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14 Guerras y Amores

El alocado terror que sembraba tales efectos descritos no era tanto a causa de la expectativa de esa Tercera Guerra Mundial Nuclear del Norte y Occidente terrestres contra el mundo musulmán, ya empezada guerra convencional en África, pues en la Nuclear o Atómica el Islam estaba todavía lejos de dañar a los países septentrionales tanto como éstos a ellos. El alocado terror se debía en los países más avanzados sobre todo al convencimiento de que después o sobre esa Tercera Guerra Mundial Nuclear, con todo su espanto caería sobre la Tierra el infierno de la potencia destructiva extrasolar: el Apocalipsis del Holocausto humano.

Esto era lo que principalmente desquiciaba a la población del otrora llamado Primer Mundo y sus asociados; donde entre los que se decidían por el suicidio para no sufrir el infierno esperado, muchos asesinaban por delante a hijos, cónyuges y demás familiares cercanos, de común acuerdo o no, e incluso a mascotas como perros y gatos para evitarse todos los terrores y sufrimientos sin solución de lo que se avecinaba.

Porque se hizo convencimiento general que los Extrasolares, tras su ultimátum condicionado, lo que realmente pretendían era dominar nuestro planeta y para ello había que destruir nuestra Geocivilización*; y seguramente esclavizar a la humanidad que quedase confinándola previamente en los refugios que se exhortó a construir. Y a tal grado fue este el convencimiento más generalizado que no se escuchaban las voces de los que entre las élites humanas pedían se intentara diálogos de entendimiento con los alienígenas, buscándose entonces la intermediación de los Diez Insólitos.

Pero: ¿Dónde estaban éstos?

Donde estuvieran, a los Diez Insólitos no se les escapaba nada de cuanto se decía y sucedía en la Tierra, sufriéndolo y comprendiéndolo. No estaban ya, desde luego, sobre la plataforma desde la que se dirigieron a la Asamblea General de las Naciones Unidas, sólo sabemos que se hallaban en algún lugar desconocido adonde les habían teletransportado los Diez Extrasolares, desde el cual, y muy seguramente también por la intermediación de estos más sus obtenidos poderes superiores de los sentidos telecaptaron*, perfectamente, cuanto se dijo y produjo entre los miembros del Consejo de Seguridad en el despacho del Secretario de las Naciones Unidas, y luego ante la Asamblea General, igual que ahora estaban captando lo que sucedía en todo el orbe humano.

Veían, oían y sentían cuanto acontecía multitudinariamente, pero a veces se fijaban en su atención escenas más personales con todo su dramatismo, resultado de sus nuevas poderosas capacidades, seguramente frutos de los elixires que seguían tomando.

Fueron algunas tan dolorosas que, huyendo de ellas buscando un respiro emocional, recorriendo los Diez la geografía esférica acertaron a coincidir en un hermoso paisaje californiano desde el que descubrían al fondo el océano Pacífico; y he aquí que se toparon con la visión que siguieron de un automóvil que, abandonando el asfalto de una carretera no muy frecuentada entonces precisamente, se desvió por un carril terrizo a su derecha que acababa en un rellano sombreado por unos altos pinos de gruesos troncos y amplias copas.

Temieron entonces con fatalismo los Diez tener al otro lado del rellano, aunque la distancia fuese kilométrica, la temible hendidura de la falla de San Andrés, y en tales circunstancias estar en inmediato grave peligro los ocupantes del coche, igual que la población entre ella y el océano si en breve se produjese el desencadenamiento del conflicto bélico entre la Tierra y los extrasolares, pues las temibles armas que se podían temer de una tan avanzada exocivilización podrían directa o indirectamente abrir la falla al extremo de desplazar desde ella a una buena parte de territorio separándolo del continente o sumergiéndolo en el océano, si no acaso a todo lo largo de esa falla en paralelo a la costa; y máxime podía ocurrir cuando no era la única falla en el territorio de California.

