Читать книгу Cuánto pesa una cabeza humana - Alfonso Armada, Xavier Aldekoa - Страница 13
Día 6, viernes 20
ОглавлениеHan sido tan salvajes
los podadores
como forenses.
La acacia
que se timaba con la farola
y que en noches de verano y de otoño
se dejaba mecer
y jugaba al escondite
con las hojas
ahora no es más que un muñón
metafórico
y real:
para salvarla
la han matado.
Sus hermanas de la calle rectilínea
que lleva al horizonte
ya han empezado a brotar.
Ella está muda
como un grito
que se ha quedado congelado en la boca
como un Munch cortado de cuajo.
La veo
como una hermana
con los labios sellados
pero sin líquenes
condenada
por una buena acción.
Nunca quedan sin castigo.
Así me voy preguntando
por los muertos
que no son más que un contador:
por cada sudario
un dígito que cae como una piedra
en un pozo negro.
Pero no hay ni rastro
de nombres
de vidas
de ataúdes
de velatorios
de cortejos fúnebres.
¿No tendrían que estar aquí
los trombonistas de Nueva Orleans
los saxofonistas de Kiev
pasando por nuestras calles
con crisantemos blancos en los ojales
para rendir tributo
a cada uno
a lo que se nos va
con cada aliento usurpado
por el virus
otro muerto que añadir
al calendario de los espantos?
Un adviento contra natura.
«nada cambia nada»,
anota Louise Glück en su Averno
mientras todo cambia
ante nuestros ojos
entrecerrados
abiertos con lejía
cerrados con planchas de plomo
un eyeline cobalto
un lagar lleno de uranio.
Nada cambia nunca
y sin embargo
aquí estamos
como estatuas de sal
contemplando el porvenir
con temor a ver aparecer
nuestro nombre en la subasta.
Vuelvo a Louise Glück
como si fuera un salvoconducto
para salir de uno mismo
como salen los que tienen perro
y entrar más adentro
en la espesura:
«Tuve un sueño: mi madre caía de un árbol.
Después de su caída murió el árbol:
ya había cumplido su misión.
Mi madre salió ilesa: sus flechas desaparecieron».
¿Para qué sirven los árboles?
Depende
si hablamos de la vida
o estamos en un sueño.