Читать книгу Mi obsesión - Angy Skay - Страница 6

2

Оглавление

—Si me disculpas un momento, necesito ir a mi habitación. He olvidado una cosa.

Luke asintió y me levanté a toda prisa para abandonar la sala, tanta que hice un tremendo ruido al arrastrar la silla hacia atrás. Edgar dejó su lugar en la barra y encaminó sus pasos de manera intimidante y decidida hacia nuestra mesa. Bajé los dos escalones que me separaban de la puerta principal del comedor y, antes de salir, vi que llegaba y estrechaba la mano de Luke con fuerza. Sin darle importancia, giró su rostro en mi dirección con la misma intensidad que antes. Ese simple gesto provocó que mis piernas corrieran a más velocidad.

Sin detenerme.

Sin pensar.

Con el corazón en la boca y torpemente, pasé la tarjeta por el lector de la puerta. Si Luke le revelaba la habitación en la que estaba, no dudaría en preguntarle cual era la mía, e iba a ser prácticamente imposible evitarlo, porque ya me quedaba claro que si no me había buscado en todo el tiempo pasado, ahora no iba a hacerlo, ¿o sí? Igualmente, no quería quedarme para descubrirlo. No quería caer de nuevo.

Pensé en la posibilidad de bajarme y largarme lejos antes de que fuese demasiado tarde, pero cuando me fijé en la terraza, comprobé que ya habíamos zarpado. ¡Maldita fuera! Sujeté mi teléfono y llamé a Katrina con urgencia. Contestó al segundo tono, para mi alivio.

—¡Hola! —me saludó con euforia.

—Katrina… —murmuré nerviosa—. No puedes imaginarte lo que acaba de ocurrirme.

—¿Estás bien? Te noto muy acelerada.

—Es que… Es que…

Un miedo atroz recorrió mis venas. Balbuceé, sin conseguir que se entendiese nada de lo que intentaba contarle. Respiré con profundidad varias veces antes de continuar, y miré incesantemente la puerta, rezando para que nadie llamase. Una cosa era saber todo lo que Luke me había contado y otra muy distinta poder contener los nervios que me recorrían la piel cada vez que su simple nombre pasaba por mi cabeza y, lo peor, cada vez que lo veía. No. Desde luego que eran dos cosas completamente distintas. ¿Sabéis esa sensación que traspasa tu cuerpo cuando anhelas tanto a alguien que al recordarlo o verlo no puedes evitar notar una extraña sensación en el estómago? Pues así me sentí yo.

—Enma, tranquilízate, ¿qué sucede?

Escuché que Joan hablaba por detrás y le preguntaba. Le respondí de manera atropellada:

—Katrina, Edgar está aquí. Está en el barco.

—Dios mío…

La última vez que lo había visto fue un mes antes de que mi amiga diera a luz. Ella se pensaba que estaba engañándola cuando le dije que no volvería a saber nada de él por decisión propia, y mi cura fue uno de los motivos por los cuales estuve tan distante al final de su embarazo. Necesitaba pensar las cosas con claridad y tomar una decisión cuanto antes. Poco después del nacimiento de Jane, le conté lo ocurrido con Edgar durante todos esos años.

—Cuéntame qué ha pasado. Pero, por favor, cálmate. —Le expliqué lo que Luke me había contado, sumándole la aparición de Edgar en el restaurante. ¿Cómo no pude darme cuenta de que estaba allí?—. Lo primero, Enma —comenzó cuando acabé mi relato—, es que ese tío ha sabido dónde estabas desde el minuto uno y no se ha molestado en buscarte. ¿A qué vienen tantos nervios?

Suspiré con pesadez e histeria.

—¡No lo sé, Katrina! Pero sé que no puedo…, que no quiero estar cerca de él. Parezco una gilipollas que se contradice. ¡No sé explicarte por qué tiemblo al verlo!

—¿Le tienes miedo?

—¡No! —le respondí convencida—. No es miedo. Lo que no quiero es volver a pasar por lo mismo de hace años. ¿Sabes cuánto tiempo lloré todas las noches, Katrina? ¿Sabes cuántas veces fantaseé con que dejaría a su mujer?

