Читать книгу Un asunto más - Alberto Giménez Prieto - Страница 10
ОглавлениеCapítulo X
Leonor consiguió establecer contacto con el subinspector Pozas, al poco que Teresa, crispada, hubiera desistido de conseguirlo. Leonor tomó el relevo y, en su segunda llamada, lo consiguió, le saludó efusivamente a pesar de la brusquedad con que Arturo respondió preguntando que dónde era el fuego para que tuviera más de veinte llamadas perdidas desde altas horas de la madrugada. La voz de Leonor sonó dulce y alegre, con lo que conseguía que sus interlocutores, por enojados que estuvieran, acabaran arrinconando el enfado para dirigirse a ella con similar agrado y cariño. De este modo estuvo conversando con el policía, relatándole en términos casi gozosos la experiencia que acababan de sufrir —resultaba inaudita la templanza que empleaba la misma mujer que poco antes había estado a punto de increpar a las fuerzas de seguridad desde la ventana—. Cuando consideró que Pozas estaba calmado le pasó el teléfono a Teresa que, aunque se creía inmunizada a los encantos de su amiga, su enfado había ido perdiendo la presión que se fue generando en su interior ante la incomunicación del policía, mientras sus compañeros tiraban por tierra su trabajo de los últimos meses.
—Hola Teresa. ¿Qué me dice Leonor que ha pasado?
—Ya lo has oído, ha pasado que tus colegas se han cargado nuestro trabajo de casi un año y total para nada, no creo que hayan sacado nada en claro y, eso sí, han espantado a los que estábamos vigilando. Parece que trabajen para ellos.
—Espera… espera un poco, descríbeme los detalles de lo sucedido y a mí no me culpes, que no tenía… no tengo noticias de esa operación… estoy en Madrid.
Durante diez minutos, Teresa completó el relato sin dejar de relacionarlo con los perjuicios que sufrieron sus investigaciones, que sí eran perfectamente conocidos por Arturo Pozas. Conforme lo relataba, Teresa se iba tranquilizando. Cuando acabó recordó haber apuntado la matrícula del coche de la pija que estuvo fisgando por allí, le pidió a Arturo que averiguara a quién pertenecía ese coche.
Unos minutos después, Pozas llamó para responderle.
—Ese coche pertenece a Borja Coronado Franco, sin antecedentes penales, con domicilio precisamente en la casa que vigiláis. Es un Range Rover Sport, o sea que costará cerca de cien mil euros. Por cierto, tiene dos iguales: el que viste tú era rojo y el otro es azul. ¡Joder!, también tiene un Bentley, el niño no camina descalzo.
—Oye Arturo, ¿puedes averiguar si por esta zona tiene algún otro inmueble?
—Sí, si tienes un poco de paciencia, en un cuarto de hora te digo algo. Y si me es posible averiguaré de qué iba la operación de la que me habláis. No tengo noticias de que la hayamos preparado nosotros, aunque puede que colaboráramos. Lo que ya te puedo decir es que el tal Borja es un industrial de la construcción contra el que se presentaron unas denuncias por hostigamiento a inquilinos de fincas que había comprado, aunque nunca prosperaron las investigaciones y todas las denuncias fueron retiradas. Por otras cosas solo se le ha investigado en una ocasión, en relación a posibles delitos de cohecho de un concejal, pero por eso han pasado muchos promotores y casi siempre ocurre lo mismo, salen de rositas. Con él retiraron la denuncia por falta de pruebas.
—¿De delitos de inmigración clandestina no hay nada?
—No, solo consta lo que te he dicho, según su ficha no ha roto un plato en su vida. Espera, ahora me llegan los datos de los inmuebles, aparte de la finca en Huarte. ¡Joder!, no es moco de pavo esa finca, tiene otra en la provincia de Navarra y una casa también de grandes dimensiones en la aldea de Eugi, en el valle de Esteribar, cerca de la frontera francesa.
—¡Algo como eso es lo que andamos buscando! Danos los datos de la casa, que seguramente nos vamos para allá.
Arturo le dio los datos, les recomendó cautela y se dispuso a colgar cuando le llegaron nuevos datos.
