Читать книгу Un asunto más - Alberto Giménez Prieto - Страница 9
ОглавлениеCapítulo IX
Borja estaba rabioso, no aguantaba más. Parecía que el resto del mundo se hubiera puesto de acuerdo para fastidiarlo. Llevaba el peor día que recordaba en los últimos años: le había llamado Luján desde Murcia porque uno de los negros que transportaban se había vuelto loco y estaba peleándose con los otros diecinueve. El conductor de la furgoneta se había acojonado y, desesperado, había llamado a Luján.
Los conductores no conocían a Borja ni a sus socios, ni conocían sus números de teléfono; si sucedía alguna incidencia se ponían en contacto con Luján, que era el encargado de decírselo a él o a cualquiera de sus socios, aunque Luján siempre le llamaba a él. Luján constaba como el promotor de aquel negocio. Era una forma de evitar que, en caso de que la policía parara la furgoneta o alguno de los camiones, pudieran delatarlo a él o a sus socios, si el conductor cantaba, como mucho atraparían a Luján y este se quedaría calladito, si sabía lo que le convenía.
Borja tuvo que dar instrucciones a Luján para que comprobara si se podía hacer algo. Le respondió en sentido negativo: aquel tipo estaba loco de atar y era muy agresivo.
Borja le planteó un dilema: o lo calmaba o se deshacían de él.
Una hora después Luján le había vuelto a llamar y le había dicho que el cargamento ahora era de diecinueve y no de veinte, pero que había habido suerte porque el que se había perdido había pagado anticipadamente la totalidad del transporte en Tánger.
Se había solucionado el asunto, pero esas pérdidas durante el trayecto no acrecentaban la fama de fiabilidad de su transporte y les había hecho perder más de tres horas, con lo que la llegada a Huarte tendría lugar muy tarde.
Afortunadamente ese retraso había evitado que la policía los pillara con las manos en la masa.
Esa era otra, la redada en Huarte, realizada precisamente el día en que llegaba un cargamento.
La redada, se mirase desde el lado que se mirase, apuntaba a que alguien de dentro les había delatado, no sabía quién, pero la entrada a la casa precisamente en el día en que llegaba un cargamento, después de casi un mes sin utilizar aquella casa, no era un asalto hecho al azar, alguien les había avisado de que ese día llegaba cargamento. Por Luján podía poner la mano en el fuego, estaba seguro de que él no había sido. Aparte de él y sus socios, Luján era quien más tenía que perder y no solo económicamente. Luján, igual que hizo esa misma mañana, ya había hecho desaparecer a varios transportados y, de capturarlo, existían posibilidades de que se descubriera lo que había hecho con aquel negro trastornado y con unos cuantos más. A Luján esas tareas extra no le desagradaban, sentía placer al matar. Borja temía que en algún momento pudiera romper los escasos vínculos que mantenía con la cordura y arremetiera con quien tuviera más próximo, pero él no solo no le prohibía esos lances, sino que siempre los realizaba a requerimiento suyo y además le premiaba generosamente su realización.
Le daba demasiadas vueltas. ¿Qué podía pasar si uno de estos días apareciera el cadáver de un inmigrante subsahariano con evidentes signos de violencia?, se hablaría de ajustes de cuentas y el asunto se olvidaría en pocos días.
Había estado toda la noche buscando la forma de hacer el trasiego de los diecinueve africanos a un transporte capaz de llevarlos a Inglaterra sin levantar sospechas, disponía del transporte, pero le hacía falta un lugar discreto para hacerlo a su abrigo. Trató de redirigirlos hacia una vieja nave que tenían junto al embalse de Eugi, pero Luján le alertó de que por la zona había una patrulla móvil del servicio de aduanas, por lo que mantuvo circulando la furgoneta toda la noche, sin aprovisionar a sus ocupantes, tratando de encontrar un punto de encuentro seguro. Por primera vez le forzaban a hacer un transvase fuera de un recinto propio, pero en ese momento no disponía de ningún lugar que pudiera utilizar sin graves riesgos, además había tenido que ordenar que el camión que los recogiera tomara una ruta distinta a la usual de la N-135 y todo ello con la oposición de su socio Ahmed, que le recomendó, tras saber que doce de los diecinueve ya habían pagado la totalidad del transporte y los otros siete solo el cincuenta por ciento, que los dejara tirados en cualquier rincón para que se buscaran la vida por su cuenta o que ordenara a Luján que los eliminara —«Veras que contento se pone»—. Borja, consciente de que, si hacía eso, se sabría muy pronto en todo el norte de África y sería muy difícil mantener el prestigio de sus servicios y de los numerosos clientes que les esperaban cada vez que mandaba un transporte a recogerlos, había decidido enviarlos por Irún después de hacer el transbordo en una antigua nave industrial abandonada cerca de Vera de Bidasoa, que Luján decía conocer y aseguraba que allí nadie les molestaría.
