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Edgar le lanzó semejante puñetazo en la mandíbula que el hombre cayó de espaldas sobre dos mesas, haciéndolas trizas. No llegó siquiera a tocar las escaleras antes de impactar contra la madera. Bajó los cuatro escalones que separaban la parte de los reservados de la pista principal y se encaminó hacia él con el semblante oscurecido.

—¡Edgar! ¡¡Edgar!! —lo llamé a voces.

Me coloqué delante de él, intentando que parase aquella locura, pero sus ojos pasaron un segundo por mí, únicamente para aniquilarme. Puse mis manos en su pecho y, con un movimiento veloz, se apartó como si quemaran. Sujetó al tipo por las solapas de su chaqueta, sin embargo, antes de pegarle el segundo puñetazo, los seguratas de la entrada aparecieron como vendavales, lanzándose encima del pobre hombre que estaba llevándose la paliza de su vida por mi culpa.

Luke apareció por una de las esquinas de la sala con cara de horror. Edgar, por su parte, se lanzó para aporrear de nuevo al hombre, que tenía la cara llena de heridas. Cogí su hombro tratando de hacer más fuerza para detenerlo, pero me fue imposible. Estaba cegado.

—Edgar, por favor, ¡para! —le supliqué.

Luke llegó a mi lado y retuvo con más ímpetu a su amigo, hasta que consiguió que lo mirase.

—Tranquilízate, tío, ¡vas a matarlo! —se alarmó.

—Llévatela de aquí —fue lo único que pronunció Edgar, con un tono que no admitía réplica.

Cuando las personas de nuestro alrededor comenzaron a ser conscientes de lo que ocurría, Lincón, desde la distancia, consiguió que desviaran su atención al espectáculo de dos hombres que follaban sobre la tarima en la que él estaba. «Todo por evitar los cotilleos al día siguiente», pensé, y estaba segura de que no me equivocaba.

Salí de la estancia arrastrada prácticamente por Luke. Al llegar a la salida, vi cómo sacaban al pobre hombre, quien se lamentaba por la cantidad de heridas que tenía en la cara, con los ojos casi cerrados y el labio partido.

—Mañana no podrá ni abrirlos —me aseguró Luke—. ¡Eres una insensata! —se enfadó conmigo.

—Luke, lo que he…

—¡¿Qué demonios hacías tú ahí dentro?!

Elevó las manos al techo y detuvo su paso para mirarme de manera acusatoria. Se pasó una mano por el rostro, esperando una respuesta coherente por mi parte que no llegó, porque lo único que conseguí fue balbucear como una idiota:

—Yo… Yo… —En cuanto nuestros pies tocaron la cubierta principal, en la que todo el mundo disfrutaba de una auténtica fiesta de disfraces, Luke tiró de mí hasta que nos quedamos apartados en una zona en la que no nos veía nadie. Me miró, volvió la vista al frente y bufó cabreado. Nunca lo había visto así—. ¿Por qué lo defiendes tanto? —le pregunté temerosa cuando el subidón después de la valentía comenzó a menguar—. Me adviertes para que no esté cerca de él, pero en el fondo sabes que…

Me cortó:

—Edgar tiene un carácter muy difícil. Lo único que harías a su lado sería sufrir. ¡Mira cómo ha terminado ese hombre por tu culpa!

Me tragué el nudo de emociones, procurando no echarme a llorar en cualquier momento. Porque todos sabemos que después de una situación como esa, los nervios suelen salir.

—Yo… lo siento mucho. No pensé que…

—Pues pídele perdón a él cuando mañana no pueda abrir los ojos. —Me retorcí las manos con desesperación y volvió a la carga, parándose enfrente de mí—: ¿Te das cuenta del gran problema que podrías haberle buscado? Ahí dentro hay gente que paga mucho dinero como para tener que ver el espectáculo que has montado en un segundo. ¿Y todo para qué? —No le contesté—. ¡¿Para qué?!

Por primera vez en la vida vi a Luke sacar las garras para defender a su amigo, por mucho que siempre me hiciese ver todo lo contrario. Los ojos me escocían, y me sentí absurda al estar recibiendo aquella bronca de su parte.

—Solo quería saber si estaba ahí —musité con un hilo de voz.

—Pues espero que estés contenta.

Después de contestarme de malas maneras, paró de frotarse la barbilla con insistencia, dejando su mano suspendida en el aire. Alguien llegaba, y sabía quién era. Luke lo miró; después a mí. Pasó por mi lado como si no estuviese, y ese gesto me dolió en el alma. Me dejaba sola y desamparada con la fiera que acababa de plantar sus pies en la cubierta.

