Читать книгу Añade amor a la receta - Anne Aband - Страница 13

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Capítulo 6. Cena

El moño se le estaba resistiendo, así que dejó caer la melena ondulada sobre su espalda. No había caso. Daba igual. El vestido negro que se iba a poner le venía un poco ajustado; se había engordado algo en el confinamiento. Ya había sacado varias cosas del armario y se estaba poniendo nerviosa. Quedaban menos de veinte minutos para que Paula acudiese a su casa y todavía ni se había maquillado ni se había vestido. Si es que como mejor iba era con vaqueros, pero claro, seguro que todos iban de punta en blanco.

—¡Mierda! —exclamó tirando otro vestido encima de la cama.

Sacó un pantalón de cuero que tenía desde hace tiempo y entrecerró los ojos. Tal vez… se lo puso y ¡le entraba! Ahora tenía que ponerse un top o una camisa. Recordó que para Nochevieja se había encaprichado con un top plateado, pero no lo llegó a estrenar. Bueno, hoy era el momento. Con su cazadora negra y las botas de tacón, podría estar muy bien.

Se colocó los pendientes de aro grandes y ya empezó el maquillaje. Justo entonces llamaron al portero automático. Seguro que era Paula. Dejó la puerta abierta para que entrara mientras seguía maquillándose. La puerta se cerró.

—Un día te van a raptar si dejas la puerta abierta —Mónica se asomó y abrió la boca. Su amiga estaba preciosa—. Pero, chica, ¡qué guapa estás!

Paula dio una vuelta haciendo que su vestido de gasa en tonos azules volara. Se la veía radiante.

—¿Cómo puedes estar tan guapa? —dijo Mónica mirándola.

—Tú también estás guapísima —rio su amiga—. En el sentido de ser una MMF.

—¿MMF? ¿Qué es eso?

Paula se partió de risa mirando el rostro sorprendido de su amiga.

—Significa Mujer Muy Follable. Estás como un cañón.

—¡Exagerada! —Mónica se puso colorada. Ya dudaba hasta de eso.

—Te vi enrollándote con ese que llevaba el pelo tan corto, estaba muy bueno. ¿Has quedado con él?

—No, le di el teléfono, pero no sé si me llamará.

—Tenías que haberle cogido el suyo. En fin, lo bueno es que lo pasaste bien.

—¿Y tú? —Mónica se echó colonia, de la buena, y salió del baño por fin.

—El chico era mono, pero la verdad, un poco babosillo. No le di mi teléfono. Por eso te dije de marcharnos. Estaba ya pasándose un poco. Ya iremos a otro sitio, aunque bueno, si tú quieres volvemos por si ves al tío ese.

—A ver, estaba bien, pero ya veremos. Si me llama, lo mismo le doy una oportunidad. ¿Nos vamos?

Las dos caminaron cogidas del brazo. Hacía fresco y algo de aire, y Paula tuvo que agarrarse la falda para que no se le levantara. Su amiga se alegró de haberse puesto pantalones.

Habían quedado en una cafetería al lado del restaurante y Julio y Sergio ya estaban tomándose unas cañas cuando ellas llegaron.

Se dieron los correspondientes besos, aunque todavía les parecía raro, tantos meses sin saludar a la gente así, era algo artificial.

—¿Qué queréis tomar? Estáis muy guapas —Julio les digirió el piropo a ambas, pero solo miraba a Paula.

—Un vino blanco, hermanito.

—Dos —dijo Paula sonriendo.

—Me alegro de verte, Mónica —dijo Sergio acariciándole el brazo.

—Sergio, que te quede clara una cosa. Vengo por el restaurante, no por ti. Y porque eres amigo de mi hermano. Punto.

—Vale, vale. No te enfades. Pero me gustaría que un día pudiésemos hablar.

—Ya veremos.

Julio carraspeó y su amigo se retiró un poco. En realidad, no sabía muy bien lo que había pasado entre estos dos. Su hermana había aparecido un día llorando y le dijo que él la había engañado, pero no le contó nada más. Y él no quiso preguntar. Al principio estaba enfadado con su amigo, por hacer llorar a su hermana, pero él le dijo que había sido una confusión y que su hermana no le dejaba explicarse. Así que prefirió no meterse en ello. Ya eran mayorcitos. Eso era lo que pasaba por mezclar amigos y familia.

Les pasó las dos copas de vino y la charla continuó más amena, a base de las anécdotas de trabajo que contaban los dos hombres e incluso Paula. Ella no quería alterar el ambiente comentando lo del vídeo en directo.

Tal vez más tarde.

A la hora que tenían reservada la mesa, se fueron para el restaurante. Según las normas actuales, no podían llegar más de diez minutos antes para no juntarse con los otros clientes. Seguía siendo raro, pero al menos estaban más cerca de la normalidad que nunca.

La encargada de sala era una chica muy guapa. Llevaba una mascarilla de las transparentes. Se presentó como Daniela y los llevó a una mesa en una esquina, lejos de otros comensales, como decía la ley. En ella había un pequeño atril con una carta donde solo había un código QR.

