Читать книгу Mi perversión - Angy Skay - Страница 5
2 ENMA
ОглавлениеMe tumbé en la orilla de la playa y elevé mi rostro para que los rayos del sol incidieran directamente en mi piel. Toqué mi abultado vientre y permití que el vestido, el cabello y todas las partes de mi cuerpo se impregnaran de arena. Cerré los ojos y suspiré.
Habían pasado cinco meses desde el incidente de la cabaña y lo recordaba todo a la perfección. Oliver fue detenido por asesinato, falsificación de datos, blanqueo de capitales y un sinfín de delitos más que no quise ni escuchar. Antes de que se lo llevaran, contempló el cuerpo casi sin vida de Morgana y algo en él cambió. Algo tan grande como las ansias de venganza. Mirándome a los ojos, me juró y perjuró que me arrepentiría de lo ocurrido, como si el simple hecho de volverse loco disparando a todos hubiese sido mi culpa. Como si que su hija estuviese herida hubiese sido mi culpa. En un primer momento, entré en shock al ver que Edgar se escurría a la vez que Oliver, sin embargo, el que recibió los dos impactos de bala en la pierna fue Oliver, por parte de Klaus, el inspector de policía que llevaba el caso.
A Edgar también lo detuvieron por secuestro premeditado, pero ya no sabía si todo había sido una patraña más entre la Policía y él o no. Mientras lo tenían apoyado sobre un escritorio colocándole las esposas, me contempló con una clara súplica en su mirada; una súplica que pedía perdón pero que también decía verdades. No obstante, mi mente había llegado a un punto de desconexión, y lo único que deseaba era estar sana y salva, lejos de engaños, falsas promesas, mentiras y asuntos turbios, como el motivo por el que me encontraba allí.
Terminé enterándome de todos los planes que unos y otros habían urdido en conjunto con el fin de cazar a Oliver y de que la Policía lo detuviese. Edgar le hizo creer que estaba de su lado; aunque en el fondo siempre lo estuvo, pues me había engañado desde el minuto uno. Y por mucho que se hubiese enamorado de mí, no tenía perdón ni excusa para no habérmelo contado.
Morgana trató de confundirlo de la misma manera, y a eso se le sumó la supuesta noticia falsa de que ellos dos se reconciliaron, dándole como recompensa lo que Oliver siempre había querido: que Waris Luk fuese de Morgana para después poder quitársela a su hija. También era otra mentira como una catedral de grande, pues, a efectos legales, nada de eso había ocurrido. Luke, simplemente, los ayudó a cada paso, lo que dio como resultado que yo estuviera en aquella cabaña como cebo. Edgar tuvo el plan urdido al milímetro, e hizo pensar a Oliver que me había engañado con sus artimañas con el fin de que firmara aquellos documentos que declinaban la herencia para después, tal y como dijo, deshacerse de mí. Morgana había avisado a la Policía semanas atrás, y junto con Luke llevaron a cabo una investigación para que pudieran juzgarlo por más de un cargo. De esa manera, Oliver se pasaría una buena temporada en la cárcel.
A fin de cuentas, me sentía la persona más utilizada por todo el mundo. Y cuando Oliver apareció en mi agencia, supe que su única intención no era otra sino asustarme y hacerme saber con quién estaba tratando, para que, llegado el día, si me enteraba de la ostentosa cantidad de dinero que me había dejado su hermano, tuviera claro a quién pertenecía. Al final, Oliver creyó que todos estaban de su lado, cuando lo que en realidad sucedió fue que confabularon en su contra. Incluida su mujer, al enterarse del asesinato de Lark; cuerpo que supuestamente también tenían localizado. Todo era un sinfín de suposiciones que no acababan nunca.
