Читать книгу Cuánto pesa una cabeza humana - Alfonso Armada, Xavier Aldekoa - Страница 10

Día 3, martes 17

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En plena debacle

pasa el perro paseando a su ama

el orden de los factores

los incendios de Australia

un resplandor

la luz es una clepsidra llena de coronavirus

la monarquía se pone en modo bancarrota moral

y nosotros nos asomamos a la noche

para aplaudir a sombras como las nuestras

a los médicos

a los enfermeros

a los enterradores

a los que nos salvan de nosotros mismos.

Como si eso fuera posible.

Salvarse.

En «Shibbólet»

(espiga, contraseña),

Paul Celan habla

de la «flauta doble de la noche»

y de la «oscura

aurora gemela

en Viena y Madrid»,

como si hubiera resucitado

o yo hubiera soñado la temeridad

de tirarme también al río

a los estanques

al mar de la Costa de la Muerte:

para sujetarle por los hombros

un instante antes de.

Gracias a la lluvia

y a los parques tomados por la policía

crecerá la hierba como nunca

y brotará brutal la primavera

sin que la desfloren los poetas

gastados como una mascarilla.

«Se esparcen los pasos

(sàn bù)

cuando se sale a pasear

y se esparce el corazón

(sàn xin)

cuando uno se distrae

o se divierte.

Se esparce el corazón.

Al viento»,

anota Berna Wang

en Cosas que me explica mi madre.

¿Qué nos explicamos a nosotros?

El geógrafo Massimo Livi Bacci,

que parece vivir en tiempos de Tucídides

recuerda en el periódico

que «después de la Segunda Guerra Mundial había cinco países separados por muros. Hoy son setenta, a pesar de la globalización. En lugar de mirar las causas, miramos al destino final. No puedes vivir siempre cerrado en casa».

Cerrado,

encerrado,

en estado de sitio

decretado por el miedo.

«Ten miedo, Alfonso, ten miedo.

Por tu propio bien,

ten miedo», me decía un joven

durante el cerco de Sarajevo.

¿Era peor?

Ya lo creo.

Antes de pasar página

para adentrarme en el pedregal del día

vuelvo a Paul Celan

que me sale al encuentro

como si me estuviera esperando

con la palabra en la boca:

«Te vemos, cielo, te vemos.

Viruela a viruela

vas creciendo,

pústula a pústula.

Así aumentas la eternidad».

¿Qué vemos nosotros

desde nuestro privilegiado mirador

panóptico del pánico?

Coronavirus a coronavirus

vas creciendo

nos vas atornillando

a la silla de la conciencia.

Sigue, Celan:

«Te vemos, tierra, te vemos.

Alma tras alma

vas exponiendo,

sombra tras sombra.

Así respiran los incendios del tiempo».

Mientras hacía gimnasia

para no perder el tono vital

y los Juegos Olímpicos

la descubrí a pie de obra

en la estantería a ras de suelo.

Así llegan los aldabonazos,

cuando menos te lo esperas,

en medio de la noche

o bajo la quebradiza luz del día

el aire que respiramos

amoníaco disuelto en humo

una gasa mortal

que nos impide salir

del encierro del cuerpo,

aunque forcemos los cerrojos

de la razón

y las llaves maestras

de la sinrazón.

Es como si tuviera una cita a ciegas

con La piedad peligrosa,

donde anota Stefan Zweig

(que también se quitó de en medio

por su propia mano,

y junto a ella):

«Empezó con ese repentino tirar de las riendas. Fue por así decirlo el primer síntoma de ese peculiar envenenamiento por compasión».

Cuánto pesa una cabeza humana

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