Читать книгу Un asunto más - Alberto Giménez Prieto - Страница 3
ОглавлениеCapítulo III
Teresa está cansada, aburrida y harta de vigilar aquel caserón. y ya son muchos días, demasiados, y no adelantan nada.
La vigilia la ha entumecido, lo que, unido al sobrepeso que le aqueja, entorpece sus movimientos. Se despereza con lascivia y se restriega los ojos con fruición. Le resulta placentero el refriego, sobre todo, desde que se lo prohibió la oftalmóloga tras las múltiples conjuntivitis que la acompañan.
Recrea la mirada reconociendo lo que la rodea: la cámara fotográfica provista de teleobjetivo, los prismáticos, el grueso block de notas y el teléfono móvil en medio de aquella casa que ya empieza a resultarle familiar. Se trata de una casa casi tan vieja como aparenta. Cuando trata de ver lo que pasa al otro lado de la ventana, una repentina y densa veladura en los cristales se lo impide ¿Cómo pueden haberse ensuciado tanto los cristales en tan poco tiempo? Parpadea varias veces y la opacidad de los cristales desaparece… el sueño suele jugar esas malas pasadas.
Leonor y Teresa son miembros de una ONG rica en proyectos e ilusiones, y pobre en medios, que ha querido empezar a recomponer el mundo por el costado de los traficantes de personas.
Ellas, que habían coincidido en el transcurso de otra operación menos compleja y se habían desenvuelto razonablemente bien. Sus inteligencias son diferentes, pero se complementan y, trabajando conjuntamente, superan la suma de ambas.
Teresa peca de gula y Leonor no duda en reprochárselo. Teresa arremete contra Leonor por lo mucho que fuma, lo que le hace perder el apetito y por el tiempo que pasa, según Teresa, tratando de establecer contacto con gente a la que no conoce, y Dios sabe si llegará a conocer, por medio de Internet, Whatsapp o Twitter.
Teresa es vocacionalmente glotona, ello influye tan decisivamente en su físico que a la hora de describirlo este es el primer punto que hay que referenciar del mismo. Solo deja de comer cuando no le queda nada que llevarse a la boca o ha de compartirlo con alguien, por lo que resulta extraño que no pese más. Su peso entró hace tiempo en el territorio de la obesidad, pero ella solo admite en alguna ocasión estar aquejada de sobrepeso, jamás de obesidad, por evidente que sea con sus ochenta y tantos kilos y su metro sesenta y poco. Es indisciplinada y desordenada, lo que agrava con un entusiasmo inmoderado en todo lo que se propone, se entrega incondicionalmente a aquello que le apasiona, sea una actividad, un amante o un amigo. Su rostro es agradable, redondeado, como todo su ser, por su faz raras veces atraviesan las sombras del enojo y, cuando esto sucede, las facciones parecen contraerse a la par que mutan su color a un burdeos irreconciliable con sus ojos verde claro. Es habladora hasta el aburrimiento y atenta con sus compañeros hasta el punto de dejar de comer algo para que sean ellos quienes lo coman.
Es de inteligencia despierta, aunque poco práctica, lo que unido a su comportamiento inestable y desordenado hace que precise de alguien que constantemente le replantee las prioridades de sus obligaciones.
Leonor no solo se diferenciaba físicamente, que así era: delgada casi filiforme, amante de los espejos y de los posados fotográficos, fumadora ocasional, según ella, lo que ocurre es que las ocasiones de fumar se solapaban, a veces hasta se amontonaban. Su imagen, que ella adora, resulta si no estrafalaria sí al menos algo extravagante en aquel cuerpo alámbrico, estirado y filiforme, rematado por un enhiesto penacho de cabellos rubios, que desmienten rotundamente su ascendencia argelina por vía materna. Su rostro parece haber recibido una lluvia de metralla, a juzgar por todos los metales que se encuentran enclavados en él. Los brillos metálicos desvían la atención de la nariz en la que quedaron patentes sus genes camitas. El color de su piel, su estatura y sus cabellos hacen pensar una procedencia escandinava, aunque su padre era de Huelva. A pesar de que no es tan inteligente como Teresa es mucho más eficiente para el trabajo que están desempeñando gracias a la autodisciplina y la estrategia instintiva de la que da abundantes muestras aparte de su abnegada dedicación a aquello que emprende. Solamente ha fracasado su voluntad ante el tabaco.
