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7 EDGAR

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Le di una patada a la rueda del coche.

Después, un puñetazo al capó, y se hundió.

Ni siquiera notaba el pómulo inflamado, el labio partido, la costilla que estaba matándome ni el dolor en mis nudillos ensangrentados. Solo experimenté ira, dolor, tristeza y miles de emociones. Me miré unos segundos en el reflejo de la ventanilla del coche de alquiler. No me reconocía.

¿En qué momento de mi vida había comenzado a perder los papeles de aquella manera? «Siempre —me respondí a mí mismo—. Pero nunca por una mujer —me contradije como un loco». Exhalé un fuerte suspiro, llené de aire mis pulmones y contemplé la espesura del bosque. Escuché el clic del maletero al abrirse. Luke no había dicho nada. Ni siquiera se había pronunciado, hasta ese momento:

—A tomar por culo la fianza con ese bollo. —Apuntó hacia él y lo miré con muy mala cara. Levantó las manos, excusándose, sacó el paraguas y lo abrió. Después me ofreció uno a mí que no acepté—. Pero yo no digo nada. ¡Que me aspen! Toma, que vas a pillar una pulmonía. Creo que deberías cambiarte de ropa. —Señaló mi traje, completamente pegado a la piel.

A mí sí que iban a crucificarme, pero a base de bien. Por mucho que intentara hacer las cosas en condiciones, era imposible. De nada servían las terapias, la gente que había conocido, los controles de rabia por parte del psicólogo. De nada. Porque lo había soltado todo en la cara de Klaus.

Maldito cabrón. Y tampoco podía culparlo, ya que cualquier persona con dos dedos de frente —no como yo, precisamente— se enamoraría de Enma. Era la mujer ideal, la pareja perfecta, con la que piensas vivir hasta que tu piel se arrugue. Sin embargo, era muy cierto eso de que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.

Y tanto.

Suspiré. Abrí la puerta del coche, miré al cielo y cerré los ojos, dejando que la lluvia me empapase, si es que había algún recoveco de mi cuerpo que no se hubiese mojado. Me deshice de la chaqueta y de la corbata. Me aflojé las mangas y me las subí a media altura, sobre el antebrazo. Cerré de un portazo que casi provocó que me llevase la puerta enganchada en la mano y giré sobre mis talones en dirección al bosque.

—¿Edgar?... ¿Adónde coño vas? —No le contesté—. ¡Edgar! ¡Vas a morirte de frío! —Seguí caminando como si no lo escuchase—. Maldito cabezón de mierda.

Un portazo más y el sonido de unas llaves al cerrar, seguidos de unos pasos apresurados, me indicaron que Luke venía tras de mí. Anduve sin rumbo durante muchos minutos, los suficientes como para percibir que me dolían hasta los huesos del frío. Pensé mucho. En demasiadas: la vi entrando por la puerta de mi despacho el primer día; la vi caminando como una persona normal, sin estirarse ni sacar pecho, como solían hacer la mayoría de mis trabajadores; la vi riendo, bailando, comiendo, ayudando, siendo humana. No la merecía, y eso estaba consumiéndome.

La imagen de su perfecto y redondeado vientre me vino a la mente y las lágrimas asomaron por mis ojos. Intenté retenerlas, y lo conseguí justo en el instante en el que frenaba mis pies y me detenía cerca de la casa donde habíamos estado hacía muy poco. Tragué saliva, consciente de que no era yo quien estaba con ella, quien la abrazaba, sino otro.

Otro que no era yo.

Otro que no era yo.

«Otro que no eres tú», me repetía como un mantra.

Apreté los dientes tanto que pensé que se partirían. Estrujé los puños con más fuerza, provocándome dolor, mientras contemplaba las tenues luces en el interior de la casa de piedra. Tomé aire con más vigor y lo solté con más energía todavía. ¿Qué quería hacer? ¿Qué pretendía? Sabía que no llegaría y se arreglaría todo de la noche a la mañana; no habiendo estado lejos de ella tanto tiempo y habiéndole causado un dolor tan grande como el de sentirse utilizada. No actué bien, y estaba dispuesto a asumir las consecuencias, aunque también tenía claro que iba a remediarlo y que la recuperaría, costase lo que costase. Mi yo interior rio con fuerza al ser consciente de ese último pensamiento.

Había visto su cara, sus ojos cuando me encontró en la esquina de la casa. Ya no eran iguales ni trasmitían lo mismo que antes. Ni siquiera aprecié un atisbo de amor en ellos, y eso terminó por rematarme. También ocasionó que me cegara con Klaus de forma desmedida y que ella lo viera todo.

Más rabia se sumó a su mirada.

Más pesar a mi conciencia al no saber en qué posición se encontraba esa relación. Si es que la había.

—¿Pretendes entrar de nuevo? —me preguntó Luke con tono neutro. Su voz había perdido todo rastro de broma. Estaba bastante serio.

