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1 Edgar

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La villa que habían escogido para esa ocasión me pareció más que ostentosa. No recordaba haber estado tan poco receptivo en ninguna de las fiestas que Waris Luke había organizado en el pasado. Ni siquiera había mostrado el nulo interés que tenía por que aquella celebración se llevase a cabo.

La gente vestía tan elegante que pensé que iban a una boda en vez de a un acto que informaba sobre los nuevos avances en los negocios. «Como siempre en este tipo de fiestas», me recordó mi mente. Quizá había hecho una desconexión total de mi anterior vida y ya ni siquiera guardaba los recuerdos que no me interesaban.

Observé a Mark al otro lado del jardín, que elevaba una copa en mi dirección y me miraba con una gran sonrisa. Aquel cabrón sí que había tenido suerte al seguir trabajando para mí. Con la evolución de la cadena, había triplicado el sueldo y subido unos cuantos peldaños.

A mi izquierda, pude ver a Lincón con un par de mujeres y con aquella cara de viejo verde que lo perseguía allá donde fuese. Di gracias a mi nuevo abogado, ya que consiguió sacarlo de cualquier negocio a medias que tuvimos en el pasado. Aun así, él aseguró que seguiríamos igual, sin rencores, pero yo no me creí sus palabras ni una mierda. No hay que ser muy listo para darse cuenta del sentimiento maligno que provoca que te aparten de cualquier tipo de negocio, y más aún cuando sabes que está dándote unos frutos que pueden hacerte muy rico. A mi anterior abogado, Paul, no volví a verlo, detalle que agradecí. La lealtad era una de las virtudes que sumaban puntos en mi lista, y él la había destrozado, aunque ahora la relación con Morgana fuese tan distinta y extraña como nunca imaginé.

Dos palmadas en mi espalda provocaron que girara el rostro lo justo para ver a Luke, que aceleraba el paso por el jardín perfectamente decorado hacia el escenario que había en medio de la mansión. Un breve vistazo fue suficiente para fijarme en los detalles de la piscina, iluminada hasta decir basta; en el escenario de delante, hacia donde Luke se encaminaba; en el gigantesco espesor verde que rodeaba toda la casa, colmada de luces llamativas, y en los altavoces último modelo que amenizaban el ambiente con música clásica.

Qué asco daba.

Qué asco dábamos la gente que teníamos dinero.

Sin embargo, en mis tiempos de miseria, había aprendido —o, más bien, una persona me había enseñado— lo que significaba la palabra humildad. Empatía. Y lo había aprendido a base de bien. Ahora, contemplando todo lo que tenía a mi alrededor después del levantamiento de Waris Luk y los éxitos que se sucedieron tras la detención de Oliver, veía que lo tenía todo. Incluso mucho más que antes. Pero había algo crucial que me faltaba en la vida, y se llamaba Enma Wilson.

Cinco meses.

Cinco meses sin saber nada de ella desde la última visita a la comisaría, sin poder localizarla, sin conseguir que cualquier amigo suyo me diese una pista; ni siquiera Luke, que se había cerrado en banda y no tocaba siquiera el tema. Lo único que me decía era «Estará bien», y a mí me entraban unos instintos asesinos tan grandes que un día, si no lo maté, fue porque mi madre estaba conmigo.

«Juré que no hablaría de ella, y esta vez cumpliré mi promesa». Promesa, había dicho el gran mamón, y esa vez sí que se fue con un ojo morado. Sabía que Luke no era el culpable, sino yo, que la había apartado de mi lado yo solito. Sin embargo, los días se sucedían como si de una rueda se tratase y mi vida se encontraba vacía. Por no hablar de mi hija.

Había visto una ecografía; y de puro milagro, porque le cogí el teléfono móvil a mi madre, a escondidas y como si tuviese trece años, y abrí una conversación muy asidua con Enma ese mismo día. No sabría calcular la de semanas que estuve tan cabreado que ni siquiera fui capaz de mirarla. Juliette argumentó que pensaba contármelo, que se la había enviado esa misma mañana. Y era verdad, pero la rabia me cegó tanto que no supe controlarla. La relación que ambas tenían se terminó tan pronto como añadí su número y comencé a llamarla como un desesperado, bajo la amenaza constante de mi madre para que no lo hiciese. Eso fue muy pocos días después de enterarme de que ya se había marchado a saber dónde. Desde ahí, la única posibilidad que tenía de saber de ella también se fue al traste.

Dakota.

La pequeña se llamaría Dakota, tal y como le dijo Lion. Y hasta ahí podía leer, porque no sabía una mierda más. ¡Si hasta mis hijos habían hablado con ella! Me preguntaban a todas horas cuándo vendrían, si tendrían una prima nueva o una amiga. ¡Una prima o una amiga! ¿Y cómo les explicaba que su padre se había portado como un cabrón con Enma y que Dakota no sería su prima, sino su hermana? Pues a esas alturas no lo sabía, porque tampoco tenía claro que pudiera conocer a mi hija.

