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EL IMPULSO DEL MOVIMIENTO

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Danzar, bailar significa mover el cuerpo en el espacio. Pero este movimiento no puede ser cualquier movimiento: para ser danza debe contener, además, significación: un hálito, un acento, una carga impuesta por el bailarín, por el danzante, por el artista, que diferenciará a este movimiento de todos aquellos que otros seres humanos y animales realizan, consciente e inconscientemente, para sobrevivir en la naturaleza, en el universo. Los movimientos propios de la danza y de los danzantes están impregnados de significación, de la misma manera que los versos de un poema –palabras ubicadas una detrás de otra, aparentemente como todas las demás– poseen una significación que las hace poesía y no lenguaje o redacción común.

¿Podríamos imaginarnos la vida del ser humano sin danza? ¿Habría sido lo mismo la existencia colectiva? Desde luego que no. La danza hizo transitar los movimientos humanos de la inmovilidad o de la utilidad hacia los confines del arte: decir algo con el cuerpo, mostrarlo en movimiento mediante la creación de formas bellas, intensas, tremendas, interesantes. En general, todos los movimientos que el hombre y la mujer realizan individual y colectivamente poseen un significado, un contenido; de eso no cabe la menor duda. La mayor parte de esos movimientos persiguen un objetivo y son infinitos, inacabables. Pueden quedar, tarde o temprano, registrados y clasificados: salto, desplazamiento, golpe, arrebato, etc. Responden a una nomenclatura y se incorporan a códigos establecidos dentro de cada cultura, dentro de cada comunidad. Nadie puede negar, por ejemplo, el significado de los movimientos que un obrero realiza en una fábrica o que un campesino efectúa para preparar la tierra y sembrar la semilla; éstos, como las palabras de un idioma, responden a una nomenclatura: pueden emitirse sus definiciones y sus significados. Sin embargo, la significación –como la intensidad, la carga, el acento, el hálito en un poema– es el sentido que se le da o se le otorga a los movimientos de una secuencia o de una obra para que ésta sea, cabalmente, danza. La diferencia entre los movimientos que cualquier ser bello o bien dotado físicamente realiza a lo largo del día y los movimientos de un bailarín y una bailarina bien preparados radica en la conciencia del artista y del espectador de que esa significación existe, vive, late, sobreviene, está allí: son los movimientos de un cuerpo apto, capacitado para y por la danza, impregnados de significación, y no los movimientos habituales, espontáneos, inexpresivos o superficialmente bellos de una jornada de trabajo o de un deporte competitivo.

No obstante que la danza es un producto del ser humano, o sea, el resultado de un impulso natural, al mismo tiempo se deriva de la inventiva del hombre y de la mujer; se trata de un producto cultural. Es, ante todo, histórico, realizado por un ser humano concreto, particular, en un instante y un espacio precisos (lo registre alguien o no). Esto lo sabemos porque la significación existe. Incluso si un coreógrafo programa una danza carente de significación –como algunas obras de Merce Cunningham, artista estadunidense de la segunda mitad del siglo XX–, este proyecto es la significación de esa pieza de danza particular y es, por tanto, una obra de arte. Cuando hablamos de significación nos referimos a un elemento cultural, es decir que pertenece al ámbito de las acciones supraestructurales de la colectividad, acciones que el ser humano hace históricas. Se trata del otorgamiento de un sentido creativo, de arte, a un conjunto de formas. Todos los seres vivos poseen la capacidad del movimiento. Pero la danza es una acción privativa del ser humano, único ser en la naturaleza que puede impregnar sus movimientos de significación: el movimiento del cuerpo humano intensifica al acto, a la acción, y expresa lo que el ejecutante pretente por medio de su lenguaje dancístico.

Los elementos de la danza

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