Читать книгу En sueños te susurraré - Antonio Cortés Rodríguez - Страница 17
Оглавление10. El jersey gris
Nunca te pongas como límite el que otros te crean ni como meta el convencerlos.
Raquel Cachafeiro, Inteligencia sensorial
Aún conturbado por la absorbente experiencia de aquella cariñosa despedida de Gea, al recuperar la consciencia de sí mismo Anselmo se vio caminando junto a Calisté por encima de un puente que salvaba el foso del Pabellón de los Tejedores. Miró a los lados y se sorprendió al ver que ya eran muchos los puentes tendidos. Tras unos instantes de vacilación se decidió a romper su silencio.
–Calisté, ¿cómo es que antes no había ningún puente más que el nuestro y que ahora el foso esté repleto de ellos?
–¿Cómo que no había ninguno? –La acompañante dejó escapar unas tímidas carcajadas–. ¡Siempre os pasa lo mismo! Te lo explicaré. Sí que había. Yo los vi. Pero como tú aún no habías cruzado ninguno, no podías reconocer que había más puentes. Pero ahora que has recorrido el tuyo tienes la capacidad de percibir los de los demás.
–¿En serio?
–Sí, así es. ¿Qué te parece?
–Pues otra más de las cosas increíbles que pasan aquí… –Anselmo mostraba su admiración moviendo la cabeza de un lado al otro mientras agitaba en el aire su mano derecha.
–Si lo piensas, un puente ajeno no es lo único que podemos reconocer cuando ya hemos transitado por el propio. Esto nos sucede en muchas otras cosas de nuestra vida. ¿No te ha ocurrido nunca que no has entendido la situación de alguien o su sufrimiento hasta que tú mismo has tenido una vivencia similar y entonces lo has experimentado en carne propia? ¿A que a partir de ese momento tu percepción ha variado y ya has sido capaz de reconocer alrededor otras situaciones que sintonizaban con lo vivido y conocido por ti?
Anselmo detuvo el paso para no distraerse en sus cavilaciones. Calisté tenía razón. A él le había sucedido eso: no había conocido, ni mucho menos compadecido, el sufrimiento físico y mental de los mineros hasta que bajó por primera vez al pozo de Aldea Moret. Sintió que en su pecho palpitaba un cálido reconocimiento hacia su acompañante que tan sabiamente lo estaba guiando en su periplo por el Cielo. «¿Otros recién llegados tendrán la suerte que yo he tenido?», se preguntó mientras sentía el impulso de abrazar a su cicerone. Ella, que había escuchado el pensamiento, sintió también agradecimiento hacia aquel minero acostumbrado a pasar su vida oscuramente bajo tierra, que tantos esfuerzos conscientes estaba haciendo para comprender cómo de luminosa era su auténtica vida vista desde el Cielo. Al unísono se acercaron y se abrazaron hasta sentir que se habían olvidado las preguntas y las respuestas: lo único importante era compartir los latidos del corazón.
–¡Bravo, Anselmo! –dijo ella cuando cesó el abrazo y se separaron–. Has salido realmente transformado del Pabellón de los Tejedores. Es que es muy poderosa la energía amorosa que desprende, ¿verdad?
–Pues sí. ¡Ya lo creo! ¡Estoy realmente… no sé cómo estoy!
–Conmovido –dijo ella mientras sonreía y hacía ademán de pellizcarle el brazo–. Pero va siendo hora de proseguir el recorrido.
–Desde luego… ¡Pero me han quedado tantas cosas por hablar con Gea!
–¿Seguro que lo que querías hacer con ella era hablar? –preguntó pícaramente Calisté mientras observaba un asomo de arrobamiento en aquel rostro masculino cuya mirada extraviada parecía seguir anclada en otro lugar.
–¡Qué boba! –replicó automáticamente Anselmo, y al hacerlo se dio cuenta de que era imperdonable faltar al respeto a su encantadora acompañante, por lo que se sintió urgido a pedirle perdón mientras agachaba la cabeza–. ¡Oh, Calisté, perdona, perdona, por favor, no he querido decir eso…!
–No te perdono –dijo ella con tono neutro.
–¿Cómo? –Él levantó la cabeza con gesto de incomprensión y se atrevió a mirarla implorando clemencia.
