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8 El Consejo de Seguridad y el Papa

Ya en ese departamento donde se reunieron los miembros del Consejo de Seguridad y adonde entró sin ser llamado el Papa, ninguno podía ocultar su nerviosismo y temor ante el entendido ultimátum, si bien los Seis permanentes, por ser los representantes de las Seis potencias políticas, militares y económicas reconocidas más importantes, iban a tratar de esforzarse más que los otros de no parecer vencidos de antemano y en cambio capaces de hallar una solución; sobre todos los presidentes de los Estados Unidos, Rusia y China; si bien en los pareceres entrecortados de la conversación de estos tres no faltarían intervenciones del francés, el inglés, el hindú y otros de los 19 restantes, entre los que más el ayatolá y el rey de Arabia Saudí. Pero antes de llegar a esto, viendo las miradas atrás de algunos de esos 19 restantes del Consejo y también del Secretario General de la ONU, siguiéndolas descubrieron al Papa ante la puerta cerrada del departamento al que habían accedido, justo cuando el español y los cuatro católicos presidentes hispanoamericanos se le acercaron con respeto religioso.

―¡Su Santidad..!, qué bueno de su presensia acá― expresó uno de los hispanos.

―Dios me ha iluminado a estar presente en esta reunión, que estimo de capital importancia para nuestra Humanidad y nuestro planeta, dado los presentes…

―Por favor, acérquese ―le dijo el Secretario General en el idioma español que habían entablado, personaje asiático que lo llevó a un extremo de la gran mesa que ninguno de los 25 que habían de rodearla había tomado ni sentádose en la silla correspondiente del lugar de alrededor tomado, todavía respetando la supuesta igualdad de entre todos; excepto el otro extremo que se dio a la primera ministra australiana, elegida a presidir la reunión―. Y siéntese aquí junto a este extremo a escuchar cuanto se debata, si así lo estiman los miembros de esta mesa.

A continuación miró a los Seis Grandes y los dos dirigentes religiosos musulmanes repitiendo lo mismo en inglés, esperando su aprobación, sobre todo cuando echó una mirada en redondo a los catorce gobernantes cristianos que, católicos o no, más o menos creyentes, pertenecían al mismo ámbito cultural y religioso. Pero, aunque con algunas reticencias por parte de los protestantes, e incluso del ruso ortodoxo, cuando éste, advirtiendo que como cristianos eran mayoría y observando los rostros islamistas, dio su aprobación:

―¡Por Cristo y Mahoma: Sea! ―dijo optando por congraciarse con todos.

Miró seguidamente a los presidentes chino, japonés e indio que, dadas las circunstancias de apremio ante el entendido ultimátum alienígena, aceptaron también la presencia del Papa, a fin de no demorar lo que habían de considerar y entendiendo que podría ser importante otra visión religiosa que no fuera la musulmana tan representada allí por sus dos cabezas. De los presidentes allí reunidos dos eran mujeres, en realidad primeras ministras representando a Canadá y Australia; y esta última vino elegida presidenta de esta mesa, contra el parecer de los islamistas que, ante el asunto a tratar, la aceptaron prontamente sin oponer mucha resistencia.

Habían también unos asistentes que les precedieron y que en ese instante procedieron a acercar a la gran mesa ovalada centrada en la estancia los cómodos asientos que faltaban para sentarse los 25 más el Papa y, si acaso, el Secretario General; que de inmediato los tomaron todos sin más ceremonias, retirándose los asistentes por una puerta lateral, excepto dos, varón y hembra, que llevaron a la mesa varias jarras de agua fresca y vasos que repartieron, tras lo que también se retiraron.

Aún no acababan de sentarse todos, cuando apremió el presidente chino en inglés:

―El asunto requiere que no dilatemos más el tratarlo…

―Efectivamente ―convino el Presidente estadounidense―: empezando por reconocer que estamos ante un ultimátum proveniente de unos extraterrestres estelares de inconcebible poderío…

―Se les supone…―dijo con hierática gravedad el ayatolá.

―¿Vais a insistir que puedan ser ángeles enviados por Dios?

―¿De verdad creéis eso?―Expresó con irritación el presidente chino―. ¿Y todos ustedes?―Preguntó a los demás miembros musulmanes; y con la mirada al Papa.

―¿Puede afirmarnos que no lo sean?―Intervino el rey árabe, dispuesto a elevar su voz sunnita a la altura puesta por el chiíta iraní, mientras el silencio de los demás líderes mahometanos se estimaba apoyarles.

―¿Vendrían los ángeles en cosmonaves? ―preguntó mordaz el primer ministro británico.

―Elías fue ascendido a los cielos en un carro de fuego ―respondió con gravedad el Sumo Pontífice de Roma dispuesto a no mantenerse callado, y que se ve había reflexionado mucho sobre ese asunto, informando seguidamente del versículo bíblico―: Segundo Libro de los Reyes, capítulo 2 versículo 11.

