Читать книгу Las crónicas de Ediron - Alejandro Bermejo Jiménez - Страница 5
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Elira cargaba en sus hombros la presa que había perseguido durante el día. La recolocó en una posición más cómoda con un pequeño impulso de rodillas. El enorme jabalí serviría para alimentar a todo su clan durante el festín de la Luna Nueva, que tendría lugar dentro de dos noches.
A diferencia de los Altos Elfos, los elfos del bosque comían carne, aunque nunca cazaban o mataban por deporte. Veneraban a cualquier ser vivo que tuviera contacto con la naturaleza y creían que todo en el bosque estaba conectado entre sí, incluido su raza.
El jabalí se había dado cuenta tarde de la presencia de Elira cuando esta lo había abatido con una flecha directa al corazón. Los elfos del bosque habían desarrollado unas flechas capaces de penetrar la resistente piel del jabalí, atravesando su pelaje para llegar justo al punto débil del animal. La elfa se había situado de pie en la rama de un árbol cercano al lugar donde el jabalí se había parado a comer. La flecha había silbado solo un segundo, y al otro el jabalí se había tumbado de un costado; sin vida. Con un ligero salto la cazadora se había bajado de la rama, pisando las hojas que habían caído al suelo con sus pies desnudos. La elfa se había acercado al animal, arrodillándose junto a él. Había puesto una mano en el fuerte y áspero pelaje de la bestia y había pronunciado unas palabras. Elira había agradecido a la Madre Naturaleza por haberle dado este regalo, y le había pedido que ayudara al espíritu del animal. Cuando hubo acabado, había arrancado la flecha del cuerpo, guardándosela de nuevo, y había cargado con el animal a su espalda. Los elfos del bosque poseían una gran fuerza física.
Dos enormes sequoias marcaban la entrada al hogar de Elira: el clan Feherdal. A cierta altura, varias ramas sin hojas se entrelazaban, uniendo los dos árboles en un arco, dando la bienvenida a uno de los clanes de los elfos del bosque. Esta era la única manera de entrar al clan si no pertenecías a él. Aun sin murallas, Feherdal estaba protegido por densos y anchos árboles que lo rodeaban, cargados de magia antigua que desorientarían a cualquier intruso no deseado. En el extremo opuesto a la entrada, al norte, se encontraba el río Nira.
Los vigías que se escondían entre las ramas de los enormes árboles de la entrada dieron aviso de que Elira se acercaba. Cuando la elfa atravesó la entrada, un par de elfos llegaron con un carro de madera, donde Elira depositó al pesado jabalí. El carro chirrió, quejándose del sobrepeso. Las caras de sus compañeros se iluminaron al ver el animal, y rápidamente dieron las gracias de la forma en la que los elfos del bosque han hecho siempre: extendiendo la mano derecha hacia el frente, con la palma hacia el cielo, luego poniendo la mano izquierda encima de la anterior (también con la palma hacia arriba), y moviendo ambas hacia el pecho junto con una pequeña reverencia ejecutada con la cabeza y el torso. Este gesto, típico de los elfos del bosque, era usado también como un saludo honorable.
—La Madre Naturaleza nos ha honrado con esta gran presa —anunció uno de los elfos tras acabar de agradecer a Elira.
—Estoy seguro de que sabe que este año no solo celebramos el Renacimiento de la Luna, ¿verdad, Elira? —inquirió el otro, a lo que la elfa respondió soltando un bufido, y dejó a sus compañeros con el jabalí.
El clan Feherdal mostraba un movimiento ajetreado en esta época. Los miembros del clan lo recorrían cargados de comida, materiales y cualquier elemento necesario para la festividad que tendría lugar en unos días, y que el clan celebraba en cada ciclo. Muchos salían de sus casas cargados de cosas, mientras otros desaparecían para descansar un poco. Las viviendas de los elfos se encontraban en los árboles, construidas de madera, a distintas alturas. Los elfos del bosque jamás cortaban árboles para construir sus casas o herramientas, sino que utilizan el Mutualismo para obtener esos elementos. Este rasgo, propio de la raza de los elfos del bosque, les permitía conseguir una interacción con cualquier individuo biológico, sin importar la especie, y así podían comunicarse a través de esta conexión con la Madre Naturaleza. Una vez hecha esta petición, aquello que se ha pedido cobra forma si la Madre Naturaleza lo permite, ya sea un pequeño utensilio, un carro para transportar comida, o hasta una vivienda. Un elfo del bosque, al alcanzar su madurez, pedía a la Madre Naturaleza una casa. Cuando esta aceptaba, no siendo siempre en la primera petición, indicaba la bienvenida al clan y reconocía al elfo como un miembro más del bosque. Así todas las viviendas de los elfos eran únicas: los árboles estaban plagados de escaleras que rodeaban sus troncos y se abrían en diferentes direcciones. Algunas escaleras paraban directamente en la puerta de alguna casa, pero otras podían seguir hacia más altura. Las casas eran parte de los árboles; nudosas y fuertes ramas salían de los troncos, a veces uniendo varias de diversos árboles, y se moldeaban hasta adquirir la forma que el elfo deseaba. Esto provocaba que cada casa fuera única, algunas eran de una sola habitación, otras se extendían entre diferentes árboles con puentes colgantes que las unían, y otras rodeaban un tronco entero.
