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Senda del río Purón – Parque Natural de Valderejo

Introducción

El Parque Natural de Valderejo es el más pequeño en tamaño de los espacios protegidos de la provincia de Álava, pero no lo es por su riqueza natural y patrimonial. En su paisaje destaca el perfil del valle moldeado por el río Purón, cuyo desfiladero es de una gran belleza y su visita muy recomendable. Los saltos que el agua crea a su paso y las pequeñas pozas de cristalinas aguas invitan a un paseo junto a su cauce.

Los bosques de pinos silvestres (Pinus sylvestris) conviven con encinas (Quercus ilex), hayas (Fagus sylvatica) y otros árboles propios de la ribera comolos chopos (Populus sp.) o fresnos (Fraxinus sp.). En lo alto de sus roquedos habita la colonia de buitres leonados más importante del País Vasco. Desde antiguo, estas zonas han estado pobladas. Aún podemos observar las huellas del paso del tiempo en el túmulo de San Lorenzo, en los restos de una calzada romana o en las pinturas medievales de la iglesia de la Ribera. En la actualidad, la actividad ganadera marca el día a día. En definitiva, el Parque Natural de Valderejo es un oasis de naturaleza y serenidad.


Descripción del itinerario

Túnel entre los árboles.

© Noemí Hortigüela

Nuestro recorrido comienza en Lalastra, en el corazón del Parque Natural de Valderejo. Se trata de un pequeño núcleo de población con un gran encanto por lo cuidado de sus construcciones tradicionales y el maravilloso entorno que lo acompaña. Un lugar que guarda celosamente el sabor de la tradición. Entre sus callejuelas podemos encontrar el Centro de Interpretación Rural, donde se pueden conocer los usos tradicionales de la zona, así como una iglesia que cuenta con un curioso reloj con una sola aguja horaria (cuya maquinaria podremos observar). Completa el conjunto un horno de leña, un potro de herrar y un juego de bolos que aún se mantiene activo en algunas épocas del año.

Después de visitar el Centro de Interpretación del parque, lugar de cuidada arquitectura donde nos informarán debidamente de todo lo referente al espacio natural, iniciamos nuestra andadura al otro lado del centro, en un camino muy bien marcado y señalizado con las flechas que nos remiten a la senda del río Purón.