Se quedaron todos como pasmados, tanto por el texto citado como por haberlo dicho el Papa, cual si se apuntara a la tesis islamista de posibles ángeles cosmonautas enviados por Dios al fin de los tiempos; y aunque no fuera lo que pensaba, es lo que quiso entender el presidente chino, cuando dijo:

―Si eso fue así, el carro de fuego era entonces una astronave… alienígena, ¡claro!

Al mismo tiempo que el ayatolá decía al Papa:

―Celebro su cita bíblica.

―Con esa actitud no llegaremos a ningún acuerdo general defensivo frente a nuestro agresor extraterrestre ―dijo con cierto acaloramiento el presidente ruso. Y girando su atención al Sumo Pontífice Católico, le inquirió:―¿También cree realmente Su Santidad que nuestros invasores cosmonautas son ángeles enviados por Dios?

Al impacto de la pregunta, reponiéndose de inmediato el Papa, respondió:

―Por lo menos son seres a los que Dios les ha permitido llegar a nuestro mundo.

Hubo una pausa de perplejidad; que cortó el ayatolá:

―Vuelvo a celebrar su respuesta, que nos acerca…

―Quisiera saber qué diría al respecto nuestro patriarca ortodoxo ruso ―le interrumpió con acrimonia el presidente ruso―: Que echo en falta aquí.

―Respondería igual― aseveró el Papa―. Ya me he comunicado con él.

―Puede; pero ahora urge que hablemos del asunto que nos ha reunido en esta sala, teniendo en cuenta que el problema es el ultimátum extrasolar que se desprende en el final del mensaje―, puntualizó el ruso para evitar cuestiones religiosas de por medio.

―Ultimátum que nosotros mismos nos lo hemos representado…

―Porque estaba muy claro…

―Mi presencia se reduce ―expresó el Papa atajando la controversia― a dar al asunto una comprensión humana espiritualmente trascendente a tener en cuenta sobre cuanto haya de decidirse aquí, aunque sólo sea por estar presente, y considerando la también presencia de los representantes espirituales del Islam, que presentan el asunto indudablemente como una intervención divina; y si realmente los visitantes estelares son una advertencia del Creador, lo serán expresamente ante nuestra arrogancia de hacernos como Él, creadores de seres cuales los robots, que son realmente la causa final del ultimátum y éste la llegada a nuestro mundo de los estelares. Téngase todo ello en cuenta y a favor de la Humanidad toda en vuestras deliberaciones y decisiones y obsérvese qué se puede hacer para evitar…

―¿La difícil situación para nuestra humanidad que nos han planteado esos extrasolares del diablo, cuales los entiendo yo?―, exclamó despectivo el presidente chino interrumpiendo al Papa, a la vez que impidiendo la intervención del representante japonés que ya levantaba la mano para defender la industria de los robots de la que continuaban siendo los más adelantados.

―A esos extrasolares no los asigne del Diablo ―le dijo severamente el ayatolá―: Del Diablo vino a mi país el coronavirus Covid-19 que dejásteis invadir todo el planeta, sepamos con qué intenciones.

Se notó en el chino ponerse aún más amarillo.

―Por favor, señores Presidentes: olvidémonos de ajustarnos las cuentas aquí y ahora ―intervino el Presidente estadounidense―: Lo primero es ponernos todos de acuerdo ante un peligro extrasolar, y tomar en común las decisiones políticas, que han de ser a escala de todo nuestro mundo…―se interrumpió aquí por el alboroto creciente al otro lado de la puerta.

Y es que algunos musulmanes habían llegado ante ella gritando:

―¡Al-lá Akbá! (Alá es Grande).

―¡Lâ ilâjha il-lal-lah, Al-lá! (No hay otro Dios que Alá).

Pero no sólo se oían en árabe las voces de alabanza a Alá, que también en farsi o persa moderno; mientras que para contrarrestarlas algún miembro de los cristianos que hasta allí se habían acercado gritaba:

―¡Bendito sea Dios y Cristo Su Hijo!

―¡Alabado sea Dios! ―Le seguía otro.

Ocurría que en las mentes religiosas el ultimátum era prevalente en el mensaje y tenía todos los visos del anuncio de la proximidad del tan profetizado Juicio Final a la Humanidad, como estamos viendo; y con ello de la proximidad del fin de los tiempos, de la llegada del Reino de Dios, de donde los extraterrestres podían resultar ser ángeles revestidos de presuntos extraterrestres y los Diez Insólitos otros tantos revestidos de humanos, o nuevos primeros padres humanos para el futuro de las cinco razas y la humanidad en general. Uniéndose a estas voces entonces las de algunos budistas y brahmanes, las de un religioso judío y, acercándose a todos ellos las de otros credos y divisiones religiosas y aun algún chamán. De manera que aquello llegó a parecerse a una evocación babélica entre diatribas religiosas.

Atraidos por el alboroto religioso acudieron algunos agentes del orden que se sumaron a los dos que custodiaban la puerta; y no sólo ellos, que también empezaron su acercamiento, titubeante y curioso, algunos políticos afectos a ciertos elementos del corro susodicho, protegidos por miembros de sus respectivos séquitos; sin faltar el mismísimo Dalai Lama perdido entre los cristianos protestantes y ortodoxos, y un relevante religioso judío, al que se le oía su invocación “Adonai” respetando el nombre impronunciable de Jehová o Yahvé.