Elira disfrutaba caminando entre los árboles del clan, con sus pies descalzos para abrazar la tierra fértil y húmeda que cubría su hogar. El olor de una infinita variedad de flores se mezclaba en el aire, cual cóctel de aromas, y ella se embriagaba de sensaciones que solo podía comparar cuando utilizaba el Mutualismo.
Como en cada ciclo lunar, los elfos de Feherdal se preparaban para dar la bienvenida a la Luna Nueva, que marcaba una nueva fase de crecimiento y rejuvenecimiento de las plantas y los animales. Por esta razón era muy importante para los elfos del bosque celebrar el nacimiento de un ciclo. Sin embargo, durante el actual periodo que estaba a punto de acabar, dejando así paso al siguiente, se celebraría algo más: el día del nacimiento de Elira. Jamás en la historia conocida de los elfos del bosque una festividad del Renacimiento de la Luna se había compartido con el aniversario de algún miembro; este hecho tan único hacía que Feherdal estuviera en ebullición, atribuyendo el acontecimiento a una señal de la Madre Naturaleza hacia su clan.
Elira había discutido con su madre, la jefa del clan, sobre la doble celebración. La joven elfa defendía que se mantuviera la tradición de celebrar solamente el Renacimiento de la Luna, como su raza había estado haciendo siempre. En cambio, Ithiredel, su madre, se había negado rotundamente. Asumía la misma postura que el clan: la Madre Naturaleza les intentaba decir algo, y debían honrar su deseo. Después, viendo que su hija no entraría en razón, Ithiredel mandó a Elira en busca del plato principal de las celebraciones: el jabalí que ahora reposaba en el carro de madera.
Poca gente reparó en Elira mientras esta caminaba por Feherdal en dirección norte, hacia el río Nira, donde en su orilla cada año se celebraba el Renacimiento de la Luna. Pronto oscurecería, pero los miembros del clan seguían trabajando con los preparativos.
Al llegar junto al río, Elira observó una multitud de personas ocupadas con diversas tareas. Un elfo de edad avanzada indicaba a una chica joven de pelo corto y claro, con matices dorados, donde poner unos pequeños pilares de unos tres metros. Había varias personas trayendo mesas y colocándolas cerca de estos pilares. Elira vio a unos cuantos elfos sentados en el suelo, con los ojos cerrados. La elfa reconoció que estaban utilizando el Mutualismo. Cuando un elfo entra en ese estado, su cuerpo queda inmóvil y vulnerable ya que se adentra en una conexión no corpórea. Cerca de los elfos, algunas ramas emergían del suelo, entrelazándose lentamente entre ellas y enredándose en los pilares que ya estaban colocados. Se distinguían algunos capullos de flores creciendo. Por otra parte, otros elfos traían bancos y diferentes utensilios.
—¡No, no! Iliveran, ¡te acabo de explicar la colocación exacta de las columnas!
El elfo de avanzada edad tenía el ceño muy fruncido mientras hablaba con la chica del pelo claro. Después miró por encima de su hombro y vio a Elira. No tardó en apartar a Iliveran a un lado y dirigirse hacia su dirección.
—¡Elira! ¿Cómo…?
—Hola, Ewel. Un enorme jabalí acude raudo a su cita con los fuegos que le cocinarán —dijo Elira rápidamente.
Ewel paró en seco y el ceño se aflojó un poco. Elira percibió cómo tragaba saliva, y supo que no era solo saliva lo que desaparecía, sino también una preparada reprimenda.
—Bien, bien… ¡Iliveran! —gritó Ewel. Al momento, la chica apareció al lado del elfo—. La tarea de Elira ha sido llevada a cabo dentro del tiempo establecido en los preparativos. ¡Tus pilares deberían estar ya colocados correctamente!
