Читать книгу Entramados vinculares y subjetividad - Adrián Grassi - Страница 10
ОглавлениеViolencia hoy: ¿condición humana, síntoma social, problemática política?
Janine Puget
¿La violencia es condición humana?
El de la condición humana es un concepto tan amplio que aquí me limitaré a encararlo a partir del lugar que ocupa la violencia como una de las posibles causas ataque a dicha condición. La violencia es una de las tantas formas peculiares de comunicación en la que se recurre a acciones que alteran la relación entre dos o más otros, ya sea en vínculos tales como los de pareja, familia, amigos o en micro y macro conjuntos subjetivantes. En cada uno de ellos sus efectos no son uniformes y es interesante descubrir cómo se manifiestan y qué significan en cada situación. Además cabe preguntarse cómo transformar la violencia en medios de comunicación con mayor contenido simbólico, o sea, que contemplen reglas que no anulen la alteridad del o de los otros.
En la medida en que la violencia incluye violación de algo, sean valores, reglas, leyes, territorios, etc., es posible pensarla como una de las formas de las que dispone el ser humano para des-subjetivar al/los otro/s o producir estallidos que enceguecen. Cuando adquiere la forma de síntoma social, es fundamental saber mirar los ropajes con los cuales se reviste dado que estos dependen de cada época y de cada contexto. También habrá que aprender a detectar cuándo la violencia genera un malestar a veces subliminal y otras veces visible, que traba la producción vincular. No siempre la violencia visible es la más dañina porque a veces esta encubre a otra que ha sido invisibilizada como puede suceder a nivel político o incluso a nivel de la dinámica de una familia o de una institución.
Ubicarnos en el contexto de la problemática política requiere ir definiendo algunas hipótesis teóricas y clínicas, que dan cuenta de un desafío para el psicoanálisis al que podemos designar como clásico. Tomemos en cuenta, por ejemplo, que los psicoanalistas como cualquier sujeto social tienen opiniones políticas que hacen a su manera de entender las noticias, sus derechos y obligaciones como miembros de conjuntos sociales, los valores que cada uno sostiene conscientemente o no y que todo ello se conjuga para ir determinando su manera de escuchar e intervenir en la clínica. Y digo intervenir porque ello no corresponde a lo que se entiende comúnmente por interpretar. De alguna manera al intervenir, el analista activa lo que llamo el “efecto de presencia”, o sea que se hace presente como un otro que no habrá que confundir con el analista sujeto-objeto de transferencia. Dos lógicas se superponen: una en la que el analista es sujeto-objeto de transferencia y otra en la que analizado/s y analista son dos sujetos que van construyendo un vínculo, respetando la alteridad y ajenidad del otro, o de los otros, que siempre interfiere en la mente de cada uno.
¿Intervenir cómo y dónde?, ¿con qué herramientas teórico-clínicas?, ¿intervenir para qué?, ¿cómo aplicar nuestros conocimientos y definir cuáles son los conocimientos útiles? No se trata de trasladar lo que sabemos acerca de la constitución del aparato psíquico singular para encarar lo que hace a la constitución de los vínculos y por ende a lo que concierne a la subjetividad social y familiar. Cada corpus teórico crea sus propias herramientas y es en este contexto que me permito diferenciar el analista que interpreta del que interviene.
Violencia convertible e inconvertible
Puede resultar útil ubicar el tema de la producción de violencia y sus efectos partiendo de las categorías propuestas por E. Balibar (2010). Este autor se refiere extensamente a dos modalidades de violencia -convertible y no convertible-, y las relaciona con la adquisición de la civilidad en sus derroteros específicos. Y al ocuparse del tema político en su relación con las diferentes formas de civilidad, asocia civilidad a respeto y responsabilidad. Balibar diferencia una violencia a la que llama ultra-objetiva y una violencia ultra-subjetiva. La primera, que corresponde a las grandes destrucciones climáticas, es del orden de lo inconvertible. La otra, la ultra-subjetiva, es producida por el sujeto humano y puede ser convertible. Y aquí propongo diferenciar escenarios en los que se respeta la alteridad del/de los otro/s en el marco de una violencia convertible, de aquellos que aplastan o anulan todo intento de civilidad y que responden a una violencia inconvertible, la que se incorpora en la historia y en la vida de dichos conjuntos y desde ahí sigue produciendo efectos tales como la legalización de la falta de respeto (1). Cuando la devastación es producida por el sujeto humano y ya no solo por condiciones climáticas, corre el riesgo de contener un componente inconvertible subliminal que tiende a hacer síntomas de los más variados y difíciles de detectar.