–Que no te perdono, Anselmo. No te puedo perdonar porque no hay nada que perdonar. ¿Cómo vas a sacar un clavo de una tabla si no lo has llegado a clavar? Tu ofensa ha sido imaginaria para ti, pero para mí no es ni real ni imaginaria. De modo que si tienes que pedir perdón a alguien es únicamente a ti mismo por haberte causado el sufrimiento de creerte responsable de un sufrimiento que imaginabas que me estabas causando al llamarme boba. ¡Boba me parece una palabra preciosa!
Anselmo se quedó boquiabierto y no supo responder. En lo más profundo de su ser sentía una contradicción entre dos mundos y le parecía estar siendo arrastrado simultáneamente hacia esos dos polos opuestos. Y reconocía que la fuerza que le estaba permitiendo no acabar despedazado estaba delante: se llamaba Calisté y por eso él le estaba inmensamente agradecido. En silencio prosiguieron su marcha alejándose del pabellón, hasta que Anselmo quiso retomar la conversación.
–Siento ahora que me he quedado con ganas de preguntarle más cosas a Gea. Me da un poco de rabia.
–Suele pasar –puntualizó Calisté entre risitas–. Lo de dejar algo en el tintero, quiero decir; no lo de la rabia, claro. ¡Y ahora llámame boba!
–¡Qué boba eres! –añadió Anselmo pero al hacerlo sintió que esa palabra estaba ya únicamente teñida de inocencia, de sorpresa y de ganas de jugar, y se sintió pletórico al haber conseguido distinguir tan nítidamente esos otros matices de la intención positiva que acompaña a los actos humanos; le guiñó un ojo a su acompañante–. Y ahora, en serio: me habría gustado saber algo más sobre los propósitos o programas de vida.
–Pues Gea ya no está a tu alcance pero si te sirvo yo… –Para potenciar su ofrecimiento, Calisté movió lentamente sus manos de abajo a arriba, acariciando su excitante silueta, y el gesto cándido aumentó la turbación de Anselmo; por eso ella quiso aliviarlo con humor–. ¡Uf, qué boba soy!
Los dos rieron con ganas, retorciéndose, hasta hacer saltar alguna alegre lágrima. Se dieron palmaditas en los brazos hasta que consiguieron calmarse y proseguir el diálogo.
–En serio, Anselmo. Yo no tengo todas las respuestas, pero a lo mejor puedo ayudarte un poco con tus dudas; ¡tal vez te las aumente! –dijo sonriendo y realmente relajada, disfrutando del acompañamiento.
–En ese caso, no quiero perder la ocasión de aumentar mis dudas –el hombre sonrió con sinceridad y franqueza–. Ahí dentro me han hablado del descomunal trabajo de los tejedores para que se den las circunstancias propicias que favorezcan el propósito de vida que cada cual se haya programado. Vale. Pero una cosa me plantea dudas. Por mucho que se esfuercen en tejer lo mejor posible, y ya que funciona ese libre albedrío del que hablaba Gea, habrá veces en las que no sirva de nada todo lo tejido y la persona en cuestión no consiga cumplir su propósito de vida. Pero entonces, ¿de qué sirve su existencia? ¿Y qué pasa si precisamente por ese libre albedrío la persona decide que ya no quiere hacer eso? ¿Puede decidir que prefiere otra cosa distinta y entonces los tejedores se ponen a destejer y luego a tejer los hilos adecuados para ese nuevo propósito? No sé qué pensar…
–Muy interesantes cuestiones las que planteas, hermano. Se ve que no pierdes ocasión de reflexionar acerca de lo que te están enseñando aquí. Esto es muy bueno para ti, sin duda, porque mejora tu formación y por tanto también el acierto de tu elección futura. A ver, yo te voy a contar cómo lo veo yo, no solo por mi opinión, sino por lo que he aprendido en otras visitas previas al Pabellón de los Tejedores y por lo que le he escuchado a Gea en otras ocasiones. –Calisté miró a su alrededor intentando localizar algo–. Pero sentémonos aquí.
–¿Sentarnos? ¿Dónde? ¡Si aquí no hay nada!
