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SOBRE EL ORIGEN DE LA DANZA

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Un estudioso de la danza, Curt Sachs, afirmó que esta manifestación artística “es la madre de las artes” porque “vive en el tiempo y en el espacio”. Y añadió que el vocablo arte no alcanzaba a expresar con justicia, por completo, los resultados y la realidad misma de este arte, el cual acoge en su seno no sólo los inconmensurables espectáculos de todos los siglos; no se limita a los actos rituales que le dieron vida; tampoco acaba por cubrir completamente ese ejercicio espontáneo y autogestivo que de lleno y de manera tan profunda comienza por expresar el niño que recién aprende a caminar y a dominar los movimientos de pies, brazos y manos. La danza cubre todo esto y más. ¿Bailan los animales?, ¿bailan los astros en el universo? Aunque las acciones dancísticas son ineludibles experiencias humanas, ¿podrán en el futuro inventarse danzas de robots, danzas de instrumentos electrónicos y maquinarias propias de la computación, danzas virtuales que nos hagan penetrar en un espacio que sólo exista en la imaginación, en la realidad otra del futuro o en la minúscula realidad de los seres infinitesimales? ¿Danzas de chips y bytes? ¿Podrán estas acciones sustituir a las danzas que generan nuestros cuerpos? ¿Podrá el ser humano establecer coreografías científicas, exactas, a prueba de manifestaciones espontáneas de sus participantes? ¿No bailamos todos en este instante bajo el influjo, el imperio de los traslados que desde el Big-Bang nos ha impuesto el espacio-tiempo, en conjunto con el conocimiento, la cultura, el pensamiento, la historia acumulados? ¿Cuánta gente baila simultáneamente en el planeta en este instante?

Sólo propuestas a discutir, teorías e hipótesis de trabajo, interpretaciones podemos esbozar cuando nos referimos al surgimiento de la danza en el mundo, en la historia; todas ellas, sin duda, interesantes. ¿Fueron los primeros ejercicios dancísticos, con su carga de subjetividad y elementos mágicos y mitológicos, producto de las iniciativas de semidioses, sacerdotes, dirigentes, seres carismáticos que se limitaban a realizar los impulsos que sus cuerpos biológicos les transmitían e indicaban? ¿Fue un invento serio y racional que permitió el manejo simbólico de las partes del cuerpo y sus movimientos? ¿Fue la primera producción dancística la prolongación de un acto de amor sexual que expresaba por primera vez en estos términos la enorme carga subjetiva (emociones y sentimientos) recién surgida en primates, en homínidos?

Tal vez el primer acto dancístico fue un invento semejante a las instrucciones que gobernantes y pueblo le dieron al sacerdote Ome Tochtzin, “al que habían encomendado en Tenochtitlan las muy importantes funciones de maestro de canto y dirigente de la ceremonia del teocali o pulque sagrado…”, tal como lo infiere Alfredo López Austin en su libro Hombre-Dios, una de las más bellas exaltaciones y de los más completos rastreos eruditos en la cultura vital prehispánica (en torno al mito de Quetzalcóatl, joven dios con destino de bailarín). O tal vez fue la comunidad, cualquier comunidad del mundo, en cualquier época, la que hizo aparecer espontáneamente, mediante movimientos del cuerpo, nuevos o ancestrales, las significaciones de las que impregna ese espacio concreto que, al ser danzado, deja de ser vacío y se convierte en ámbito, posesión y expresión cultural de sus participantes. La pose misma de Xochipilli, príncipe de las flores, dios mexica de la danza y del juego, indica un hurgamiento del cielo con la mirada y con los miembros del cuerpo en pleno reto o en súplica o conminación para el reconocimiento del orden espacial que implica su humanidad.

Al penetrar en estos temas, pareciera que imaginamos todo; bien podríamos interpretar esta actitud, ante la ausencia de datos objetivos, científicos, como el reconocimiento de la eterna curiosidad humana para descubrir la verdad: nos inventamos momentos y mundos de los que somos diseñadores y participantes, legos y especialistas; los interpretamos y más tarde, los datos científicos, objetivos, corroboran una parte o una totalidad de nuestros aciertos. Y en seguida recordamos o acudimos al acto dancístico: volvemos los ojos en dirección a los danzantes en la fiesta, la calle, el tinglado multicolor de la pista, el tablado, el escenario, las calles del carnaval, los juegos infantiles. Y vemos esa inconsciente, involuntaria danza de los deportistas en campo abierto o en espacio cerrado; o sus movimientos conscientes, corporales, en pleno dominio de situaciones, secuencias, instantes… Creemos recordar peripecias de nuestro propio cuerpo o reproducciones de cuerpos idos, originales, que comenzaron a moverse, a intensificar su expresividad, a ponerles nombre a los movimientos, a establecer las coreografías; seres humanos que codificaron sus preparativos y movimientos, sus procesos de capacitación.

La gente suda limpiamente y se desvive por danzar; de sus cuerpos emana inesperada sabiduría. Observamos, pensamos, participamos en las danzas que vemos, que se llevan a cabo alrededor nuestro. Gozamos y pensamos. Experimentamos y tratamos de explicar(nos) la danza.

Los elementos de la danza

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