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Capítulo 3. Soy una… chica para todo

Paula llevó el café a Carlos, su jefe, que miraba distraído las noticias. Ya no era obligatorio utilizar la mascarilla en la oficina, aunque habían consensuado con la empresa, que era una editora fuerte, que cada mes les harían las nuevas pruebas rápidas, con un 92 % de fiabilidad.

Así que le dejó el café expreso y una galleta en su despacho y se dirigió hacia su puesto de trabajo.

Allí le esperaba una pila de documentación para revisar, extraer lo más importante y luego archivar. La oficina de noticias de la ciudad nunca había estado con tanto trabajo ni con menos personal, así que le tocaba hacer de todo. Incluso había tenido que escribir la sección de noticias de la calle, aunque no era periodista. La compañera que cubría esa sección había caído víctima de la enfermedad y estuvo ingresada dos meses en el hospital. Aún estaba en casa, teletrabajando.

Por eso, Carlos echaba mano de ella para todo. Lo mismo llevaba un café que corregía un artículo. A ella no le importaba; le encantaba su trabajo, sentirse útil y ayudar a los demás. Tampoco estaba mal pagada y generalmente las tardes las tenía libres. Solo le faltaba una cosa en su vida, que el tipo del que estaba enamorada le hiciera caso.

Suspiró ruidosamente y su compañera, una periodista italiana afincada en la ciudad desde hacía más de treinta años, la miró sonriendo. Además de su querida amiga Mónica, con ella tenía mucha confianza. Y, de todas formas, no podía contarle a su mejor amiga que estaba enamorada de su hermano desde que tuvo ojos en la cara. Cuando acudía a algunas quedadas con él, se le iban los ojos a su rostro, tan moreno como el de Mónica, con su barba de dos días y sus brazos musculosos, era un bombonazo. Bombero Bombón, como le había apodado ella. Si es que lo tenía todo, pero para él, ella era como su hermana pequeña. Y eso que solo se llevaban cuatro años.

La italiana le decía que algún día la vería como una mujer, que le diera celos, pero ella se veía incapaz. Además, entre el confinamiento y anteriormente el cuidado de sus padres, que, afortunadamente, estaban ya bien, llevaba un año sin salir. Y lo mismo le pasaba a Mónica.

Así que eso se iba a acabar, iban a salir de fiesta y de caza y captura. Ya habían habilitado algunos pubs de tardeo y como ellas tenían el certificado de la aplicación que las clasificaba como «libres de virus», se tenían que ir de marcha. Decidido.

Escribió un mensaje a su amiga y sin discusión quedaron a las siete en el pub París, la Nuit, que abría desde las cinco para la gente que quería marcha a esas horas.

Aunque su amiga se resistió, al final pudo convencerla. Mónica no quería gastar mucho dinero y menos en copas, y tampoco veía la utilidad de salir a ligar.

—Mis prioridades van por otro lugar —le había dicho cuando le recomendaba que tenía que echarse novio, o que echar un polvo.

—Ya lo sé, y yo también quiero seguir trabajando y pagando mi alquiler. Pero hay que darle una alegría al cuerpo de vez en cuando.

Así que, sin más argumentos, habían quedado en el pub. Estaba en el centro, así que no tardarían mucho desde sus respectivos apartamentos.

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