Era el temor que de pronto sentían los Diez Insólitos podía suceder de un momento a otro en aquel paisaje, incluso imaginándolo antes de como por la extensión del ataque bélico extrasolar sucedería en toda la superficie terráquea, según parecía iba a resultar del ultimátum dado inopinadamente por ellos mismos a la Humanidad al final de un mensaje que en principio les pareció bueno de aconsejar, y ahora, por la respuesta al mismo de las principales potencias militares terrestres, sospechaban que podrían ingenuamente haberse dejado manipular por lo que les pareció buenas intenciones de los Diez Extrasolares, a pesar de no olvidar que les salvaron y les hicieron humanos superiores a sus congéneres. A los cuales habían acabado dando el mensaje con el final más amenazador.

Sus inteligencias más desarrolladas empezaron a desconfiar de aquellos en los que habían puesto con razón toda su confianza y agradecimiento por los beneficios que de ellos obtuvieron, desde continuar sus vidas, obtener salud, rejuvenecer, crecer y hasta estas superiores inteligencias que les hacían dudar… ahora.., ante el holocausto humano que parecía avecinarse causado por la exigencia final planteada en ese mensaje de aquellos a los que, desde que los conocieron, jamás se imaginaron los llevaran a esta situación mundial. Por ello no dudaron en su momento de ser los portavoces del tal mensaje y su colofón.

Pero ahora, ante la resistencia humana a consentir, sin más, cumplir todo ese mensaje extrasolar bajo la amenaza de su final, sentíanse ellos mismos atónitos… ¿Por qué esa amenaza tras unos consejos en los que se podía sentir la protección de una exocivilización superior? ¿Entendían los extrasolares que tanto nos iban a importar la conservación de los robots por su utilidad que habían de conminarnos como se hace a un niño rebelde para que cumpla lo que se le dice por su bien? ¿Lo sospechaban acaso por experiencias acaecidas en otro u otros exoplanetas* habitados de otras estrellas?

Visto de este modo, sentíanse los Diez Insólitos manipulados de los mismos a los que tanto les debían, aun a pesar de sentir también pensar mal, igual que de ellos de sus congéneres, por ver sólo en el mensaje el colofón intimidatorio y entenderlo únicamente así... Pero: ¿habría otro modo de entenderlo?

Les despejaron momentáneamente de estos razonamientos traumáticos, que igual a una conversación telepática mantenían entre sí, ver entonces adentrarse el automóvil que les había llamado la atención en el rellano de los pinos. Y poniendo la atención en su interior, he aquí descubrieron ser pilotado por un joven a quien acompañaba de copiloto una chica, y detrás cuatro jóvenes de ambos sexos, todos oyendo muy atentos las noticias transmitidas desde la Asamblea General de las Naciones Unidas, por la radio del coche, e incluso los cuatro de atrás observando en sus móviles de última generación las imágenes en directo de esa transmisión como las de los acontecimientos en diferentes poblaciones del mundo que provocaba la declaración del Consejo de Seguridad, que en general venía ahora a considerarse de Inseguridad. Y podían observar en los seis cómo se apoderaba de ellos el pánico.

Detuvo el piloto el coche en mitad del rellano y abriendo sus puertas con brusquedad sus seis ocupantes salieron con la misma necesidad que una chica expresó diciendo, toda espantada:

―¡Dios mío, qué miedo: Me meo, me meo!

―Y yo, ¡qué horror!―le acompañó otra.

―¡Esto va a ser el Apocalipsis! ―Sentenció uno de los jóvenes, tan asustado como todos lo estaban, con la mano en sus genitales con evidencia de estar también a punto de orinarse.

Que al parecer a todos los seis les acució repentinamente esa necesidad, invadidos por el temor de los dos ultimátums, pero especialmente por el que evidentemente anunció el regenerado español insólito en nombre de los extrasolares, que podría resultar, en efecto, en el Apocalipsis, imaginándoses el holocausto humano más mortífero o definitivo, viniéndoles a las mentes no solamente ese último libro bíblico sino también las películas y las lecturas de terribles ataques alienígenas a nuestro mundo.