Escuché sus pasos rodeándome, inspeccionándome. Cuando se detuvo frente a mí, puso su mano sobre sus labios como si estuvieran aguantando su peso. Tenía los nudillos ensangrentados, y esa imagen se clavó en mi mente, culpándome de lo ocurrido por insensata, tal y como había dicho Luke. Me observó a través de sus espesas y largas pestañas negras, y me vi obligada a girar mi rostro hacia la barandilla del barco. No quería verlo.

—Enma, mírame —me ordenó. Respiré con dificultad, evitando que las lágrimas resbalasen por mis mejillas. Lo ignoré, pensando en lo ocurrido, en la mierda que se metía sin ninguna necesidad. En todo, a fin de cuentas. Su mano se colocó en mi mentón y tiró de él hasta que mis ojos se toparon con los suyos, implacables y fieros—. ¿Para qué has venido?

Su intenso tono de voz hizo que mis piernas temblasen. No me quitaba los ojos de encima. No parpadeaba. No se movía. Simplemente, esperaba una respuesta por mi parte, la cual salió con un hilo de voz:

—Solo quería saber si estabas allí.

Era consciente de que había escuchado la conversación con Luke y no serviría de nada mentirle.

—¿Y para qué querías saber si estaba allí?

No le contesté.

En cierto modo, ni yo misma sabía qué motivos me habían llevado a cometer aquel asalto. Nerviosa, aparté su mano con suavidad de mi mentón y él la dejó caer, esperando de nuevo una respuesta que, esa vez, nunca llegó.

Les ordené a mis pies que se pusieran en funcionamiento para llegar hasta la barandilla y dejé a Edgar atrás. Me apoyé en ella, viendo las olas del mar romper con fuerza contra aquel gigantesco barco, mientras la brisa movía mi cabello de un lado a otro, ondeándolo. Y pensé. Pensé en tantas cosas que las dudas ya no fueron lo principal en mi mente.

Lo sentí tan cerca de mí que la piel se me erizó.

—¿Desde cuándo? —Le repetí la misma pregunta que le hice en el reservado, solo que en un susurro.

—Eso no importa, Enma —me respondió con hastío.

—Para mí sí que importa. Nunca pensé que serías de ese tipo de personas.

—¿Se supone que las personas que consumen drogas no son buenas? —cuestionó detrás de mí. Lo sentía más cerca aún.

—No me refiero a eso.

Entrelacé mis manos sin apartar la vista de aquel océano. De reojo, pude ver que se colocaba de la misma forma que yo.

—¿Entonces? —insistió, escudriñándome.

Volví mi rostro hacia él y me deleité con cada facción suya, dejando que su cara se grabase a fuego lento en mi mente. Lo que más me extrañaba era poder estar teniendo una conversación normal con alguien que durante cinco años lo único que intercambió conmigo fueron sus fluidos. Porque solo hablábamos como personas normales en el trabajo, como si no me conociera o como si no se supiera todas y cada una de las partes de mi cuerpo de memoria.

—¿De qué te sirve? —indagué.

Me contempló con los ojos brillantes, y quien primero terminó desviando su mirada hacia el mar fue él.

—A veces te ayuda —murmuró.

Preferí no preguntarle a qué, porque de igual forma no lo entendería. Después de que exhalara un suspiro, se creó un silencio sepulcral aunque necesario. Me sumergí en los pensamientos anteriores, sin entender cómo había sido tan idiota de estar durante tanto tiempo siendo un simple revolcón, y llegué a la conclusión de que antes no me importaba; antes de enamorarme perdidamente de él, por supuesto.

—¿Por qué nunca hemos hecho esto?

Arrugué el entrecejo, sin mirarlo, dándole a entender que no sabía a qué se refería. Me observaba de reojo, y aunque intentaba disimularlo, su sola cercanía me aceleraba el pulso, la mente y todo el cuerpo.

—No sé qué quieres decir —añadí.

Como si me leyese el pensamiento, me contestó:

—Hablar.

—Porque no teníamos nada de qué hablar, Edgar. Te recuerdo que nuestros encuentros solo se reducían a follar cuando tú querías.

Un escalofrío me recorrió cuando la brisa me sacudió. Colocó su americana sobre mis hombros y creí morir dada su cercanía, pero sobre todo cuando escuché de sus labios:

Mi obsesión

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