La violencia invisibilizada socava solapadamente las relaciones entre las personas, apareciendo luego fuera de contexto, dando lugar a un malestar vago y a diversas formas de sufrimiento e intranquilidad. Un ejemplo de este doble trayecto de devastación arrasadora y reaparición bajo otros ropajes concierne los efectos de algunas producciones exhibidas en las pantallas de TV o en los medios masivos de comunicación. Estas parecen inocuas soslayando el hecho de que pueden generar sutilmente violencias en el entorno familiar o escolar, e incluso manifestarse en el transcurso de discusiones políticas. Recordemos algunos hechos violentos perpetrados en universidades norteamericanas que parecían ser una reproducción de escenas transmitidas por TV. Pensemos también cómo los niños y las familias podrán ir procesando el estado de violencia política y racista instalado en Medio Oriente y en países lejanos que van adquiriendo una suerte de familiaridad con escenarios bélicos, ayudando a construir una piel dura para resistir al impacto devastador. Pensemos la dificultad en nuestros medios de intercambiar opiniones políticas que tal vez tengan un sesgo de fanatismo. Así como en los efectos a distancia de decisiones políticas que pueden perjudicar a parte de la población sin que tenga la posibilidad de defenderse.
Violencias políticas y el corpus teórico clínico del psicoanálisis
Para seguir precisando lo que entiendo en este contexto por política, tomo algunos conceptos de Espósito (2006) quien diferencia territorios en los que predomina la crítica y en los que se puede asumir que la única realidad política es el conflicto en el presente, de aquellos que surgen al deconstruir las categorías políticas modernas introduciendo lo impensado, lo irrepresentable, en lo que la política deja así de tener un efecto constructivo para pasar a visualizarse como un ataque a las reglas de convivencia. En otras ocasiones lo impensado tiene que ver con el vacío necesario para que haya relaciones y aquí ubico lo impolítico (2). En este caso se hace posible trabajar en los bordes, que no implican lo exterior a la política, sino aquel espacio que parece no tener lugar ni en lo político ni en la política. El conflicto es del orden de una práctica que abarca lo impensado y lo inexpresable, lo impropio. La comunidad no nos puede pertenecer nunca y sin embargo en ella vivimos. La impolítica no se opone a la política, tiene que ver con lo impropio de la pertenencia, con las relaciones de poder en sus dos significados: el poder como potentia -capacidad de hacer- y el poder como potestad -como dominación en sus diversas modalidades-. Una de esas modalidades sumamente complejas es la que atañe a los sistemas inmunitarios que nos debieran proteger, enfermándonos y que contienen dominación y protección que de alguna manera pueden asociarse a diferentes maneras de ejercer los derechos de los humanos, etc. Y a ello se agrega lo que incumbe a los grandes gurús en tanto sujetos políticos que hoy rigen nuestras vidas protegiéndonos o desprotegiéndonos. Uno de esos gurús seguramente es el Mercado. Las violencias políticas responden tanto a fuerzas arrasadoras-devastadoras como a fuerzas que expulsan del cuerpo social a una parte del mismo. Son entonces productoras de un anquilosamiento particular, la anulación o reducción de una parte de la población a estados vegetativos, creadoras de comunidades conformistas o por el contrario, en permanente oposición sin que esta tenga un contenido transformador. Ello cuestiona nuestras formas de pertenencia social creando síntomas sociales actuales y dominantes.
Un síntoma puede ser el de los miedos difusos, incertezas que se atribuyen a la desprotección de un “alguien”, el Estado, o a quienes administran una institución. Si bien no es un invento de la actualidad, el miedo determina formas epocales de pertenencia a los conjuntos en los cuales vivimos.
Otro síntoma social se manifiesta como una actitud quejumbrosa y despreciativa: un otro imaginario no hace o no ha hecho algo para que el mundo funcione, lo dificulta… (3). Es una figura enigmática que alude al aura de lo impropio de cualquier comunidad a la cual se intenta personificar de una manera particular… escurridiza. La queja facilita un pertenecer sin compromiso, no responsable y a veces conformista. Se elude así el dilema entre ser responsable y no responsable: dos modalidades que se superponen. No responsable son las empresas que despiden personal o van creando dificultades a los habitantes
Otras figuras nacen del “mirar para otro lado”. Si bien sería imposible mirar con el mismo compromiso lo que llamaré “lo que pasa”, no es menos cierto que corremos el riesgo de tornarnos indiferentes, conformistas, egoístas y no responsables.