—No tienes mucha prisa por llegar.

La dulce voz de Morgana me sacó de mis pensamientos a medida que llegaba a la primera barra. Alcé el mentón y me la encontré tan despampanante como siempre. Su figura estaba cubierta por un vestido de noche de color blanco hasta los pies, con una gran abertura en la pierna derecha. El contraste con aquel cabello rojo como el fuego era espectacular, y de no saber cómo era ella —o, según decía, había sido—, habría caído en sus redes por segunda vez sin pensarlo.

Me acerqué con pasos largos y deposité un beso en su mejilla.

—No. La verdad es que ninguna —le contesté. Ella sonrió y posó su mano con cariño en mi hombro. Obvié la caricia oculta en ese gesto—. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Mucho mejor. Parece que las heridas de guerra van curándose poco a poco.

Había tardado unos meses en poder recuperarse de la herida de bala, gracias a su padre. Durante un tiempo, estuvo en estado crítico. Luego, la valentía que Morgana siempre tuvo salió a relucir y sobrevivió, incluso cuando su madre y yo pensábamos que moriría en el hospital tras un gran bajón.

—Entonces, disfruta esta noche. Emborráchate y permítete una buena juerga.

—De eso, tú sabes mucho últimamente. —Se acercó a mí.

Esa vez no retrocedí. La miré con atención y enarqué una ceja.

—¿Quién dice eso?

Sonrió, y noté un leve rubor en sus mejillas al sentirse inspeccionada por mí.

—Ya sabes, la gente habla. ¿Cómo estás? —me preguntó, cambiando el tono. Aunque nunca había hablado sobre Enma, sabía que se refería a ella.

—Bien —me limité a responderle de manera tajante.

Llevaba meses intentando que la dejase aparecer por casa; la casa de mi madre, la cual seguíamos manteniendo y que arreglamos por completo después del incendio. Todavía no concebía la idea de dejarla a solas con Jimmy y Lion. Ni siquiera me veía capacitado para contarles quién era ella, aunque tampoco lo requería. Y así me lo hizo saber Morgana en los cientos de veces que mantuvimos la misma conversación. Los mismos cientos que le había dicho que no. Podría estar equivocándome, como tantas veces lo hacía, pero si durante todos esos años no se había preocupado por los que un día fueron sus hijos, ahora tampoco tenía tanta importancia, y no pensaba permitir que les pusiese la vida patas arriba. Una cosa era comenzar a fiarme de ella y otra ser gilipollas. Retomó su trabajo en Waris Luk y se encargaba de llevar el cierre de acuerdos con algunas cadenas e incluso viajes concretos. Sabía de sobra que le encantaba aquel cargo, y en cierto modo estaba en deuda con ella por haber salvado a Enma de aquel disparo que podría haber sido mortal para ella o para el bebé.

Carraspeó y cambió de tema, tratando otra vez de sonar distendida:

—Estarías mejor en tu casa, arreglando esa tartana de coche lleno de grasa hasta las cejas. Me parece increíble que te hayas vuelto así. —Rio con fuerza.

Pedí un whisky, le di un sorbo y volví mi atención a ella, que me contemplaba expectante.

—Es un Mustang del 64, no una tartana. Y no me he vuelto así; siempre lo fui.

Puso los ojos en blanco y se llevó su copa de champán a los labios con mucha delicadeza, más de la habitual, y supe que mi comentario le había dado de lleno. Porque eso solo quería decir que, durante todo el tiempo que habíamos compartido, no se había molestado en conocerme ni en prestarme la suficiente atención para averiguar esos detalles. No hurgó en el asunto, siendo consciente de dónde acabaría la conversación. Otra cosa no, pero Morgana era experta en desviar temas que no le interesaban o que no era capaz de afrontar porque no podía rebatirlos.

—Con todo el dinero que tienes, podrías comprarte el coche que quisieras sin tener que mancharte las manos de grasa. Y, por supuesto, de una época moderna.

Negué con la cabeza y me marché de allí en dirección a Luke, dejándola con una sonrisa en la boca y, seguramente, con un suspiro de tranquilidad. Intentaba alejarme lo suficiente de Morgana. No quería que malinterpretásemos nuestra situación. No quería que se confundiese. Y sus ojos, desde hacía unos meses, me decían todo lo que pensaba.

A medida que avanzaba, fui saludando a la mayoría de los invitados. Habíamos cerrado un acuerdo con la cadena de Luke y la fiesta se había organizado por todo lo alto. Luke había conseguido subir a la cima y mantenerse allí y me alegraba, aunque no me apeteciese permanecer en aquella fiesta. Solo esperaba que, con el tiempo, no se diese un golpetazo.

