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II

Las imágenes eran confusas por la forma desordenada en que se proyectaban dentro del subconsciente de Elder Musik.

—¡Estás a salvo! ¡Descuida Elder! ¡Vas a estar bien!

El rostro de aquél individuo estaba un poco borrosa pero aun así se captaba el perfil.

—Tú eres… ¿No recuerdas?

Existió un breve segmento donde pudo ver con claridad el rostro de su salvador.

—¡Resiste Elder! —insistió— ¡Sólo resiste!

El equipo detrás de la extracción de Elder optó por sedarlo para contrarrestar el dolor infligido por el impacto. El personal médico esperaba con impaciencia que no cayera en coma por todas las preguntas que tenían en mente hacerle. De manera imprevista, la maquina empezó a registrar una ausencia de actividad cardiaca.

Rápidamente adquirieron el desfibrilador para resucitarlo antes de que fuese tarde. Tras varios intentos su corazón seguía sin reaccionar. Ante el pitido constante de la muerte, decidieron aumentarle el nivel de intensidad pero aun así no daba resultado.

El helicóptero iba lleno de tanta desesperación y persistencia; los doctores hacían lo posible por no dejar morir a este individuo misterioso que podría ser la clave a muchos misterios del universo y de igual forma en el futuro de la tecnología biológica o genética.

—¡De nuevo señores, carguen!

En el momento en que ejecutaron la maniobra, Elder sintió la descarga por todo su cuerpo, lo cual le produjo un intenso y perpetuo grito de dolor.

—¡Sosténgalo!

Elder comenzó a desesperarse, el personal comenzó a sujetarlo pero el helicóptero se movía más de lo normal.

—¡Maldita sea James! ¡Mantén el maldito transporte estable!

—¡Eso intento Dr. Berger! ¡Algo está interfiriendo con los controles!

Entre la constante turbulencia, lograron inyectarle un tranquilizante al ansioso paciente.

—¡Es un tipo de explosión eléctrica! —notificó James revisando el sistema de rastreo— ¡Y no viene de abajo sino de arriba!

—¡Desciende!

—¡Muy tarde! ¡El sistema está frito!

Los sistemas activaron la alarma conforme el helicóptero giraba con descontrol; la camilla del paciente se volteó de golpe pero al menos los paramédicos lograron sujetarla protegiendo de paso al paciente.

Ante aquel aterrizaje forzado, Elder residía inconsciente, el tranquilizante se había excedido hasta el punto de hacerlo perderse del tremendo espectáculo.

Durante un sobregiro brutal, un hombre salió disparado tras abrirse una compuerta ante la falla eléctrica.

—¡Hank! —gritaron con extrema impotencia al no haberlo detenido.

—¡Intenta estabilizarlo antes de que salga volando otro más!

—¡Eso hago Dr. Berger! —James estaba enfurecido por la presión adicional —¡Oh demonios!

El Helicóptero se impactó.

Elder se levantó asustado, la habitación temblaba vigorosamente. Con precipitación se tocó el pecho y comenzó a respirar para tranquilizarse. Las bocanadas de aire eran rápidas y de costumbre, disminuían en el ritmo conforme se apaciguaba el terremoto.

Habían pasado tres años desde aquél accidente y los recuerdos sobre dicho suceso continuaban dañados. Las pesadillas le brindaban nuevos detalles olvidados como la caída del helicóptero.

En cuanto a lo ocurrido previo al impacto, ese pasado permanecía todavía borroso. No poseía ni la más remota idea de cómo ingresar a esa parte cognitiva sellada para encontrar las respuestas buscadas.

Sabía que su nombre era Elder Musik por causa de la etiqueta adherida en su desgastado uniforme, el cual ahora era propiedad de los científicos de las instalaciones del Sector Cero, lugar donde actualmente radicaba refugiado, extraoficialmente hablando.