Es dialogante y, cuando no se exalta, su forma de hablar es educada, dulce, envolvente y alegre, mientras no se ve atropellada, pero cuando piensa que se está abusando de ella… en esos casos es preferible alejarse, pues toda la dulzura a la que nos tenía acostumbrados se convierte en virulencia y su boca se llena de insultos que no teme proferir contra quien sea sin tener en cuenta si la victima puede responder a ellos. En esos momentos, hasta los piercings parecen querer huir de ella.
* * *
Por decisión asamblearia, la ONG aprobó el proyecto que había presentado el grupo que encabezaba Teresa. Era una propuesta que, de conseguir los resultados que se buscaban, reportaría a la ONG la proyección social necesaria para que volvieran a dotarles de las subvenciones que les habían retirado. Por otra parte, el proyecto no precisaba de excesivas aportaciones económicas, para las que no estaba preparado el caudal de la ONG, los fondos que precisarían eran pocos, prácticamente se autofinanciaba con las aportaciones de los propios miembros del grupo y los óbolos que algunos benefactores ofrecieron cuando se les expuso el propósito.
Ellas dos habían sido las comisionadas para desarrollarlo, ambas se encontraban sin trabajo y ninguna otra persona en la ONG podía disponer del tiempo preciso, que se preveía prolongado, para dedicarlo a aquel asunto, sin percibir a cambio más que la manutención. Iniciaron arrolladoramente su desempeño, impulsadas por una ingenua ilusión de completar un objetivo, que se les antojaba asequible. Tras el tiempo trascurrido la ilusión seguía intacta, pero la falta de las gratificaciones que aportan los éxitos y el cansancio físico habían restado empuje a la quimera, que ya no consideraban tan realizable.
El objeto de su vigilancia era un conjunto de varias edificaciones, tres de ellas naves industriales, envejecidas sin haber sido usadas y orbitadas por pequeñas edificaciones auxiliares, como eran un antiguo molino, un pozo, un taller, un vestuario para trabajadores que compartía techo con lo que fue un comedor de empleados, la caseta del conserje y hasta unas perreras sin inquilinos y otros cuya finalidad no estaba nada clara. Tras las naves había una construcción residencial, claramente anterior a las demás, aunque no más deteriorada, que aparentaba ser el edificio principal del complejo y que tenía acceso por otra calle más importante. A la derecha de este último edificio se encontraba una amplia entrada para vehículos pesados, pero cegada al tránsito por una inmensa pila de elementos de construcción abandonados a su suerte. Desde esa entrada, surgen a ambos lados sendos lienzos de muro de más de cuatro metros de altura que se lanzan a abrazar la totalidad del complejo, hasta reunirse tras ella en la puerta que vigila Teresa.
Teresa y Leonor llegaron allí siguiendo la pista de unos traficantes de mano de obra africana, que se enredaban ocasionalmente en trata de blancas. Estos energúmenos entraban anualmente a la Unión Europea gran número de subsaharianos a los que desangraban económicamente por transportarlos, sin ningún tipo de garantía, a distintos países europeos, exigiéndoles antes de iniciar el viaje verdaderas fortunas, que en ocasiones alcanzaban los diecisiete mil euros por persona si el destino acordado era el Reino Unido. A estos que pueden y pagan previamente por escapar del inexistente futuro de sus países se limitan a transportarlos al país que desean, dispensándoles igual trato que a los que transportaban «a crédito». Estos últimos eran infrecuentes y solo cuando no encontraban suficientes de los primeros. Cuando no podían pagar anticipadamente lo hacían con su trabajo en un régimen, que en nada se diferenciaba de la esclavitud, a jornada completa, hasta que saldaban la deuda contraída y los avarientos intereses que se iban acumulando con el transcurso del tiempo. Algunos de ellos morían antes de haber saldado su deuda y a otros los mataban por intentar escapar a una deuda que superaba el más optimista de los pronósticos que pudieran formular.
La pista que venían siguiendo desde Tetuán las llevó a este punto, pero después de permanecer casi dos semanas allí no había llegado ni un solo transporte.
—Ha pasado por aquí una pava que parecía que también quería espiar lo que pasaba en el edificio, pero que daba el cante cosa mala —le refirió Teresa a su compañera en la única ocasión que vieron algo extraño—. Por si acaso, tomé nota de la matrícula del vehículo que llevaba.
Habían arrendado una diminuta vivienda, cuyas ventanas recaían sobre el lugar a vigilar, turnándose ambas en una vigilancia que no se interrumpía desde que llegaron.
En Marruecos les señalaron algunos de los camiones y furgonetas con los que los trasladaban a España. Según creen cruzan a la península, cambiando a continuación de vehículos y al parecer era en Huarte uno de los lugares donde efectuaban esos cambios, para después con el nuevo vehículo llegar a través de Francia hasta el Reino Unido. Quieren confirmar que la casa que vigilan era un punto de reunión de los distintos medios con los que cruzaban la península.
