Читать книгу La chica de ayer - Anne Aband - Страница 7
ОглавлениеDe boda
Septiembre 1987
La canción de Madonna La isla bonita sonaba por los altavoces de la sala donde se estaba celebrando la fiesta tras la cena de la boda. Algunas personas mayores se habían decidido a bailar. O mejor dicho, parientes que Eva jamás pudiera imaginar que supieran moverse estaban saltando y dando gritos de forma excesiva para su gusto. El tío Pedro llevaba la corbata anudada en la cabeza, como era habitual en todas las celebraciones, y los primos pequeños sudaban en el centro de la pista, saltando y bailando como gremlims poseídos, jaleados por sus padres.
Incluso su madre, casta y seria por naturaleza, había consentido en bailar un pasodoble con su padre. Pero Eva estaba harta y aburrida. El vestido que llevaba, azul claro con volantes y jaretas en el pecho, era incómodo, rígido y le daba mucho calor, y las manoletinas heredadas de su prima le iban justas y le apretaban en los dedos. Como era la más joven de toda la familia, siempre le pasaban la ropa de sus primas, que eran más delgadas y bajas que ella, por lo que parecía una salchicha apretada a punto de explotar. ¿Cuándo le dejaría su madre usar minifaldas? ¡Ya tenía catorce años! Sus amigas se ponían faldas y pantalones a medio muslo y se cardaban el pelo, mientras tanto, ella tenía que ponerse los vestidos heredados que la hacían más gorda y más niña de lo que era, con el pelo bien tirante recogido en el cogote con un pasador.
Dio una patada a una de las chucherías que la novia había repartido a los niños y que estaban extendidas por todo el suelo del salón; su tía Dolores la había incluido entre los primos pequeños y le había dado también una bolsa para ella. ¡Cómo si fuera una niña! Miró a su alrededor buscando a alguien con quien hablar. Pero sus primas mayores estaban tonteando con los hermanos del novio y las pequeñas eran demasiado niñas y ella no quería saber nada de ellas. Salió de la sala al exterior. Al menos allí estaría tranquila. Se sentó en un bordillo con vistas al jardín con la cabeza apoyada en las manos.
—¿Qué pasa, colega? —le dijo una voz a su espalda—. ¿Te aburres o qué?
—Tú lo flipas —contestó sin saber muy bien qué decir. Miró a su primo Adán, de su misma edad, que era casi con el único con quien hablaba. Se habían criado juntos porque su tía trabajaba en una tienda y lo llevaba a su casa todas las mañanas, desde los cuatro años.
—Esto es un rollo. —Adán se sentó junto a ella—. Los primos mayores están ligando y bebiendo. Ya tengo ganas de ser mayor.
—¿Para ligar y beber? —Eva se burló de él—. Vaya aspiraciones. Yo tengo ideas mejores.
—No seas mentirosa. Estás deseando ser mayor para ponerte tacones y para que te crezcan las tetas. He visto como miras a la tía Dolores con envidia.
—¡Eres idiota! —Eva se sonrojó y se fue enfadada hacia la salida del jardín. Los brazos cruzados en el pecho hacían que el vestido le fuera todavía más justo y se le abriera un botón de atrás. Era verdad. Estaba deseando ser mujer para largarse de casa, para tener su propio trabajo y sí, ¡tener tetas!
Bajó unas escaleras que llevaban a otro jardín más apartado. Los arbustos crecían formando una especie de laberinto y había adelfas y rosas plantadas sin un orden concreto. No es que estuviera muy cuidado, pero al menos estaba más fresco que dentro o en la terraza, y no olía el humo de los puros y los cigarros que habían regalado los novios. A ratos parecía que hubiera niebla en la sala.
Llevaban toda la jornada de celebración, tras la boda al medio día, habían comido con algunos tíos, por la tarde pasearon por la plaza del Pilar dando una vuelta y por la noche la abundante cena. Estaba sudada e hinchada. Había comido demasiado cordero asado y le dolía el estómago. Y ahora el tonto de su primo le decía eso. Se había enfadado con él porque tenía razón.
Se sentó en un banco de piedra algo mohoso que había delante del jardín. Desde ahí se veía la terraza del restaurante donde todos se divertían. Le daba igual que se le manchara el vestido. Ojalá no se fueran las manchas ni con el famoso detergente Colón de la tele que su madre echaba en todo.
Estaba anocheciendo y aún les quedaba un buen rato allí. Aunque a su madre las fiestas no le gustaban, su padre disfrutaba, ya que eran pocas las ocasiones en las que salía. Sintió un ruido detrás.
—Lo siento, Evi. —Solo Adán la llamaba así—. ¿Me haces sitio?
Ella se apartó de mala gana. Adán se había quitado la americana, aflojado la corbata y olía a sudor; pero seguía siendo el mismo, a pesar de llevar un traje. Eva había crecido este año más que él y le pasaba en cuatro centímetros, lo que hacía que se sintiera un poco molesto. Ella siempre le decía, para consolarle, que en su familia todos eran muy altos y que un día llegaría a alcanzar a su padre.
—¿Qué te pasa, Eva? ¿Por qué no te diviertes? —preguntó curioso mientras arrojaba piedrecillas a las flores.
Ella le miró con tristeza. De acuerdo, no era muy sociable, pero las fiestas familiares eran toda una tortura. Que si tenía mollas, que si le habían crecido los pechos, que si no le asomaban, que si le salían granos en la cara, que si se debía cortar el pelo…, así todo el rato, sin parar. Las tías mayores se pasaban el tiempo criticando a todos en su cara y esto la había deprimido.
—Odio las bodas. Yo nunca me casaré —acabó suspirando.
—No me lo creo. A las chicas siempre le gusta casarse. —Su lógica era aplastante.
—Yo no, de hecho, no quiero tener novio. —Ella miró decidida al frente—. Yo tendré un trabajo y me iré a Nueva York a vivir y allí haré fiestas con pintores y artistas y solo hablaremos de libros.
—¡Vaya chorrada! —Adán le empujó riéndose—. En cuanto venga un chico diciéndote que salgas con él, irás como una corderita.
—Eso no lo sabes. —Se volvió hacia él—. Además, si tengo novio, quiero uno con el que pueda hablar y que sea guapo y listo.
—O sea, alguien como yo —bromeó Adán. Ella bajó sonrojada la mirada a las manos, que estaban en el regazo.
De repente, él se quedó callado, como si considerase la posibilidad. Miró el perfil de su prima. La verdad que era casi guapa. Tenía la nariz recta como su padre y los ojos un poco verdosos cuando se enfadaba. Llevaba el pelo recogido atrás con un pasador, por lo que mostraba un rostro moreno y delicado.
—Eres guapa —le dijo avergonzado. Ella levantó la vista.
Por unos instantes se miraron a los ojos y el mundo se paró. Entonces, Adán se acercó a ella, suavemente posó los labios en su sorprendida prima y ambos se estrenaron en su primer beso.