Un silencio se hizo al otro lado de la línea. Nadie mejor que ella me entendía. Nadie mejor que ella sabía por lo que había pasado. Y no quería volver atrás como los cangrejos. No quería promesas, no quería súplicas, no quería nada de aquel irresistible hombre.

Porque era malo.

Porque era el demonio en persona.

Porque él era el problema.

—¿No puedes bajarte del barco? —me preguntó con voz firme, dispuesta a encontrar una solución meramente viable.

—No. Hemos zarpado ya.

Me senté en la cama, dejándome caer, agotada. ¿Por qué tenía que estar él allí y no cualquier persona de Waris Luk? ¿Por qué no me había enterado antes de ese supuesto trato con el señor Lincón? Mis dudas se acrecentaban por segundos, y supe en aquel instante de meditación que, si yo estaba allí, había sido porque la mano de Edgar tenía algo que ver. ¿Acaso estaba riéndose a mi costa? Dejé mis pensamientos a un lado cuando mi amiga habló:

—Pues bájate en el próximo puerto, coge un avión y vuelve a casa si no puedes soportarlo. No te martirices, Enma. A veces, las cosas se superan sin más; otras necesitan más tiempo del que creemos.

Exhalé un fuerte suspiro. ¿Desde cuándo había sido tan cobarde? Si tenía claro que mi corazón ya no le pertenecía y sabía que no volvería a caer en sus redes, ¿por qué no era capaz de afrontarlo sin más?

—Puede que esta sea la prueba de fuego que tenía que llegar algún día. Si no, debería haberme dedicado a la moda —le aseguré con desgana.

—Entonces, amiga, solo son siete días y, de nuevo, no volverás a verlo nunca más. Piensa antes de caer en la trampa que sabía dónde te encontrabas y no ha hecho ni el amago por verte. Por lo tanto, ya sabes que solo eras su capricho. Su polvo pasajero y su amante cuando a él le apetecía.

Y tenía razón, aunque me doliese.

—Te llamaré si tengo novedades.

Tras eso, me despedí y colgamos el teléfono. Extendí mis brazos hacia atrás, dejando que el sueño me atrapase durante unas cuantas horas.

Un buen rato después, escuché unos fuertes golpes en la puerta. Abrí los ojos con pesadez y los dirigí hacia el sonido. Había anochecido.

—¡Enma! ¡Enma!

La voz de Luke me alivió, y respiré profundamente antes de llegar hasta la puerta. La abrí con lentitud, asomando mi cabeza para asegurarme de que no había nadie más con él. Efectivamente, estaba solo.

—¿Qué haces? Te has dejado la comida entera y al menda. —Puso morritos, señalándose.

Me reí. Se notaba en exceso que seguía teniendo expresiones de su madre española.

—Lo siento. No sé qué me ha pasado, pero he empezado a marearme y al tumbarme me he quedado dormida. —Le puse carita de niña buena.

Negó con la cabeza y apoyó las manos en su cintura.

—En una hora es la cena de gala con el capitán. A ver si vas a quedarte dormida también —renegó, sin creerse mucho mi excusa—. Te espero en el pasillo, ¿vale?

Asentí con una sonrisa que él imitó y se dio la vuelta para dirigirse a su habitación.

Cerré, dejé caer mi cuerpo sobre la puerta y me pasé una mano por la cara. Tendría que ignorarlo si se acercaba a mí, y en el caso de que quisiese entablar una conversación, la eludiría. Fui a por mi maleta, saqué toda la ropa y la puse sobre la cama, hasta que di con el vestido de color verde oliva que había escogido para la ocasión. Entré en el baño con rapidez para darme una ducha y me arreglé el pelo. Cuando estaba terminando de maquillarme, contemplé la hora: me quedaban quince minutos. A toda prisa, metí mis pies por el bajo del vestido y me lo subí hasta arriba. Sin embargo, ¿qué pasa cuando no llegas a la cremallera? Pues que la cagas.

Me calcé los tacones y cogí el bolso de mano antes de salir. Al abrir, me encontré a un radiante Luke con un traje de chaqueta negro y su pajarita a juego. Sonreí al ver lo elegante que iba, y él hizo lo mismo silbando con descaro.

