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MEURSAULT, BORGOÑA

12 SEPTIEMBRE 1939

Cher journal:

Me pregunto si suena tan tonto en inglés como me parece en francés: «Dear diary...». ¿Otras chicas de verdad escriben cosas así?

Bueno, no estoy muy segura de cómo iniciar este diario, así que empezaré con los hechos, como una verdadera científica. Mi nombre es Hélène Charpin y hoy cumplo dieciocho años. Vivo en Meursault, un pueblo en la Côte d’Or, región de Borgoña. Mi padre dice que nuestra familia ha estado produciendo vino desde que el duque de Borgoña plantó las primeras uvas chardonnay en las colinas, lo cual sucedió por lo menos hace quinientos años. Sin embargo, se sabe que papá tiende a exagerar un poco si con ello logra vender una caja o dos más. Tan sólo hace unas semanas, le dijo a un importador estadounidense que Thomas Jefferson había llevado vino de nuestra familia a Estados Unidos. «C’est vrai!», dijo, «Les Gouttes d’Or era el vino blanco borgoñés favorito de Jefferson». No estoy segura de que el hombre le creyera, pero añadió tres cajas al pedido y papá me guiñó. Cuando el hombre se marchó, después de saltar en su vehículo y e irse tambaleando hacia otro viñedo, papá me puso un brazo alrededor de los hombros:

—Léna, ¡eres mi amuleto de la suerte! —exclamó. Eso fue el mes pasado, en agosto. Ahora empezamos la cosecha y mi padre sonríe cada vez con menos frecuencia. Es verdad que ha sido un verano terrible, pero no creo que ninguno de nosotros se diera cuenta de lo húmedo o de lo frío que había sido hasta que empezamos a recoger las uvas, hace unos días. La mitad de la cosecha está inmadura, dura y verde, y la otra mitad, destruida por la podredumbre de Botrytis. Anoche papá y los otros hombres estuvieron seleccionando la fruta hasta tarde, tratando desesperadamente de sacar algún rendimiento de ella. Albert se quedó dormido en la cuverie y cuando lo llevé a casa, me sorprendió ver que el patio estaba cubierto de nieve. ¿Desde cuándo cae nieve a mediados de septiembre?

No le dije a mi padre; parece tan mórbido, pero temo que la mala cosecha sea un presagio. Durante semanas, nadie ha hablado de otra cosa más que de la declaración de guerra de Francia. Todos están sensibles, a la espera de que algo ocurra. Nos pidieron que lleváramos nuestras máscaras antigases a la escuela y tengo miedo de encender la radio. Mi padre bromea con que la tensión de la atmósfera es buena para las ventas de vino, pero palidece cada vez que abre el periódico. ¿Cómo podría no preocuparse, después de haber vivido la Gran Guerra, que asesinó a sus dos hermanos y lo dejó como hijo único? Gracias a Dios, Benoît y Albert son demasiado pequeños para pelear.

Considerando esta atmósfera tensa, pensé que todos se iban a olvidar de mi cumpleaños hoy, pero me equivoqué. Antes de la cena, mi padre me encontró junto a las madrigueras de los conejos, poniendo tiras de composta en las jaulas.

—Joyeux anniversaire, ma choupinette —me puso una bolsita de raso en la mano. En su interior encontré un collar de perlas, pequeñas y blancas como dientes de bebé—. Eran de tu maman —dijo, lo cual explica que Madame no les hubiera puesto las manos encima, como al resto de joyas de la familia.

Toqué las perlas suaves y frías.

—Merci, papá —cuando le besé las mejillas ásperas, sus ojos brillaron y, por un segundo, sentí que extrañaba a maman tanto como yo.

—Cuando sonríes, eres idéntica a ella —susurró. Una declaración basada más en la nostalgia que en los hechos, porque las pocas fotos que he visto de maman muestran una joven delgada con rizos sueltos de color claro, no crespos y de castaño oscuro, como los míos, y un brillo alegre en los ojos (Madame dice que las gafas le dan a mi cara un aspecto severo). Maman murió hace más de trece años, tanto tiempo que ya no sé si mis recuerdos son reales o sólo son cosas que la gente me ha contado—. Estaría tan orgullosa de ti —suspiró papá—. Como tu belle-mère y yo —añadió rápidamente.

