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Día 1, domingo 15 de marzo de 2020

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Como no quiero

que nada se olvide

he abierto

un cuaderno infantil

y con una pluma estilográfica

he empezado por el principio:

Diario de un virus coronado por el miedo

en Madrid, domingo

15 de marzo de 2020,

es decir:

día 1,

primero de una era

que tal vez tenga las patas cortas como un insecto

o se convierta

en el principio

de algo

que ni sospechamos.

Todavía no sé muy bien

qué contaré aquí

como si un poema

aunque sea narrativo

tuviera algo que contar.

En la pantalla del ordenador

que es

nuestra otra ventana

al mundo

y a veces a la realidad

veo reflejado

un cielo nocturno

y al mismo tiempo

una piscina de agua pesada.

Chapoteando

como si jugara a ser Jesucristo

(todo esto es cosa mía,

sé que no le haría la menor gracia.

Lleva más de diez años muerto)

aparece mi padre:

camina sobre las aguas

del mar:

su elemento.

Su alma era un balandro.

El fantasma se me parece tanto

que debería darme miedo.

Viene desde el lugar de la experiencia

donde los coleccionistas de coleópteros

escriben con caligrafía gótica

la gran palabra que nos hace humanos:

memoria.

Pero como ellos mismos saben,

no en vano se enamoran

sufren

se emborrachan,

viven su vida, y desalojan:

cada vez que abren ese cajoncito

se altera su contenido

y a veces para siempre.

¿Por eso escribo este diario?

Empiezo la mañana haciendo gimnasia

como hacía él

y con una pieza valiosa de la herencia que

sin saberlo mis hermanos

me apropié:

su manual de belleza,

que arranca así:

«En el año 1814, el profesor sueco Ling revoluciona con sus

nuevos métodos la gimnasia de movimientos respiratorios

denominada gimnasia sueca».

Hago mi pequeña tabla

frente a la dudosa luz del día

como los presos

que no se van a rendir

y preparan

los músculos de la inteligencia

para el ring de ahí fuera

donde golpear mejor

la próxima vez.

El guionista del virus coronado

ha imaginado una película

a la altura de nuestra educación sentimental

somos carne de pantalla

y lo lamentaremos:

calles deshabitadas

replicantes

pájaros estridentes

automóviles convertidos en chatarra

oxidándose

sombras corredizas

noctámbulos

que imaginan que en los bares

se escribe un guion a su medida

ramas brotando obscenamente

como una selva

que va a recobrar la ciudad

pero eso es literatura

la muerte se ha puesto a segar

con la productividad

de un exterminador

y yo me acuerdo de mi padre

mientras escribo a tientas

tratando de averiguar

lo que no sé.

Escribe Emilio Clot

el instructor de gimnasia de mi padre:

«Cada espíritu tiene que estar constantemente alerta, observando, y la serenidad, presencia de ánimo, rapidez de juicio, determinación y dominio de sí vencen frecuentemente a la fuerza y pericia automáticas».

Una estrategia contra el virus

insidioso

contra los vaivenes del ánimo.

Palabras

líneas cortas

segadas

en busca de sentido

como si la muerte

o la vida

lo tuvieran.

«Sólo más allá de los castaños está el mundo»,

dice Paul Celan.

Ojalá cantara bajito,

como los grillos.

Como él.

Como él has de dragar cada palabra

antes de pasar página

si no quieres que a medianoche

nada tenga sentido.

No todas las frases están hechas.

Cuánto pesa una cabeza humana

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