Читать книгу Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza - Alex Gesse - Страница 9
ОглавлениеBosque de Pagomakurre – Parque Natural de Gorbeia
Introducción
En un rincón de la provincia de Bizkaia (Vizcaya), se esconde un modesto y bello valle, el de Arratia. Con una población de 27 139 habitantes, acoge los caseríos más antiguos de Bizkaia en el municipio de Zeanuri y sobre sus extensas tierras se alza el macizo del Gorbeia.
Su cruz, la del Gorbeia, mide dieciocho metros de altura, símbolo del montañismo vasco, y representan los valores de la montaña y de las gentes que han poblado y cuidado estas tierras.
Nos encontramos en el Parque Natural de Gorbeia, el área natural más grande del País Vasco, declarada parque natural en junio de 1994 y que aglutina un patrimonio ecológico y cultural sobresaliente.
Hablar de sus orígenes implica hablar del mar, de un mar profundo y cálido, pues este apuesto macizo estuvo bañado por él hace más de cien millones de años. Vestigios de su historia son los legados del biotopo protegido de Itxina y la cascada de Gujuli, señas de identidad que no te dejarán indiferente.
El terreno se encuentra en el este del Parque Natural de Gorbeia, ubicado en la divisoria de aguas cántabro-mediterráneas, y acoge una gran diversidad de espacios que representan un gran valor natural, donde conviven pastizales de montaña, roquedos, humedales, bosques naturales y arroyos. Nuestro itinerario, lineal, transcurre durante casi un kilómetro entre pinos, robles, hayas y otros compañeros multicolores y con formas moldeadas. Paisajes llenos de vida, parajes cambiantes que han sabido conservar durante millones de años el olor a Arratia, el color de Bizkaia y el carácter del pueblo vasco; un lugar donde la historia y la mitología se unen para convivir desde la diferencia.
Descripción del itinerario
Árboles sacudidos por el viento.
© Johanna Maluenda
Partimos de la villa medieval de Areatza, arropada por montañas, para llegar a nuestro punto de salida, el aparcamiento de Pagomakurre. Esta experiencia de salud y bienestar de hoy empieza atravesando las mesas de piedra que hay junto al aparcamiento.
Un pasaje de floresta nos invita a entrar en este verde y orondo sendero, que pronto nos indica con su panel de madera que Atxular nos espera. Tras caminar los primeros cien metros, los más afortunados quizás puedan disfrutar del sonido de los pottokas (Equus caballus), una raza de poni presente en la cordillera Cantábrica desde el Paleolítico. Si te animas, puedes cerrar los ojos y escuchar cómo se mueve despacio su cabeza piramidal, su característico tupé, o cómo sus robustas patas se apoyan sobre la vibrante y crujiente hierba. Cerca se escucha también el sonido de las vacas y de las ovejas que pastan sobre la hierba, saboreando los manjares de esta tierra. La mitología nos recuerda que hubo un tiempo en que el Basajaun, el señor del bosque, pobló estas tierras con su pareja, la Basandere, y que ambos protegían los rebaños de ovejas con una prodigiosa fuerza. Seguimos por un pasillo de pinos esbeltos pintados de verdes ácidos y cruzamos un puente hasta topar con un riachuelo, a donde llegaremos, lenta y suavemente, como si fuéramos una rana delicada y menuda que busca tímidamente un hogar; frente a ese arroyo podemos presentir cómo las gotas de agua se evaporarían de manera sutil, despacio y con delicadeza, de la dermis de esa rana, de sus ancas, cabeza, cuello… En ese momento, mientras soñamos, el arroyo y el bosque nos regalan recuerdos de este macizo, de los ventisqueros, de los neveros que recogen agradecidos cada copo de nieve fina y suave que cae lentamente en su lecho. Continuamos el camino acompañados por los tímidos rayos de luz que consiguen penetrar a través de las ventanas que abren los arbustos y pinos, y que nos regalan luces, sombras, grises, verdes, dorados y rojizos. Es el momento de sentir: toca los recovecos, salta con tus manos y mejillas de unos a otros, roza con diferentes partes de tu cuerpo las hiedras