Dejó en manos de Luján el aprovisionamiento de los inmigrantes para el viaje, que viajarían en un camión que los recogería, en el que iban otros nueve inmigrantes. Ninguno de los inmigrantes volvería a salir del camión hasta que estuvieran en Gran Bretaña. Allí dentro debían comer, beber, dormir y hacer sus necesidades, en un inodoro químico.
«Y, por si todo eso fuera poco —pensaba Borja—, me ha llamado ese picapleitos que había buscado la gilipollas de mi mujer para reclamarme a Guillermo y, de paso, ya metidos en harina, pedirme el divorcio, no había podido buscarse un momento más jodido. El abogaducho de mierda ha tenido la desfachatez de amenazarme, si no devuelvo inmediatamente al chaval, con denunciarme, solo faltaba que, ahora, con todo lo que está cayendo, se presente la pasma en casa a buscar a Guillermo y me pille con mierda hasta las cejas. Parece que se ha conformado cuando le he dicho que lo devolvería el fin de semana. Hasta eso va a estar jodido, para entonces tengo que estar en Londres. Me dan ganas de achucharle a Luján, pero ya tengo bastantes problemas… Bueno, ahora toca solucionar el tránsito de la «mercancía» que hay dando vueltas por toda la provincia y luego llamaré a Fátima para arreglar las cosas y que le ponga el bozal al abogado que se ha buscado».
Estaba en esos pensamientos cuando otra llamada telefónica de Luján le sacó de ellos, descolgó y comprobó que aún podían ponerse peor las cosas. El polígono industrial donde pensaban trasegar los emigrantes, estaba tomado por la policía porque había aparecido el cadáver de una prostituta dentro de un coche abandonado.
—¿Se te ocurre otro sitio? —preguntó Borja.
—A la voz de pronto no y el camión ya está en Vera, lleva más de una hora parao en la gasolinera del barrio de Zalain, lo que puede resultar sospechoso… Bueno, se me ocurre un sitio, pero nos pilla a contramano… y no sé si saldrá rentable…
—Dime, ¿qué sitio es ese?
—La antigua granja de los drogatas, la abandonada. Creo que la compró Peter…
—¡Joder Luján! Eso está en Huesca, casi en Lérida, no puedo hacer que un camión cargado de marisco con destino a Inglaterra empiece a circular en sentido contrario ¿No conoces otro sitio de ahí a Irún?
—Ninguno en que pueda entrar un camión como ese. Para la furgoneta se me ocurren muchos, pero habría que subirlos al camión a la vista de todos.
— ¿Es Ceferino quien lleva el camión?
—Sí.
—Y, ¿quién va de lanzadera del camión?
—Julien, el legionario.
—Dile que sigan su ruta con la carga que llevan y tú tienes que hacer que la furgoneta pare discretamente en cualquier parte, que les den agua, te acercas para tenerla a la vista y esperas a que yo te llame.
—Borja, ¿no estarás pensando que atravesemos Francia con la furgona? ¡No jodas!
—Cuando tú sepas lo que yo pienso, serás tú el que dirijas esto, pero, hasta entonces calla y espera, listillo.
Borja colgó, buscó en la agenda de su móvil un número, cuando lo encontró marcó.
—Peter, tengo un problema con parte de una «mercancía» que mandaba a Inglaterra, ¿no tendrás algún transporte con algo de espacio libre que vaya en esa dirección?
—Tengo unos pocos apartados a la espera de tener más género para mandarlo, solo son cuatro niñas colombianas. ¿Cuántos son los que llevas tú?
—Veinte… bueno diecinueve morenazos con ganas de comerse el mundo. Yo creo que con veintitrés ya rentabilizamos un viaje ¿no te parece?
—Bueno, las condiciones ya las conoces. ¿Estás de acuerdo, Borja?
—Sí, repartiremos los gastos.
—Pero lo pagaremos en proporción a los que manda cada uno, ¿vale?
—Ok.
—Oye Borja, lo que me falta es alguien que vaya de lanzadera. Mario tuvo ayer un accidente en Cádiz y lo voy a tener fuera de la ruta por lo menos dos meses.
—Bueno yo tengo a Luján, pero ya sabes que él cobra algo más que los demás. —Borja empezaba a ver abrirse el cielo.
—Por mí vale, en las mismas condiciones que el transporte.
—Ok.
—Preparo la carga en el camión y mando a por los vuestros. Podemos quedar mañana por la noche. Saldremos desde Barcelona vía Irún. ¿Dónde los recojo?
—Había pensado utilizar la granja de los drogatas que compraste. ¿Te parece bien?
—¡Ni se te ocurra! La he alquilado para que rueden una serie de televisión… así que ya ves lo que puede pasar si apareces por allí con unos negratas…
—Bueno, pues pasa por la nave de Eugi, anoche estaban los móviles de aduanas, lo normal es que no repitan esta noche, de todas formas, te tengo al tanto. Oye, ¿desde Barcelona el camión no llevará a nadie que le controle la ruta?
—Iré yo mismo.
—Pues nos vemos en Eugi.
—Hasta mañana.
