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ОглавлениеJean Paul
Diciembre 2000
Ya sabía que tenía que dejar de fumar, y, sin embargo, no lo hacía. Violeta se estaba poniendo muy pesada con ese tema. En el colegio le habían hablado de que era malo y ahora se tenía que esconder a fumar en el jardín de Vivian, cerca de la pequeña parra. Aun así, la niña la solía encontrar. Demasiado listilla para tener diez años.
Abrió una de las ventanas de las escaleras auxiliares del hospital para que no se notase demasiado el humo. Una de las puertas de acceso a la planta se abrió, Eva apagó el cigarro rápidamente en el marco de la ventana y sacudió el aire.
—No se preocupe, vengo por el mismo motivo —sonrió un hombre mientras se acomodada sentado a su lado. Se encendió un cigarrillo y echó el humo hacia la ventana.
Ella sonrió. El recién llegado era un hombre alto, con el cabello moreno algo descuidado. Seguramente estaría acompañando a alguien. Se veían ojeras en su cansado rostro.
—No debería fumar, sabe. A ella nunca le gustó —dijo pensativo.
—¿Tiene algún familiar aquí? —contestó amable Eva.
—Sí, mi esposa. Ha tenido una recaída en su enfermedad. Está en coma, pero tenía palpitaciones y la tensión muy alta, así que la traje al hospital.
—Ah, vaya, lo siento —dijo Eva. Se escuchaban muchas historias tristes en ese trabajo. Llevaba casi dos años trabajando como enfermera en urgencias y había visto de todo.
—Sí, y para colmo la enfermera que la cuidaba ha tenido que viajar a París, su madre está enferma y no sé cuándo volverá. Tal vez usted conozca a alguien…
—¿En qué consiste el trabajo? —Eva tenía un contrato parcial en el hospital, tal vez fuera posible conseguir un sueldo extra.
—Es poco trabajo. Hay que venir una vez al día para tomarle las constantes, ver que todo está correcto y administrarle alguna medicación. No más de una hora al día. Y pago bien. —La miró esperanzado.
—Bueno, yo he estudiado enfermería en la universidad de Pontoise. Cuando acabé hice las prácticas aquí y tengo contrato parcial. Me vendría bien algún ingreso extra, la verdad.
—Sería estupendo. Espero que en unos días den de alta a Camile y quizá pueda comenzar a trabajar ese mismo día o al día siguiente. ¿Tiene usted vehículo?
—Sí, vivo con mis tías y ellas no usan su coche. ¿Es que está muy lejos su casa?
—No, no, para nada. Vivo a las afueras en una casa grande. A mi esposa la cuidan día y noche dos señoras.
—¿No se ha planteado ingresarla en algún sitio? —preguntó Eva.
—No —dijo él entristecido—. Ella está en su casa, en su hogar. Sé que ahora no es más que un vegetal, pero siempre queda esperanza, ya sabe.
—Lo entiendo. A todo esto, me llamo Eva Sánchez. —Le tendió la mano.
—Soy Jean Paul Duchamps. —Él se la estrechó—. Se lo agradezco. Por supuesto le haré un contrato. No quiero ser indiscreto, pero ¿tiene familia?
—Sí, tengo una hija de diez años y vivo con mis tías cerca del museo Pissarro, en una casa con jardín.
—Tome mi tarjeta, piénselo bien, creo que la he cogido un poco de repente —sonrió. Tenía una bonita sonrisa—. Si acepta, llámeme cuando quiera.
—Gracias, señor Duchamps.
—Por favor, Jean Paul. Si vamos a trabajar juntos, es mejor así.
—Tengo que seguir trabajando, muchas gracias por la oportunidad.
Eva sonrió y se metió en la planta. Tenía guardia de nuevo. Como era el último día del año, se pagaba mucho mejor, y aunque Violeta había protestado un poco por no tomar las uvas con ella, la había convencido diciéndole que en primavera irían a Disneyland París. Si aceptaba este trabajo, podría ahorrar lo suficiente para llevarla. Se sintió feliz por ello.
Bajó a urgencias donde ya la estaban echando de menos. Se hizo cargo de su ronda y pasó por las habitaciones para comprobar las constantes. La última habitación era de una paciente, miró el historial. Camile Faucher, ¿sería ella?
Entró en la habitación. Era una mujer que seguramente en su momento había sido muy bella. Estaba consumida por su enfermedad, padecía esclerosis sistémica y ahora tenía insuficiencia respiratoria. Por lo visto, hacía seis meses que había evolucionado y caído en coma. ¿Sabría el esposo que no tenía posibilidad de curación? Eva la miró con pena mientras le tomaba la tensión. Allí estaba, conectada, y él seguía aferrándose a su vida. A veces era mejor dejar marchar.
La puerta se abrió y entró Jean Paul. Le sonrió levemente.
—¿Ya ha comenzado a trabajar?
—Bueno, esto es parte de mi trabajo actual. Ella está bien ahora mismo.
Eva se retiró saludando con la cabeza. Camile tenía cerca de cuarenta años y parecía que tuviera sesenta. Él no tendría más de cuarenta tampoco y había hipotecado su vida para atenderla. Eso sí que era amor, alguien que no te deja, estés como estés. Eva quitó recuerdos de su pasado con un leve movimiento de la cabeza y siguió trabajando.