–¡Ay, Anselmo! ¿Otra vez estamos como con los puentes, que no los veías hasta que cruzaste el tuyo?
La acompañante activó un botón del brazal que cubría su antebrazo izquierdo mientras dirigía la mano hacia el suelo. Inmediatamente surgió la imagen de un banco de primorosa cerámica portuguesa blanca y azul cuyo asiento estaba recubierto de mullidos cojines de color celeste en los que se acomodaron ante la admiración de Anselmo.
–¡Ay, el Cielo nunca dejará de sorprenderme! –exclamó.
–Eso espero… Y ahora, yendo al grano, te expongo mi reflexión y con datos que te puedan resultar familiares, para aumentar tu comprensión. Bien. Digamos que a un joven nacido en Coria le entran ganas de ir a conocer Cáceres, la capital de su provincia. Como tiene ese interés, aprovecha para hablar con las personas que le pueden dar información de la ciudad porque ya han estado allí. De este modo él se va haciendo una idea del objetivo de su viaje y decide que quiere conocer la Concatedral de Santa María, la Iglesia de Santiago, el Palacio de los Golfines de Abajo y el Palacio de Carvajal. A su juicio, lo esencial de su viaje es conocer esos edificios preciosos. Muy bien, pensemos ahora que consigue llegar a Cáceres y ver todo eso que se había propuesto. ¿Dirías entonces que ha cubierto el propósito fundamental de su viaje?
–Claro que sí –asintió Anselmo, atento.
–Efectivamente, lo ha cubierto. Se podría pensar que entonces ha cubierto el propósito fundamental de su existencia si hacemos equivaler el viaje a Cáceres con los proyectos que acuerdan las almas aquí arriba antes de encarnar en la Tierra. Pero, ¿y si de camino a Cáceres ese joven cauriense se encuentra con alguien que le habla de las maravillas naturales que hay en Malpartida de Cáceres y le entran ganas de visitar también Los Barruecos, y entonces se desvía a ver sus bolos graníticos y paseando entre piedras y charcas se le olvida que había emprendido el viaje para ver cuatro monumentos emblemáticos de Cáceres?
–Pues entonces no se puede decir que esté cumpliendo el propósito de su viaje.
–Así es –confirmó Calisté–, aunque también le apetezca ver Los Barruecos. Puesto que el motivo que le ha hecho salir de Coria ha sido llegar a Cáceres, si se queda a medio camino no se puede decir que haya cumplido el propósito del viaje. Otra cosa es que, tras un periodo de descanso o disfrute en Malpartida de Cáceres, de repente se acuerde de su verdadero objetivo y entonces reemprenda la marcha y acabe llegando a la capital y vea por fin lo que quería conocer.
–Entonces sí acabará cumpliendo el propósito de su viaje.
–Cierto. Añadamos ahora algún elemento más para debatir –Calisté hizo una breve pausa durante la cual el hombre la miró con redoblado interés–. ¿Cuándo crees que acabará ese viaje?
–¿Que cuándo acabará? Pues cuando llegue a Cáceres y vea esas cuatro cosas, claro.
–Sí, claro, entonces acabará el viaje. ¿Por qué?
–¿Por qué? Pues porque el chico ya habrá conseguido ver lo que quería ver.
–Así es. Aunque el viajero, ya que se encuentra en Cáceres, prefiera luego demorarse conociendo otras de sus maravillas, bien podemos decir que la finalidad de su viaje se ha visto cumplida y que por tanto ha acabado su viaje de modo que puede regresar a Coria. ¿Pero es este el único caso en el que podemos decir que el viaje acaba irremediablemente?
–Pues… sí, supongo –dijo dubitativamente Anselmo sin una convicción plena.
–Pues no. Hay otro caso posible. Imagina que el chico quiere ir a Cáceres a ver eso que hemos dicho, pero lo que quiere es estar allí un determinado día en el que va a tener lugar una específica ceremonia. Como has estado hablando antes de procesiones, pongamos el caso de la procesión del Cristo Negro que sale de la Concatedral de Santa María en el primer minuto del Jueves Santo. Y sigamos con el mismo ejemplo: tenemos al joven cauriense que salió de viaje con tiempo para llegar a ese acontecimiento pero que se entretuvo en Malpartida de Cáceres y se olvidó del verdadero propósito de su viaje. Se le fue el santo al cielo, como diríais en la Tierra. Me hace gracia esa expresión, muy acertada, porque de algún modo se asemeja a una realidad sutil; el hecho de que durante su experiencia terrestre cada humano está asistido por una especie de conexión con el Cielo que le suministra información espiritual.