Lo político y el psicoanálisis ubican en un lugar central a la opinión en sus diversos significados. Sostener diversas opiniones e inventar procedimientos de diálogos que partan de la tensión inherente a las diferencias crea interrogantes que se anulan, por ejemplo, con el par amigo-enemigo. Es central indagar cómo nuestros pacientes se van formando una opinión y poder ampliar las categorías que la sostienen, las que muchas veces contienen componentes racistas, discriminatorios, prejuiciosos y se tornan no cuestionables.
La política define el territorio de la administración de las desigualdades, del desentendimiento, de los desacuerdos, de la toma de decisiones en la que se juegan intereses, afectos, convicciones acerca de cómo debieran vivir y agruparse las personas. Concierne el con-vivir, hacer algo con lo impropio... lo inapropiable: apropiarse es siempre incompleto. El desacuerdo, según Rancière (2005), puede generar violencia, rompe con un ideal de semejanzas, es signo de lo irreconciliable, de la vida en comunidades, donde se juegan como lo sugiere J. L. Nancy (2000), la desposesión, el desplazamiento indeterminable e interminable del y de los sujetos que se tornan errantes. Apropiarse no es adueñarse. La diversidad de posiciones forma parte de lo argumentable, de la propia pertenencia y del hacer entre varios. ¿Cómo ocuparnos de los desacuerdos que parten de la tensión del entre dos y hacen al posicionamiento político nuestro y de nuestros analizados? Nadie es dueño de un sentido único, propietario, contrariando el anhelo de la apropiación definitiva.
Violencia y corrupción
Cuando la violencia arrasa con valores que hacen a la civilidad, se infiltran y naturalizan en el campo social valores cuyo efecto contagioso proviene de la violencia inconvertible: “ya que otros lo hacen, por qué yo no…”. Quienes sostienen la lógica corrupta gozan de inmunidad. Esta arrasa y naturaliza valores que hacen a la civilidad al incluir decisiones y reglas singulares, de extrema fragilidad y simultáneamente de extrema solidez sostenidas por el particular manejo de lo secreto, por criterios arbitrarios y contagiosos así como por la búsqueda de cómplices. Para robar o conseguir un plus de beneficio fuera de la Ley los medios justifican el fin. La lógica corrupta se instala a la sombra de la Ley y se superpone subrepticiamente al contexto de legalidad. Irrumpe una subjetividad situacional que depende de la particular interpretación de las reglas. Por ejemplo, un policía tiene la orden de no permitir que se produzcan desmanes: él decidirá lo que es un “desmán” según su buen saber y entender y lo que entiende por “no permitir”, lo que puede incluir cobrar coima o arrestar jóvenes, incluso matar a quienes concurren a los boliches. En el consultorio ofrece dificultades el descubrir y hacer descubrir a los analizados cuando el material alude a algún tipo de participación en actos corruptos. A veces los signos son la búsqueda de complicidad, que “miremos para otro lado”, transformarnos en juez, espectador y testigo pasivo. Con paciencia habrá que ir aclarando confusiones sin evitar la dificultad, decidiendo si algo no es material.
Violencia y crueldad
Balibar (2010), propone una topografía de la crueldad en la que se superponen y confunden una crueldad ultra-subjetiva que incumbe a los delirios de identidad, las exterminaciones y todas aquellas formas que violentan la Ley, y una crueldad ultra-objetiva que corresponde a una exagerada explotación capitalista productora de prescindibles. De esta manera se dibujan dos contextos de significación. Cruel e indigerible se asocian. La imposibilidad de digerir / pensar / hacer lo que un otro transmite / hace / impone despoja a un otro humano, perdurable o momentáneamente, de alguna de las cualidades que le transforman el hacer entre dos en una experiencia útil, “digerible”.
La crueldad altera la potencialidad vincular, imposibilita la tramitación de la información hasta llegar a destituir, despojar, descarnar e incluso anquilosar a quienes habitan estas escenas. Opera sin mediatización y tergiversa la capacidad de pensar, asimilar y protegerse. Lo cruel puede ser una escena pública, la del espectáculo, degollar a alguien por TV, u obligar a que algo privado se torne público (4). Puede también ser la compulsión a la verdad. Hay ejemplos varios en temas como la fertilización asistida y la adopción.