Se abrió entonces la puerta y apareció el Secretario General de la ONU, con evidentes muestras de disgusto.

―¡Señores, señores!: ¿qué es este escándalo?

―¡¿Qué hace ahí el Papa?!

―¡¿Qué se trama?!

―¿Por qué os reunís a puerta cerrada?

―¿Qué tramáis los cristianos?

―También están los representantes del Islam―, respondió el Secretario General.

―¡Alá es Grande! ¡Esto es el Juicio Final!

―¡Satán no prevalecerá contra la decisión de Alá!

―Contra la decisión de Dios…

―¡Adonai, Adonai!

Ni que decir hay que todo esto se exclamaba en inglés, árabe y farsi por los islamistas, y en inglés, latín y español por los cristianos. Entonces el Papa, acercándose a la puerta y saliendo, tras lograr hacerse oír, expuso en inglés, para que todos le entendiesen:

―Hermanos en la fe de Dios, de un mismo y único Dios, al que todos adoramos, nada he venido a conspirar contra los designios del Altísimo, sino más bien a abrirles los ojos y el entendimiento a estos representantes políticos sobre el Juicio Final que se nos avecina, juntamente con los seguidores de Mahoma...

―¡Para eso están ahí nuestros hermanos en la fe de Alá!

―¡Alabado sea Dios! ―Se escuchó entonces en los diez idiomas allí presentes (español, francés, alemán y latín de los cardenales; inglés del anglicano y algún protestante; ruso y griego de los ortodoxos; árabe y farsi de los musulmanes, y hebreo del judío israelí), aun apartados un poco los ortodoxos cristianos, el anglicano, el protestante inidentificado y el hebreo, escuchándose a éste seguidamente decir en inglés:

―Pronto asistiremos al Armagedón.

Estas voces y su contenido, más los rezos a continuación en esas lenguas, se propagaron con estremecimiento, como una riada, pasando de este lugar a la sala de la Asamblea General, desde el corro cercano a los políticos aún sentados y sus séquitos, a los agentes, reporteros y funcionarios del extremo de la gran sala y aun al exterior. Y a lo más exterior, como fue el mundo entero, por gracia de los reporteros camuflados, un par de ellos acercados al mismo lugar de los hechos descritos con la anuencia de los policías y guardias de seguridad que participaban de la inquietud general. Y a todos, o la inmensa mayoría, les recorrió un escalofrío escuchar la mención del Armagedón, a la vez que comenzaron rezos y cánticos en todos los idiomas y credos.

La conmoción en el mundo entero adquiría visos de locura, especialmente entre los creyentes: los más religiosos porque lo eran, los menos arrepintiéndose de serlo poco. Los agnósticos e irreligiosos maldiciéndolo todo: lo terrenal, lo supuesto divino, a los extraterrestres y hasta a su incredulidad. Los iluminados deseando la llegada efectiva de los extrasolares, soñando con ser como los Diez Insólitos, especialmente si eran longevos; los rebeldes arrepintiéndose de todo y esperándolo todo; y los invertidos preguntándose qué eran ante Dios. Y de todos ellos no faltaban los que en esas conmociones se expresaban por las redes sociales.

Entretanto se cerró diligentemente la puerta dejando dentro a los veinticinco políticos gobernantes de los países representados en el Consejo de Seguridad, y con ellos el Sumo Pontífice católico, quedándose fuera el Secretario General de la ONU, que impuso guardarla a un grupo de agentes de seguridad y funcionarios, mientras los religiosos cristianos, musulmanes, judíos y budistas, a los que se habían sumado religiosos hinduístas, chinos y japoneses, seguidores de Confucio a más de otros, entre los que no faltaban chamanes mayoritariamente amerindios que esperaban la llegada de los dioses y se habían colado en el revuelo producido dentro y fuera del edificio y la gran sala de la Asamblea de las Naciones Unidas, todos, tras permanecer ante la puerta que los separaba de los representantes del Consejo de Seguridad, allí un rato, decidieron sucesivamente marcharse a la gran sala de la Asamblea, alborotando algunos, mientras iban informando e informándose a través de sus inteléfonos de lo que experimentaban allí y de las aglomeraciones de creyentes de fuera que se dirigían a sus lugares de culto y les rogaban la presencia de ellos.

Mientras se marchaban los más de la Asamblea, despreciando las conclusiones a que pudieran llegar los políticos, gobernantes profanos, encerrados en el despacho del Secretario General de las Naciones Unidas, por considerarlas inútiles bajo la amenaza de los Extrasolares. Aunque los musulmanes confiando en Alá que no convencieran los políticos cristianos más exaltados con el Papa presente a sus fervientes correligionarios en minoría en ese Consejo de Seguridad a puerta cerrada: que los extrasolares no eran ángeles enviados por Alá.

Ultimatum extrasolar

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