Читать книгу Las crónicas de Ediron - Alejandro Bermejo Jiménez - Страница 7
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La oscura luna lucía imponente en el cielo, rodeada de una infinidad de estrellas. Algunas parpadeaban y otras se movían dejando a su paso un rastro de luz que poco a poco se iba difuminando.
Toda la belleza del firmamento estaba siendo ignorada, pues la noche estaba llena de vida: la música envolvía todos los rincones, las risas explotaban constantemente, unidas por muchas más. Los diferentes aromas envolvían la congregación, y pequeñas mariposas de color azul, brillando gracias a la luz de las estrellas, aleteaban alegremente alrededor de vivas llamas puestas en largas antorchas. Las alegres conversaciones mantenían el nivel de risas.
Las columnas que Iliveran había colocado estaban cubiertas por diferentes plantas que se habían enredado en ellas para luego saltar de una columna a otra formando arcos. Este fenómeno había sido conseguido gracias a los elfos que habían usado el Mutualismo. Cada planta había creado una flor distinta: algunas eran pequeñas y rojas, y un característico aroma dulce emanaba de ellas. Otras, igual que las mariposas, se iluminaban de azul, y muchas otras cambiaban su color a voluntad.
Elira estaba sentada en una de las mesas junto a su madre. Observaba a todos los habitantes de Feherdal, que, por una noche, se habían unido como hacían en cada ciclo para celebrar la llegada de uno nuevo, aunque esta vez celebraban algo más. Todos se iban acercando de vez en cuando para felicitar a Elira. «¡Qué afortunada eres de cumplir años en un día tan señalado!». «Debes de estar llena de felicidad en este día, ¡y tu madre llena de orgullo!». «¡La Madre Naturaleza te ha sonreído este año!». Los comentarios de este mismo estilo resultaban ya muy repetitivos pero Elira respondía agradecida, aunque un rato después se limitó solo a ofrecer una sonrisa que ella sentía vacía. Para la elfa ese día no era diferente de cualquiera, y no podía evitar pensar en la última conversación con su madre: cada vez estaba más cerca de ocupar su lugar como líder del clan Feherdal.
—¡Elira, ven, va a empezar!
Elira no había acabado de girarse cuando Iliveran apareció y la cogió de las manos, librándola de más felicitaciones. La joven elfa la llevaba a un espacio entre las mesas, donde una multitud de mariposas revoloteaban en círculos alrededor de una columna solitaria, abrazada en su totalidad por los tallos de varias plantas que recorrían la columna en toda su altura. Las plantas mostraban sus capullos aún sin florecer.
Varios elfos se habían sentado alrededor con instrumentos musicales y en ese instante empezaron a tocar. Los espectadores quedaron en silencio y se congregaron cerca de la columna. Algunos se limitaron a escuchar las bellas melodías, pero muchos otros empezaron a bailar, entrando con gran ritmo en la zona de las mariposas.
El pelo plateado de Iliveran reflejaba los destellos azules de las pequeñas alas de los insectos cada vez que giraba sobre sí misma. Con una mirada convenció a Elira de que se uniera. La elfa sonrió, esta vez de manera sincera, y se adentró en el vivo mar que eran las mariposas. Elira disfrutaba de este momento; el mundo parecía desaparecer: solo existían las luces de los pequeños alados y la música que entraba por sus puntiagudas orejas, creando un mundo único apartado del real. Cerró los ojos y se dejó llevar por el ritmo.
Elira siguió danzando alrededor de la columna, compartiendo movimientos con varios de sus compañeros de clan y con Iliveran hasta que unos gritos de alegría y asombro hicieron que abriera los ojos. Los capullos que había en la columna se estaban abriendo. Las frágiles prisiones empezaron a temblar ligeramente, y una detrás de la otra, se abrieron con suma delicadeza liberando a minúsculas luciérnagas que salieron volando, juntándose rápidamente con las mariposas. Zumbaban entre ellas dando la sensación de bailar conjuntamente; la música se intensificó al momento. Ahora se había unido al baile la mayoría del clan.
—¡Mira cuántas luciérnagas, Elira! La Madre Naturaleza estará contenta —la felicidad de Iliveran era contagiosa.