—Esperad un momento, me están llegando datos de la operación de anoche. Se inició en Cádiz, está a cargo de la guardia civil y se inició por orden de un Juez de la Audiencia Nacional. Por lo que se ve, anoche actuaron porque habían recibido un soplo de que llevarían unos treinta inmigrantes, pero cuando llegaron no encontraron a ninguno y el guardés de la casa no ha dicho ni «mu». Parece que el soplo era acertado, se han encontrado una gran cantidad de alimentos y agua dispuesta para su entrega y unas mantas, por lo que parece que los iban a transportar en un camión frigorífico.
—Sí, vimos cómo preparaba todo eso, lo tengo documentado.
—Al detenido no tardarán en soltarlo, no tienen nada contra él, a pesar de que tiene un historial bastante grueso, muchos asuntos, pero todos de poca monta, y ahora nada pendiente. Me imagino que estarán esperando a ver si se persona algún abogado que puedan relacionar con sus posibles jefes, consta que está trabajando para una sociedad dedicada al transporte contra la que tampoco hay nada.
—Nosotras vamos a ver dónde está enclavada la otra casa, a ver si es factible que se hayan desviado por allí…
—Esos ya estarán en Francia, si no están en Inglaterra o Alemania. Si vieron la casa y estaba ocupada seguirían su ruta sin parar.
Mientras, Leonor, en el mapa de carreteras, había encontrado Eugi. Comprobó que la aldea se encontraba enclavada entre dos carreteras que profundizaban en Francia: la N-121 y la N-135. Cogió el mapa y se lo puso delante a Teresa quien, después de mirarlo, asintió con la cabeza.
—¿Y cómo pudieron saber que la casa estaba tomada? Solo es factible si llegaron cuando vino la policía, estuvieron a la vista menos de una hora, debieron llegar en ese intervalo y largarse sin que la policía los detectara. Lo mismo algún vecino les avisó.
—No es así Teresa, esa gente nunca llega al sitio donde van con el cargamento sin más, siempre envían un coche por delante que comprueba que todo esté en orden, si no lo está da aviso y se largan sin más. A veces, como bien dices, tienen un vigilante en el exterior, para que les avise si hay algún problema, lo tienen bien estudiado, les va mucha pasta en eso. Además, les pueden caer muchos años si los pillan. Bueno, cuidaros. Esta noche me llevaré este teléfono por si os hago falta, pero no os acostumbréis que yo también quiero tener vida familiar, mi parienta está muy mosca con el trabajo, solo falta que mis «aficiones» la cabreen más. Hasta mañana.
—¡Espera! Arturo. ¡Espera!
—¿Qué pasa?
—Has dicho que ese Borja tiene también un Bentley, ¿verdad?
—Sí. ¿Quieres saber la matricula?
—No… No es por la matrícula, es que he recordado que anoche, cuando ya no quedaba ningún policía en el exterior de la casa, paso un coche que muy bien podría ser un Bentley. Me llamó la atención porque no es un barrio muy dado a esos coches. Pasó por la parte trasera de la casa y al rato volvió a hacerlo en dirección opuesta, como si hubiera ido a llevar a alguien, no se me ocurrió tomar la matricula, solo recuerdo que era plateado, como suelen ser esos coches
—Seguramente habrá más Bentley en Pamplona y, desde luego, es seguro que los hay en España. No obstante, es curioso que se den tantas coincidencias… Bueno, lo dicho, si os hago falta, llamáis.
Teresa y Leonor empezaron a recoger apresuradamente las pocas pertenecías que tenían allí y a meterlas en las mochilas y en la descomunal bolsa de viaje. En poco más de media hora estaban listas para salir, bajaron con toda su impedimenta y se dirigieron al viejo Renault Laguna que las esperaba en la parte trasera del edificio. Una vez en el coche, Teresa consultó el mapa de carreteras que le había mostrado Leonor. Puso en marcha el vehículo y cruzó el cauce del río Arga por un tramo anterior a su unión con el Ulzama. Llegó a la rotonda que rodeó dejando a su izquierda aquel asador donde tan buenos ratos había pasado las tres veces que pudo ir a comer, salió de la rotonda por la N-135 ya en dirección a Francia, se felicitó por no tener que atravesar Pamplona.