Corrieron primero las chicas a ocultar sus micciones, dos de ellas tras el primer pino a mano y los dos chicos que fueron en el coche a su lado tras otro pino; mientras el joven piloto y la copiloto se escondieron respectivamente tras otros dos pinos.

Observaron entonces los Diez Insólitos que las dos primeras bajo el mismo árbol no pudieron evitar mirarse sus partes pudendas mientras, después del pis, se alzaban sus estrechos pantalones pitillo y, entonces, tras mutuas miradas cómplices, tras las que se echaron una sobre la otra abrazándose y dándose un beso bucal, con los ojos lacrimosos descansando luego sus barbillas en hombro ajeno. Estrechándose en el abrazo se descubrían ser lesbianas enamoradas una de la otra. Eran ellas Lucy y Betty, que por fin liberaban sus sentimientos mutuos.

La tercera, Doris, que sin querer las vio mientras se subía su también ajustado pantalón, volviendo su mirada igualmente lacrimosa y aterrada, decidió separarse acercándose al pino a su izquierda adonde vio ir a Ronald, a quien descubrió cerrando su portañuela; el cual, habiéndola oído acercarse, volviendo a ella su mirada también aterrada, la acogió entre sus brazos a los que Doris se echó fundiéndose ambos en un beso cálido mientras sus lágrimas se fundían en sus rostros. Descubrían su mutuo amor hetero.

Los otros dos jóvenes, Clark y Rhony, también descubrieron, pero como Lucy y Betty, mirándose mientras orinaban, que se tenían afición homosexual, y llorando se abrazaron.

Estaban los seis estremecidos imaginándose el fin del mundo. Y con ese terror en sus rostros, casi sin fuerzas para dar un paso, se retiraron de los pinos volviendo al rellano descubriendo por vez primera sus sentimientos afectivos e inclinaciones sexuales sin pudor, las tres parejas abrazadas por sus cinturas, las tres parejas observándose como si de siempre lo supieran.

Seguidamente se miraron los seis, unos a otros, con la expresión en sus rostros del terror que les producía lo que evidentemente era un ultimátum de seres extrasolares, más terror que el de la guerra nuclear con los islamistas, a la vez que se les ponía cara de tontos por haber oído previamente sin escandalizarse cómo algunos de los asistentes en la ONU vitoreaban y aplaudían al final del mensaje extrasolar; si bien prontamente alguien gritó: “¡Ultimátum est!”, y cesaron los vítores y aplausos, desaparecieron los Diez Insólitos como antes se informó lo habían hecho los Diez Extrasolares, sucedió un silencio estremecedor roto por el tumulto que siguió, con voces, alocución alterada del locutor de la transmisión radiada… Y la información de la retirada del Consejo de Seguridad con el Secretario General de la ONU a tomar una decisión conjunta que exponer a la Asamblea de Naciones: la Humanidad estaba en peligro.

Lo que siempre había sido para ellos cienciaficción* en cómics, novelas y películas de afición para los seis, ahora era una realidad en su más terrorífica versión.

No quisieron seguir pensando en aquello y se refugiaron en sus querencias, con abrazos y besos, que podrían ser los últimos.

―¿De qué sirve ya ocultar nuestros sentimientos y condiciones sexuales?―Dijo desafiante Lucy, especialmente dirigiéndose a Doris y Ronald.

―Sí― expresaron a la vez su compañera y la pareja guey, descubriendo los cuatro sus inclinaciones homosexuales.

Doris y Ronald, como si de antes lo supieran, se encogieron de hombros y volvieron a juntar sus labios en un jugoso y largo beso apretándose en un fuerte abrazo heterosexual. También ellos les descubrían el amor que sentían el uno por el otro en su condición sexual hetera que no valía la pena reprimir más, convencidos de que el final de todo estaba irremisiblemente sentenciado.

Ultimatum extrasolar

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