—¡Su nacimiento es tan bello! —exclamó ella, con los ojos fijos aún en los pequeños animales que se iban esparciendo poco a poco.
—¡Cada ciclo parece que lo disfrutas más!
—¡Incluso aunque en cada ciclo cambies el lugar de la columna! Es realmente hermoso, pero ¡mira! Incluso Ewel parece que lo está disfrutando.
—El viejo cascarrabias me tiene demasiado cariño. ¿Por qué crees que me escoge en cada ciclo?
Iliveran se alejó con una sonrisa. Elira admiraba la facilidad con la que su joven compañera era feliz; siempre sonriendo a todo y siendo positiva. Elira, poco a poco, se veía contraria a esas emociones sin saber por qué.
Durante toda la noche la música no paraba de sonar y, a su vez, la comida del enorme banquete no tenía fin: diferentes salsas de frutos aparecían en las mesas, panes hechos de hojas que crujían al morderse eran untadas con las salsas. Calientes sopas emitían deliciosos aromas, y en el centro de todo, en una mesa para él solo, estaba el jabalí que había cazado Elira. Su piel había sido cubierta de varias hojas para dar sabor. Un elfo rociaba un líquido por encima del animal de vez en cuando mientras otro iba cortando trozos.
—¡Vamos, dale un bocado al plato estrella, te lo has ganado! —invitó Iliveran mientras le traía una porción.
Elira no se lo pensó dos veces y se llevó un trozo a la boca. En cuando sus dientes mordieron la carne, percibió una cantidad de sabores increíbles. Se dejó envolver por aquel delicioso aroma de hierbas. Era como si todo el bosque estuviera en ese pequeño bocado. Su lengua probó un suave y jugoso líquido que hizo que todas sus papilas gustativas tuvieran una pequeña fiesta. El siguiente trozo no tardó en llegar. Estaba exquisito.
Después de que todos hubieran probado el jabalí, tuvo lugar el inicio de los pertinentes juegos. El primero de todos fue el tiro con arco: varios participantes se agrupaban en el mismo lugar y otro elfo se apartaba. El solitario elfo utilizaba el Mutualismo y pedía a la Madre Naturaleza que hiciera aparecer diferentes objetos en diferentes lugares. Estos objetos podían ser de toda índole: desde una rama, una raíz o una extraña hoja. Para añadir más emoción, a veces el objeto aparecía unos segundos antes de desaparecer. Los participantes debían acercar el máximo número de objetivos. Sus flechas estaban decoradas con plumas de diversos colores, lo cual servía para identificar correctamente quién había acertado más.
Elira adoraba este juego, por lo que no dudó en apuntarse. Tras varios objetivos de mucha dificultad, culminó su victoria al acertar a una pepita que había sido disparada por una flor. La flecha atravesó la pepita en medio del aire, partiéndose en dos. Todo el clan aplaudió al magistral tiro.
El siguiente juego consistía en tener una conversación musical. Los participantes escogían un instrumento y se sentaban en círculo. Un juez se sentaba en medio de los músicos. Se escogía una dirección y cada uno, en su turno, debía crear una corta melodía que el siguiente debía contestar. Si era coherente, a juzgar por la persona que estaba en medio, el participante seguía. Si no, abandonaba el círculo. A medida que se iban perdiendo participantes, el círculo se hacía cada vez más pequeño hasta que se alzó un ganador, que para sorpresa de Elira, fue el anciano Ewel.
Muchos otros se atrevieron a relatar poesías o enseñar diferentes piezas que habían hecho ellos mismos. El espíritu de la noche seguía imperturbable hasta que Ithiredel, la jefa del clan Feherdal, se dispuso a hablar. Todo el mundo guardó silencio, atento a sus palabras. En cada ciclo el cabeza de un clan élfico debía dirigirse a su gente, así como a la Madre Naturaleza.
