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La llamada

Diciembre 1993


—¡Eva!, te llaman al teléfono —gritó Vivian desde la cocina.

La joven bajó las escaleras de la casa cargada con su pequeña pateadora y se la dejó a su tía. Esta le dio un par de besos de esos sonoros y llenos de amor como solo ella sabía darlos. Se llevó a la pequeña Violeta al comedor y dejó a Eva en la cocina, sujetando el teléfono. Imaginaba que sería su padre para felicitarle las Navidades. Era con el único que hablaba.

Durante unos segundos, Eva se acordó de todo, aunque habían pasado dos años, casi tres, cuando les dijo a sus padres que estaba embarazada, cuando su madre le soltó un tortazo y después se fue a llorar, quejándose de la vergüenza que iba a pasar delante de sus amigas. Su padre se había quedado estupefacto. Reaccionaron unos días más tarde enviando a su hija a Francia, con la tía Vivian, quitándose de en medio un problema, o mejor dicho, dos, de un solo plumazo.

Eva se sentía triste a veces. Su padre la llamaba para su cumpleaños, para Navidades y algún día suelto, eso sí, a escondidas de su digna madre. No tenía ni idea de qué les había contado a sus amigas. Y le importaba bien poco. Aquí, en Pontoise, era muy feliz viviendo con su tía y su pareja, Caroline. De hecho, nunca se había sentido tan querida. Incluso se había matriculado en la universidad Inter-Ages para cursar Enfermería

—¿Sí? —contestó expectante. En el fondo, esperaba esa llamada que le diría que volviera, que la echaban de menos y que siempre la habían querido. Menos mal que se escribía muy a menudo con Elena.

—Eva —se oyó un fuerte suspiro—, soy tu madre. Tu padre ha muerto.

—¿Qué? ¿Cómo? —Eva estaba en shock.

—Veo que vivir allí no te ha hecho ser más lista. En dos días es el entierro, así que díselo a tu tía y venís aquí, pero sin la niña. Adiós.

Eva se quedó sosteniendo el teléfono sin poder reaccionar. Caroline y Vivian habían escuchado la fuerte voz de su cuñada y no podían creer lo que habían oído.

Vivian se acercó a Eva y la abrazó. Ambas habían perdido a alguien a quien querían. Hicieron una pequeña maleta para salir al día siguiente. Eva no podía dejar de llorar por su padre, por la crueldad de su madre y por lo triste de la situación. Seguramente su presencia era requerida para mantener las apariencias.

Caroline se quedaría con la pequeña Violeta, que ya estaba acostumbrada porque Eva asistía a clases y trabajaba los fines de semana en una cafetería, ya que sus padres no le pasaban ningún dinero. De todas formas, ella quería mantenerse por sí misma.

Sacaron los billetes de tren para el día siguiente. Demasiado tiempo como para no pensar, demasiado doloroso como para no recordar el viaje de ida, sola y sin comprender cómo sus padres podían echarla de casa. No les dijo quién era el padre del bebé, al fin y al cabo, después de hacerlo en el coche de su amigo, no había vuelto a saber de él. Nico se fue de vacaciones a Salou y no la llamó ni una sola vez. Juan tampoco llamó a Elena, pero a ella no le importó, no se había entregado al chico.

Decepción tras decepción, Eva se volvió callada y solitaria. Le costó mucho tiempo y esfuerzo a su tía Vivian que se abriera a la alegría de ser madre y a otra vida con nuevas oportunidades. Cuando comprendió que en Pontoise podía comenzar desde cero y ser la persona que quisiera, las cosas cambiaron.

El parto fue fácil y nació una preciosa niña rubia, con los ojos claros como su padre. Eva se enamoró perdidamente de su hija y la amó desde el segundo en que la tuvo en sus brazos. Después de nacer Violeta, convalidó sus estudios, los retomó; sus tías se lo hicieron fácil, como debían haber hecho sus padres. Incluso se hizo amiga de dos chicas estupendas y tonteó con algún chico sin plantearse algo serio. No tenía ninguna gana de tener novio.

Su padre sabía que había comenzado Enfermería, ¿lo sabría su madre? ¿Sabría que había cambiado? Para el viaje se puso un elegante traje. Eva había engordado algo al principio del embarazo, cuando se refugió en la comida, y luego tras el parto. Aunque en los últimos meses había perdido algo de peso, seguía curvilínea, aunque bien proporcionada.

Llegaron agotadas a Zaragoza, pero en lugar de ir a su antigua casa, se fueron a dormir a la de Elena, que ya les había preparado una habitación. Las amigas se abrazaron llorando al verse de nuevo. El verano anterior Elena había ido a verla a Pontoise y habían pasado un par de meses visitando la zona, el Museo Pisarro, lleno de pintura impresionista, asistiendo los conciertos al aire libre o viendo el viejo castillo. La echaba mucho de menos.

—¿Qué tal estás, Eva? —Elena era ahora una preciosa joven casi tan alta como ella, con el sueño de ser estilista casi cumplido. Había empezado a estudiar en una prestigiosa escuela y sabía que su futuro estaba en la asesoría de moda. Le iba mucho.

—Bien. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar. —Suspiró. Ya no le quedaban lágrimas o eso pensaba.

—No sabía que tu padre estuviera enfermo. Ya sabes que tu madre…

—Sí, ya sé cómo es mi madre —interrumpió Eva—. Voy a llamarla y a decirle que iremos mañana al entierro.

—Si quieres ir a dormir a tu casa, no hay problema.

—Ni de coña. Me quedo aquí, si no te importa. Nos quedamos aquí.

—¿Has pensado en decirle algo a Nico, ya que has vuelto?

—No, como me comentaste, él está casado. Ni siquiera sabía que yo tenía dieciséis años cuando me acosté con él. Si quisiera, incluso podría denunciarle por hacerlo con una menor, pero ¿para qué? Soy feliz allí.

—Te echo tanto de menos. —Elena volvió a abrazarla.

Eva mantuvo el abrazo unos minutos y luego fue a la cocina a llamar. Su tía Vivian estaba hablando con los padres de Elena en el salón, así que se dispuso a pasar el mal trago ella sola.

—¿Diga?, ¿diga?

—Soy yo. Estamos en casa de Elena. ¿A qué hora es el funeral?

—A las doce. Deberías estar en tu casa. Qué van a decir.

—No. Hasta mañana.

Eva colgó. Lo cierto era que no tenía mucho que decir. Esa mujer no era nada para ella, pero no podía evitar que le doliera dentro, en el fondo del corazón.

Vivian se acercó por detrás y le dio un abrazo para animarla. El día siguiente sería duro, aunque al menos estaría acompañada.

La chica de ayer

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