No acudí al hospital para ver a Morgana. Milagrosamente, la bala no la había matado y se recuperó con lentitud. No me parecía lo correcto visitarla, y pese a que ella había recibido esa bala por salvarme, pensé que no era apropiado aparecer allí como si nada cuando, con seguridad, su madre sabría muy bien quién era yo. No quería darle el día a nadie, y mucho menos estando tan crítica. Supe por Luke que Edgar sí había ido a visitarla constantemente, y también pude ser testigo de que, gracias a un periodista que se encontraba en el momento ideal en el hospital, no solamente se decían dos palabras, no. También había abrazos en sus visitas, caricias y tenues sonrisas arrebatadas que durante unos días me llenaron de celos pero que, tan pronto como pude, sustituí por odio.
En esa semana, mis amigos no se separaron ni un instante de mí, incluido Luke, quien, enfadado por no haberle contado lo de mi embarazo, no había día que no me lo recriminase. Me mudé a la casa de Susan de manera provisional, pues, aunque Katrina y Luke insistieron, no quise prolongar más de unos días el viaje a Galicia. Por supuesto, la casa de Luke no era una opción. Por nada del mundo pensaba encontrarme con Edgar cara a cara. De hecho, no quería volver a encontrármelo nunca.
La última mañana que estuve en Mánchester, Susan y Dexter me acompañaron a la comisaría. No tenía muy claro para qué debíamos volver, porque no me habían dado muchas explicaciones por teléfono. Edgar había estado llamándome desde el día en que lo detuvieron en la cabaña. Primero, con su número de móvil, por lo que el segundo día, cuando vi que no cesaba, lo bloqueé de todos los sitios posibles para que no continuara insistiendo. Pero, obviamente, no fue así. Después, un día tras otro, los números desconocidos fueron apareciendo en mi pantalla, así que al final opté por cambiar el mío. Hasta la fecha, no había tenido noticias de él.
Necesitaba olvidarme definitivamente de Edgar Warren.
Antes de acudir a la cita, le pregunté a Klaus unas diez veces si solo me habían citado a mí, y me confirmó que sí. Con esa tranquilidad, entré en la comisaría acompañada de mis amigos. Miré a mi alrededor y lo vi a lo lejos, saliendo de una de las salas con cara de mal humor. Alzó el mentón y sonrió, lo que me puso nerviosa. Era como si el mal carácter se le hubiese esfumado de un plumazo.
—Uh, el poli está haciéndote ojitos —añadió Dexter, dándome un codazo.
—¡Cállate! —lo regañé—. ¿Tú has visto la barriga que tengo? Si se fija en mí el ginecólogo, es porque no le queda más remedio.
Toqué con delicadeza mi prominente vientre, pequeño pero llamativo por aquel entonces.
—Ahí viene. Derecho —murmuró Susan, dándome esa vez un suave codazo en el costado.
Carraspeé al verlo avanzar con grandes pasos. El uniforme le quedaba como anillo al dedo. Llevaba el cabello rubio un poquito largo y peinado de forma desenfadada. Sus ojos verdes brillaban en exceso según se acercaba, y el aspecto de chico malo, desde luego, no le pegaba para nada con el trabajo que tenía.
—Buenos días, Enma. ¿Cómo va esa herida?
Sonrió, y esa sonrisa se me antojó deslumbrante. Desde el primer momento en el que me tomó una breve declaración en la cabaña, había estado preocupándose con asiduidad por mi estado de salud. De hecho, había acudido tres o cuatro veces a la casa de Susan. En este caso, se refería al rasguño de la bala que llevaba en el brazo gracias a Oliver.
—Buenos días… Bien —musité sin escucharme.
Su sonrisa se hizo más grande. Miré de reojo a Susan, que casi babeaba. Dexter estaba al asalto y se juntaba en exceso a mi costado.
—No te robaré mucho tiempo. ¿Me dijiste que te marchabas mañana?
—Sí. No quiero demorarlo más.
—¿Adónde me dijiste que te ibas? —me preguntó con picardía y una sonrisa ladina.
—No te lo dije.
Volvió a sonreír y escuché el carraspeo, esa vez, por parte de Susan. Klaus ensanchó más sus labios y, cabeceando, añadió:
—Eres dura. Pero me lo dirás. —Me señaló con el dedo.