El motivo de no dudarlo se debía al rescatista misterioso que le salvó la vida. No pasaba un día sin preguntarse: ¿qué había sido de él? o ¿cómo era que sabía su nombre? y ¿por qué lo abandonó así de abrupto?

Era frustrante no recordar el pasado y no tener noción del presente. Por más análisis y experimentaciones aplicadas, su memoria no sanaba a la par de su cuerpo. En el momento del accidente, la mente simplemente se reseteó sin un mecanismo de reserva que éste supiera.

La recuperación física fue bastante dolorosa en los primeros meses; de milagro se curó de cada una de sus heridas. Las piernas rotas estaban como nuevas y su brazo había adquirido una amenazante fuerza. Inclusive aquellas quemaduras habían cesado de molestarlo, hasta el grado de no quedar mancha alguna o cicatriz. Era como si su cuerpo jamás hubiese experimentado tal catástrofe ante la falta de evidencia física.

Los doctores tampoco podían explicarlo, formulaban teorías y teorías hasta que las muestras de sangre indicaron que había algo especial en sus genes. Como era usual, optaron por conservar los datos recabados en absoluta discreción.

La habitación de Elder consistía en cuatro paredes blancas. Sólo había una cama en la esquina derecha, una silla y una mesita con un cuaderno para que anotara sus recientes pensamientos o recuerdos desatados o alcanzados durante o después de las terapias programadas en la semana.

Le era prohibido salir al exterior y por ende, su mundo se limitaba a los rincones luminosos del Sector Cero. Lo que estuviera afuera, era inexistente para sus ojos y cabeza.

Rodeado siempre de la mejor vigilancia posible, parecía un prisionero peligroso que en cualquier momento podría lastimar a alguien por cómo lo vendían hacía los demás, aunque a estas alturas, la mayoría de los empleados creían lo opuesto por el simple hecho de que Elder sólo dormía, comía y escribía.

De vez en cuando lo sacaban a realizar exámenes o análisis de sangre o tejido, pero siempre que lo hacían optaban por cubrirle su rostro para seguridad tanto de él como de los demás. Como se mencionó anteriormente, la seguridad era extremista hasta caer en la justificada exageración.

Un modelo común para un sitio inexistente basado en los sistemas operados por el Gobierno de los Estados Unidos y demás países foráneos en relación a sus operaciones clandestinas.

Se desconocía la ubicación exacta, al personal empleado y las evidencias recolectadas. Militarmente protegida y tecnológicamente resguardada por programas operativos de alta seguridad y militares entrenados con experiencia de guerra directa.

El mando principal recaía en el Dr. Marcus Berger, un señor calvo en sus cincuenta años de edad, acompañado de sus dos colegas profesionales: el Dr. Tyson Finch y la Dra. Theresa Menard. Estos tres eran los únicos con autorización para tratar a Elder, el resto del personal le era prohibido, con excepción de la jovencita Hanna, quien se encargaba del bienestar de Elder.

Hanna le mostraba cierto cariño a diferencia de la frialdad de los doctores, usualmente platicaba a escondidas por unos minutos porque si la sorprendían, la despedirían en el acto.

Como era costumbre, el Dr. Berger entró a la habitación para realizar una de sus tediosas visitas. Elder se levantó de la cama y se sentó en la silla, tomó el cuaderno de la mesita y lo levantó hacia la dirección del inexpresivo e insistente doctor.

—¿Más recuerdos sobre el helicóptero? —preguntó Berger con una sonrisa.

—¿Qué pasó después de estrellarnos?

—Es inadecuado darte la respuesta muchacho, tu mente debe hallar la forma de resolverla.

Ante la frustración, Elder se levantó furioso de su silla.

—¡No sé quién soy, no recuerdo mi pasado, no sé qué día es hoy o qué es hoy o qué soy!

Berger lo miró con una pizca de maldad y tranquilamente le ofreció otra falsa sonrisa mientras cerraba el cuaderno.