—Si tu marido te escuchase… —dije con media sonrisa.

—Me divorcié hace un año.

Mi cara de asombro no pasó desapercibida para él.

—Ah…

—Tranquila —se rio—, lo tengo más que superado. Era un cretino.

Vaya… El mundo estaba lleno de ellos, por lo que se veía. Me giré con urgencia para indicarle con mi mano la cremallera y de esa manera echar al olvido la metedura de pata que creí haber tenido.

—¿Me la subes, por favor?

—Claro.

Se puso manos a la obra, y antes de lo esperado, tenía el vestido ceñido a mi cuerpo. Bajamos por las escaleras hasta llegar a la cubierta donde se encontraba el gran escenario de espectáculos y desde el que en unos minutos saldría la tripulación al completo, dando paso al discurso del capitán.

—Mi amigo Dexter ha sufrido un desengaño hace poco también. Espero que lo hayas podido superar mejor que él.

Hacía cosa de seis meses, Dexter, el amigo de Katrina y mío, se encontró al que era su amor platónico pegándosela con una mujer, nada más y nada menos. El pobre se hundió de tal manera que Katrina y yo tuvimos que acogerlo cada una un mes en casa.

—No fue nada que no esperara. Estaba dedicándose a robarme todo lo que podía para dárselo a su otra pareja —me miró e hizo una mueca de disgusto—, pero nada que no pudiera resolverse con una buena demanda.

Solté un suspiro cuando dijo lo último.

Antes de entrar en la gran estancia, nos sacaron otra foto. Sujeté uno de los cócteles que los camareros servían y me senté en una de las butacas de la séptima fila. La poca luz que las iluminaba me hacía imposible ver quién había en la sala. Alisé mi vestido cuando mi trasero tocó la suave tela aterciopelada del butacón mientras contemplaba el enorme escenario que tenía delante. Las pequeñas luces de neón brillaban en exceso y las figuras de las personas que ya estaban en la sala iban de un lado a otro, riendo, bebiendo, hablando, pero yo sentía un nudo en el estómago difícil de digerir.

—Ah, mira. —Me señaló a alguien dos filas más abajo—. Ese de allí es David, el que te comentaba antes que ocupa ahora tu puesto en Waris Luk.

—¿Y Edgar?

Me observó alzando una ceja. No tenía claro si él era consciente de algo, pero sí sabía que de tonto no tenía ni un pelo, y tarde o temprano se daría cuenta de muchas cosas.

«Siete días».

Eran siete días.

—Si no te conociera, te diría que me ha dado la impresión de que has salido corriendo por él.

Y allí estaba el gran adivino de Luke. Aunque también debía decir que mis gestos desquiciados no dejaban lugar a dudas. Mentalmente, me pedí tranquilizarme como fuese. Estaba dando demasiado la nota. Se rio, y yo lo acompañé para que no se diera cuenta de que era verdad. ¡Claro que era verdad!

—No lo he visto todavía —mentí—. ¿Y Morgana? —le pregunté por su mujer, aunque me repatease hacerlo. Era la única forma de despistar.

—Ah, no, ella no ha venido. Nunca la trae a estas cosas. Ya sabes cómo es de reservado.

Lo dijo con ironía, haciendo dos cuernos con su mano. Si él supiera…

Enfoqué mi atención en el público en cuanto el presentador anunció que el capitán y la tripulación saldrían al escenario. Minutos después, una hilera de personas con sus trajes de gala descendió las escaleras hasta llegar al escenario, donde se juntaron. El capitán tomó el poder del micrófono, dándonos las gracias por aceptar el viaje, y todos los asistentes aplaudieron efusivos. Luke me pidió un segundo con la mano y vi cómo bajaba agachado, para no quitarle la visión al resto del público, hacia la fila cercana que me había señalado cuando entramos. Se sentó junto a una mujer que no conocía y empezaron una conversación.

Tomé un sorbo de mi cóctel mientras le prestaba suma atención al capitán. Justo a mi lado, escuché una voz ronca, sexy y tan varonil que te deshacía solo con oírla:

—Tu finiquito sigue en el cajón de mi despacho.