Al verme, Luke le sonrió a la mujer con la que hablaba y se despidió de ella con un breve apretón en su brazo. Encaminó sus pasos hacia mí y yo le di otro trago a mi bebida.

—Creo que alguien está haciéndote ojitos —le dije con picardía y una sonrisa.

—¿Te refieres a los mismos ojitos que lleva haciéndote meses tu exmujer? —malmetió.

—Eso es trampa. —Lo señalé—. Eres un rastrero.

—Un rastrero al que le gustan los hombres y que, por supuesto, tiene razón. ¿Has pensado que casarte conmigo sería una buena opción?

Lo miré muy mal y me bebí el whisky de un trago. Solté el vaso en la bandeja de uno de los camareros que avanzaba por mi derecha y me reajusté la chaqueta de mi traje negro.

—Que te jodan, Luke.

Levantó las manos en son de paz y rio con mucha fuerza.

—Es verdad —comenzó con voz de orangután—, soy muy macho para tan poco hombre. —Cambió el tono a uno más afeminado, nada que ver con el suyo habitual, y lo acompañó de un aleteo de pestañas—: Cari, ¿subes conmigo al escenario?

Me reí y le propiné un golpe con el puño en el hombro.

—Eres un gilipollas.

—Un gilipollas que te encanta. Venga, no me jodas, seríamos la pareja perfecta. Es que no lo entiendo. Solo pones impedimentos para que nuestra relación funcione. Si luego quieres acostarte con mujeres, lo entenderé, y me dará igual quién sea. No seré un celoso de mierda. Te lo juro.

Lo examiné durante unos segundos, y supe que arrugaría el rostro en cuanto escuchara mis siguientes palabras:

—Dime dónde está Enma y me caso contigo.

Una sonrisa afloró en mis labios al ver su mueca de desagrado. En el fondo, no pretendía estar repitiéndoselo constantemente, pues era consciente de que él sufría en muchas ocasiones.

—Sabes que no lo sé —añadió, sin despegar sus ojos de mí; esa vez, con mucha seriedad.

Lo ignoré y caminé con decisión hasta el dichoso escenario, al que no me apetecía subir para nada. Dejé que Luke tomara la palabra e inspeccioné a las personas que nos contemplaban mientras escuchaban la verborrea que mi amigo soltaba. Sin embargo, pocos minutos después, apreté los dientes al fijarme en una figura situada bajo uno de los árboles que había al final del jardín. Supe que mi rostro se había transformado, pues no estaba escuchando a Luke, que me observaba con la mano extendida; seguramente, para darme paso en la conversación que debíamos llevar los dos entre risas y estupideces. Pero mis ojos no se apartaban de aquella figura.

—¿Edgar? —me llamó Luke, y fui consciente de que todo el mundo me miraba.

Giré sobre mis talones y anduve en dirección al árbol, no sin antes pedir unas simples disculpas ante la cara de asombro de Luke. La gente me escudriñaba, aunque a mí no me importaba. Seguí caminando; cada vez más rápido, cada vez más frenético. Hasta que mi cuerpo se perdió en la oscuridad de la noche al acecho de unos ojos verdes que destellaban en exceso sin dejar de observar mis pasos.

—Warren.

—Campbell.

Nos desafiamos con la mirada durante muchos minutos. No supe cuántos, pero los ojos me escocían y los dientes rechinaban dentro de mi boca. Tenía mis motivos para hacerlo. Las amenazas volaban de un lado a otro.

Al ver que no pronunciaba ni una sola palabra, decidí intervenir:

—Márchate de aquí. No eres bienvenido.

Abrió los labios, como si tuviese la intención de pronunciar algo, y después los cerró. A continuación, se juntó mucho a mi rostro y me dijo:

—Lark está vivo.

Arrugué el entrecejo, sin querer entender lo que acababa de decirme. Di un paso adelante, acercándome más a él.

—¿Qué has dicho?

—Que Lark está vivo. Hasta el momento, creo que hablo a la perfección. Pensaba que eras un tipo listo, pero ya veo que me equivocaba.

—Déjate de soplapolleces —gruñí.

Lo vi dudar, sin embargo, terminó diciendo:

—Eso quiere decir que, si no damos con él, Oliver saldrá de la cárcel y tendremos que poner a Enma en…

—A Enma no tienes que ponerle nada —escupí con malas formas, sin dejarlo acabar.

—¿Acaso sabes algo de ella después de cinco meses? —me preguntó con inquina. En sus ojos pude ver el reflejo de la victoria, lo que me dio a entender que él sí sabía dónde estaba.

—Si lo sé, no pienso decírtelo.

Sonrió con superioridad y me dieron ganas de borrarle la sonrisa a puñetazos.

Tenía que encontrarla.

Y debía hacerlo antes que él.

Mi perversión

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