—Por favor Elder, esto no te hace bien. Sabes que estamos trabajando arduamente para darle una solución a estas inusuales incógnitas, pero eres inmune a nuestros métodos. Trata de entender que nada de lo que tenemos funciona en ti. La verdad del asunto es que no eres del todo humano, tu sangre tiene algunas tonalidades doradas que se reflejan en tu piel. Además ese color oro en tus ojos nunca se ha visto en nadie de nosotros.

—Pero hablo este idioma, lo escucho y lo comprendo. Mi físico es igual al de ustedes sólo porque la sangre y mis ojos son distintos. No puedo ser otra clase de especie, debo de ser de aquí.

—¡No eres de aquí! Tal vez seas algún tipo de experimento radioactivo; por ese tipo de razones debemos mantenerte encerrado y en constante supervisión. No nos malinterpretes, estamos haciéndolo por tu bien.

—¡Mentiras! ¡Sólo soy una rata de laboratorio!

El doctor colocó el cuaderno en la mesa de un golpe para bajarle sus ánimos y hacerle entrar en razón.

—De acuerdo Elder, estamos próximamente a concluir el año 2199 ¿Acaso esta fecha te es familiar?

—No, nada me es familiar, sólo déjeme salir de aquí, no me gusta estar encerrado, por favor Dr. Berger, se lo imploro —rogó Elder con desesperación.

—Por más que quisiera, no puedo autorizarlo. Debo mantenerte en absoluta contención, eres un humanoide Elder, no eres considerado humano por lo que legalmente hablando no tienes derechos aquí, formas parte de mi propiedad investigativa, agradece que no te trate como tal, todavía.

Berger sonrió por la tercera ocasión y se dio la vuelta siendo detenido.

—¡Qué pasa si no logró recordar! —amenazó Elder acorralándolo.

—Entonces tendré que abrirte la cabeza —dijo con sátira—, por más tentado que me sintiese, no quisiera hacerlo aun así que muévete antes de que cambié de opinión.

Elder se sorprendió ante la amenaza y se alejó del doctor para dejarlo salir. Al no poder soportar la frustración, empezó a golpear las paredes hasta observar la sangre roja con dorada que brotaba de sus manos. Tal como se lo había reiterado el buen doctor.

Al instante los paramédicos entraron a su celda y lo sujetaron con excesiva fuerza para que Berger pudiera inyectarle uno de sus famosos sedantes.

—¡No pueden seguir tratándolo de ese modo, sigue siendo un hombre a pesar del color de su sangre! —declaró Hanna desde el exterior.

—¡Tú eres sólo una niñera! —aplicó la inyección con éxito—, no tienes opinión en este asunto, será mejor que controles ese tono o serás expulsada de este sector ¿te quedó claro?

—Lo siento Dr. Berger, no volverá a suceder.

—Espero que así sea muchacha tonta —le dio la espalda.

Mientras Berger se distanciaba, Hanna permaneció observando a un vulnerable e inconsciente Elder en la cama. Era obvio su desacuerdo con la forma de su trato “especial”, mas no tenía otra opción, debía obedecer a las órdenes de sus superiores sin cuestionarlas.

En el pasillo Berger se reunió con Finch y juntos se encaminaron a los comedores para ponerse al tanto de sus investigaciones científicas.

—Lamento la ausencia de avances por reportar, el humanoide sigue siendo inmune a las pruebas, no puedo ingresar a sus pensamientos o hallar la manera de hacerlo recordar. Sea quien sea o lo que haya sido, nuestra tecnología es obsoleta. Siquiera podemos detectar los orígenes en los análisis sangre. Lo más inquietante que me ha venido a la mente es que pudiera estar fingiendo.

—Le aseguro que no finge Dr. Finch, se ha vuelto más inestable de lo común, la frustración no es sinónimo de actuación. Incluso me acaba de solicitar algún tipo de absurda libertad.