Ithiredel orientó su postura hacia el río Nira y dejó a su espalda las calmadas aguas, para mirar a todos los habitantes de Feherdal, quienes aguardaban expectantes. Su mirada estuvo un segundo más en los ojos de su hija Elira. La madre imponía esa noche, alta como era ella. Vestía una larga capa sobre sus hombros que caía hasta los pies y era arrastrada cada vez que andaba. La parte exterior estaba hecha de hojas, pero la interior tenía un color púrpura. Portaba la corona de madera en su cabeza y la pequeña joya tenía los matices anaranjados de las antorchas. En una mano llevaba un largo y nudoso cayado que acababa en un círculo con un vacío agujero en medio.
—Mi querido pueblo —empezó la jefa del clan—. De nuevo festejamos un fin de ciclo y dejamos paso al siguiente, en el cual nuestro amado bosque seguirá creciendo. Junto con todas las vidas que habitan en él seguiremos disfrutando de la paz que hay entre sus mágicos troncos. El Renacimiento de la Luna es algo muy preciado para nosotros; y esta vez ha ocurrido una cosa que jamás, en la historia de nuestro pueblo, había sucedido. Uno de nuestros miembros celebra el día de su nacimiento en el mismo día que celebramos la festividad de la Luna.
Ithiredel levantó una mano en dirección a Elira. Todo el pueblo seguía expectante de su jefa y se mantenían en silencio. Los más cercanos a la señalada dieron varias palmadas a su espalda, reconociendo las palabras de Ithiredel. La joven, con el rostro serio, miraba a los ojos de su madre.
—La Madre Naturaleza nos ha regalado este preciado momento que hemos festejado con comida y juegos —prosiguió Ithiredel—, pero es mi deber entender el porqué de este acontecimiento. Gracias a la conexión única innata de nuestra raza, el Mutualismo, he hablado con la Madre Naturaleza. Sus palabras siempre son confusas y llenas de energía, pero no he dudado al entender que mi hija, Elira, será pronto la persona indicada para llevar el título de jefa de clan.
Ithiredel esbozó una sonrisa. Algunos miembros del clan aplaudían, otros vitoreaban. Elira frunció los labios y un atisbo de furia se reflejó en sus ojos.
—Pero hasta que ese orgulloso momento ocurra, debemos seguir trabajando para mantener nuestro clan vivo y sano. Hemos conseguido sobrevivir sin ayuda de otros clanes, e incluso de las razas que habitan fuera de nuestro bosque, y desde que cortamos esos lazos gozamos de paz. Debemos seguir plantando nuestras raíces en esta tierra y junto a todos los seres vivientes que habitamos el bosque, ser uno con todos para protegerlo. Antes de dar por finalizado este Renacimiento de la Luna y empezar el nuevo ciclo hasta el siguiente, la Madre Naturaleza hablará a través de mí, ya que desea hacer un regalo a Elira.
En el momento en que acabó de hablar, Ithiredel se giró de cara al río Nira y cerró los ojos, entrando en el Mutualismo. Dado que un elfo del bosque no podía moverse una vez entraba en este estado, se quedó allí de pie durante un rato. Los minutos pasaban sin que se percibiera ningún cambio y algunos miembros del clan empezaron a cuchichear. Pero poco duraron los murmullos, pues, para sorpresa de todos, Ithiredel estaba moviendo una pierna; dando un paso hacia el río. Todos, incluyendo Elira, se sorprendiendo: «¡Se está moviendo aun estando en el Mutualismo!». «¿Cómo es eso posible?», comentaban muchos. Elira tampoco daba crédito a lo que estaba presenciando.
El movimiento era lento, pero poco a poco la pierna iba hacia su destino, y justo cuando iba a tocar la superficie del agua, una raíz emergió del río. La nudosa raíz envolvió suavemente la pierna de Ithiredel. Mientras lo hacía, la jefa del clan ya estaba moviendo la otra pierna. La madre de Elira seguía con los ojos cerrados, dentro del trance.
Una vez Ithiredel tenía raíces que salían del agua en ambas piernas, estas la llevaron a varios metros de la orilla y la giraron, enseñando su cara hacia los demás elfos. Después, una tercera raíz emergió del agua y se cogió a la base del cayado dejándolo perfectamente anclado. Ithiredel, entonces, con mucho esfuerzo y lentitud, soltó el cayado y dejó caer sus brazos.
