Читать книгу El juego de los afligidos - Andrés Colorado Vélez - Страница 15

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VI

Serían cerca de las dos de la madrugada cuando salimos del Gato Pardo, con la salsa retumbándonos en la cabeza, rumbo al oriente por la calle Barranquilla. El tiempo que pasamos juntos, el baile y la mezcla de ron y cerveza habían hecho cortocircuito. Por eso decidimos caminar mientras fumábamos y nos terminábamos de tomar la última ronda de cervezas con que salimos del bar. Con efusividad, ebriedad e improvisada musicalidad caminábamos y hablábamos, encadenando los más extraños y variados temas: que la fidelidad es una cosa de santos a la que no acceden ni siquiera las viejitas antioqueñas rezanderas; que son más fieles las mujeres que los hombres, que el mejor largometraje de Víctor Gaviria era Rodrigo D y que él, al contrario de la mayoría de los realizadores, hizo primero su obra maestra para comenzar el lento descenso por la escalera de la creación. Que es mejor cantante Ismael Rivera que Héctor Lavoe y Gardel juntos, que el sector más seguro de Medellín, a cualquier hora del día y la noche, es definitivamente Guayaquil, que Medellín era, es y seguirá siendo, de continuar por el mismo camino, una ciudad dormilona, camandulera, rezandera y acomplejada, o sea una no-ciudad; que la Universidad de Antioquia hacía mucho tiempo había dejado de ser la universidad de la gente pobre, que no es mentira del todo que las mujeres más bellas, más sexis y bobas de Colombia están en Medellín, que no hay como las vacaciones en el mar, que gracias a su tamaño la única ciudad ciudad de Colombia se llama Bogotá, que el frío es el mejor amigo de las actividades intelectuales, el buen beber y el buen vestir, que definitivamente la caterva de artistas pop colombianos que hacen patria por el mundo son puro y nada más que popó, que el periódico El Colombiano, la nonagenaria hojita parroquial de los antioqueños, es mucho más malo y amañado que cualquiera de sus perversos congéneres de patio: El Heraldo, El País, La Patria, El Mundo o El Tiempo; que lo que verdaderamente hace la diferencia entre hacer el amor y tener sexo es el tiempo que en pareja se lleva viviendo, que no hay nada más ruin que ser DJ, narrador o comentarista de deportes, sobre todo de fútbol, y nada más pobre y ruin que ser hincha de un equipo de fútbol, sobre todo del colombiano y el boliviano, que esto y que lo otro… Y así, dos rondas de cerveza más, pero ya ahí sentados cerca al negocio ambulante que permanece abierto toda la noche en la entrada de Urgencias del Hospital San Vicente, hasta que a Carolina le dio hambre y pidió que la acompañáramos mientras se comía una carne asada con arepa y quesito por cinco mil pesos en uno de esos puestos de Bolívar, al pie de la estación del metro. Pero como a esas horas el hambre de Claudia y mío era por la carne del otro, nos despedimos y nos fuimos como siempre a su casa, a su cama, a devorarnos…

Fue antes de que el sueño se apoderara de mí, mientras fumaba un último cigarrillo y observaba como la luz de la luna que a esa hora de la madrugada se metía al cuarto cada que se liberaba del cerco de nubes que amenazaban lluvia, jugando con el cuerpo duro y bronceado de Claudia, que la imagen de Carolina y Julián se me hizo presente. Estaban disgustados, andaban de pelea; eso era evidente, me había dicho Claudia que estaba al tanto de la ira de él. ¿Será por eso que a mí me pareció normal lo que le pasaría después a Julián, y que su locura, exilio y muerte me parecieron una puesta en escena escrita y dirigida por él?

El juego de los afligidos

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