Con lentitud, me quité la copa de los labios, intentando que el pulso no me temblara. Noté mis piernas convirtiéndose en gelatina, subidas a esos dos grandes andamios, los cuales odié en ese instante por habérmelos puesto; con ellos era imposible salir corriendo. Mi cuerpo se tensó al contemplar de reojo que me observaba con fijación.

—No lo quiero. Puedes quedártelo —le contesté, recuperando la voz.

Seguí con la vista fija en el escenario, ignorándolo, haciendo como que no estaba, y escuché un fuerte suspiro salir de su nariz. Quizá parezca una tontería, pero cuando tienes al lado al hombre por el que has bebido los vientos durante tanto tiempo, es difícil poder controlar las sensaciones extrañas que recorren tus entrañas sin ningún permiso. Traté con todas mis fuerzas de no mirarlo, sintiendo que mi corazón desbocado quería salir por mi garganta. Su perfume se coló de lleno por mis fosas nasales, mareándome.

—¿Por qué? —me preguntó de repente tras un breve silencio.

Comenzó a temblarme el brazo de lo histérica que estaba poniéndome. De forma alternada, lo miré de reojo a él y a la salida, la cual, ¡maldita fuera, se encontraba muy lejos! Suspiré con fuerza antes de preguntarle, haciéndome la tonta:

—¿Por qué qué?

Se revolvió incómodo en su asiento. Para poder mirarme a la cara, incorporó su llamativo cuerpo hacia delante, provocando que su chaqueta y su camisa se tensaran y dejaran ver los perfectos músculos bajo la tela. Tuve la intención de cerrar los ojos. Recé para desmayarme allí mismo, para que me despertase al día siguiente en mi habitación sola y poder pensar que aquello había sido un sueño, pero no. Su excitante voz volvió a sonar, esa vez con más fuerza:

—Enma, mírame —me ordenó.

—Estoy viendo el…

No me dejó terminar de hablar, como acostumbraba a hacer:

—Me importa una mierda que estés viendo el discurso. ¡Mírame, joder! —me exigió.

Giré mi rostro con lentitud cuando la gente comenzó a aplaudir. El tiempo se detuvo. Se detuvo al fijarme en aquellos ojos cristalinos que echaban fuego. Debido a la poca luz que iluminaba la sala, aprecié cómo brillaban más de la cuenta tratando de descifrar alguna parte de mí, de meterse en mi cabeza. Deslicé los míos hasta sus labios, su mentón perfilado, su cuerpo tan tenso a punto de reventar el traje… Sentí cómo mi pecho se movía de forma inquietante porque no conseguía tranquilizarlo. Colocó dos de sus dedos en aquel arrebatador mentón y los pasó con pausa por su incipiente barba. Llevaba su oscuro cabello hacia atrás; un poco más largo de lo que recordaba, pero muy poco. El aspecto que mostraba, de tipo temible e implacable, me resecó la garganta. Su aroma, ese tan fuerte, tan apasionante, tan elegante, volvió a atravesar de pleno mis fosas nasales, dejándome aturdida durante unos segundos.

—¿Qué? —le pregunté altiva, tratando de sostener mi mentón todo lo alto que pude.

—¿Por qué cojones me abandonaste? —rugió como un animal.

Abrí mi boca para contestarle, pero al final terminé cerrándola de la misma forma. Enfoqué mi mirada de nuevo en el escenario e intenté llenar mis pulmones de aire. La gente se levantaba con rapidez, y yo, para no arrepentirme y contestarle algo que no debía, traté de abandonar la sala. No obstante, antes de que pudiese llevar a cabo mi cometido, sujetó mi mano con firmeza. Contemplé su piel tocando la mía, aferrándose a mi muñeca. Acto seguido, Luke llegó como una salvación, aunque eso no quitó que una extraña conexión nos invadiera. No solo a mí, sino a los dos. Me observó con tanta intensidad que por muy poco no me desmayé. Nos observó con cara interrogante. Edgar no apartó sus ojos de mí de aquella manera que lo caracterizaba tanto y que me ponía la piel de gallina. Su mano fue aflojando la presión que ejercía hasta dejar la mía libre y, tratando de olvidarme de aquel breve contacto, moví mi muñeca.

