Читать книгу El juego de los afligidos - Andrés Colorado Vélez - Страница 12

Оглавление

III

Ahí estábamos Carolina y yo de nuevo. Por mucho que intenté conseguir calmarme con mis monólogos una vez colgué el teléfono, cuando nos encontramos en la universidad aproveché la primera ocasión para decirle, aunque de manera cifrada, la respuesta que en cuanto colgué el teléfono me hubiera gustado darle y no le di. El veneno pedía salir de la boca y yo le di salida. Debe ser por eso que el café de donde Pastora, que propuse nos tomáramos para salirle al paso al silencio que rigió después de la discusión, lo sentí más caliente y amargo de lo normal: mi lengua venenosa le dio ese sabor agrio y lo puso a hervir. Y debió ser la rabia, que me alborotó la gastritis, la culpable de que el cigarro me supiera a mierda. Por eso, aprovechando que Carolina se acercó a saludar unas amigas, me excluí del entorno, para alejarme con el humo del cigarro y la diatriba de mis monólogos… No termino de entender cómo y por qué vuelvo a caer en este círculo. Una y mil veces me repito, me prometo que no volveré a pasar por el mismo tormento… pero caigo, Get it while you can! me grita Janis Joplin cuando dudo en exceso. ¡Pero claro, cómo no voy a caer! Cómo no, si me encantan el olor, el aliento, el cuerpo y el sexo de Carolina. Me enloquece incluso. Al punto de aceptar la descarga y carga larga de agravios que traen consigo los días de la vida en pareja: que por qué no llamó, que por qué llegó tarde, que dónde y con quién estuvo ayer, anteayer, el fin de semana pasado, que quién es ésa y por qué lo está llamando, que por qué no me ha vuelto a decir un “Te Quiero Mucho”, que por qué ya no me toca como antes, que por qué oliendo diferente, que qué le pasa últimamente que anda más serio y más silencioso.

¡Pero claro, cómo no voy a caer! Si con una semana de abstinencia sexual ya no hay quién se concentre: leer, escribir y pensar se hacen actividades imposibles de hacer bien. Además, sale uno a la calle a hacer lo que sea, simplemente a caminar, por un libro a la biblioteca, a comprar cigarrillos, a pasear el perro, y a cuanta mujer ve uno, la ve hermosa. Sentadas, paradas, acostadas, en cuclillas, arrodilladas, totalmente desnudas, recién bañadas, recién levantadas en la mañana, eufóricas, ninfómanas, amorosas, en ropa interior blanca, azul, negra, roja, se las imagina uno a todas en cuanto se cruzan en el amplio panorama que abarca la mirada masculina que lleva una semana de abstinencia sexual. Y ni se diga con uno, dos o tres meses: pues hasta los calzoncillos más finos son incapaces de aguantar tanta presión. Por eso no es extraño que se le vea a uno por la calle con la lengua afuera, como a uno de esos perros criollos abandonados que recorren las ciudades latinoamericanas en busca de un charquito de agua lluvia dónde calmar la sed, mirando con recelo y envidia a la jauría que no ha jugado en vano a camelar, pudiendo mojar la suya. Porque en esos días de abstinencia no es que a veces uno tenga unos días muy lúbricos, como dice Porfirio Barba Jacob, sino que siempre son tan lúbricos, tan lúbricos, que la redondez de cualquier fruto termina por estremecerle a uno.

¡De manera que cómo no voy a caer! Get it while you can! me grita Janis. Aunque, bueno, no es solamente el sexo; amor, compañía, empatía, amistad y lealtad, y hasta el miedo y la culpa me inyectan periódicamente dosis de aguante, de resistencia, de … Que en esos días en que el lastre de la monotonía se hace más insoportable, bajo la excusa de una mala palabra, de una fea mirada o un mal recuerdo, a lo que me llevan es a repetirme una y otra vez, a mi congénito deseo de desaparecer; a las ganas de dejar todo tirado e ir por las calles, así sea como uno de esos perros criollos que vagan y no encuentran dónde calmar la sed. Como ahora en que —gracias a mi honestidad con vos, Carolina— me retumban en los oídos como balas de sicario las palabras cobardía, pusilanimidad, humildad, neohippie. Mientras tanto vos, gracias al escudo que te hacés con las palabras moralista, ataque, látigo, salís indemne de la situación, alegre como la que más. Y para rematar y no dejar lugar a dudas, argumentando que estás herida del corazón… Por poco y hay que agregar tu nombre al martirologio católico.

El juego de los afligidos

Подняться наверх