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Día 4, miércoles 18

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Con una pluma de porcelana

made in China

como el malhadado virus

a pesar del pangolín que

perplejo

nos interpela

porque es inocente

del hambre insaciable que gastamos,

una pluma que mi hermana la ceramista

me trajo de Jingdezhen

(léase Chintechén)

antes de que el mundo

entrara en hibernación.

Con una pluma se abraza

con una pluma se cava un pozo

con una pluma se mata

con una pluma se ama

con una pluma se pincha un globo

con una pluma se llena una barriga

con una pluma se imanta un brazo

con una pluma se zarpa

con una pluma se llega

con una pluma se compadece

con una pluma se calla

con una pluma se cancelan metáforas

con una pluma se reza

con una pluma se acaba con Dios

con una pluma se funda un paraíso

con una pluma se habita un páramo

con una pluma se enciende una ventana

en el silencio clínico de la noche

cuando todo es

fuera de campo

y nos limitamos

en un abrir y cerrar de ojos

a corregir

el curso del tiempo

lo que íbamos a ser

lo que íbamos a hacer.

«¿Quién puede decir lo que es el mundo?»,

se pregunta Louise Glück,

y se responde:

«El mundo

fluye, por tanto es

ilegible»,

pero el poema

«Prisma»

se prolonga como una partitura

que cada uno

sepa o no música

debe interpretar a solas:

«un corazón al aire se construye

su casa»

y

«Al dejar entrar

a un enemigo, a través de estas ventanas

uno deja entrar

al mundo»

o

«Los sonidos del lago. Los tranquilizadores, inhumanos

sonidos del agua lamiendo el muelle»,

todavía es Louise Glück

convocándonos

en Averno

de uno en uno

sin saber

que iba también

a acompañarnos

en este tiempo de virus coronado

asediándonos

como en Sarajevo

pero sin asesinos

atrincherados

en las colinas

que es mucho peor

matándonos

matándoles

que es mucho peor

por no hablar

de todo lo que faltaba.

Pero es también

un toque de queda

una señal de alarma.

Espero, atrincherado en mi ventana,

cuando se han apagado ya

todas las luces del vecindario:

a que pase

en una bicicleta desvencijada

insomne

Cioran:

«El hombre no es sólo un animal enfermo,

sino que es el producto

de la enfermedad».

En medio de la tarde

cuando todavía

parece remediable

vuelvo a sus Cuadernos:

«Mientras no sabemos sufrir,

no sabemos nada».

¿Quién se atreve a contradecirle?

Aún peor:

¿Quién se atreve a decirlo en voz alta

justamente ahora

en medio de este aguacero de cadáveres

que son escamoteados

para que la peste

no convierta

el miedo en pánico

y el pánico libere

nuestro más íntimo credo?

Una vez más por este día

una vez más por esta noche

Louise Glück será

a pesar de los pesares

un candil

como el que Georges de La Tour

encendía

para alumbrar las caras

de sus inspiraciones:

«El hombre en la cama era uno de los muchos hombres

a los que entregué: mi corazón. La entrega de uno mismo

no tiene límites.

No tiene límites, aunque se repita».

Nos gusta pensar

que la desgracia será vencida

y nos hará más fuertes.

Nos gusta pensar

lo que nos conviene.

El geógrafo Massimo Livi Bacci

que viene de una estirpe de geógrafos

y recorrió todas las costas del mundo

dice que «la humanidad

tiene una vitalidad enorme».

Lo sabe el virus

y por eso nos ataca

con tan endiablada inteligencia,

como si nos hubiera tomado la medida.

¿Hemos sido demasiado arrogantes?

Ah, ¡cómo están siempre ahí

los dioses

acechándonos

divirtiéndose

a nuestra costa!

Para eso nos crearon.

Para eso los creamos.

Cuánto pesa una cabeza humana

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