Cada conjunto, cada país, tiene sus propias maneras de ejercer actos crueles en nombre, por ejemplo, de una “buena causa”, de un ideal sostenido por un grupo, un conjunto o un sujeto.
Violencia y extirpación: extranjeridad
Deleuze se ocupa de una tendencia a “extirpar al cuerpo extranjero y a lo extranjero del cuerpo social” (en Balibar, 2010: 85), a la extranjeridad amenazante. Extirpar-erradicar deja marcas imborrables, agujeros negros que atrapan e incrementan la fuerza destructora de la red social. Puede ser que haya en este momento en el conflicto israelí-islamistas extremistas el deseo de extirpar Israel de Medio Oriente y como en nuestras latitudes se procedió en el pasado a crear territorios extirpando partes de la población.
La globalización: una violencia invisible
En la globalización se conjugan varias formas de violencia invisible para una parte de la población. Según Ignacio Lewkowicz (2004) el proceso actual revela una tendencia a imponer una condición única de pensamiento para lo político, lo económico y lo social y formatea nuestro pensamiento, nuestra práctica y técnica psicoanalítica. La globalización ejerce un poder oculto sostenido por la diversidad de intereses y capitales que llevó a la pérdida de sentido de las fronteras visibles entre los países. Crea espacios que no tienen adentro/afuera, que dependen de lo que demanda el factor político y económico predominante. Se valora la eficacia y un manejo de la competitividad dirigida a construir un lugar de pertenencia. El mundo globalizado dispone de una fuerte capacidad de despojar de su cualidad y significado al horror de la pobreza. Se sabe el texto pero no produce acciones acordes. El monopolio de la riqueza y el incremento de los sectores de pobreza se producen simultáneamente. Un sujeto vale hoy por lo que produce, es un objeto de consumo. Es posible que a ello se deba un sentimiento de soledad social actual que se revela cuando, en el discurso, los analizados se lamentan por las llamadas nuevas costumbres cotidianas, por el uso en la casa de las computadoras, donde cada uno tiene la suya, etc.
Algunos conjuntos logran desengancharse del flujo económico y producen creativamente basándose en un sentimiento de solidaridad que es el que se puede perder cuando se activan las cualidades más negativas del mundo globalizado.
Y para terminar
Este rápido bosquejo donde intenté abordar el tema de la violencia social pone el acento en las consecuencias directas o indirectas de la violencia y en la urgencia en implementar miradas que posibiliten detectar sus efectos en la relación analítica creando herramientas útiles. Recalqué algunos signos de la misma como por ejemplo el conformismo (5) o una oposición sin contenido, la indiferencia, una apatía política, la falta de compromiso y de responsabilidad, el mirar para otro lado, el “prefiero no saber” (6), el ignorar no solo de los analizados sino también de nosotros.
1. Como ejemplos podemos mencionar el Holocausto, el terrorismo de estado, el atentado en las Torres Gemelas, etc.
2. Es un concepto que utilizo apoyándome en Espósito y H. Arendt, los que lo emplean en varios escritos. Espósito alude “al vacío, la ausencia, que lo político abre cuando pone en juego (…) la propia dimensión de presencia (es decir de representación)”. Se refiere a aquello que nace de lo irrepresentable.
3. Vale la pena volver a Castoriadis (1975) cuando habla de la institución imaginaria, si bien ello merece un trato que no puedo dedicarle en esta oportunidad.
4. Una especial crueldad ejerció la dictadura con las familias de los desaparecidos. Se la llamó “insoportable”, lo que podría aludir a sus efectos aniquilantes en los que se mezclaban dolor infinito, incerteza e ilusión. El recordar sin cesar se tornaba crueldad al perder el derecho al olvido. Ello fue bellamente captado por Braun y Pelento, que supieron crear el concepto de “duelos especiales”. Olvidar equivalía en la mente a matar al desaparecido.
5. Este concepto fue desarrollado por Silvia Amati (1985) cuando propone que el conformismo es uno de los síntomas actuales en parte de las poblaciones.
6. Recuerden el “preferiría no hacerlo” del escribiente de Bartleby en el cual se manifiesta la negatividad de la elección.