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LA NOVELA

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Hacer memoria permite contar, restituir el relato. Contar, contarnos, para que no nos cuenten otros. Construir nuestro propio relato para no acabar comprando otros en el mercado de relatos en que vivimos. Si la crisis de la última década es, entre otras cosas, también una crisis de relato, si nos cuesta contar(nos) estas vidas fragmentadas, discontinuas e inciertas, Amianto es una buena propuesta, una posibilidad de relato propio.

Una novela (sí, es una novela) que participa del ensayo, la investigación, el reportaje, el panfleto, la biografía o la autoficción, para lograr un texto sin género definido, en el que cabe todo (es decir, una novela).

Novela manual, en el sentido de hecha con las manos: armada como una estructura de tubos soldados, encajando piezas y ajustando cada parte, con apariencia desordenada, torrencial, pero de gran precisión estructural. Habla el autor de «no aflojar las abrazaderas de la narración que aprietan como mandíbulas la pulpa leñosa de esta historia», y lo imaginamos en efecto enroscando y atornillando testimonios, documentos, voces, emociones, metáforas, hallazgos de lenguaje.

Novela política, que no social, al menos como yo entiendo la distinción: novela política sería aquella que no solo pone la mirada en un conflicto social (como hace la buena novela social), sino que además vuelve conflictiva la propia escritura, es política en su tema pero también (o especialmente) en su forma. Novela que asume que toda impugnación de un orden social (y Amianto lo es) pasa necesariamente por una impugnación del orden formal que lo legitima y reproduce. Y ese orden formal sería la novela burguesa, contra la que está escrita esta novela obrera.

Novela obrera, no solo por contar una historia obrera con protagonismo obrero y conciencia de clase, escrita por un obrero (trabajador cognitivo precario se define a sí mismo), de familia obrera y criado en barrios obreros, y que además escribe para sus iguales, para los obreros muertos, para los supervivientes, y para el nuevo proletariado de hoy. Todo esto ya sería suficiente para colocarle la etiqueta, pero si Amianto es una novela radicalmente obrera lo es por su escritura, por sus decisiones formales, por sus elecciones estéticas que son por supuesto éticas. Es una novela obrera porque evita las trampas dulces de la novela burguesa, prescinde de un realismo convencional (y comercial) que acaba siendo conservador y reproduciendo una visión (burguesa) del mundo.

Amianto nos sirve como un manual, o más bien un contramanual: todo lo que no hay que hacer si uno quiere escribir una novela obrera. Todo aquello que solemos detectar en novelas sociales bienintencionadas y que no aparece en esta. Aquí no hay paternalismo, condescendencia, obrerismo sentimentalizado, superioridad moral. No se intenta «dar voz a los sin voz» ni devolverles la dignidad, como si no anduviesen sobrados de ambas, voz y dignidad. No hay fácil épica, ni tampoco victimismo, no se subrayan literariamente los aspectos trágicos. No es una novela dramática, sombría y desesperanzadora; al contrario, contiene mucha luz, humor, energía, orgullo, momentos felices, vida.

Ni hablar de estetizar todo aquello de lo que otros autores harían altísima literatura: el trabajo mismo, lo manual, pero también la explotación, la miseria, el dolor o la muerte. Lo que no significa renunciar a toda la belleza que cabe en una historia así, que es mucha. La mirada de Prunetti no es ajena, exterior, turística. Escribe desde dentro, todo el dolor es suyo, como lo es también toda la dicha.

Una novela que, pese a resistirse a ser etiquetada, no está escrita en el vacío, desde cero, sino que se vincula orgullosamente a una tradición de literatura política y de novelas obreras. Su genealogía es fácilmente rastreable, pero estira ese hilo rojo para traerlo a este hoy inestable, y así escribir una novela que es también inestable, precaria, como nuestras vidas.

Termina aquí este prólogo en zoom. Desde el relato volvemos a replegarnos hacia la memoria, la Historia, el capitalismo, la clase obrera, la vida, la fábrica, el trabajo, el cuerpo y la mano. La mano que trabaja, la mano de Renato.

Isaac Rosa Sevilla, enero del 2020

Amianto

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