del fuego el cual consumía cada pulgada del vehículo condenado. Enhoramala su cuerpo estaba quebrado… no podía moverse y para el colmo sentía un interminable dolor en sus piernas, manos y brazos.

En cuanto sintió la proximidad de las llamaradas ardientes, comenzó a experimentar la sensación de desesperación acompañada de un sudor imparable. De manera precipitada abrió y cerró sus ojos ante el molesto humo negro.

Intentó arrastrarse y fracasó al no poder siquiera impulsarse con la espalda.

Sus piernas seguían inmóviles por lo que decidió mejor darse por vencido. No había nada que pudiera hacer para salvarse. Era demasiado tarde, así que permaneció acostado en la luminosidad del infierno esperando que la muerte se lo llevara con la asfixia del humo antes de que el fuego lo hiciera dolorosamente al consumirlo vivo.

Estos segundos parecían una terrible eternidad. Lo preferible en esta situación era perder la razón para no sentirlo.

Las llamas se extendían provocando que la vista del pobre iluso se nublara con los niveles saturados del fuego. Asimismo en su respiración detectaba el amargo sabor a las cenizas por lo que empezó a toser con intensidad lastimándose su garganta. Del mismo modo que sus pies, las manos también dejaron de responderle siéndole imposible cubrirse la boca.

—¡Estás loco! —exclamó uno de los civiles— ¡No te acerques! ¡Va a explotar!

El muchacho apenas podía escuchar aquellas insistentes advertencias del público puesto a que sus oídos se encontraban débiles inclusive para detectar los pasos del segundo valiente que había hecho más que sólo asomarse para grabar.

El muchacho agonizante percibió una fuerza desconocida que lo sujetaba entre sus brazos y lo cargaba con una pronta precaución. ¡Espero me saque de este infierno!, pensó durante la agresiva maniobra.

La intensidad del calor disminuyó ante la ráfaga de un viento refrescante en su rostro, pero inevitablemente el choque de temperaturas le recordó el dolor de su cuerpo quebrado. El incómodo movimiento se detuvo y sintió el descenso hasta tocar el pasto frondoso. Su cabeza fue recogida con suavidad mientras una voz persistente lo hacía reabrir sus ojos sensibles.

—¡Estás a salvo Elder! ¿Me escuchas? ¡Vas a estar bien!

Estas palabras de conforte provenían de un señor en sus cuarenta años, con un corte militar acompañado de algunas canas entre las orejas, piel un poco tostada y unos ojos de color café con miel. En su voz se registraba una especie de acento por más que intentara disimularlo.

—¿Quién es Elder?

El misterioso rescatista se asombró de descubrir que el mismo Elder desconocía su propio nombre.

—Tú eres… —detectó la confusión en su mirada— ¿No recuerdas?

—¡No! ¡No entiendo! —el agotamiento al lado de la confusión lo hicieron perder la razón tras desgastarse.

¡Era una tragedia a gran escala! Elder no podía recordar nada en absoluto, su cabeza se había golpeado con brutalidad durante el impacto borrándole no sólo sus recuerdos sino su identidad; aquella razón de existir.

—¡Resiste Elder! —Insistió— ¡Sólo resiste!

Las sirenas tanto de las patrullas como de los bomberos comenzaron a escucharse. Tal parecía no se encontraban tan distantes. Los militares fueron los primeros en llegar al sitio para establecer un perímetro. Esta ejecución se dio con facilidad ya que el parque del Arroyo Verde contaba con las dimensiones perfectas para llevar a cabo una cuarentena, en caso de requerirse.

Los policías comenzaron a dispersar a la gente dándole entrada a la ambulancia, mientras los paramédicos descargaban el equipo de extracción, el valiente rescatista se cercioraba de que el sobreviviente siguiera respirando. Aunque a éste le costaba esconder sus sentimientos ya que en su rostro se reflejaba un conflicto interno; y con mucha razón, no sabía qué hacer al respecto. No había un protocolo que dictaminará la siguiente medida a tomar, así que sólo miraba a su alrededor como si estuviese esperando algo o a alguien.

Los paramédicos, en compañía de algunos federales, le arrebataron al muchacho y lo colocaron en una camilla. De forma inoportuna un helicóptero se interpuso en su camino al estacionarse justo enfrente de ellos. Varios hombres uniformados de blanco descendieron del transporte para impedirles el paso.

Uno de ellos se acercó a la cabecilla de los paramédicos mientras el resto se aferraba a resguardar la camilla.

—Gracias amigos, nosotros nos haremos cargo —ordenó el aparente líder mostrando una placa resplandeciente donde se especificaba su título de Doctor respaldado por el sello de un tal Sector Cero.

Los paramédicos no tuvieron opción que retroceder y dejar a los hombres de blanco tomar el control. En cuestión de segundos, la tripulación regresó al helicóptero con la camilla incluida.

—¿Qué dice ahí? —preguntó uno al observar una etiqueta desgarrada en el atuendo quemado.

—Al parecer dice Elder Musik —reveló otro mientras adoptaban altitud.

La lluvia se desató conforme el helicóptero maniobraba entre las intensas nubes eléctricas.

Entretanto al rescatista misterioso se le exigió dirigirse a la ambulancia para una desintoxicación y de paso la captura de su testimonio. Independiente de la insistencia, se negaba a moverse de su lugar. No podía despegar sus ojos del helicóptero, le era imposible hacerlo ante la ansiedad acumulada por el desconocido destino que le deparaba al joven Elder. Aunque aquello era el menor de sus problemas, su verdadera preocupación radicaba en la seguridad mundial.

Un relámpago iluminó el cielo y tras la momentánea saturación de luz, el helicóptero desapareció de su vista. Un rotundo trueno le hizo sentir el duro peso de su decisión tomada pero no había nada más que contribuir. Menos con el personal a cargo de este incidente.

—¡Señor, no se lo volveremos a pedir! —varios agentes federales lo rodearon al no recibir respuesta a su clara solicitud.

El rescatista sólo sonrió ante la amenaza inminente y de imprevisto, un segundo relámpago se desató pero sólo que esta vez el cielo no fue lo único blanqueado sino la zona completa se saturó ocasionando una fuerte ceguera temporal.

En cuanto el entorno volvió a su normalidad, el rescatista desapareció con todo y el misterio. Los federales se dispersaron sin encontrar señal alguna de su paradero. Era como si nunca se hubiesen topado con éste.

—Comandante —se acercó uno de los federales—, no existe ninguna referencia sobre un Sector Cero en la base de datos; además ese supuesto Dr. Berger lleva más de 30 años muerto de acorde a su historial.

El Comandante no pudo disimular su asombroso descontento al descubrir que por ambas partes había sido engañado.

—¡Rastréenlos!

La captura de ambas identidades misteriosas se emitió y tanto policías, agentes y militares dieron inicio a la búsqueda nacional, pero con los constantes destellos de la imprevista tormenta, terminó siendo una tarea imposible de cumplir.

Decadencia

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