Elira tenía a su imponente madre enfrente de ella, flotando sobre el río Nira. El cayado estaba totalmente quieto, no se apreciaba ningún movimiento. Lo único que se movía era la luna, que quedaba a espaldas de Ithiredel. Poco a poco, el astro iba completando su ciclo hasta que quedó encima de la cabeza de la madre de Elira, quedando perfectamente alineada con ella y el cayado. Entonces el cayado vibró, y de la parte superior redonda que tenía empezaron a aparecer pequeños destellos de luz que poco a poco iban juntándose entre ellos hasta que un rayo de luna totalmente blanco salió disparado del cayado e impactó en el río, en un punto muy cercano a la orilla.
Todo el mundo estaba atento a lo que sucedía, a la vez que muchos mostraban caras de incredulidad y de no entender nada. Cuando el cayado empezó a emitir los destellos, muchos evocaron algunos sonidos de sorpresa hasta que el rayo del cayado volvió a hacerlos enmudecer.
Elira, con la sensación de que alguien movía su cuerpo por ella, empezó a avanzar en dirección a su madre. Cada paso que daba era casi involuntario. Miró a su madre y esta seguía con los brazos bajados y los ojos cerrados. En el tiempo que se hizo una eternidad para Elira, esta llegó al borde del río y miró hacia las aguas. A poca distancia de la orilla había aparecido un remolino, creando un vacío exento de agua. En su interior podía apreciarse un pequeño objeto. Elira alargó un brazo y lo introdujo en el agujero. Pronto sus dedos se cerraron en el objeto, que tenía forma esférica. En el momento en que Elira sacó el objeto del río, el torbellino desapareció y el agua volvió a fluir con su curso natural.
Elira observó ahora el objeto con más detenimiento. Era un fragmento esférico de roca, de un tamaño perfecto para su mano. Su contorno era totalmente liso, aunque Elira podía notar algo en dicha esfera. No podía describir el qué, pero sabía que no era una ordinaria roca sin vida. La esfera era oscura, con ribetes verdes y blancos en su interior. A Elira le parecía ver que a veces estos ribetes se movían o desaparecían para reaparecer más tarde.
Ithiredel se encontraba ya al lado de Elira, sacándola de sus pensamientos.
—Atesora este regalo de nuestra querida Madre Naturaleza, hija.
Los miembros del clan gritaban eufóricos, celebrando el acontecimiento que acababan de presenciar. Mientras Elira seguía en la orilla, algunos habitantes se acercaron para contemplar ese extraño regalo. Elira no contestaba a ninguno de los comentarios que le hacían. Y poco a poco todos los participantes de la fiesta se fueron dispersando, cada uno a sus hogares.
El Renacimiento de la Luna había acabado, y un nuevo ciclo empezaba. No obstante, para Elira la noche no había llegado a su fin. Cortando el contacto visual con el objeto de su mano, buscó a su madre, pero no la encontró. Así que se dirigió a la casa de Ithiredel.
El hogar de la jefa del clan constaba de dos habitáculos, uno encima del otro unidos por una escalera exterior que se curvaba a medida que ascendía. El inferior era una única gran sala, destinada a recibir a los miembros del clan para cualquier tema que pudieran traer. En la parte superior era donde se encontraban los aposentos de la jefa.
Elira la encontró en la sala, dejando el cayado y quitándose la gran capa. A su alrededor había varias estanterías rebosantes de antiguos libros sobre la historia de Feherdal, Ediron, los elfos del bosque, y todas las otras razas conocidas. También había libros de contabilidad o registros del día a día del clan. Una gran silla se escondía tras un escritorio, y algunas sillas estaban ahora apartadas a un lado, pues se utilizaban para audiencias o reuniones.
—Hija, no te esperaba ahora —dijo Ithiredel algo sorprendida al verla allí.
—¿Qué se supone que es esto? —Elira enseñó la esfera a su madre—. ¿Qué he de hacer con ello?
—¿Qué has de hacer con un regalo que te ha concedido la Madre Naturaleza? Nadie ha recibido uno antes; no puedo darte una respuesta, hija.