No le contesté, pero seguí mirando la casa. Discerní por una pequeña ventana la silueta de alguien que se movía en el interior. Pocos segundos después, otra silueta se acercó a la primera y se fusionaron. «Solo es un abrazo, seguro», pensé, y mi mente maquiavélica se carcajeó con más hincha. El nudo en mi garganta me ahogaba tanto que, o lo soltaba, o terminaría pegándome un disparo con la misma pistola que llevaba sujeta en la cinturilla del pantalón.

Me giré hacia la izquierda y comencé a caminar sin rumbo, hasta que el sonido de unas olas me hizo comprender que estaba muy cerca de los acantilados. Los pasos de Luke me seguían de cerca; seguramente, al no fiarse de mí. No estaba todo el tiempo pensando en el suicidio; tampoco era tan grave. O yo no lo veía así.

Nos habíamos instalado en el coche. Literalmente. Llevábamos una tienda de campaña en el maletero, pero viendo el tiempo que hacía, montarla en el suelo empapado iba a ser una tarea complicada.

Los pisotones en los charcos eran cada vez más sonoros por parte de Luke.

—Edgar…

Sonó a llamada de atención, sin embargo, iba tan cegado que ni siquiera lo escuché cuando comenzó a hablar. Mis pasos se volvieron más rápidos, más decididos. Mi agonía también crecía por momentos y estaba consumiéndome.

Llegué al borde.

Al filo del acantilado.

—Edgar, por lo que más quieras, apártate de ahí —me suplicó, un paso por detrás de mí.

No le contesté. No pensaba saltar…, ¿no?

Cerré los ojos y me cuestioné si alguna vez había hecho algo bueno en la vida, si eran motivos de peso para seguir adelante, para no mandarlo todo a la mierda y olvidarme del mundo. Y en medio de esas meditaciones, que no sabía por qué habían llegado en ese instante, abrí los ojos de golpe. Tal vez necesitábamos una última gota que colmara nuestro vaso para darnos cuenta de lo que teníamos delante. O tal vez era el dolor, que hablaba por sí solo.

Pensé en todas las posibilidades, en lo que quería y en lo que no, en lo que necesitaba y en lo que sabía que debía cambiar. Deseaba esforzarme, que ella se diese cuenta de que había cambiado, que ya no era el mismo tirano de antes. Aunque un tirano que siempre la amó. Sin embargo, eso solo eran palabras, y las palabras se las lleva el viento cuando menos te lo esperas. No me había comportado bien. Merecía su desprecio, pero haría lo imposible por volver a recuperar aunque fuese una mínima parte de la Enma que conocí.

Me giré y encaré a Luke, que me observaba con horror. Su rostro solo se discernía gracias a los escasos rayos de la luna, suficientes para que en aquella oscuridad destacáramos.

—Tengo un plan —solté a bocajarro.

Luke alzó una ceja. Se encontraba con la mano extendida hacia mí y el pelo completamente pegado a la cara. Parecía que había aflojado la lluvia un poco. Ya ni siquiera lo notaba.

—Está bien, tienes un plan. Pero si llega una ráfaga de viento, te vas a tomar por culo y el plan también. ¿Puedes apartarte de ahí, por favor? No me molaría nada tener que organizar tu puto entierro.

En ese momento, fui consciente de lo cerca que estaba del abismo. Aparté mis pies y Luke soltó una bocanada de aire contenido. Sujetó con fuerza mi camisa, que ya era casi una fusión de mi piel, y tiró de mí hasta separarme lo suficiente. Después entrecerró los ojos con mal genio y me instó a que caminase en dirección al coche.

Media hora después, estábamos en la parte trasera del vehículo, contemplando la luna delantera y sin hablar. Solté el humo de mi cigarro y bajé la ventanilla lo justo para que no entrase mucho frío. Habíamos abatido los asientos hacia delante para poder apoyar los pies con más comodidad.

—Sabes que es una locura, ¿verdad?

Asentí.

—Tenemos que buscar la opción más adecuada. De momento, avisa a Brad y a Milo. Vamos a necesitarlos.

—¿Quieres que ponga al corriente a Mark?

Negué.

—Cuanta menos gente lo sepa, mejor.

—¿Tienes claro que no es un buen plan? —Frunció el ceño.

—No hay más opciones.

—No puedes re…

—No hay más opciones, Luke —repetí con más ahínco.

Una llamada resonó en el extenso silencio en el que estábamos sumidos, después del resoplido monumental de mi amigo. Desbloqueé el teléfono y me encontré con la cara de mi madre. Al descolgar, los tres me esperaban tras la pantalla.

—¡Hola, papi! —Lion me saludó el primero.

—¿Has encontrado ya el tesoro ese que has ido a buscar? —me preguntó Jimmy, con Goofy Bob sobre él.

—El perro fuera del sofá. Ahora —le ordené, y el niño puso los ojos en blanco.

—Vamos, Jimmy, hazle caso a tu padre —le espetó mi madre, mirándolo. Aunque yo sabía que en cuanto colgase el teléfono, el perro estaría subido en el sofá de nuevo. Luego los delatarían los pelos del animal, montaría en cólera y a los pocos minutos se me pasaría con cualquier tontería.