Ewel se alejó a las dos elfas y fue corriendo hacia los que estaban colocando las mesas. Elira observó que el ceño volvía a estar en su máximo punto de fruncimiento.
—No creo que les vaya a dar un cumplido por la colocación de las mesas —empezó a decir Iliveran.
—¡Seguramente no estén alineadas correctamente con el río! —bromeó Elira.
—¡Ni que estuviera organizando su propio día de nacimiento! —dijo Iliveran mientras ponía los ojos en blanco y soltaba una ligera carajada.
Elira simuló una sonrisa, mientras Iliveran se iba a colocar los pilones restantes. Por un momento, junto a su amiga elfa, había olvidado lo que se avecinaba en unos días.
Después, se dirigió hacia el río Nira. El ancho afluente, de unos cien metros, servía de barrera del clan élfico. El río era lo suficientemente ancho como para que cruzarlo a nado fuera una ardua tarea, sumando además unas aguas salvajes e imprevisibles. Elira dirigió su mirada hacia abajo, al agua. A su derecha, en el este, apenas se veía nada pues el cielo estaba oscurecido, mientras que, mirando hacia el oeste, los tonos anaranjados del sol que ya desaparecía iluminaban aún la superficie del agua lo suficiente para vislumbrar varios peces saltando.
Justo en el medio de los diferentes escenarios, Elira se encontró con su propia mirada de ojos ámbar. El pelo largo y negro le caía por ambos lados de la cabeza, ocultando sus orejas puntiagudas. Su piel de tono verdoso apenas se podía distinguir en el reflejo del agua. Los finos labios y la nariz se desdibujaban con la corriente del río.
Una mano en la espalda de Elira la sacó de su ensimismamiento. Su madre, Ithiredel, estaba junto a ella. Así como su hija, la jefa del clan también tenía el pelo largo y negro, aunque lo cubrían bastantes vetas plateadas. Tenía ambos lados de la cabeza rapados. Su piel, también verdosa, mostraba señales de madurez, signo de una vida longeva. Un adorno de tiras de madera entrelazada cubría el pelo entrecano, pasaba por los costados rapados, y se unía en la frente, sujetando una piedra preciosa. Este adorno era el distintivo del jefe de cada clan de los elfos del bosque. Un colgante adornaba su pecho: una raíz plateada, el símbolo del clan Feherdal.
Los ojos de Elira se dirigieron hacia arriba, encontrándose con los de su madre, quien era más alta que ella. A diferencia de su hija, Ithiredel tenía los ojos de un azul muy claro, casi gris.
—Parece que Ewel lo tiene todo controlado —comentó Ithiredel mientras miraba con ternura a su hija.
—Iliveran lo está sufriendo como en cada ciclo.
Madre e hija intercambiaron una mirada silenciosa por unos segundos, aunque a Elira le pareció una eternidad. Ninguna daba el paso a iniciar la conversación que habían tenido muchas veces, y nunca habían puesto un final adecuado. Se palpaba la tensión entre ellas. Al final, fue Elira quien rompió el silencio.
—Madre… —empezó.
—La Madre Naturaleza nos ha honrado este año con algo extraordinario, hija. No deberíamos darle la espalda a un acontecimiento como este —cortó rápidamente Ithiredel, adelantándose a lo que la joven iba a decir.
—No creo que la Madre Naturaleza tenga nada planeado para mí, madre. Creo que es solo una coincidencia.
—¿Una coincidencia que jamás ha ocurrido antes? No, hija. Celebraremos este ciclo de una manera especial —dictaminó Ithiredel, cerrando el tema—. Cuando lleves esta corona y ocupes mi puesto, acabarás entendiendo lo que esto significa.
Elira tenía intención de rechistar, pero se mordió el labio. Nunca se había imaginado con ese adorno en su cabeza. Jamás le había interesado ocupar el lugar de su madre como jefa, pero su madre había hecho oídos sordos cada vez que se mencionaba el tema. Esta vez Elira decidió no decir nada.
Ithiredel se alejó de su hija, siguiendo a unos asuntos que le había traído un miembro del clan. Elira se quedó allí de pie, con una sensación de abatimiento que ya conocía; la orilla del río Nira seguía a sus espaldas, y Feherdal, en todo su esplendor, quedaba enfrente de ella. Observaba las diferentes estructuras de madera que colgaban entre los árboles; a los miembros de su clan, quienes habían empezado a encender farolillos que alumbraban los diferentes puentes y escaleras que componían y unían todo el clan. Amaba a su clan, la belleza que desplegaba cada día llenaba su corazón. Adoraba a su gente, pero no deseaba gobernarlos.