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EL TRABAJO
ОглавлениеAl margen de bromas sobre jubilados apoyados en la valla de la obra, pocas cosas me fascinan más que ver trabajar, observar los movimientos, procesos, herramientas, habilidades y trucos de un trabajador. Y no hablo de profesiones en sí mismas fotogénicas, espontáneamente artísticas, que merecen un blanco y negro de gran formato y adornan lo mismo una portada de suplemento dominical que un salón de clase media-alta; no me refiero a esa cuestionable estetización del esfuerzo, la fatiga, la suciedad o directamente la explotación y la miseria. A mí me fascina por igual ver en acción al conductor del autobús, la camarera que sirve ocho mesas a la vez, el pescadero diseccionando un lenguado o el instalador que siempre sabe qué cable cortar, el rojo o el azul. Me hipnotizan por igual el cirujano de precisión que el repetitivo operario de cadena de montaje.
(Escribo estas líneas con la ventana abierta, bajo el escándalo de una radial que en el patio corta baldosas).
Como no espero que el lector de Amianto comparta mi fascinación por la actividad laboral, antes de que huya de este prólogo y de este libro, le aviso: el trabajo que aquí se nos muestra es sin duda asombroso, excita nuestra curiosidad, posee belleza visual, y algo más: pertenece a una estirpe mítica, desde la fragua de Vulcano, la de quienes trabajan con el fuego y transforman la materia, hacen sólido lo líquido, vuelven inseparables cuerpos ajenos.
El autor participa de esa fascinación, acentuada por su orgullo filial, y nos muestra con detalle y riqueza verbal a Renato trabajando, soldando estructuras, tubos, depósitos de combustible donde una chispa loca podría incendiarlo todo. Lo vemos con su máscara de cristales ahumados —que todo niño ha deseado portar alguna vez, y mirar al eclipse como hacía el pequeño Alberto—, dirigiendo la llama al metal, levantando chispazos azules —que no debíamos mirar directamente, nos advertían de niños, y girábamos la cabeza al pasar junto al soldador pero no podíamos evitar una mirada rápida—. Vemos a Renato manejar herramientas cuyo solo nombre —escofina, qué nombre tan hermoso para un artilugio tan sencillo— nos atrae en nuestra ignorancia de ciertos oficios. Las herramientas que maneja el soldador, también las que atesora en casa, las que sigue usando en su tiempo libre, en su breve jubilación, las que hereda el hijo y que al ordenarlas, empuñarlas, emplearlas, le traen de vuelta la memoria de su padre más que una fotografía o una visita al cementerio.
Para contar el trabajo, para hallar su narrativa y volverlo literatura, no basta con estudiar archivos, documentos, hemerotecas, fotografías, maquinaria y fábricas. Se necesitan sobre todo fuentes orales, testimonios que relaten la entraña de esos oficios, que los encarnen en personas; porque, de lo contrario, el trabajo, sus procesos y condiciones, se escurre de lo documental, se queda fuera, inaccesible, incomprensible. Detrás de Amianto, como detrás de los mejores ensayos de sociología del trabajo (y ahí está lo que este libro tiene también de investigación), hay muchas conversaciones, las que habrá sostenido Alberto Prunetti durante la escritura, conversaciones que siempre son más que una entrevista de documentación, con aquellos colectivos más invisibilizados y desatendidos: escuchar es de alguna manera reparar.