Fue una exageración tan evidente que yo sólo asentí, con una sonrisa fija en los labios. Desde que se casó con mi padre, cuando yo tenía once años, Madame ha estado contando los días para que me vaya de la casa. No me sorprendería que fuera tachando cada uno en un calendario, como el conde de Montecristo. Es lo que yo hago.

Papá, quizá percibiendo mi reticencia, continuó:

—Sé que puede ser especial pero, por favor, trata de no ser demasiado dura con Virginie. La enfermedad de Benny nos ha causado mucha angustia a todos —bajó la mirada hacia sus pies. La frágil salud de mi medio hermano rige nuestra familia como el clima moldea los viñedos. Sólo Albert es capaz de suavizar a Madame. Aunque a sus tres años, es un cachorro de oso grizzly —un petit ours brun— que podría derretir el más duro de los corazones, incluso el mío, su media hermana sistemática y científica, quince años mayor.

A mi lado, papá respiró profundamente.

—Hélène —utilizaba mi nombre formal en tan escasas ocasiones que lo miré con atención. En la luz tenue de la tarde, sus ojos se oscurecieron—, decidí permitir que continúes tus estudios el próximo año.

Ahogué un grito.

—¿Puedo postularme para entrar en Sèvres?

—Si es lo que deseas.

—¿Mi belle-mère lo sabe?

—Quería decírtelo a ti primero.

Ninguno de los dos expresó lo que estábamos pensando: iba a decir que las jovencitas decentes no dejaban su casa antes del matrimonio. Aunque la École normale supérieure de jeunes filles, fundada en 1881, era la universidad de ciencias para mujeres más prestigiosa de Francia, se ubicaba en Sèvres, en las afueras de París, y si uno escuchara a Madame expresar sus opiniones sobre París, podría pensar que estaba hablando de Gomorra. Miré mis zapatos, unas sandalias de pulsera gris pálido que papá me compró a principios del verano, aunque eran tremendamente caras y Madame dijo que no las necesitaba.

—Voy a hablar con ella —prometió, y la seguridad de su voz me reconfortó. Quizá Madame pensará en mi educación como una inversión contra mi cara llena de pecas y mis piernas escuálidas.

—Te vamos a echar de menos, ¿sabes? La casa siempre parece vacía sin ti. —Una sonrisa jugueteó en los labios de mi padre, pero sus ojos permanecieron serios.

—Ni siquiera sé si me van a aceptar. Dicen que hay mucha competencia.

—Claro que te van a aceptar. Aunque me he estado preguntando si deberías esperar para inscribirte, teniendo en cuenta la situación actual.

—No, ni siquiera ha pasado nada —protesté—. Creo que están alardeando. Apuesto a que ni siquiera va a haber una guerra —desde luego, eso es lo que todos esperamos. Durante un minuto, nos sentamos a escuchar cómo los conejos masticaban la lechuga. Después, papá se quitó el abrigoy dijo que tenía que volver al trabajo. Él y el equipo de pressoir van a prensar las uvas hasta mucho después de la medianoche.

Me impresiona el amor que mi padre le tiene al viñedo. Creo que, con el tiempo, mis hermanos se lo tendrán también. Donde yo veo quemaduras de sol, manos agrietadas, niños trabajando en el campo cuando deberían estar en la escuela, equipo de granja sucio y manchas indelebles de vino, ellos ven la alegría de la actividad física, la satisfacción de la tradición, el orgullo de ser propietarios de la misma tierra a lo largo de varias generaciones.

No estoy segura de que aquí haya lugar para mí, en el viñedo. Tampoco estoy segura de que lo quiera. He hablado de encontrar un trabajo como profesora en Dijon si obtengo el título, pero últimamente he estado pensando en ir a otro lugar, a algún lugar remoto: París, Berlín, Ginebra, incluso, quizá, Estados Unidos. Les États-Unis...? ¿Me atrevería?

De algo estoy segura. Esta casa no ha sido mi hogar desde que papá se casó con Madame. Si el próximo año me ofrecen un lugar en la universidad, no tengo la intención de regresar a vivir aquí nunca más.

Secretos entre viñedos

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