Читать книгу El juego de los afligidos - Andrés Colorado Vélez - Страница 13

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IV

De cerca, la belleza de Carolina logra abrumar. De allí que sea normal ver tanto a hombres como a mujeres girar alelados en torno a la luz de su belleza. Su belleza tiene la particularidad de ejercer una especie de fuerza de gravedad capaz de mejorar las condiciones y el ambiente de una fiesta y, a su vez, si esos son sus deseos, de eclipsarla o acabarla. Tal vez el único que podría estar al margen de dichos efectos era Julián… bueno, y aunque no totalmente, yo. Él, lo vine a saber después, porque dos años de noviazgo le habían permitido conocer las múltiples caras de Carolina, sumado, además, a su clara convicción de vivir —en un futuro no muy lejano— una vida solitaria y dedicada a los libros, lo que de uno u otro modo lo había hecho inmune. Yo, no totalmente, porque por ese entonces Claudia colmaba todas mis expectativas y teníamos el tiempo y los espacios apenas justos para ocuparnos de nuestros asuntos. Lo que me alejaba, en últimas, de la esfera de atracción de Carolina.

Sin embargo, aquella vez en el Gato Pardo yo también caí redondo en el campo gravitatorio de Carolina, capturado por su fuerza de atracción. Mientras conversábamos y tratábamos de romper el hielo inhibitorio de los recién conocidos —que yo sentía más duro y frío que nunca, a pesar de que Claudia y Julián ya se conocían— mis ojos y los de Carolina se encontraban en aquellos pasajes en que ella tomaba la palabra para repetir cómo había perdido la billetera y cuánto le preocupaba el hecho de tener que ponerse en diligencias para sacar nuevamente sus documentos. Pero era momentáneo ese encuentro, pues tanto ella como yo, en cuanto hacíamos contacto visual, girábamos —en mi caso hasta con susto— la cabeza. Fue ya pasados los minutos después de que nos tomáramos un par de cervezas y compartiéramos algunos cigarros, cuando la conversación giró en torno a otros temas, que Carolina comenzó a mirarme a mí de forma fija cada que intervenía —casi como si Claudia y Julián no existieran— y yo, a aceptar su mirada sin ningún pudor. Entonces, si bien me parecía incómoda la situación, me perdía en esos ojos brillantes que iluminaban el lienzo claro y desprovisto de pinturas y maquillaje de su rostro, resaltado por un par cejas negras y pobladas.

Hasta que sonó en el bar El Agua del Clavelito, de Jhonny Pacheco.

Las cervezas que ya nos habíamos tomado y al ambiente de fiesta que entre risas y luces de colores se formó en la pista de baile del Gato Pardo, imagino que fueron las causantes de que Carolina, no sin antes decir que esa canción a ella le encantaba, me invitara a bailar.

Si bien la pista de baile del Gato Pardo estaba algo distante de la mesa en la que nosotros nos encontrábamos y un par de columnas del edificio y varias parejas de bailarines no permitían que Claudia y Julián nos vieran bien, en un principio tomé distancia de Carolina, traicionando la postura y disposición que exigía la canción. Fue ya como a la mitad de esta, notando, cuando alcanzaba a ver por entre las otras parejas de bailarines, que Claudia y Julián conversaban en la mesa y no miraban a la pista, que, atraído por el olor y la cadencia del cuerpo de Carolina, decidí acercar —como la canción lo exigía— mi cuerpo al suyo. Entonces caí preso. Cual si fuera una culebra, el cuerpo de Carolina se enrolló en el mío, llevándome, como pocas veces me había pasado, a sentir en todo el cuerpo la mezcla de ritmos y sonidos que convergen en la salsa. Tanto así que la brisa salitrosa, el calor, los colores y los rumores del mar caribe me llegaban vivos, insuflados por la música, la danza y el cuerpo de Carolina, hasta que una erección momentánea me trajo de regreso al bar y me obligó a despegarme un poco de la cintura para abajo, no fuera a ser que provocara un malentendido… Debió haber sido que ella disfrutó tanto como yo, pues el resto de la noche, en tanto sonara en el bar una canción que exigía cercanía, contacto, entendimiento, me pedía que bailáramos, no sin antes disculparse con Carolina y Julián. A lo que yo encantado me sumergía en ese infierno de tentaciones al que su cuerpo y la música me conducían.

El juego de los afligidos

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