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Capítulo 1. Soy una youtuber

—… Y así acaba el programa de hoy.

Mostró sus cupcakes de streusel, una receta adaptada de la maravillosa Martha Stewart, que, si bien no eran los habituales hechos con mantequilla batida, había considerado que de esos había ya hecho muchos vídeos. Siempre buscaba originalidad.

De vez en cuando hacía programas en directo desde su cocina, durante el confinamiento de la pandemia que había caído encima de toda la población, aunque lo habitual era grabarlos y editarlos para respetar los tiempos de cocción, y porque, la verdad, se estresaba mucho menos.

En estos programas en directo solía acabar sudando y despeinada, con su gorro estampado húmedo, pero la interacción con sus seguidores le daba la vida. Y su amiga Paula, aficionada a la cocina, solía ayudarle a contestar los comentarios mientras ella estaba allí, dándole a los fogones.

Parecía increíble que tanta gente se hubiera aficionado a cocinar. Sus recetas de pan casero, de tener cincuenta visualizaciones, habían pasado a más de cuarenta mil y los suscriptores, de ciento veinte, crecieron hasta los doce mil. Y cada día aumentaban.

Después de salir de sus estudios de cocina y haber hecho prácticas en algunos restaurantes, había venido todo ese desastre y su posibilidad de encontrar trabajo se esfumó. Precisamente la hostelería fue la más afectada. Muchos restaurantes cerraron y los que abrían, al principio, no necesitaban empleados. Después de nueve meses del fin del estado de alarma, por fin las cosas parecían volver a la normalidad, aunque ella seguía sin trabajo. Por suerte estaba cobrando algo de prestación de desempleo, pero no le llegaba ni para los gastos mensuales. Sus padres tenían que echarle una mano, aunque procuraba no pedirles mucho. La pequeña industria familiar de quesos también había bajado mucho y la peluquería de su madre estaba teniendo pocos resultados.

Menos mal que su hermano mayor, Julio, bombero de profesión, seguía trabajando e incluso, como hacía horas extras, de vez en cuando le daba algo de dinero a cambio de hacerle la comida todos los días. Vivían pared con pared, en el antiguo piso de la abuela materna, que habían dividido en dos pequeños. Aun así, tenían que pagar alquiler a su tía, a quien pertenecía la mitad del lugar.

Así que empezó a hacer vídeos con el teléfono heredado de su hermano, bastante caprichoso para la tecnología, y que hacía unas fotos alucinantes. Y desde que los encerraron a todos en casa, no sabía por qué, se empezó a compartir su canal, y ahí estuvo, durante todo el estado de alarma, cocinando y cogiendo cada vez más soltura ante la cámara, y por supuesto en los fogones.

Le encantaba pasar rato poniendo un plato bonito, con mil detalles imaginativos. Sabía que esto, en una cocina de verdad, a menos de que hubiera mucha gente trabajando, no se podía hacer. Pero mientras, disfrutaba.

Lo que ya no disfrutaba tanto es que se le iban a acabar los meses de paro, solo le quedaban dos, así que era urgente encontrar un trabajo.

Los restaurantes que subsistían estaban mucho más solicitados, pero seguían con algunas medidas de distanciamiento. Lo bueno es que se acercaba la primavera y esperaban que con las terrazas se aligerase el problema. A pesar del pequeño rebrote de noviembre, parecía haberse solucionado. Con la vacuna que un equipo español había obtenido en las investigaciones, España estaba en el top de los países con menos posibilidades de contagio, así que el turismo volvía a convertirse, como siempre, en el principal ingreso del país.

Ella había echado currículos, pero estaba complicado. Los cocineros de los restaurantes que habían cerrado estaban disponibles, y aunque habían aumentado los servicios de cáterin, ella quería trabajar en un restaurante, y ser una top chef. ¿Sueños demasiado altos? ¿Por qué no?

Es algo que hablaba con Paula, su mejor amiga, que por suerte seguía trabajando en el periódico como chica para todo, y no podían prescindir de ella. Las dos hablaban todas las tardes por videochat y planeaban juntas lo que iban a hacer en su vida.

Incluso sus padres habían aprendido a hacer videollamadas, con lo que se había pasado las tardes hablando. Y también ideando recetas, haciendo la lista de la compra y preparándola para, publicar un vídeo en días alternos. Gracias a ello no se había agobiado en su pequeño piso de cincuenta metros cuadrados.

Y ahora que se había acabado todo, ¿qué iba a hacer con su vida?

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