—¿La Madre Naturaleza? Dime, madre, ¿es cierto que has hablado con ella y te ha dicho que iba a ser la nueva jefa de Feherdal? —Elira no dejó responder a su madre—. ¿O has sido tú quien ha tenido la idea de sugerirlo? ¡Jamás se había visto a un elfo moverse al estar en el Mutualismo!
—¡Basta! —gritó enfadada Ithiredel—. Debes asumir tu papel en esta comunidad, Elira.
—¿Mi papel? ¿Te has preguntado el papel que quisiera tener yo? ¡Sigues obcecada con la reclusión! Hoy mismo lo has dicho: gozamos de la paz desde que cortamos los lazos con el exterior.
—¡Y así ha sido, y seguirá siéndolo! Las alianzas con las demás razas solo nos han traído desgracias, no podemos permitir que los errores de otros sigan arrastrándonos.
—¡Ediron podría estar ardiendo fuera de nuestro bosque y no lo sabríamos! No tenemos ninguna relación con el exterior para estar informados y poder prepararnos y defendernos.
—¡La última vez que nos tuvimos que defender fue contra dragones! —Ithiredel había aumentado el volumen y se estaba poniendo roja. Avanzaba hacia Elira—. La batalla de los Cien Dragones no se libró solo en Aivorith. ¡Feherdal también sufrió el azote de esa lucha!
—¡Precisamente desde que desaparecieron los dragones, los elfos, los humanos y los enanos somos las últimas criaturas que mantenemos la mayor parte de magia de Ediron! Deberíamos estar uniéndonos. Y quiero que ese sea mi rol. Madre, abramos vías de comunicación, déjame hacer contactos con los pueblos vecinos al bosque.
—¡Jamás!
Ithiredel parecía que echaba humo. Elira sentía verdadero miedo en este momento, pero sabía que no podía ceder, necesitaba hacer ver a su madre que los canales del pasado habían muerto y Feherdal necesitaba expandirse. Así que continuó:
—¡Entonces nos extinguiremos en este bosque sin que nadie de Ediron sepa de nuestra existencia! Feherdal no puede sostenerse por sí mismo, y sabes muy bien de lo que hablo. Cada vez que hay una crisis, contactas en secreto con los demás jefes de clanes.
—¡Los asuntos con los demás clanes no te conciernen por el momento! ¡Ahora obedecerás a tu madre y señora del clan Feherdal! ¡Olvídate de las razas del exterior, y centra tu atención y lealtad en las vidas de tu clan!
—¿Las vidas de mi clan? ¡Están condenadas a desaparecer! ¡Feherdal crecería si estuviéramos comerciando, pero tu mandato nos está llevando al declive!
Elira tuvo que agarrar fuerte la esfera de su mano pues la bofetada que recibió de Ithiredel la desequilibró. Cuando recuperó el equilibro pudo ver en los ojos de su madre el arrepentimiento de lo que había hecho, pero no dio la oportunidad de que pudiera decir nada. Elira salió corriendo de la sala y bajó las escaleras que la llevaban a tierra firme. Sus piernas corrían solas sin una dirección concreta, mientras que la mente de Elira seguía puesta en la discusión que acababa de tener.
La elfa conocía que Ithiredel había llegado al cargo de jefa del clan tras la derrota y aniquilación de los dragones. Sabía también que algo que sucedió hizo que cerrara cualquier comunicación con el exterior, aunque nunca había sabido qué era. Elira era muy pequeña cuando ocurrió. Pero ahora en el más de medio siglo de vida de Elira, había visto como los recursos de Feherdal escaseaban cada vez más; dependían totalmente del Mutualismo para conseguir algo tan simple como una herramienta. Pero su madre estaba cegada a esto.
Elira se detuvo de golpe, y respirando agitadamente para recuperar el aliento, miró a su alrededor. Ya no se encontraba en el clan si no en las afueras, en algún lugar del bosque. No se había dado cuenta del momento en que había abandonado los límites del clan.