—No lo creo.
—Ya tengo tu teléfono —me vaciló.
—No me quedó otro remedio —me justifiqué.
—No tendrías que haberle dado el nuevo, ejem..., ejem…—La voz de Dexter nos sacó de aquella batalla de puntadillas. Lo miré con mala cara por soltar ese comentario.
Klaus soltó una pequeña carcajada y alzó sus cejas con gracia. De reojo, pude ver cómo le guiñaba un ojo a mi amigo.
—Ahora os la devuelvo.
—Si quieres, puedes entretenerte un rato. No tenemos prisa —puntualizó Dexter.
Miré hacia atrás y le hice un gesto con mi dedo como que iba a cortarle el cuello cuando saliésemos. Él me lanzó un beso y Klaus se rio un poquito más a nuestra costa. Por lo menos, con nosotros se lo pasaba bien. A la vista estaba.
Me ofreció su mano para que lo acompañase y adelanté el paso, agachando la mirada un pelín. Pasé parte de mis cabellos rubios por detrás de mi oreja, y cuando elevé mis ojos, seguía mirándome. Enarqué una ceja, con una interrogación patente en mi gesto, y volvió a mostrarme su perfecta dentadura blanca, para después pasarse una mano con cierto erotismo por el fuerte mentón, enmarcado por una barba incipiente, rubia también.
—Ah, Enma, se me olvidaba. No me habían comentado nada, pero han citado también… —Abrió la puerta. En vez de entrar, me quedé paralizada y dejé de escucharlo. Klaus colocó una mano en mi espalda con tacto y, al ver mi cara, me sugirió—: Si quieres, podemos hacerlo en otra sala. Solos.
El hombre que se encontraba sentado en una de las sillas alrededor de la mesa se levantó con gesto intimidante. Me miró con mala cara, con los labios sellados y aparentemente tenso. Llevaba el brazo escayolado y un aspecto impecable. Como de costumbre.
—¿Por qué iba a tener que irse a otra sala? No muerdo.
Esto último lo dijo con un tono para nada amigable. Me fulminó de un simple vistazo al ver que la mano de Klaus seguía en mi espalda. Sus ojos se iban de esa mano y después a mi rostro. No le quité la mirada. Ya no lo haría, aunque intentara evaluarme y ponerme nerviosa. Ya no quería nada que tuviera que ver con Edgar Warren.
Lo medité durante toda la última semana que estuve en Mánchester, aun sabiendo que trataba de ponerse en contacto conmigo. Las mismas preguntas que se repetían en mi mente una y otra vez surgieron con más fuerza: ¿Qué me esperaría con él?, ¿con una persona que había estado engañándome desde el principio? Igualmente, aunque de verdad me hubiese querido, ¿por qué no me lo contó nunca? No habría tenido que montar aquella película absurda que casi nos costó la vida. No habría tenido que engañar a nadie, porque habría firmado aquellos papeles sin mirar atrás. Sin pensarlo. Porque habría seguido haciendo todas y cada una de las cosas que hice por él. Siempre.
—No te preocupes. Estoy bien.
Mis ojos buscaron los de Klaus. Sin embargo, aunque lo dije con autoridad, su rostro fue como un libro abierto y supe que el inspector no lo tenía tan claro. De hecho, tanto duró la conexión que tuvimos al mirarnos que escuché cómo el titán se preparaba para sacar su mal genio:
—¿Vamos a estar toda la mañana con la batallita de miradas? Porque tengo un negocio que levantar, por si a alguien se le ha olvidado.
Klaus desvió sus ojos hacia él. La mirada, que en un principio había sido risueña, llena de alegría, y esa boca que constantemente sonreía se convirtieron en sendas líneas infranqueables; la primera, con abrasadores destellos parecidos al fuego que sus prados verdes despedían.
—Señor Warren, si tiene prisa… —lo atravesó con los ojos—, se espera.
Edgar alzó una ceja, se reajustó la corbata con la mano que tenía sin escayola y elevó el mentón de manera desafiante.