—Eeeh…, ¿interrumpo? —nos preguntó Luke, pensativo.

—No —le respondí con demasiado énfasis.

Edgar lo hizo al unísono, solapando mi respuesta:

—Sí.

Intenté tranquilizar mis nervios buscando esa paz interior que todos tenemos en algún sitio, la misma que yo no encontraba, hasta que escuché a Luke hablar:

—Si queréis, os espero fuera y ahora nos ve…

Lo corté a toda prisa sin darle tiempo a terminar, poniendo una mano en su brazo:

—No, ya nos íbamos.

Pasé por delante de él a la carrera, subiendo los escalones con dificultad pero con premura para llegar la primera a la salida. Una vez que lo conseguí, separé a la gente que estaba en medio impidiéndome avanzar, pues notaba que Edgar me pisaba los talones.

—¡¡Enma!!

Me giré al escuchar la voz de Luke, situado al lado de mi maldita pesadilla. Respiré siete veces seguidas antes de acercarme a él, que me observaba como si hubiese perdido la cabeza.

—¿Adónde vas? —Sonrió—. El restaurante está por allí. Desde luego, en este viaje estás sembrada. Los dos años apartada de la civilización te han pasado factura —bromeó.

Pero yo no me reí. No me hizo ni puta gracia.

Y a Edgar tampoco.

Asentí sin mirar a la persona que acompañaba a Luke, pues, sin hacerlo, intuía que sus ojos estaban fijos en mí; en mis gestos, en mis excusas baratas. Y lo que más me jodía era saber que era consciente de lo que me provocaba cuando lo tenía cerca. Y lo hacía aposta.

—Perdona. Con tanta gente, me agobio —me excusé.

Iban a ser los siete días en los que más excusas diría.

—No pasa nada. ¿Vienes entonces? ¿O tampoco tienes hambre?

Alzó una ceja y creí que moriría. Después extendió un poco su brazo izquierdo con caballerosidad para que pudiera introducir el mío por el hueco e ir cogida a él. Acepté, y comprobé de reojo cómo a Edgar estaban a punto de saltarle todos los dientes por la manera en la que apretaba la mandíbula.

—Señor Lincón —lo saludó Luke con un fuerte apretón de manos.

—Hola, Luke, ¿cómo estás? Me alegro mucho de verte por aquí, tan bien acompañado. —Sonrió en mi dirección—. Señorita. —Hizo una inclinación de cabeza. Luego, cogió mi mano y depositó un beso en ella. Lo miré con una sonrisa forzada y me imitó el gesto con entusiasmo—. Después de cenar, si queréis, podéis venir conmigo y os enseño el barco a fondo. Así no os perderéis ningún detalle.

—Oh, eso sería fantástico —añadí con sarcasmo, sin pretenderlo.

Luke me dio un pequeño codazo sin que lo notase nadie, excepto Edgar, que estaba detrás y al que dudaba mucho que se le hubiese escapado ese detalle. Era de esas personas que aunque estuviese en cuatro conversaciones se enteraba de todas.

—Pues no se hable más, ¿verdad, Warren?

Luke se volvió en su dirección, y al hacerlo, como estaba cogida de su brazo, también me vi obligada a girar, lo que provocó que casi chocara con el impactante cuerpo de Edgar, quien, alterado, respiró con dificultad debido a ese simple roce. Mis manos comenzaban a temblar al haberme quedado codo con codo junto al hombre que tanto tiempo robó mis sueños. Por otro lado, Lincón esperaba una respuesta que no llegaba. Tampoco apartaba su mirada de mí.

—¿Warren? —lo llamó.

Sus cristalinos ojos me atravesaron hasta lo más hondo de mi ser, y fue entonces, después del segundo toque de atención, cuando los posó sobre su socio y asintió con desagrado. Seguidamente, dio media vuelta y se marchó, perdiéndose entre la multitud. Pude respirar con tranquilidad, la misma que se esfumó como el viento en el instante en el que los ojos de Luke cayeron sobre mí.

—Este hombre y su carácter endemoniado. —Lincón rio.

—Sí, Edgar siempre ha tenido ese pequeño defecto —secundó Luke, sin quitarme la vista de encima.

—O virtud, depende de cómo se mire.