Aún sintiendo enfado en su interior, Elira se sentó en la fresca hierba. Sostuvo la esfera con sus dos manos, entre las piernas, mientras la observaba de nuevo. La superficie era totalmente lisa, no había ningún tipo de muesca o rugosidad. Mediante el tacto, podía notar esa sensación que no sabía describir. Por más que se concentraba en la esfera, no era capaz de encontrarle sentido a la sensación que emanaba de ella. De pronto, apartó los ojos del objeto que tenía entre las manos: se le había ocurrido una idea.
Cuando los elfos del bosque utilizan el Mutualismo se conectan a todos los seres vivos que tienen relación con la Madre Naturaleza, por lo que el utilizar esta conexión en el bosque, el elfo es capaz de sentir cualquier animal, insecto, o planta. Elira cerró los ojos, relajó los hombros, y espiró. La conexión vino al momento.
Todo a su alrededor parecía palpitar, rebosante de vida y de movimiento. Los colores naturales habían desaparecido y en su lugar había luces de más o menos intensidad, de un tono azulado. Estas luces denotaban la ubicación de cada ser vivo del bosque. Ella podía sentir tanto la ardilla que enterraba su bellota como las hormigas que llevaban comida. También entraba en contacto con los miles de árboles del bosque, viendo como su luz fluía desde la más pequeña de las hojas, pasando por los robustos troncos, y llegando a las largas raíces. En el Mutualismo todos eran uno; se entendían sin necesidad de hablar u otra manera de comunicación. El árbol entendía que debía dar la bellota a la ardilla para que pudiera alimentarse. También entendía que debía dar refugio a las hormigas entre sus raíces. La interacción entre los seres era única, beneficiándose mutuamente.
Gracias a esta conexión, Elira podía interactuar con todos los seres vivientes vinculados a la Madre Naturaleza. Podía penetrar en la luz de la ardilla y experimentar lo que el animal sentía. Podía entrar en contacto con un árbol y pedirle que creara una cuchara de madera. La petición de creación podía no funcionar. Los elfos del bosque creían que estaba sujeta a decisión de la Madre Naturaleza, quien juzgaba a quien hacía la petición.
Elira intentó organizar todas las vidas que había a su alrededor para así aislar la esfera que tenía en sus manos. Pero no sirvió de nada, la esfera no mostraba ningún tipo de luz con la que pudiera interactuar.
Un elfo del bosque podía estar en el Mutualismo hasta que su cuerpo físico aguantara. No podían cortar a voluntad la conexión, si no que debían pedir a la Madre Naturaleza permiso para volver a sus cuerpos. Sin embargo, Elira no quería pedir volver a su cuerpo. Se quería quedar allí y olvidar, fusionarse mentalmente con el bosque y ser uno con ellos, evitando así enfrentarse de nuevo a los problemas. Le parecía más sencillo ocultar bellotas que enfrentarse de nuevo a su madre.
Elira siguió a la ardilla mientras esta iba danzando por el bosque. Cada vez se alejaba más de su cuerpo, pudiendo notar su propia luz iluminando un pequeño claro. La ardilla iba saltando entre algunas ramas caídas, parando a veces y poniéndose sobre sus dos patas traseras, olisqueando. Elira sabía que la notaba, pero la ardilla era sabedora de que Elira no le haría daño. Así que, cuando la elfa notó el miedo en la ardilla, se preocupó. El animal notaba una amenaza, y como él, otros. Podía ver luces en el cielo aleteando, mientras volaban en dirección contraria hacia donde iba la ardilla inicialmente.
La joven dejó a su amigo roedor, que ya había empezado a correr en la dirección en que había venido, y se elevó hasta los pájaros que huían juntos. Gracias a ellos lo pudo ver: ¡humo! Parecía que venía de Feherdal. Rápidamente, Elira volvió hacia su cuerpo y pidió a la Madre Naturaleza que cortara la conexión.
No sucedió nada.
Elira volvió a pedirlo, rogando incluso, pues si había pasado algo en Feherdal, debía ayudar a su clan.
No sucedió nada.
La elfa, además de frustrada, estaba asustada. «¿Qué está provocando ese humo? ¿Hay un incendio? ¿Qué lo habrá ocasionado?», se preguntaba Elira mientras intentaba pedir a la Madre Naturaleza que la liberara del Mutualismo. La conexión no se cortaba, y Elira estaba cada vez más ansiosa.
