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Monte Ulía

Introducción

Los montes Ulía y Jaizkibel (al este), separados por la bahía de Pasaia, se formaron en la misma era y por el mismo proceso, por lo que comparten muchas de sus características. La cima del monte Ulía era la principal zona de recreo de los donostiarras durante la Belle Époque, entre 1902 y 1914, motivo por el que se construyeron diferentes equipamientos. Entre ellos encontramos el antiguo campo de tiro. Los donostiarras y los turistas pudientes lo utilizaban para organizar campeonatos de puntería. La campa que hay frente al edificio, hoy en día convertido en restaurante, era el campo de tiro desde donde en un principio se soltaban palomas y posteriormente se lanzaban platos para afinar la puntería de los participantes. Actualmente, esta zona se conoce con el nombre del Tiro pichón. Otro de los equipamientos de la época es el que se conoce por su estructura octogonal como Molino, que acogió la cafetería del Chalet de las Peñas a principios del siglo XX. En aquella época contaba con una terraza de madera que se utilizaba para colocar las mesas de los clientes y que tenía unida una pasarela que permitía el acceso al mirador de la roca del Águila, situada a pocos metros. Esta gran roca y alguna otra en la misma zona se utilizaban muchos años antes como atalayas para el avistamiento de ballenas. Cuando el atalayero veía los cetáceos, encendía un fuego para avisar a los pescadores que esperaban en el puerto para salir a faenar.


Descripción del itinerario

Monte Ulía.

© Gorka Altuna

La ruta comienza en el preciso momento en el que se pisa el aparcamiento de asfalto, ya que desde ese instante comenzaremos a transitar desde las estructuras construidas por el hombre, que difuminan la percepción de nuestros sentidos, hacia ambientes naturales con gran potencial para atraer nuestra atención y disuadirnos de nuestras preocupaciones.

El aparcamiento se encuentra en un pequeño claro que se abre en el interior de un bosque de frondosas y coníferas (fresnos, castaños, laureles, robles, magnolios, tulíperos, pinos...) de todo tipo y tamaño, que sirve, al igual que el Palacio de Congresos y Auditorio del Kursaal, para presenciar el concierto, en este caso, de una orquesta sinfónica compuesta por la gran variedad de aves que habita en dicho bosque urbano.