Nuestros primeros pasos se dirigirán entre arbustos como el rosal silvestre o la zarzamora antes de cruzar una portilla para el ganado. Transcurridos unos cien metros, comenzará a acompañarnos un dosel de avellanos, fresnos y arces (Acer rubrum), que en verano amortiguarán nuestro calor. Tal vez nos atraigan los avellanos con sus múltiples varas, utilizadas desde antiguo para ayuda de los caminantes o para localizar aguas subterráneas en las manos expertas de los zahoríes. Si estamos a finales de verano o principios de otoño, podremos degustar alguna de sus riquísimas avellanas, fruto del conocimiento para los antiguos celtas. O tal vez sea el fresno quien capte nuestra atención; en este caso, sus hojas compuestas contrastarán con las simples y acorazonadas del avellano. Si realizamos la ruta en invierno, nos será fácil encontrar los fresnos, pues sus yemas de color negro sobresalen entre los marrones de la arboleda. Continuamos el camino y a mano izquierda surge un ramal que nos adentra en la Senda Portilla a través de una alfombra de llantenes (Plantago sp.), de los que tomaremos un puñado de hojas por si nos pica un mosquito o abeja durante la ruta, ya que si exprimimos su jugo de sus hojas notaremos un alivio al instante. El paisaje cambia en un abrir de ojos. De pronto nos hallamos bajo un denso pinar que comparte territorio con las hayas y algún acebo. El lugar invita a dirigir nuestra mirada hacia el cielo, hacia las altas copas en busca de la luz. Si cerramos los ojos, llegarán con más profundidad a nuestros oídos los sonidos armónicos de las aves que habitan este lugar. Podremos disfrutar de la calma y de la tranquilidad que emanan de este espacio. Volvemos sobre nuestros pasos y retomamos el camino inicial, que continúa flanqueado por avellanos, que ahora forman un magnífico túnel a nuestro paso y que en este tramo aparecen también acompañados por arces campestres. Si recorres este camino en otoño, anímate a coger uno de sus volátiles frutos y lanzarlo al aire para rememorar tus vivencias de infancia. Algún haya y un vetusto abedul complementan este bosquecillo, jalonados de comestibles ortigas, perfumadas madreselvas… Tras caminar unos cien metros, salimos del cobijo de los árboles y ante nuestros ojos aparece un gran valle. Los colores verdosos de los prados, de una hilera de árboles que nos indica la presencia de un curso de agua, de los pinos de las zonas de ladera o de las frondosas encinas y hayas de las partes más bajas, contrastan con los grises de las crestas rocosas de las cimas. Sobre ellas, es fácil observar el majestuoso vuelo de los buitres leonados que habitan los cresteríos. Los sonidos nos envuelven: cencerros del ganado que pasta apaciblemente, el viento que sopla libremente, los cantos de algunos pájaros cercanos… El viento nos trae algunos de los aromas del lugar: el del balsámico pino cercano, el del brezo que surge junto a nuestros pies; podemos acercarnos y disfrutar de la profundidad de su aroma. Seguimos por un sendero bien marcado; a ambos lados surgen algunos ejemplares de encinas. Si nos acercamos a alguna de ellas, podremos fijarnos en sus hojas, pequeñas y duras. Al tocarlas notaremos los pinchos que las rodean. En esta zona, muy relacionada con el ganado, han desarrollado hojas muy puntiagudas para evitar ser comidas; en algunos ejemplares podemos observar que en las partes más altas, las hojas carecen prácticamente de pinchos y son más lisas que las situadas en las partes inferiores, precisamente las que padecen la presión ganadera. A unos doscientos metros, a nuestra izquierda, surge una encina cuyo tronco y raíces están tapizados de enebro rastrero. Si tocamos sus hojas podemos ver que también pinchan, aunque de una forma más delicada. Al agacharnos junto a él, nos invadirá su inconfundible olor, muy aromático, que tal vez nos aporte relajación. También podremos encontrar algún ejemplar de enebro de porte más arbustivo. Nuestro camino prosigue de forma cómoda por un sendero de tierra y piedras que nos internará en una zona boscosa después de andar unos trescientos metros. Al llegar a este punto, tenemos varias opciones: continuar por el trazado de la ruta para descubrir el desfiladero del río Purón, volver por el mismo camino o subir por la ladera de nuestra izquierda hacia la parte más boscosa, donde los pinos y las encinas nos acompañarán en nuestro camino de vuelta, siempre por un sendero que transcurre paralelo al trazado de la ruta para evitar que nos perdamos.

Información práctica

OFICINA DE TURISMO DE VALDEGOVÍA

Arquitecto Jesús Guinea, 46

✆ +34 945 353 303

www.valdegovia.com

turismo@valdegovia.com

Punto de partida: Centro de Interpretación del Parque Natural de Valderejo, en Lalastra (Álava).

Cómo llegar: Desde Vitoria, se accede por la N-I hasta Nanclares de la Oca, donde continuamos en dirección a Salinas de Añana hasta Villanueva de Valdegovía. Allí atravesamos el Parque Natural de Obarenes-San Zadornil, en la provincia de Burgos, y después de Arroyo de San Zadornil volvemos a la provincia de Álava en la localidad de Lalastra. Dejaremos el coche en el aparcamiento situado en el inicio del núcleo poblacional, ya que es el único lugar donde está permitido estacionar.

Distancia recorrido: 1280 metros.

Época recomendada: Todo el año, sobre todo en primavera y otoño.

Dificultad: Baja.

Itinerario accesible: No.

Transporte público: Autobús desde Vitoria a la localidad de Corro. Desde allí, en taxi podremos llegar a Lalastra.

Iones negativos por cm3


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