Читать книгу El juego de los afligidos - Andrés Colorado Vélez - Страница 16

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VII

El sol del mediodía, que había calentado las calles y acelerado el ritmo de la vida, ha sido reemplazado por una llovizna de corta duración que refrescó el ambiente y fijó un cielo plomizo sobre el techo de la ciudad. Aprovechando el decorado, voy a la cocina por un café, y de regreso al cuarto busco entre mi desorden la cajetilla de cigarrillos L&M rojo a los que me aficioné gracias a vos, Carolina. Enciendo el último que queda y vuelvo a sumergirme en la libreta y las líneas con que intento conjurar las pesadillas de esta madrugada. Releo:

“Ahora que te tengo al frente, ahora que sé me escucharás, te voy a contar la historia, el argumento de aquel último sueño que no me dejaba dormir. Para no despertarte, entre susurros te voy a contar mi último sueño, aquel en donde aparecés vos envuelta en un vestido de flores rojas, caminando de la mano conmigo por un verde sendero que al final de la tarde se bifurca y vos tomás un camino y yo... Pero como en el sueño todo termina mal, como en el sueño nos separamos para siempre jamás, y yo no quiero regresar a esas noches de soledad y malos poemitas, entonces por ello voy a manipular, solo un poco, el final del sueño.

En el sueño —escuchame bien—, el carmín de tu vestido aparece, lentamente, detrás de un florido rosal, como el actor de un drama de suspenso que se aproxima a la escena, y es quizá debido a los purpúreos rayos que proyecta en las tinieblas de mi denso y amorfo soñar que todos mis sentidos comienzan a ocuparse de vos, que todavía no sos vos, pues mientras sigo el rastro rojo del vestido, te construyo, trazo en el blanco lienzo de tu faz, con la tinta de mis recuerdos, esos tus rasgos de mujer hermosa, diosa de mi ensueño. Una pincelada de mi mirada y entonces son tus labios carnosos, fuente de mi locura, que te pronuncian, y yo no hago sino escuchar tu melodiosa voz para seguir atrás de vos que ya caminás por un sendero verde, llenando de luz la tarde —y el sueño— toda. Dicha luminosidad, para mí nuevo amanecer, me acerca aún más a vos; y ya a tu lado, abrumado por el perfume con que impregnaste el rosal, hablo, hablo como nunca lo hice, sin los tópicos del romántico ramplón, sin las ínfulas del poetastro, sin el orgullo del macho cabrío, sin la soberbia del erudito, sin vanidad ni presunción. Ante vos desnudo el alma, hablo verdaderamente de mí, o sea de miedo, de pusilanimidad, de promesas incumplidas, de la impotencia que produce en mi ser el centelleo de tus ojos y que, por ende, me desarma para articular palabra alguna cuando pretendo hablarte de... Sí, aún ahora que te lo cuento me invade y recorre ese frío dolor, fruto de la mirada mordaz con que me vieron tus punzantes ojos negros cuando pronuncié la palabra AMOR. Sí, aún ahora, me siento y percibo como el triste borrego que ya en el patíbulo es destazado por la inmisericorde sombra de tu mirar, y me duele no poder manipular esta parte del sueño donde la burla que nacía tanto en tus ojos como en tus labios terminaba liquidándome a mí.

Aunque, bueno, esa circunstancia igual no impediría que en el sueño vos y yo continuáramos nuestro trayecto a lo largo del sendero tomados de la mano. Yo sé que puede parecer una excusa —igualmente tiendo a decírmelo en la vigilia—, pero siempre he creído que el amor es el laberinto de los laberintos, donde el tiempo y el espacio se bifurcan perpetuamente hacia innumerables e impredecibles futuros; una puerta (o sea un beso, una mala caricia, un tórrido recuerdo, las sombras de una mirada) conduce a ene desenlaces, y cada uno es el punto de partida de nuevas bifurcaciones... Por ello, igual vos y yo continuamos caminando tomados de la mano mientras nos vamos conociendo e intimando: yo y mis insomnes noches en compañía de un libro que vos asociarás con la pérdida de las más importantes horas para que la piel logre la lozanía de las rosas; vos y tus extensas y coloridas charlas en el shopping que, ante mi frugal posición sobre el mundo de la moda, percibiré profundas y tiernas, como el algodón. Mi congénito miedo a la felicidad y tu filantrópica visión de la vida; el nostálgico tango que a diario voy escribiendo con mi melancólico diario vivir, y vos y esa tú sonrisa blanca y plena, las tardes de paseos, las noches de rumbas, los amigos, las amigas. Vos siempre hermosa en tú ósea figura felina, feliz en tu presente inalterable y tu futuro envidiable, rodeada siempre de gentes y cosas lindas en el paraíso terrenal que tenés por vida, mientras yo, mi blanca soledad y mi desaliñado y descolorido aspecto, viviré preocupado siempre por el qué dirán... Y así, mientras caminamos, cariño, vamos dando un vistazo a algunas salas del laberinto de los laberintos hasta que el verde sendero se bifurca, y entonces vos tomás a la izquierda y yo a la derecha, vos me decís: “adiós, nene”; y yo, deseando una segunda parte, como las malas películas que buscan reivindicarse, digo: “hasta pronto, mi...”. Pero eso pasa en el sueño, eso es en el sueño, mi amor. Porque aquí, mientras te cuento, lo veo todo nuevamente: ni vos a la izquierda y yo a la derecha, y nada de adiós, nene, ni de segundas partes, porque esta vez el espeso flujo corre lentamente, va oscureciendo tu bermejo vestido, lo torna cárdeno gracias a mi furia que fluye a la altura del puñal, mientras suavemente voy despertando del profundo sueño, del sueño donde te amé una vez, y en el que intentás despedirte de mí. Es por eso que ahora que me escuchás, quiero que te quede clara mi única forma de decir adiós…”

El juego de los afligidos

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