Al igual que estas aves, cuyo hogar se sitúa entre la ciudad, el mar y el bosque según sus intereses, nosotros iniciaremos nuestro itinerario desde el parking del paseo de Ulía y avanzaremos progresivamente hasta adentrarnos en todos estos ambientes. Ambientes ligados a hábitats naturales de especies como el roble o el melojo (Quercus pyrenaica), pero que comparten también espacio con otros más relacionados con los jardines de la ciudad, donde los tulíperos de Virginia o los liquidámbar recuerdan que el monte Ulía lleva décadas sirviendo como lugar de ocio de los donostiarras y visitantes. Comenzamos cruzando la barrera para coches del camino asfaltado que se dirige al Tiro pichón. Las hortensias (plantas ornamentales del género Hydrangea) van a ser nuestras guías para reconocer esta parte del camino, ya que nos van a escoltar con sus flores azules hasta el mencionado edificio. A medida que paseamos entre el asfalto, podremos ir observando pistas de lo que nos va a ofrecer esta ruta. Las hortensias serán lo único repetitivo que nos vamos a encontrar, ya que a ambos lados del camino disfrutaremos de diferentes tipos de árboles (robles, hayas, laureles, fresnos...), espacios cambiantes que sirven de terreno de juego a los mencionados dueños del bosque, que con su canto cada vez más sonoro y más enriquecido, nos irán alejando de la realidad de la ciudad y de su multitud de estímulos artificiales. Cuando por fin lleguemos al Tiro pichón, habremos disfrutado de todo un muestrario de formas naturales, sonidos, contrastes de luz y humedad, tipos de corteza, líquenes y musgos, que decoran las rocas areniscas características de esta formación montañosa. Un aperitivo sensorial para abrir boca, como si fueran los mejores pintxos del casco antiguo donostiarra. Una vez llegamos al Tiro pichón, convertido en restaurante con una soberbia terraza, el mar Cantábrico adquiere protagonismo por su simbiosis con el frondoso bosque y la inalcanzable línea lejana que dibuja en el horizonte, el espacio de unión entre mar y el cielo. Es el momento adecuado para la reflexión, de dejarnos llevar por las sensaciones lejanas del horizonte y las cercanas del bosque, junto con los matices del azul del mar y el azul del cielo, que nos invitan a relativizar nuestras vivencias y a personalizar el momento. Desde este punto volveremos sobre nuestros pasos, pero avanzando en la transición desde el mundo natural al urbano. Ahora tomaremos el sendero de arena y barro que transcurre paralelo al camino de asfalto ya recorrido. Los abedules, las hayas, los castaños y demás árboles, junto con un firme que absorbe mejor nuestra pisada, hacen de este sendero una experiencia diferente a la vivida anteriormente y nos permite ver su cara B, pudiendo saborear detalles que habían pasado desapercibidos previamente. Este camino de tierra discurre durante 250 metros entre rocas areniscas de color amarillo, que se formaron hace cuarenta millones de años y sobre las cuales la lluvia, el salitre y el viento han ido dejando su huella en forma de oquedades y pequeños cuencos donde la lluvia se almacena temporalmente y permite el crecimiento de musgos, líquenes y microhábitats que las van moldeando y dibujando con multitud de colores. Al final de este sendero encontramos el mencionado Molino y un banco que invita a la contemplación de nuevo del mar, esta vez más cercano, y a apreciar el sonido de las olas que golpean contra las rocas y que, tal vez, se mezcle con las voces de aquellos atalayeros que avisaban de la presencia de ballenas. A partir de este punto, los maduros pinos de porte imponente y diámetros considerables cobran protagonismo, tanto en el suelo como en el cielo, ya que las acículas caídas cubren el sendero de tierra con un mullido colchón marrón, que sirve de protección a los níscalos y a otras setas cuando la humedad y el frescor del otoño se dejan sentir, y las verdes acículas perennes ocultan el cielo, tamizando la luz tan necesaria para los habitantes del sotobosque donde proliferan los helechos, una paleta de texturas y colores, que crean un ambiente mágico donde se encuentran cielo y tierra. Muy cerca, el sonido del mar, más intenso si cabe que en ocasiones anteriores, nos anima a acercarnos de forma prudente y nos recuerda que la combinación mar y tierra ha sido siempre fructuosa, como ha quedado plasmado en las recetas culinarias que tanto prestigio han dado a la cocina vasca por su potencia de sabores, texturas, matices y colores. Desde el punto más cercano al mar, giramos a la izquierda y subimos en dirección al camino asfaltado inicial por un sendero bastante transitado, que ha obligado a las raíces a sobrevivir fuera de la tierra, quedando indefensas ante las pisadas de los visitantes. Estas raíces que cruzan el sendero de un lado a otro cada pocos metros y que obligan a mantener la concentración del paseante para no sufrir un desafortunado tropiezo, no deben ser impedimento para disfrutar de la transición desde el pinar maduro hacia el bosque mixto de frondosas. Una evolución natural, permitida por la gestión humana y la pendiente a favor, nos conducirá hasta el parking en compañía, como no, del canto de los pájaros que han guiado nuestros sentidos durante todo el paseo.

Información práctica

OFICINA DE TURISMO DE SAN SEBASTIÁN

Boulevard, 8. Donostia-San Sebastián

✆ +34 943 481 166

www.sansebastianturismoa.eus

Punto de partida: Aparcamiento del monte Ulía, al final de la carretera del paseo de Ulía.

Cómo llegar: Tomamos como punto de referencia el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal, situado en la avenida de la Zurriola. Desde allí, debemos dirigirnos a pie hacia el barrio de Sagües, en el otro extremo de la playa de la Zurriola, en las faldas del monte Ulía. A la altura de la estación de servicio Larramendi, tomamos la calle Zemoria hasta encontrar unas escaleras que ascienden en dirección al monte. Desde ahí se accede al paseo Arbola, un precioso paseo peatonal que conduce hasta el parking del monte Ulía.

Distancia recorrido: 2100 metros.

Época recomendada: Todo el año. En primavera-verano destaca la frondosidad del bosque y en otoño-invierno el sonido del mar envuelve todo el recorrido.

Dificultad: Baja.

Itinerario accesible: No.

Transporte público: Sí. TB6 Taxibus Ulía (https://www.dbus.eus/es/tb6-tb6-taxibus-ulia).

Iones negativos por cm3


Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza

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