Trató de volver a pedir con más fuerza que se rompiera la conexión del Mutualismo, con más frecuencia, y explicando el posible problema de su clan. Por alguna razón seguía en el trance; algo la retenía y no debía permitir seguir así más. Elira se dirigió hacia su cuerpo e intentó entrar en él. Era una idea desesperada. No ocurrió nada.
La desesperación era máxima. Podía oler el humo gracias a los animales que se alejaban de él. «Algo grave está pasando», pensaba. Con todas sus fuerzas, se concentró en su propio cuerpo. Intentó olvidar cualquier otra vida alrededor de ella. Parecía que no sucedía nada, hasta que notó algo. De la sorpresa paró, pero al instante volvió a concentrarse. Lo que había notado antes, apareció enseguida. Se centró en esa sensación y no la dejó ir. Poco a poco podía entender lo que sentía: ¡era la esfera que tenía en sus manos! Con gran esfuerzo, Elira perseguía el objeto. Y de pronto, el mundo volvió a tener colores. Lo había hecho, había roto el Mutualismo a su voluntad.
Sin esperar más, saltó de donde estaba, se colocó la esfera en uno de los pliegues que tenía su atuendo, y se dirigió en dirección al humo. No tardó en confirmar que Feherdal era el origen de la humareda.
Cuando traspasó corriendo los grandes árboles sequoias, se paró al instante. ¡Feherdal estaba siendo atacada! El caos era total allá donde mirara: las casas en los árboles estaban ardiendo. Elfos del clan gritaban y corrían por todos lados. Otros hacían frente a unas criaturas.
Tuvo que saltar rápidamente hacia un lado pues una de las criaturas había lanzado un tajo con su espada. La fea criatura, de baja estatura, tenía la piel verdosa y unas facciones muy afiladas. También tenía las orejas puntiagudas, como los elfos.
La criatura recibió una flecha en el cráneo y cayó al suelo enseguida. Elira cogió su espada y se lanzó en dirección a la plaza de Feherdal. Por el camino iba lanzando golpes con la espada cada vez que se encontraba con alguna de las feas criaturas.
La plaza del clan estaba infestada de enemigos. La superioridad de criaturas era alarmante. Sus compañeros les hacían frente y poco a poco se iban sumando más elfos a la lucha. Elira no se lo pensó y se lanzó directamente a ayudar.
Pero no dio más de dos pasos cuando volvió a pararse. Una extraña figura, de estatura mayor a las verdosas criaturas y vestida de una túnica negra, estaba enfrente de su madre. Tenía la cara cubierta por una capucha. Ithiredel volvía a vestir la capa que había utilizado durante el Renacimiento de la Luna y tenía el cayado fuertemente agarrado entre sus manos. Parecía que estaba hablando con la figura misteriosa. Esta alzó una mano y agarró el cuello de Ithiredel. La levantó varios centímetros del suelo. Sus pies se movían descontroladamente en el aire y el cayado cayó al suelo.
Elira corrió para socorrer a su madre. Cada vez que algún elfo se ponía en su camino lo empujaba, y si era una criatura de aquellas, utilizaba la espada. Para ella no existía otro objetivo que llegar hasta su madre.
Cada vez se encontraba más cerca. Ithiredel parecía que perdía fuerzas pues sus pies ya no se movían tanto. Elira miró a su madre y vio que esta abrió los ojos un segundo, encontrándose con los suyos. La preocupación se reflejó en el rostro de su madre. Después, la vida de Ithiredel abandonó su cuerpo; la extraña figura había roto el cuello de la jefa del clan de Feherdal. Tras soltar el cuerpo sin vida, el encapuchado se giró hacia la joven.
Un extraño calor llegó a un costado de Elira y que, a su vez, hizo que su cabello ondeara. Un instante después, sintió que se elevaba por los aires, perdiendo la conexión visual con su madre y su asesino. Un fuerte golpe contra un árbol hizo que parara su trayectoria, cayendo de bruces contra el suelo. Todo se sumió en negro.