–No estoy seguro de entenderte.
–Eso es que no me estás entendiendo. ¡Qué forma más educada de decirlo, Anselmo…! Probaré con un ejemplo que te pueda resultar más comprensible teniendo en cuenta tu última encarnación. Piensa en un aprendiz de minero que está en una galería a la que baja siempre con su hermano mayor, que se llama Santo, que le enseña todo lo importante: cómo evitar accidentes, cómo agotarse menos, cómo pisar entre los escombros…, todo en fin. Piensa que el aprendiz se siente seguro teniendo a su hermano con él, aunque no siempre lo tenga a la vista. Imagina ahora que un día se asusta por algo nuevo que le sucede y que no comprende, y mira atrás buscando el consejo del hermano mayor pero no lo ve porque ha subido en la jaula hasta la superficie. El hermano pequeño sabe que en ese instante le vendría muy bien contar con la sabiduría de Santo, pero no puede contar con ella porque ha desaparecido de su lado, ha subido a la superficie, que es tanto como si se hubiera ido al Cielo.
–¡Ah, se le fue el santo al cielo! –dijo Anselmo carcajeándose en señal definitiva de comprensión–. Ahora sí que entiendo lo que querías decir. ¡Qué gracioso!
–Me alegro. Pero prosigamos, que tenemos aguardando al joven en Malpartida de Cáceres y resulta que llega el primer minuto del Jueves Santo.
–Pues ya no le va a dar tiempo de ver la procesión del Cristo Negro.
–Efectivamente. Entonces, ¿dirías que tiene sentido proseguir el viaje hacia Cáceres?
–Pues no.
–Muy bien, Anselmo, así es. Cuando ya de ninguna manera pueda cumplir el propósito de su viaje, no tendrá sentido ninguno proseguir este. La prolongación solo supondría una ineficaz obstinación que no daría frutos positivos. Luego aquí tienes el segundo caso en el que puede darse por acabado un viaje: cuando ya es imposible cumplir el programa.
–Entonces, Calisté, si te he entendido bien, creo que estás queriendo decirme que un viaje a la Tierra, o sea, una encarnación, puede acabar cuando ya se ha cumplido el propósito vital de ese ser encarnado pero también cuando ya va a ser imposible que lo pueda cumplir.
–¡Ajá, muy perspicaz en tu resumen! –la acompañante aplaudió con ganas la recapitulación.
–¡Un momento! Estoy pensando ahora si esto no tendrá que ver con las incomprensibles muertes de esos chiquillos de poca edad, e incluso con los que no llegan ni a nacer porque no salen vivos del vientre de sus madres. ¿Podría ser que supongan que ya no van a poder cumplir el programa de sus vidas y que por eso prefieren regresar al Cielo para luego poder volver a encarnar cuanto antes e intentar lograr ese propósito no conseguido?
–¡Magnífico, Anselmo, estás avanzando grandemente en tu comprensión! Pues es cierto que en algunos casos podría ser como tú sugieres, aunque no hay reglas categóricas, de modo que la respuesta a tu pregunta siempre quedará abierta. No hay normas fijas que siempre se cumplan ciegamente. Todo depende de las necesidades concretas de cada ser… Aunque quizás en el Pabellón de los Visionarios puedas saciar tu duda porque es un tema en el que están especializados.
–Muy bien, esperaremos entonces.
–Si te parece, nosotros continuamos hacia la siguiente etapa.
Anselmo asintió con la cabeza. Calisté se levantó y él hizo lo mismo. Casi inmediatamente el banco de cerámica se desvaneció y dejó el terreno sin huella alguna de su presencia. Ella sonrió y él se encogió de hombros. Continuaron andando durante un tramo mientras Anselmo iba rumiando una última inquietud que le había quedado. Cuando la acompañante lo detectó, se detuvo, miró al hombre y lo invitó a expresarlo.