—¿Os apetece el menú degustación o queréis leer la carta? —dijo Daniela señalando el código.

—¿Qué nos aconsejas? —contestó Julio sonriendo.

—El menú degustación de nuestro chef es increíble. Y, por cierto, muchas gracias por ayudar a mi padre. Nos sentimos muy agradecidos, de corazón. —La chica parecía emocionada.

—Cualquiera hubiera hecho lo mismo —dijo Julio algo azorado.

—Este chico es un valiente —dijo Sergio dándole una palmada en la espalda.

—De acuerdo, todos tomaremos el menú degustación y en cuanto al vino, a tu gusto —agradeció Julio.

Daniela se marchó tecleando en su tablet la nota de la mesa. ¡Qué chicos tan agradables y qué guapo era el salvador de su padre!

—¡Diego! —Daniela se asomó a la cocina—. Ha venido el chico que ayudó a mi padre, son dos parejitas, están en la mesa ocho, por si quieres decirles algo.

—Vale, luego salgo, después del servicio. Avísame en los cafés.

Daniela asintió desde fuera de la cocina. El cocinero era muy estricto y no les dejaba entrar allí. Iba un poco de cráneo porque faltaba el segundo cocinero, y el jefe todavía no se había recuperado del todo. Aun así, quería agradecérselo. Apreciaba a Alberto casi como a un segundo padre.

El servicio fue muy ajustado, pero pudo llegar a todo. Si no fuera extremadamente ordenado, no hubiera podido. Además, la mascarilla de tela blanca le daba mucho calor. Era del mismo tejido que su chaquetilla y, por ello, demasiado recia. Además, llevando las gafas, porque en la cocina no le gustaba llevar lentillas, tenía que procurar que no se subiera demasiado para que no se empañaran.

Mientras, en la sala, Mónica disfrutaba de cada plato. Intentaba averiguar cada ingrediente, disfrutando de las texturas, del olor.

—Chica, estás pasando por una «experiencia religiosa» —dijo Paula riendo.

—Esto es maravilloso. Me encantaría trabajar aquí y aprender del cocinero.

Daniela se acercó a echar algo más de vino.

—Daniela —dijo Julio—. Si algún día necesitáis un cocinero, mi hermana es una artista. Trabajaría aquí incluso gratis.

—¡Qué bruto eres! —le riñó ella.

—Ah, pues precisamente buscamos un segundo cocinero. ¿Tienes experiencia?

—Tengo bastante formación y poca experiencia, pero las ganas de trabajar igual compensan —dijo ella esperanzada.

—¿Ves el correo del restaurante? Apúntalo. Lo llevo yo. Envíame un currículo y se lo enseño a mi padre.

—Pero no querría que os sintieseis obligados, yo…

—No te preocupes, como tampoco sé tu nombre, seguro que no hay preferencias. Recibimos varios al día.

—Bueno, que si le hacéis hueco a Mónica tampoco estará mal —dijo Paula nombrándola a propósito.

Daniela se marchó riéndose. La verdad que era muy agradable.

—¿Y qué tal tus vídeos? —preguntó Sergio. A Mónica le cambió la cara.

—Hoy he tenido otro acosador. Parece que hay gente que me odia, y no lo entiendo.

—Hay muchos locos. ¿Sabes su nick? —Sergio le cogió de la mano para consolarla.

—rojo345, seguro que es falso.

—Si me lo echo a la cara, se la parto —dijo Julio furioso—. A lo mejor tienes que dejar tus programas una temporada.

—Parece mentira, Julio, que le digas eso a tu hermana. No creo que lo mejor sea acobardarse —le riñó Paula.

—Es que no quiero que le pase nada.

—A lo mejor es una persona que vive, yo qué sé, en Alaska. Tampoco es que le vayan a atacar —dijo Sergio—. De todas formas, lo miraré. No borres nada de momento, quizá pueda rastrearlo.

Mónica lo miró agradecida y le apretó la mano. Diego salió de la cocina. Solo quedaban dos mesas, una de ellas, la suya. Se acercó todavía con la mascarilla puesta y vio a las dos parejas, una de ellas cogida de la mano.

—Hola, buenas noches. Quería agradecer a quien salvó al jefe de su ataque.

Julio sonrió y todos miraron al cocinero. Él los miró y vio a la morena. ¡La chica de la discoteca! Y el otro tipo la tenía cogida de la mano.

Al final siempre iba a parar con el mismo tipo de chicas, de las que ponen los cuernos a la primera de cambio.

—Lo dicho, que muchas gracias. Me voy a recoger.

—La cena ha sido maravillosa —se atrevió a decir Mónica, soltándose de la mano—. Las texturas, los aromas, lo hemos disfrutado muchísimo.

—Es que ella es cocinera, ¿sabes? —tuvo que decir Paula.

Mónica se sonrojó y él saludó con la cabeza y se fue.

—Menudo antipático —dijo Paula.

—No pasa nada, seguro que va liado —lo excusó Mónica.

Diego casi se tropezó al entrar en la cocina. Había visto algo raro en el momento que ella se soltó de la mano. Pero no se iba a hacer ilusiones. Para qué.

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