El señor Lincón le guiñó un ojo, se despidió de nosotros con la mano y se alejó para hablar con el resto de las personas que lo esperaban. En silencio, nos dirigimos hacia la planta del restaurante, donde por ser la cena de gala y en honor a que al día siguiente atracaríamos en puerto italiano, había montones y montones de pasta en las bandejas. Me senté en la silla y cuatro personas que no conocía lo hicieron a nuestro lado en la mesa que escogimos, porque no había ninguna vacía para dos. Luke se levantó el primero para servirse y yo fui tras él a coger un plato. Contempló por encima todas las bandejas plateadas que había sobre la encimera, sin saber muy bien qué elegir.

—El risotto está de escándalo —me informó.

—Gracias por la recomendación, pero creo que cogeré algo de pasta.

—Tú misma, pues. —Sonrió y se llenó el plato de arroz.

Avancé por el pasillo contrario y esperé en la cola de la multitud de personas que intentaba llenarse los platos de comida. El hombre que había delante de mí se apartó con una sonrisa para dejarme paso. Cuando fui a coger el cucharón para servirme, una mano se colocó sobre la mía.

—Perdón —le dije sin saber de quién se trataba. Levanté la vista y me encontré con el chico que en ese instante ocupaba el que fue mi puesto—. ¿David?

—Sí, ¿te conozco?

El muchacho era muy joven, y me compadecí de él. Tenía toda la pinta de ser noble, y comparado con lo tirano que podía llegar a ser Edgar cuando se lo proponía, no podía hacerme a la idea de cómo había aguantado en el trabajo más de dos días.

—Soy Enma —me presenté, y le extendí mi mano—. La que estaba antes en tu puesto de Waris Luk, hace dos años.

—¡Oh, ya sé quién eres! —Dejó su plato sobre la encimera para estrechar mi mano con fuerza—. No te conocía en persona, pero casi te cojo hasta manía —me confesó con una tímida sonrisa.

—¿Y puedo preguntar por qué?

—Bueno, no es por nada. A ver, que… —balbuceó. Yo lo miré de forma interrogante—. Es que… No sabes lo que es que tu jefe esté constantemente con Enma en la boca.

Alcé una ceja por la sorpresa.

—¿Edgar está con mi nombre en la boca siempre? —le pregunté con incredulidad.

—¿Edgar? —Me observó—. ¡Ah, el señor Warren! Jamás se me ha ocurrido tutearlo, perdona mi torpeza.

—No te preocupes. Y espero no haberte causado muchos problemas.

La señora que esperaba detrás carraspeó, indicándonos que nos moviésemos para hablar en otro sitio o que cogiésemos la santa comida y nos fuésemos a nuestra mesa. David rio por lo bajo e imité su gesto. Nos servimos y avanzamos cada uno hasta nuestras mesas; en concreto, él donde se encontraba su dichoso jefe y yo a la mía con Luke.

—Hablaremos en otro momento si quieres —le dije antes de sentarme.

—Sí, cuando lo desees, Enma.

Cuando tomé asiento, vi que Luke no me había esperado para comer.

—Puedes empezar. —Señalé su plato al ver que casi lo había terminado.

—Estaba esperándote, pero estos de la mesa son un poco raritos y no conozco a nadie —murmuró para que no lo oyesen.

Me reí por su comentario y, sobre todo, por la cara del que estaba a mi lado, que se enteró de lo que había dicho. Le di un pequeño codazo en el costado y se llevó la mano a esa zona con exageración. Elevé mis ojos en una ocasión, sin saber por qué motivo, buscándolo. Y allí estaba, con el plato sobre la mesa, sin prestar atención a nada de lo que el capitán, su socio o sus mismos trabajadores le decían. Como si una extraña señal se hiciera eco entre nosotros, volvió su rostro hacia mí. Sus ojos me abrasaban, amenazantes, lascivos y también dolidos, y sentí que mi apetito menguaba de manera considerable. Me traspasó con profundidad buscando una respuesta muda a su pregunta de antes.

¿Qué tendría que decirle? ¿La verdad? No. Ya no volvería a caer en la tentativa de desproteger mi frágil corazón.