La ONG en que militan, Dignidad y Trabajo, llevaba varios años operando en España y consiguió ser portada al poner al descubierto una red que se dedicaba al tráfico sexual desde los países del este. Pero aquel caso también sacó a relucir que en dicha red se encontraban implicados tres políticos de segunda fila y, poco después de calmarse los ecos del descubrimiento, habían dejado de percibir las escasas subvenciones que les llegaban y en la actualidad operaban con las pocas donaciones que percibían de algunos particulares, por lo que esta operación, al haberse alargado más de lo previsto, estaba resultando gravosa para la organización, de hecho, estaba a punto de suspenderse. Subsistía porque tanto Teresa como Leonor hacía tiempo que no percibían ni reclamaban el escaso emolumento que debían abonarles por su dedicación exclusiva a los trabajos de la ONG. Además, últimamente, algunos de los gastos que debían afrontar en ese cometido eran costeados por la acomodada familia de Teresa, que cedía a los periódicos sablazos de esta, por no tener enfrentamientos con ella, especialmente ahora que Teresa pronto cumpliría los veintiocho años, fecha en que recibiría la cuantiosa herencia que le había dejado una hermana de su madre, viuda de un acaudalado indiano que carecía de descendientes.
El viaje por el norte de Marruecos había durado más de dos meses para luego salir en persecución de una sombra, recorriendo distintas poblaciones del territorio peninsular como Molina del Segura, Lérida, La Rioja, Don Benito, para terminar en Huarte consumiendo todo el fondo que disponía la ONG para el proyecto.
Como no les era posible seguir a todos los camiones de los que sospecharon, habían optado por ir tras uno en que los indicios parecían más evidentes. Erraron y aquel camión, cuando lo registró la Guardia Civil, resultó no llevar inmigrante alguno. La denuncia había partido de ellas por lo que se llevaron un rapapolvo monumental, que no fue a más gracias a contactos que tenían en Madrid.
Pensaron que se podía haber hecho algún transvase en alguno de los paradores de carretera en los que los camiones aparcaban sumamente pegados unos a otros, para brindarse mutua seguridad ante los robos que se practicaban en las rutas, según decían. El desliz que supuso esa denuncia fallida puso en guardia a los transportistas ilegales, por lo que, cuando siguieron a otro camión, en una de las paradas que hizo y, mientras Teresa seguía al conductor al interior del restaurante, Leonor quedó vigilando el camión para cerciorarse de si había algún traslado.
Cuando el conductor volvió a su camión saludó a Leonor llevándose la mano a la cabeza, con el típico saludo islámico, por lo que Leonor quedó desconcertada. Cuando regresó al coche comprendió la mofa del saludo. Las cuatro ruedas de su vehículo estaban pinchadas y en la parte delantera había un gran charco: habían perforado el radiador del coche. Cuando reflexionaron sobre lo que les había ocurrido y se pusieron en contacto con el subinspector de la policía, Arturo Pozas, amigo de ambas y colaborador ocasional de la ONG— aunque a escondidas—, este las felicitó por la suerte que habían tenido, que solo hubieran dañado el automóvil, lo normal hubiera sido que los pinchazos se destinaran a ellas, pudiendo haberles costado la vida.
Acababa de echar un vistazo a la finca vigilada, tenía la sensación de que había algo extraño, algo fuera de lugar, así que volvió a mirarla, no sabía en qué consistía, pero algo había llamado su atención. Repasó concienzudamente las naves, sus ventanas, sus puertas una por una, todas estaban cerradas, como lo habían estado durante todo el tiempo que llevaba allí, observó con la misma atención el edificio principal, no había variaciones tampoco o no era capaz de percibirlas. En la constelación de pequeñas edificaciones auxiliares tampoco había habido variación. Debió ser un espejismo provocado por la estresante vigilia. Iba a abandonar su observatorio cuando se abrió la puerta que daba acceso al sótano de la casa. Por ella salió aquel pequeño hombre, casi enano, que cuidaba de la casa. Portaba una caja sobre la cabeza, al parecer pesada, y se desplazaba con precaución. Se dirigió a una de las naves, ante cuya puerta trató de mantener el precario equilibrio de la caja ayudándose de la mano izquierda, mientras con la derecha trataba de abrir la puerta esgrimiendo una llave. La caja se desequilibró y en su caída se descuajaringó esparciendo su contenido por el suelo: se trataba de latas de conserva, de las denominadas de pandereta.