—Sería una buena alternativa.

—Para nada, ya encontraré una solución.

El Dr. Berger se cruzó de brazos tratando de disimular su descontento.

—¿No estará pensando en abrirle la cabeza?

—Si no lo hago, lo hará mi reemplazo. La cuestión aquí es que el tiempo se nos está acabando, si no me apresuro a garantizar resultados, tendré que proceder con la lobotomía más temprano que tarde.

—Le sugiero esperar Dr. Berger, reconsidere la petición del humanoide, podría servir de gran ayuda psicológicamente hablando. Además el humanoide está limpio y es inofensivo, no representa peligro para nadie.

—Hoy en día tenemos diferentes tipos de enemigos, trate de comprender —impuso Berger—, podría ser un arma altamente buscada, sólo imagine cuántos secretos yacen escondidos en su subconsciente para que haya venido de allá arriba.

—¿Cómo está tan seguro de asumir tal procedencia?

—Me temo que si no actuamos y desciframos este misterio, pronto será tarde.

—¿Vincula al muchacho con los recientes desastres naturales?

—Nosotros íbamos en el helicóptero ¿acaso lo olvidó?

—Los controles de navegación tuvieron un cortocircuito.

—Imposible, la descarga vino de alguna parte y no puede negar que desde su captura se han disparado devastadores fenómenos alrededor del mundo.

—Supongamos tiene razón, aun así, abriéndole la cabeza no garantizará resultados. Haga una excepción, use la sensibilidad en esta situación.

—Los científicos como nosotros no somos humanistas, no nos dedicamos a comprender sino a comprobar la existencia y diagnosticar consecuencias y/o soluciones hacía lo desconocido. Grábeselo en su diminuta cabeza antes de que me obligue a reubicarlo en otra área inferior a la que actualmente labora.

—Sólo era mi humilde opinión Dr. Berger.

—Váyase.

Finch se levantó del comedor y se dirigió a su cubículo tratando de ocultar su temor despertado al pasarse de listo.

La incómoda verdad del asunto era que Finch no compartía las mismas ideologías de su superior, solía dejarse llevar por el sentimentalismo del momento. Su juicio no era reinado por la frialdad de su mente sino por la sensibilidad de su corazón y la naturalidad de sus impulsos.

En compañía de Menard, los tres doctores tenían años de estar trabajando en el Sector Cero. Como era de esperarse, cada una de sus identidades eran desconocidas al mundo exterior al igual que sus logros, uno de los objetivos del contrato al haber aceptado integrarse a un sector inexistente de casos sobrenaturales.

¿Cuántos secretos no compartían estos tres doctores científicos? No cabía duda, la llegada de Elder les había abierto una infinidad de posibilidades de avanzar en sus investigaciones y a su vez no los excusaba ante la ausencia de resultados en el año que llevaban estancados.

Por lo tanto Menard y Berger compartían la idea de abrirle la cabeza al humanoide para insertar una nueva tecnología que de acorde a su etiqueta descriptiva, se describía como un succionador de imágenes o datos sellados en las profundidades del subconsciente.

La desventaja recaía, como lo aseguraba Finch, en que dicha tecnología nunca se había experimentado en humanos ni muchos menos en humanoides por lo tanto podrían tirar a la basura la única oportunidad de conseguir una dosis de verdad.

Por más que los tres científicos insistieron a los ingenieros que repararan las unidades electrónicas de la nave en donde había llegado Elder, no lo lograron.

El hardware se había quemado internamente y carecía de solución alguna al desconocerse los componentes. La esperanza del futuro recaía en la memoria dañada de Elder y punto.

Era cuestión de cambiar la estrategia como lo había sugerido Finch y al parecer, éste había logrado convencer a sus colegas de darle otro mes de vida al humanoide antes de acudir al nuevo programa llamado Mindtech.

Decadencia

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