Peter es uno de los dos socios de Borja, trabajaban juntos en las grandes operaciones, pero lo hacían cada uno por su cuenta en las de menos calado, lo que no impedía que en estas también se apoyasen cuando lo precisaban. Calcula el costo de la operación y llama a Luján.
—Vamos a ver, ahora sales zumbando hacia Eugi y compruebas que no estén por allí los de aduanas, si es así, pues no creo que repitan control en el mismo sitio dos días seguidos, haces que metan la mercancía en la nave y preparas el viaje a Inglaterra, irán en un camión de Peter que llegará mañana por la tarde, tú irás de lanzadera. Por cierto, cuando pases por Pamplona pasas por el garaje y coges el Range Rover, el depósito está lleno y en la guantera te dejaré dinero, por si te hace falta. Acuérdate de traerme justificantes. Y, otra cosa, no te tires pedos en el coche que luego no hay quien entre. En cuanto llegues a Eugi busca a Fabián o a Lorenzo, que se hagan cargo de la mercancía hasta mañana; yo, si puedo, me dejo caer por allí antes de que carguéis. ¿Está todo claro?
— ¿Tengo que quedarme en Eugi hasta que nos vayamos?
—Te quedas en Eugi, pero no en el caserón, que no quiero que te relacionen con él, te quedas en el hotel y dices que eres viajante de veterinaria. Mañana durante el día te das unas vueltas hasta la frontera para ver cómo está la cosa y mantienes el contacto con Lorenzo, para que te tenga informado de cómo está la mercancía. Tú me informas a mí cuando llegue el camión y, según hayas visto la frontera, salís por la ruta corta y cruzáis el canal por el euro túnel. Cuando hayas entregado la mercancía me llamas. ¿Lo has pillao todo?
—Sí, pero, ¿qué saco de este viaje?
— ¿Alguna vez no te he pagado lo suficiente?
—Nunca Borja, pero, ya sabes, el que no llora…
—Por cierto, quiero que a la vuelta me hagas un favor. Te pasarás por el refugio de Anselmo, yo hablaré con él para avisarle de que vas. Tienes que recoger a mi hijo, le ayudas a hacer la maleta y luego te lo llevas a mi casa de Valencia, ¿captado? Se lo entregas a su madre y le dices que yo no he podido ir porque estoy en Londres. La avisaré también a ella. Ese favor también te lo pagaré, para que no tengas que llorar.
Luján conoce a Borja desde que salió de la cárcel, había entrado con una condena por homicidio, por el único homicidio que había cometido hasta entonces, aunque en realidad se trataba de un asesinato, pero el abogado que le tocó en suerte supo aprovechar las deficiencias probatorias del fiscal y conseguir que se le condenara por homicidio imprudente. Tuvo que cumplir poco más de dos años en El Dueso.
Cuando Luján salió de prisión, Julien, que había sido compañero de celda, hacía algunos «trabajitos» para Borja y le habló a este de las virtudes que adornaban el historial de Luján. Borja, que en el momento más álgido de la burbuja se dedicaba a la construcción, lo tomó a su servicio para que se encargara de desocupar los inmuebles que compraba por cuatro perras al estar ocupados por inquilinos con contratos muy antiguos y difíciles de rescindir. Luján entendió muy pronto cuál era su misión y, en poco tiempo, los inmuebles fueron quedando vacíos y en condiciones para ser derribados y sustituidos por nuevas torres de viviendas, donde la extrema rentabilidad de los mismos enriqueció rápidamente a Borja y a los que estaban en su órbita.
Luján no dudó en utilizar cualquier medio para «convencer» a los inquilinos de lo saludable que era para ellos abandonar los inmuebles lo antes posible. Para ese trabajo contaba con molestos vecinos, que contrataba el propio Luján, y que hacían la vida imposible a los antiguos arrendatarios; desperfectos imprevistos que dejaban inservibles las viviendas y que en caso de que se investigaran siempre resultaban motivados por falta de mantenimiento que el inquilino olvidó dispensar; incendios producidos por descuidos de los arrendatarios; sin olvidar amenazas, chantajes, palizas que propiciaban algunos vecinos desconocidos y sobre todo el pánico que inspiraba el propio Luján, asolaban los vecindarios.Pero hubo, como los hay siempre y en todas partes, quienes quisieron afrontar aquellas amenazas y a esos que no dieron prioridad a su salud, consiguieron que esta fuera drásticamente truncada, por incendios, suicidios, accidentes dentro de las propias viviendas. Luján, al que le gustaba llevar las cuentas de sus «hazañas» no duda en regodearse, entre sus compañeros de oficio, de que gracias a él la seguridad social había perdido once clientes en aquella época. Trabajar para Borja era bastante seguro, el propio Borja no había pisado la cárcel.
Cuando acabó de hablar con Luján, llamo a Fátima, pero la encontró desconectada o fuera de cobertura. Borja descargó su ira en el buzón de voz, grabó barbaridades que no le diría directamente, aseguró que el fin de semana Guillermo estaría en casa, después colgó.