Читать книгу Un asunto más - Alberto Giménez Prieto - Страница 7
ОглавлениеCapítulo VII
Fátima llamó al móvil de Basilio desde Zúrich, acababa de salir de la sede del UBS en la Paraplatz y, sabiendo que no podría estar a tiempo en la cita concertada, quería avisarle.
—No podré estar en tu despacho hoy lunes, al menos a la hora que concertamos, porque un imprevisto me ha obligado a salir de España y no podré volver hasta esta misma tarde. Llegaré a Manises sobre las siete y pico, demasiado tarde para poder llegar a tu despacho.
—¿Pasamos la visita a mañana?
—Por mí estupendo, si no rompo demasiado tu agenda.
—Tendrá que ser a última hora de la tarde.
—No hay inconveniente.
—Hablé con tu marido el pasado viernes y le he requerido muy seriamente que traiga a tu hijo a Valencia para reanudar sus estudios, insistiéndole en que esperaba que lo hiciera libremente y no tener que recurrir al auxilio de los tribunales. Me dijo que había pensado traer al niño el próximo viernes y que no comprendía cómo habías tenido que movilizar un abogado para una nimiedad como esa.
—¿Ha calificado de nimiedad retener durante meses a mi hijo lejos de su madre… y del colegio?
—Sí, aunque si he de ser sincero lo noté algo preocupado cuando le dije que era abogado, aunque cuando le expliqué el motivo de la llamada pareció tranquilizarse y no perdió la tranquilidad cuando aproveché la ocasión para decirle que me habías contratado para tramitar el divorcio. No pareció otorgarle demasiada importancia. Le dije que si quería podía tramitarse de mutuo acuerdo, utilizando o no el mismo abogado. Borja me dijo que primero hablaría contigo, parecía muy estresado.
—Conmigo aún no ha hablado y desde el viernes ha tenido tiempo más que de sobra. —Fátima no le comentó que tenía dos llamadas perdidas de su marido—. En cuanto hable con él te llamaré.
Acabada la conversación Fátima tomó un taxi y se dirigió a casa de Gerard, proveedor y amigo. En otros tiempos que a Fátima se le antojaban remotos, Borja había estado celoso de él, ahora ya no le importaba el trato de su mujer y el helvético, no porque la actitud entre ellos hubiera variado, que no lo había hecho, sino, simplemente, porque a Borja ya no le importaba lo que pudiera hacer Fátima. En casa de Gerard se había hospedado Fátima a su llegada.
Fátima había viajado a Suiza porque quería que una determinada cantidad de dinero fuera lo más opaca posible. Gerard, ya veterano en esas lides, la había guiado sobre la forma de hacerlo un poco menos visible, aconsejándole que abriera una cuenta numerada en el mismo banco en que tenía el dinero a nombre de una sociedad offshore. Él mismo se encargó de constituir la sociedad y la acompañó para que el banco, del que era un cliente importante, se sintiera más presionado a realizar dicha operación, aunque ella también era una buena clienta. Cuando el directivo del banco abrió la cuenta y guardó los datos de la sociedad, Fátima iba a encomendarle el traspaso del dinero, pero, Gerard, anticipándose, se había despedido del ejecutivo y había arrastrado literalmente a Fátima fuera de la entidad.
—Ahora te vas un rato a ver escaparates, te relajas y dentro de un par de horas apareces por el banco y, al primer empleado que te atienda, le muestras las credenciales de tu antigua cuenta y le dices que traspasen ese dinero a la numerada que acabas de abrir.
—¿No podía haberlo hecho el director cuando abrió la cuenta?
—Claro que podía, pero a ti no te interesa. Ya conoce demasiados datos de tu cuenta, no hace falta que sepa el dinero que se deposita en la misma. Porque en principio aquí las cuentas numeradas, aunque no sean ilegales, no son un producto bancario al uso y por eso te he acompañado, solo se practica con algunos buenos clientes. Solo las puede abrir algún alto empleado que es quien llega a enterarse del verdadero titular de la cuenta, los datos que tú le has dado quedarán guardados a buen recaudo. La gran mayoría de empleados nunca llegarán a saber quiénes son los titulares de la cuenta, pero tampoco te interesaba que ese ejecutivo que la ha abierto conozca de primera mano todos los datos así, tan fácilmente, aunque si quiere puede saberlo en cualquier momento.
—¿Entonces puedo hacer transferencias desde otro sitio?
—Lo aconsejable es que las hagas desde este mismo banco, aunque sea desde otra sucursal, porque si las haces desde otro banco, necesariamente habrás de decir el nombre del beneficiario, de lo contrario el procedimiento informático la rechaza. Así que ahora te das una vuelta por aquí y dentro de un rato entras y haces la transferencia, luego te espero en casa para comer y te llevo al aeropuerto.
No estaba segura de las consecuencias que le acarrearía lo que estaba haciendo, estaba transfiriendo todo el dinero que Borja le había entregado para blanquear en los últimos dos años. Lo había blanqueado y lo había ingresado en una serie de cuentas de las que eran titulares Ahmed, uno de los socios de Borja, el propio Borja y ella, para terminar en la que acababa de abrir cuyo número conocía solo ella. Estaba segura de que aquel dinero pertenecía únicamente a Borja, aunque, según él, la mayor parte era de su socio. A ella le constaba que no era así, los socios de Borja, desde hacía más de cuatro años habían creado su propio sistema de blanqueo, que les salía más barato que el que les propuso Borja a través de Fátima, dado que a lo que cobraba Fátima había que sumar el bocado que se embolsaba Borja, diciéndole a sus socios que ambos costes eran lo que les cobraba Fátima, por lo que, después de unas transacciones se encontraron con que el dinero a blanquear había menguado a algo menos de la tercera parte. La conclusión estaba clara: solo blanqueaba el dinero negro de Borja y a él se lo seguía blanqueando porque lo que ella cobraba era menos de lo que le hubiera costado a través del sistema de sus socios.
Fátima sabía que ese dinero provenía de actividades muy alejadas de la legalidad, pero nunca había querido saber en qué consistían, simplemente lo blanqueaba cobrando lo acordado. El dinero era la debilidad de Fátima. Ahora, con el divorcio, iba a dejar de blanquearle el dinero y ella, aunque ambiciosa, tenía suficientes beneficios con sus tiendas y sus arriendos. No quería complicarse la vida en un negocio en el que no era la que más ganaba.
Comió en casa de Gerard, en una zona de gran concentración de grandes mansiones casi siempre rodeadas de grandes superficies forestales o ajardinadas. Fue una comida frugal y rápida, sin que ello descartase la exquisitez. El vuelo partía a las 17 horas y, aunque no debía facturar, cabían complicaciones en la ruta al aeropuerto.
Durante el trayecto intercambiaron comentarios sobre el problema de la ausencia de Guillermo y acabaron hablando del divorcio de Fátima. A él le alegró saber que su amiga se había decidido a tramitarlo, él ya se lo había recomendado en varias ocasiones y no, como hubiera pensado Borja, porque estuviera liado con su mujer, Gerard era homosexual reconocido desde hacía varias décadas.
Fátima embarcó a las 17 horas en el vuelo que la depositaría en Manises poco después de las siete de la tarde.