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3. Acerca de las infancias: algunas coordenadas conceptuales

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La investigación etnográfica se sustentó en el trabajo de campo realizado en los jardines del Movimiento, y a la vez contribuyó a visualizar un modo de entender y conceptualizar la niñez. En las páginas que siguen, recupero algunas claves y discusiones teóricas que iluminaron el análisis y la escritura.

La sociedad es conflictiva porque existe tensión de diversos intereses materiales y simbólicos, en la que la lucha por la hegemonía va configurando la trama de relaciones sociales. Es en esta urdimbre donde se disputan los sentidos por las representaciones sociales, en este caso, sobre la “niñez”. Como toda representación hegemónica, va cristalizando, consolidando e invisibilizando otros sentidos posibles. El estudio historiográfico de la vida privada realizada por Philippe Ariès y Georges Duby (1989) posibilitó que la “infancia en sociedades europeas” se convirtiera en un objeto de estudio histórico. El origen de la concepción moderna de la infancia nos permite visibilizar cómo la actitud de los adultos frente a los niños ha cambiado. El aporte de la obra de Ariés (1987) consistió en desarrollar una historia de la transformación de las diversas actitudes mentales de la familia hacia los niños. Según el historiador, se pasa de una sociedad amplificada en la que el niño, cuando apenas era capaz de valerse por sí mismo, vivía ya como adulto en medio de los mayores, “libre” en cuanto ser autónomo y productivo, a una sociedad que se encierra en núcleos familiares, privatizando la infancia y segregándola mediante diversos sistemas, principalmente el educativo, que implican la intervención de la autoridad paterna y la vida regulada por regímenes disciplinarios.

Desde otra corriente teórica –la psicohistoria–, para Lloyd deMause (1984) la historia de la infancia es una pesadilla que expresa, a través de los tratos, los modos en que se consideraba a los niños: muertes violentas, abandonos, golpes y abusos sexuales.

Según Sandra Carli (2012), la modernidad, entre los siglos XVII y XVIII, instala nuevos tipos de sentimientos, de políticas y de prácticas sociales relacionadas con los niños. Diversos autores expresan cómo estos regímenes fueron impactando en las formas de concebirlos y en los modos en que los adultos fueron tratándolos. Todos acuerdan en que los sistemas educativos modificaron el sentido de la infancia. Para Jean-Louis Flandrin (1984), el proceso de escolarización desembocó en “la infantilización” de un amplio sector de la sociedad. Philippe Ariès lo denominó un “período de reclusión”. Michel Foucault insistió en sus efectos de disciplinamiento de los cuerpos y de las conciencias, denunciado en su libro Vigilar y castigar (1975) el dispositivo carcelario, del cual hace una minuciosa descripción, y estableciendo un paralelismo con los mecanismos escolares. Émile Durkheim (1975) consideró la infancia como un fenómeno “presocial” y planteó la necesidad de una pedagogía moral que educara la supuesta naturaleza “salvaje” del sujeto infantil. Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría (1991) sostienen que la escolarización fue una “maquinaria de gobierno de la infancia” que, a partir de la obligatoriedad, produjo la definición de un estatuto, la construcción de un espacio específico, la aparición de un cuerpo de especialistas y la destrucción de otros modos de educación. La asistencia diaria y obligatoria gestó y consolidó los discursos sobre la “protección, represión, socialización y educación”.

La historia de la educación y de la pedagogía está atravesada por la tesis “acerca del niño”. Dichas disciplinas consolidan las ideas acerca de que los infantes tienen necesidades e intereses diferentes de los de los adultos, y que deben ser protegidos. Jean-Jacques Rousseau reforzó en el siglo XVIII el mito de la inocencia infantil, la cual habilitó el cuestionamiento a los castigos físicos y simbólicos, instalando la idea de respeto y cuidado. En 1762 escribe el Emilio, en el que desarrolla cómo educar a los sujetos para que no pierdan su “bondad natural y se transformen en ciudadanos” en un mundo complejo y corrupto. El filósofo suizo discrepa con las posiciones eclesiásticas y con la pedagogía jesuítica, que partían de la concepción de la existencia del pecado original. La tesis acerca de la maldad nos remite a la criminología del siglo XIX –que establece la tendencia del niño al delito– y a la pedagogía positivista, que iguala su naturaleza a la de los salvajes de las denominadas “sociedades primitivas”.

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