verdes, algodonosas, tersas en sus tallos y ásperas en sus otras vertientes; explora con tus pies, si quieres desnudos, cada una de las escaleras que las raíces del lugar regalan a nuestro paseo. Reconfortados, seguimos por el sendero de tierra suave y compacta durante unos cien metros. Nos espera un universo, un espacio para fotografiar con nuestro iris, un lugar que nos recoge y donde cobran vida las formas de los árboles tupidos de verdes aceituna y de las robustas rocas. Un espacio, donde la Dama de Anboto comparte terreno de juego, aquelarres, con sus compañeras las lamias: Atxarte y Gorbeia, «lejos» y «cerca». Al salir de este espacio, obviamos la alfombra de hojas que desciende a la derecha y, en su lugar, ascendemos ligeramente por una zona de helechos juguetones y de hayas peinadas por el viento. Siente la madera, su olor y sabor a tierra, a humedad, a frutos, a coco, a aceite…, y permite que ese aroma penetre, que los rincones más pequeños de tu cuerpo lo detecten y lo procesen. Estamos en la tierra de la madera, donde las hayas trasmochas acogieron al Olentzero, un hombre bonachón, de oficio carbonero, que cada 24 de diciembre baja de las montañas para acercarse a los niños y niñas y calentarse al calor de los hogares. Una tierra donde el roble (el árbol de Gernika), con su hoja tersa y fuerte, simboliza las libertades tradicionales del pueblo. Cruzamos este paraje acompañados por el aleteo elegante y delicado de las libélulas, que nos regalan una paleta de colores cuando baten sus alas: esmeralda, celeste, lima, turquesa, zafiro, melocotón, fucsia… Movimientos lentos que nos permiten detenernos y empezar a intuir el conjunto kárstico de Gorbeia: seco, fuerte e invencible ante el tiempo y la historia. Los hayedos y humedales juegan al escondite en este paraje singular. A cien metros nos espera un tronco terso y fornido. Bajo él crece una espumosa hierba suave y aterciopelada que nos invita a observar la parte final de esta experiencia. El macizo cárstico de Itxina está sobre nosotros. El ojo de Atxular y la cueva de Supelegor son rincones acompasados por hayas, cráteres, simas… En la cueva tiene una de sus moradas la diosa Mari y las lamias que la acompañan, esos seres mitológicos con pies de pato que las narraciones dicen que acicalan sus largas melenas con peines de oro. Desde el prado, podremos avistar las formaciones rocosas e imaginar la cima del Gorbeia, monte bocinero desde donde, según las viejas tradiciones, se lanzaban señales luminosas y sonoras para convocar al pueblo a Juntas Generales. Una llanura en la que si cierras los ojos, puedes sentir el mar, su espuma, la ola izquierda de Mundaka, los flysch de Sopelana o el olor a salitre de Bermeo, del Cantábrico. Porque desde aquí, en este bosque, puedes tener la suerte de sentir la madera y el mar, que forman parte de la historia del pueblo vasco, que han forjado su carácter duro pero cálido, reservado pero afable y alegre, apegado a sus orígenes y raíces, pero acogedor y con ganas de conocer mundo. Deshaciendo el camino sobre el mismo sendero, el caminante llega al panel de Atxular, en Pagomakurre, donde, si lo desea, puede pararse a observar este maravilloso paraje mientras saborea en el merendero productos de sabores intensos que emanan de esta tierra.
Información práctica
AYUNTAMIENTO DE AREATZA
Gudarien Plaza, 7
✆ +34 946 739 010
idazkaritza.areatza@bizkaia.org
BIZKAIBUS
A3917 Bilbao-Lemoa-Zeanuri
EUSKOTREN
Línea Bilbao-Donostia, tiene paradas en Durango y Traña-Abadiño.
Punto de partida: Estacionamiento de Pagomakurre.
Cómo llegar: Desde Bilbao, hemos de tomar la A-8 y después la AP-8 en dirección a Donostia-Sebastián hasta la salida 105 (Galdakao/Vitoria-Gasteiz/N-634), donde continuaremos por la carretera N-240 hasta llegar a Areatza. Allí seguiremos por la BI-3530 hasta Pagomakurre.
Distancia recorrido: 1800 metros.
Época recomendada: Todo el año.
Dificultad: Baja.
Itinerario accesible: No.
Transporte público: No.
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