—¿Y bien? —insistió Lion.

Sorpresa.

Sorpresa era la que iban a llevarse cuando se dieran cuenta de que Dakota no era una amiga ni una prima, sino su hermana. Sabía Dios que todavía no tenía ni idea de cómo iba a afrontar aquella conversación.

—Estoy en ello.

Los ojos se me fueron a mi madre, que me observó con tristeza. Llevaba tiempo sin saber nada de Enma por mi culpa. Como todo. Era algo que me enrabietaba por dentro, pues sabía que la quería y no se lo merecía, pero también era consciente de que, si mi madre conocía el paradero de Enma, haría muchísimo tiempo que estaría en Mánchester y no en Galicia.

—¿Y cuándo vas a contarnos la sorpresa? —me preguntó Jimmy.

—Vaya rollo. A mí no me gustan las sorpresas —intervino Lion, en sus trece, como de costumbre.

Suspiré e intenté mantener una conversación que no incluyera la sorpresa que iban a llevarse, porque, en el punto en el que estaba, dudaba si conseguiría lo que quería o no.

Pasamos toda la noche en el interior del coche, sin apenas pegar ojo. Di gracias a que Luke era un excelente conversador y sabía por dónde tirar para que olvidaras que estabas en un momento de mierda. De vez en cuando, miraba al frente y esperaba ansioso verla aparecer entre los árboles. Obviamente, no fue así.

Salí de allí temprano. Luke abrió un ojo y negué para que no viniese conmigo. Necesitaba hablar con ella a solas y que nadie interfiriera por mí.

—¿Tú has escuchado la amenaza de su padre? Porque de broma no tenía nada.

—Asumiré las consecuencias —le respondí, terminando de atarme los cordones de las zapatillas de deporte.

Ropa deportiva era lo único que tenía para cambiarme, y menos mal, porque el traje seguía chorreando en el techo del coche. Cerré la puerta y caminé hasta la casa. Al llegar, esperé detrás de los arbustos, comprobando que no hubiese nadie en mi camino.

No me equivoqué cuando la puerta de la casa se abrió y de ella salió Klaus con una sonrisa de oreja a oreja. Enma lo seguía con una bata envolviendo su esbelta figura. Se acercó con una tímida pero sentimental sonrisa. Transmitía tanto mimo que incluso tuve que apartar la mirada de lo mal que me sentó. Sin embargo, saber qué pasaría me pudo más y volví a fijarme en ellos.

Ella se acercó a él, que no dejaba de mirarla con pasión. Klaus le ofreció la mano y la abrazó entre sus enormes brazos. Besó su pelo y buscó sus labios sin ningún tipo de reparo. Me encontré apretando los puños con tanta fuerza que me hice hasta daño. Notaba que el aire no entraba bien en mis pulmones, sentí la necesidad de salir como una bestia del bosque y liarme a golpes con él hasta matarlo, y de no ser porque una mano interceptó mi antebrazo, lo habría hecho. Miré hacia atrás y me encontré a Luke negando con la cabeza.

Las entrañas me ardían.

«Ya no es tuya. Ahora es de otro», rio mi diablo interior, que esos días estaba pasándoselo en grande a mi costa.

Celos.

Aquella palabra apareció reflejada en mi mente sin venir a cuento. ¿Los celos eran así? ¿Eran tan dañinos? Porque nunca los había sentido de aquella forma, con esa fuerza tan descomunal que te dan ganas de segar cuellos con una sola mano, como cercenar la cabeza de Klaus Campbell y ponerla en una pica, de recuerdo.

—Imagino que estás pensando algo macabro. Pero sé consecuente con tus actos y piensa que el asesinato, de momento, es delito.

El tono de voz de Luke volvió a ser el mismo de antes, jocoso y desenfadado, aunque eso no sirvió para calmar el pesar que bullía en mi interior. Los vi besarse. No solo una vez, sino varias, y cada vez más acaramelados. No obstante, como si estuviera castigándome, no pude apartar la mirada de ellos por mucho dolor que me causara verlos.

Escuché el suspiro de Luke, imaginé que sintiéndose mal por lo que estaba ocurriendo. Para mi sorpresa, respiré aliviado cuando Klaus se montó en el coche y desapareció de allí.

—Ahora viene el problema número dos.

Seguí con mis ojos a lo que se refería Luke: Xiona y George aparcaban en la entrada de la casa. Tomé asiento en una de las rocas de los laterales donde nos encontrábamos y saqué un cigarrillo.

—Fumar mata —me espetó, señalando mi cigarro.

—Los celos también —le respondí, perdido en mis propios pensamientos—. Vete, Luke. No tenemos tiempo. Ya sabes lo que debes hacer. —Lo miré con seriedad—. No dejes que Klaus se te escape. Confío en ti.

Tendría que esperar, aunque la paciencia no era uno de mis puntos fuertes y no sabía cuánto aguantaría.

Haría lo que hiciera falta hasta que pudiese abordarla sola.

Mi perversión

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