—Señor Campbell, si no tiene prisa… —usó su mismo tono y le lanzó la misma mirada—, aligere.
La tensión podía cortarse con un cuchillo, así que decidí que ya era hora de romperla. Arrastré una de las sillas para llamar la atención de los dos presentes y me senté. Coloqué mis manos entrelazadas sobre la mesa y Klaus me miró.
—Enma, ¿te suenan estas imágenes? Son un poco crudas, pero necesito que me digas si esto es lo que te enseñó Oliver Jones cuando estuvo en tu agencia.
—Veo que los formalismos se han terminado —intervino Edgar, tamborileando sus dedos sobre la mesa.
No nos quitaba los ojos de encima, y lo peor era que cuanto más lo contemplaba de reojo, más rabioso lo veía. Lo conocía; poco, por lo que había comprobado después de todo lo sucedido. Pero su carácter sí lo tenía muy presente, y estaba a punto de perder los estribos.
Klaus lo ignoró y me mostró las fotos.
—Son las mismas que me enseñó, sí —le aseguré.
Se encontraba con una mano en la mesa, repartiéndolas, y la otra, apoyada en el respaldo de la silla. Estaba muy cerca de mi cuerpo. De hecho, notaba su respiración en mi cuello.
Los dedos de Edgar me distraían. No dejaban de dar golpecitos en la mesa, cada vez con más fuerza. En varias ocasiones, mientras escuchaba a Klaus hablar sobre el caso, desvié mi mirada hacia los golpes.
—¿Podemos dejar la orquesta, por favor? —dijo Klaus con malas pulgas, enfrentándolo.
Edgar mantuvo con los dedos en alto, tan chulo y vacilón como siempre. Temí por la respuesta, pero nada de eso ocurrió, sino algo peor.
Se levantó, ocasionando un ruido terrible con las patas de la silla, y avanzó con pasos largos y firmes hasta mi posición. Lo tenía justo al lado, pero no se dirigió a mí, sino a Klaus:
—Claro. No has estado tan cerca de mí mientras me interrogabas.
Ni corto ni perezoso, quitó la mano del inspector del respaldo de mi silla, provocando que esta cayese bruscamente. Contuve el aire al ser consciente de que ambos se analizaban con muy mala cara.
—El cuerpo que encontró Morgana allí no era el de Lark, sino el de otro hombre desaparecido hace dos años. Hemos estado investigando la relación que tenía con Oliver, pero no hemos encontrado nada. —No le quitó los ojos de encima a Edgar en ningún momento—. ¿Llegó a decirte quién había sido su informante?
—No. Te lo he dicho cinco veces con esta —bufó con mal humor el aludido.
—Como si tienes que repetírmelo veinte —le contestó en el mismo tono.
Mantuve mi mirada en un punto fijo de la pared al ver por el rabillo del ojo que Edgar se erguía intimidante. ¿Estaba loco o qué?
—Quítate el uniforme y vuelve a hablarme así —lo amenazó.
No di pie a más. Empujé mi silla, con cuidado de no chocar con ninguno de los dos, y me levanté, quedándome en una posición peor, pues tenía uno a cada lado.
—Klaus, si necesitas algo más, llámame.
Sujeté mi bolso con fuerza para salir de allí.
—Sí. Será lo mejor —murmuró él con desgana.
—Si me permites la pregunta, ¿cómo se supone que va a llamarte si no tienes teléfono?
Me detuve antes de mover la manivela de la puerta, sin atreverme a girarme. No le contesté, aunque pude escuchar su respiración desde la distancia. Abrí sin esperar ni un segundo más y caminé hacia la salida. Justo antes de llegar, me di cuenta de que Susan y Dexter ya no estaban. Miré por la puerta de la entrada y vi que fumaban en la calle. Di un respingo al escuchar la voz de Klaus:
—Te invito a cenar esta noche.
Me volví para mirarlo.
—No puedo, tengo que…
—Llevas una semana preparando el equipaje para irte. —Sonrió como un gañán y le correspondí.
