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Una adolescencia complicada

Marzo 1988


De nuevo se escapaba de casa para verlo. Habían quedado en el parque Miraflores, un lugar donde había paseos arbolados entre las casas, muy apropiado para un encuentro furtivo. Eva comentó en casa que había quedado con su amiga Elena, aunque realmente no solía dar muchas explicaciones. En el fondo, lo hacía por su padre.

Bajó por el paseo, caminando rápido hacia su cita, como todos los jueves de todas las semanas. Él estaba allí, esperando, siempre tan puntual.

—Hola, guapa —le dijo sonriendo.

—Hola, Adán. —Se acercó tímidamente a darle dos besos.

—¿Vamos a sentarnos a nuestro banco?

Ella asintió y él la cogió de la mano. Habían encontrado un banco debajo de varios árboles detrás de un arbusto. Apenas pasaba gente por ese lado de la calle y los vecinos tampoco los veían desde arriba. Un lugar ideal para no ser vistos. Se sentaron muy juntos.

—Te he echado de menos toda la semana —dijo Adán acariciándole la cara.

—Llevas diciéndome lo mismo nueve meses —sonrió Eva. Le gustaba.

Él se acercó y le dio un suave beso en los labios. Ella abrió la boca y se dejó invadir. Ya tenían mucha práctica en besarse y lo disfrutaban mucho. Adán rozó el pecho de Eva, que dio un respingo. Todavía no se acostumbraba a ello, pero sabía que el chico deseaba tocarla, aunque fuera sobre el abrigo.

—Me gustaría marcharme de aquí —dijo cuando hicieron una pausa en los besos—. ¿Vendrías conmigo si me fuera?

—No digas tonterías. ¿Cómo te vas a ir? —repuso Adán—. Solo tienes quince años, como yo. ¿Dónde iríamos? Es absurdo.

—Tengo quince años y sí, me iría contigo, pero ya veo que tú no conmigo.

Se giró dándole la espalda. Hacía semanas que pensaba en irse de casa y olvidarse de las continuas riñas de su madre, alternadas con etapas que no le hablaba ni una sola palabra. Si no hubiera sido por su padre, ya se hubiera ido.

—Escucha, Eva. —Adán la cogió del brazo e hizo que se volviera—. Me gustas mucho, pero hay que ser realistas. Además, quiero ir a la universidad. Y tú deberías ir también.

—Mis padres no creo que me paguen la universidad. Ni siquiera sé qué estudiaría. Y, por cierto, estás hablando como un carca, parece que tengas cuarenta años.

Adán frunció el ceño y la soltó. Podría ser que verse con Eva no fuera lo mejor para ellos. Llevaba un tiempo dándole vueltas a su relación. Sus amigos le decían que no era normal. Sus padres, por supuesto, no sabían nada. Y estaba cansado de no poder ir «por la zona de salir» con ninguna novia. Nadie podía verlos juntos. Esto era malo para los dos. Tras estar callado un rato, decidió soltar la bomba que llevaba dentro.

—Mira, Eva. Yo te quiero y siempre te querré. Pero nunca vamos a conseguir estar juntos, aunque seamos mayores. —Adán suspiró—. Puede que sea mejor que dejemos de vernos.

Eva se quedó paralizada sin saber qué decir.

—¿Estás…, estás cortando conmigo? —pudo finalmente hablar con la voz muy baja.

—No puedo cortar contigo porque no somos novios —dijo pacientemente Adán—. Yo te quiero…

—¿Pero?

—Pero es que no vamos a llegar a ninguna parte. Nunca podremos ser novios o casarnos o presentarnos a nuestra familia —rio nerviosamente al pensar en ello.

—De acuerdo —respondió ella en voz baja.

Eva se levantó sin despedirse y se marchó corriendo. Corrió y corrió mientras las lágrimas caían sin parar. Excepto su inseparable amiga Elena, Adán era todo lo que tenía en la vida. ¿Por qué le decía «yo soy tu Adán y tú mi Eva» si estaba pensando en dejarla?

Se cayó y se hizo una herida en la rodilla y otra en la mano. Se levantó sin mirar demasiado y fue andando más tranquila hacia su casa. No valía la pena llorar. De hecho, tomó una decisión: no lloraría nunca más por un chico.

La chica de ayer

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