Teresa reaccionó con rapidez y disparó unas cuantas fotografías, se desprendió de la cámara y cogió los prismáticos que había sobre la misma mesa, junto a un cenicero que aún apestaba a las colillas de Leonor y un vaso que contuvo el café con leche que se acababa de tomar. Pudo observar las latas que recogió el hombrecito, por el grabado supo que eran conservas de pescado, sardinas diría ella. El porteador las recogió sin dejar de mirar con recelo hacia todos los lados. Cuando las tuvo agrupadas las introdujo en la nave, salió y entornó la puerta, volvió a mirar a su alrededor, especialmente hacia la finca en la que se encontraba Teresa. Esta no temía ser descubierta, sabía que los cristales son tipo espejo, fue ese tipo de vidrio, curioso capricho en aquellas latitudes, lo que les decidió a dedicar esa habitación a la vigilancia, a pesar de ser la más grande y confortable del piso y donde se hallaba la cama más grande y cómoda, pero la reserva que proporcionaban aquellos cristales logró que destinaran para su descanso la habitación contigua, mucho más pequeña y que albergaba un camastro de ochenta centímetros, aunque con una ventana provista de cristales normales.
Que hubiera dejado entreabierta la puerta le hacía pensar que volvería, se sentó en una banqueta, de indudable procedencia hostelera, que le permitía una visión completa de lo que ocurría tres pisos más abajo, a pesar de estar sentada. El hombre, al que Leonor bautizó como Pulgarcito por su tamaño, de escasos ciento cincuenta centímetros, entró de nuevo al semisótano de la vivienda, al poco salió y se dirigió a una de las construcciones auxiliares, de la que sacó un viejo triciclo que condujo hasta el sótano, al poco salió del mismo portando un blíster con seis botellas de litro y medio de agua en cada mano y las depositó en la plataforma del triciclo. Repitió la operación tres veces, cerró con llave, trasladó el pintoresco vehículo hasta la misma nave de las latas y descargó. Caracteriza su deambular la recelosa observación que hace de todo lo que le rodea, especialmente de la finca en que se encuentra Teresa, única desde la que se puede divisar el interior de la finca en que se mueve Pulgarcito. Aprovechó el mismo medio de desplazamiento para llevar a la nave un fardo de mantas cuarteleras perfectamente plegadas. Salió y cerró la puerta y volvió a la vivienda.
Teresa, aunque creía que no volvería a salir, se quedó vigilando. Pensaba que, al fin, lo habían logrado. Sin duda estaba preparando la llegada de los inmigrantes.
El éxito que creía haber logrado tuvo consecuencias. La primera, una suerte de hiperactividad que la impulsó a mover cuantas cosas tenía a su alcance, cambiándolas de posición para, a continuación, devolverlas a la anterior; pensó que debía despertar a Leonor y contarle lo sucedido. Cuando estaba a punto de hacerlo desechó la idea: era mejor que descansara, sin duda la próxima noche sería agitada y haría falta que estuviera descansada, por lo que se dedicó a dar nerviosos paseos por la habitación y proseguir con el cambio de ubicación de los objetos que encontró a su paso. La otra consecuencia era común para éxitos y fracasos. tTenía hambre… mucha hambre, por lo que, en contra de la promesa que se había hecho a sí misma, empezó a dar cuenta de unos pastelillos industriales que se había reservado para cuando finalizara su turno de guardia.
Comprobó las fotos que había sacado, sustituyó la tarjeta de memoria de la cámara y cargó las imágenes en el ordenador que descansaba sobre la cama de matrimonio, reconvertida en mesa de trabajo por medio de un tablero de grandes dimensiones que antes estaba bajo el colchón. Allí se encontraban depositados muchos de los instrumentos de que se servían, como teléfonos, ordenador, planos y libretas de notas, aunque echaba en falta la gran cantidad de chucherías que había el día anterior y que ayudaron a Teresa a pasar la vigilia. Otra de las razones por la que habían convertido la cama en mesa de trabajo, era para evitar la tentación de aprovecharla para su función primigenia durante las velas nocturnas, tentación nada desdeñable, cuando eran tantas las horas que consagraban a velar.
Miró de nuevo a la ventana, se escuchaba una voz, lo que le forzó a mirar la calle que daba acceso al piso. Otra vez su instinto obtuvo recompensa, Pulgarcito salía del horno que había en la esquina cargado con un gran saco, que en su tiempo contuvo harina y que ahora mostraba por su parte superior extremos de barras de pan. A Teresa le apeteció comer pan en ese momento. Pulgarcito se dirigía hacia la entrada principal de su casa.