Pero la sonrisa se me borró de un plumazo cuando escuché a Edgar detrás de él:
—Esta noche ya tiene planes. —Recalcó mucho ese «ya».
—No estaba hablando contigo —añadió Klaus como si nada, y guio sus ojos de nuevo hasta los míos—. Te recojo a las siete.
Mis labios se sellaron; no supe si presa del pánico que estaba comenzando a sentir o porque necesitaba salir de allí cuanto antes. Edgar me contempló con un enfado monumental y sujetó mi antebrazo con rabia.
—Te he dicho que esta noche ya tiene planes. Y no es contigo precisamente.
Su tono rudo me encogió el pecho. Tiró de mi brazo hasta sacarme casi a rastras a la calle. Contemplé a Klaus un segundo, pidiéndole perdón con una mirada que no entendió. Lo que sí vio fue el agarre desmedido que aquel loco llevaba.
Dexter y Susan abrieron los ojos de par en par cuando me vieron salir. Les pedí un momento con la mano para que no se acercasen. No quería enfrentamientos, y menos en la puerta de una comisaría, o a saber cómo acabaríamos todos.
—Suéltame —le pedí sin alzar la voz.
Si hubiese podido matarme, lo habría hecho con un simple vistazo. Sus ojos no echaban fuego porque no podían. Lanzó tantas preguntas de carrerilla y con tan malas formas que me dieron ganas de abofetearlo en mitad de la calle:
—¿Por qué tiene tu teléfono?, ¿por qué yo no lo tengo? ¡Esa es la jodida pregunta del millón! —Entrecerró los ojos, sin dejar de caminar a grandes zancadas mientras yo daba pequeños tirones para soltarme, sin éxito—. ¿Dónde estás viviendo?, ¿por qué no me has devuelto una puta llamada? Y, lo más importante —se detuvo en seco—, ¿por qué cojones tiene ese gilipollas tanta confianza contigo? —Si no le salió espuma por la boca fue de milagro.
—Suéltame —le repetí, contemplándolo.
—No me da la gana. —Subrayó cada palabra, acercando mucho su rostro al mío.
—Edgar, por favor, está mirándonos todo el mun…
—¡Me importa una mierda quién nos mire! —bufó—. Como te ponga una sola mano encima, te juro que…
No le dio tiempo a finalizar la amenaza, ya que alguien habló detrás de él con tono firme y tajante:
—Warren, te ha dicho que la sueltes, y no creo que sea necesario que te lo repita de nuevo.
Se apartó de mí de forma instantánea y se giró tan despacio que me asustó. Como si fuese un pavo hinchando pecho, dio un paso hacia Klaus y lo contempló intimidante.
—¿Vas a decirme tú, Campbell, lo que tengo que hacer?
—Edgar… —lo llamé, tocando su brazo al sentir que lo soltaba con mucha lentitud.
—Te recuerdo que todavía puede denunciarte por secuestro. No deberías haber retirado la denuncia.
Klaus me miró antes de volver a posar sus ojos sobre el hombre al que poco le quedaba para perder los papeles.
—Mira, Klaus —pronunció su nombre con tanto asco que me molestó—, no me toques los cojones y ve a hacer de detective, que se te da muy bien.
—No olvides con quién estás hablando, Edgar.
—¿Estás amenazándome?
—Puedes tomártelo como quieras —le advirtió el rubio sin titubear.
Edgar se acercó tanto que sus frentes casi se tocaron. Tiré de su brazo otra vez, pero no me hizo ni caso.
—Ten cuidado. A lo mejor, el que no sabe con quién está hablando eres tú.
Sin decir nada más, ni siquiera mirarme, se separó, le lanzó una última amenaza muda a Klaus y desapareció por la esquina.
Tenía mis dudas, pero estaba casi segura de que se conocían.
Desconecté mi mente de todos aquellos recuerdos cuando escuché un silbido en mitad de la playa en la que me encontraba. Abrí los ojos y vi a Dexter, que me decía a voces desde lejos:
—Tienes visita, rubia.