—Esperaré paciente a que quieras contarme el rollo que te llevas con Edgar.

Aparté mi mirada del susodicho con confusión y posé mis ojos en el moreno que tenía al lado devorando lo que quedaba de su plato como si la bomba que acababa de soltar por su boca no significara nada.

—¿Cómo dices? —disimulé.

Bebió un sorbo de su copa de vino y me observó después de pasarse la servilleta por los labios con una lentitud desquiciante.

—Come, que va a enfriársete.

—No tengo hambre. —Lo aparté con un pequeño gesto, enfurruñándome. Me contempló durante unos segundos. Después asintió y siguió comiendo mientras lo observaba a la espera de que hablase. Pero no lo hizo, sino que ignoró mi mirada acusatoria, aunque sabía que la culpa la había tenido yo por mostrar mis pensamientos de manera involuntaria—. Luke, no es lo que estás pensando —añadí sin poder aguantar la tensión que se creó entre los dos.

Alzó sus oscuros ojos y los posó sobre los míos.

—Ya.

No se lo creía, y pensé que no era para menos. Edgar tampoco había dejado mucho lugar a la imaginación con su comportamiento.

—¿Ya qué? —le espeté, comenzando a enfadarme.

Todo me cabreaba, y Luke no tenía la más mínima culpa. ¿Por qué demonios tenía esa suerte? ¿Es que dos años de sufrimiento no habían bastado?

—Enma, no tienes que darme explicaciones, pero si seguís comportándoos de esa forma, todo el mundo se dará cuenta de que algo no cuadra.

«¡El impertinente es él!», me dieron ganas de gritarle. Lo que nunca hizo en el pasado, estaba sudándole las pelotas en aquel instante. No lo entendía.

—No tengo nada que esconder, Luke. No saques conclusiones, o te equivocarás.

Se metió la última cucharada de arroz en la boca y me miró de nuevo.

—¿Vas a comértelo? —me preguntó, señalando mi plato.

Negué sin quitarle los ojos de encima. Cogió el contenido y lo vertió en el suyo, dejando el mío más limpio que un jaspe. Hice una mueca cuando sentí que mi estómago pesaba, dando por concluida la cena que ni había probado.

—Me ha dicho Lincón que dejaremos la visita por el barco para mañana después de desayunar. ¿Podrás venir?

—Claro. De momento, no tengo planes —ironicé.

Luke me contempló con cara de pilluelo y se fijó en la mesa a la que había mirado yo hacía pocos minutos. Volví mi rostro y me topé con sus intensos ojos aniquiladores. Solté un pequeño suspiro al escuchar que Luke se reía por lo bajo y después arrugué el entrecejo.

—Me voy. Mañana nos vemos —le espeté incómoda y enfadada por la situación.

—Vale, buenas noches. —Sonrió mientras bebía de su copa, sin darle más importancia.

Dejé la servilleta sobre la mesa de malas maneras. Antes de irme, renegué:

—Esto es increíble.

Salí del salón con rapidez, sin molestarme siquiera en volver la vista hacia Edgar. Toqué el pulsador del ascensor varias veces, hasta que un instante después se abrió. Pulsé el botón de la planta de mi habitación con urgencia y alguien entró detrás de mí cuando las puertas estaban cerrándose.

Era él.

Joder, era él.

—Te veo muy cómoda con Luke —me dijo con retintín.

—A ti no debe importarte una mierda con quién esté —le contesté malhumorada, presionando el botón de la cuarta planta con más énfasis.

Edgar se aproximó a mí por la espalda. Me estremecí, aunque traté de controlar los temblores. Cuando creí que las puertas se abrirían en mi planta, le dio al botón de stop. Elevé mis ojos llenos de cólera hacia él, sintiendo que mi sexo clamaba las atenciones de alguien que no debía.

—¿Qué coño haces? —le pregunté con rabia.

Pulsé el número de mi planta, rozando su mano, pero no se movió. ¡Me cagaba en la leche!

—¿Por qué te fuiste? Si no me contestas a eso, nos queda un largo rato en el ascensor. Explícamelo —me exigió.

Se miró el reloj con chulería, para después meterse las manos en los bolsillos y dar un par de pasos hacia atrás, quedándose apoyado en la pared del ascensor y sin dejar de mirarme. Noté mis mejillas encenderse de la rabia que sentía, y no fui incapaz de controlar mis impulsos cuando le grité:

—¡Me fui porque me dio la gana! ¡¿Acaso tengo que darte explicaciones de cada paso que doy en mi vida?!

No me dio tiempo siquiera a que terminara la pregunta cuando ya estaba contestándome con una afirmación rotunda:

—Sí.

Estupefacta, lo miré sin saber cómo reaccionar, y antes de decir cosas de las que luego me arrepentiría, aporreé el botón como una descosida. Necesitaba salir de allí, dejar de respirar su aire, dejar de estar cerca de aquel maldito demonio.

—Pon el puto ascensor en funcionamiento, Edgar. Estás cabreándome de mala manera —bufé, mostrando una fuerza que no sentía ni por asomo.

Su cuerpo se pegó a mi espalda, y tuve que cerrar los ojos para tratar de tranquilizar mi respiración. De nuevo, aquel olor masculino, tan atrayente y perturbador, me nubló. Suspiré de manera casi imperceptible y solté con lentitud el aire que había estado aguantando.

—Te he echado de menos…

Me quedé paralizada al escuchar aquellas palabras de sus labios. Metió su rostro entre la curvatura de mi cuello y aspiró mi olor, de tal manera que mi sexo comenzó a humedecerse. Escuché que inhalaba con fuerza, que rozaba cada centímetro de mi piel, erizándola, quemándome a una velocidad de vértigo.

—Edgar… —musité en un susurro apenas audible—. Abre el ascensor, por favor.

Mi tono salió casi suplicante, y sentí en mi cuello una leve sonrisa asomar por sus maravillosos labios. Maldito fuera mil veces, porque sabía perfectamente lo que provocaba en mí. Su tono de voz, tan ronco, excitante y sensual, me desarmó:

—Oblígame. —Y esa simple palabra me llevó a un tiempo que no quise recordar, que juré enterrar para siempre. Me llevó a dos años atrás, cuando en ocasiones yo era la dueña y señora de su cuerpo y de todos sus sentidos—. ¿A qué estás esperando? —me susurró de nuevo, retándome.

Me aparté de él como si quemara, consiguiendo ponerme en la otra esquina del ascensor. No pude explicarme cómo. Desde la distancia que nos separaba, lo miré con mala cara y grité:

—¡Ayuda!

De una sola zancada llegó hasta mí, tapó mi boca con su gran mano e hizo que su nariz quedase prácticamente pegada a la mía.

—No hagas eso, nena. —Volver a escuchar ese apelativo de sus labios refiriéndose a mí ocasionó que ardiese como una llamarada sin control. Intenté zafarme de él, pero me fue imposible. Sujetó mi cadera con una mano, ejerciendo una notable presión en mi vientre, donde noté el gran bulto que emergía de entre sus piernas. Sus ojos me traspasaron y los míos trataron de esquivarlos, sin éxito—. Estoy esperando —volvió al ataque.

Lo miré sin pestañear, notando aquella humedad en mis ojos que tanto odiaba. Su mano destapó mi boca y, con su dedo pulgar, delineó mi labio inferior, rozándolo con delirio, con pasión. Su labios quedaron tan cerca de los míos que tuve que contener todo el aire para no morir mientras pensaba que su maldita boca me devoraría de un momento a otro. Las piernas comenzaron a flojearme, y supe que el gran muro que había forjado solo para él estaba resquebrajándose sin remedio. Justo cuando creí que mis defensas terminarían por romperse, se separó de mí con lentitud como si no hubiese pasado nada y marcó un pequeño código para que el ascensor continuase.

En cuanto las puertas se abrieron, salí como un huracán, con los ojos emborronados debido a las lágrimas que se agolparon en ellos, dispuesta a no abandonar mi habitación en toda la noche. Sin embargo, justo antes de detenerme a pensar en el motivo de todo lo que había ocurrido, me giré para observarlo.

Las puertas del ascensor se cerraban.

Él estaba apoyado en la barandilla de metal, con sus manos extendidas, mirándome.

Sonriendo con picardía.

Mi obsesión

Подняться наверх