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3.1 La esfera ideal

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Hasta este momento, se ha analizado únicamente la experiencia intuitiva, inmediata y sensible de las cosas; es una experiencia evidentemente material, pero existe, en el individuo humano y en mi propio «yo», la conciencia de un segundo tipo de experiencias que pertenece a la actividad exclusiva del espíritu: la experiencia de las entidades pensadas. Esta experiencia nos abre una nueva perspectiva sobre el ser. La experiencia espiritual, o ideal, consiste en analizar pensamientos asimilados por el yo y memorizados, o bien creados, en mi mundo ideal. El análisis de la experiencia ideal sigue el camino siguiente:

1 No es experiencia de cosas reales, sino de ideas, recuerdos, pensamientos.

2 Analiza emociones, valores, razonamientos, todo lo que se efectúa en el mundo ideal del espíritu pensante; no en un mundo real.

3 El análisis comienza con experimentar algún ente ideal, en cuanto ideal: el sentido de un libro, de una obra de arte, de un discurso, de un gesto recordado, de una esencia generalizada; una figura geométrica, un cálculo matemático, una ideología y cualquier entidad abstracta.

Por ejemplo, se me ofrece al pensamiento (de repente) una ficha de dominó, un rectángulo con el número tres. Esta ficha se me grabó en la memoria y ahora se me hace presente en mi conciencia: ahora pienso en esta ficha particular, que es una entidad mental. Esta experiencia pertenece a la esfera ideal. La puedo describir: posee su «diferencia» (es rectangular, no es cuadrada ni redonda, es número tres, no es cuatro ni seis). Entonces es algo que existe, pero no es real. Su existencia es ideal, es algo que me pertenece como una idea y despierta mi atención, se hace consciente. Tiene sentido, tiene un ser ideal, como significado de esta cosa ideal: que es un pensamiento individual analizable, relacionable, generalizable, sin que deje de ser lo que es: una idea. Posee su «unidad», es un objeto ideal, una entidad en la mente.

El fundamento lejano de este recuerdo ideal puede haber sido alguna intuición o experiencia sensible del mundo real. Pero esto, en mi mente, ya no es sensible, no tiene ningún elemento material, sino que es pura representación, imagen:

Figura 21

1 Siguen dándose las preguntas «¿es?» y «¿qué?».

2 A la primera pregunta, la experiencia interior nos dice «es», existe de verdad, existe como idea; posee su diferencia existencial en la esfera del espíritu.

3 A la segunda pregunta, «¿qué?», es ser, posee un significado, es una esencia ideal.

4 Posee su «unidad» particular en la que confluyen todas sus notas: es un «ente ideal». No es una cosa, por su inmaterialidad, pero es una idea individual, espiritual, múltiple y multiplicable. En esta esfera irreal, inmaterial, las dimensiones del ser se abren según las fuerzas del espíritu que las analiza.

5 Puedo elaborar un concepto específico de este ser ideal, y generalizarlo, al pensar en todos los números tres del dominó; sería una serie posible en la esfera ideal.

En esta esfera experimental ideal, se pueden conceptualizar los seres mentales tanto como individuos separados o como totalidades o géneros; pensarlos como un ser total, unitario, que abarque el universo en un solo ente. No se encuentran obstáculos para el análisis; por lo tanto, el ser es todo, el ser es uno, el ser es infinito. Solo existe en la mente un solo ser ideal total. La mente se extiende hacia la totalidad óntica del universo ideal irreal. Las escasas limitaciones que encuentra mi mente son las que descubro como «necesidades a priori», como normas lógicas a priori. Todo lo a priori de mi propio ser intelectual que me marca los caminos de la pura racionalidad: nexos, relaciones, estructuras a priori, cuyos momentos de explosión son las contradicciones, lo absurdo.

A pesar de tales limitaciones, permanece en mí la total libertad de la creación, mi identificación con proyectos científicos, estéticos, sociales, políticos, psicológicos y especulativos. Por este camino se alcanza el ser único, impasible, parmenideo... de Hegel (13) (con la dialéctica de la idea), de Leibniz (14) (con las mónadas clausas), de Spinoza (15) , de Wittgenstein (16) , de Nietzsche (17) (con el eterno retorno de lo mismo), de Emanuele Severino (18) (con su cosmos escondiéndose). Son unidades infranqueables, eternas, a pesar de su irrealidad ideal. No implican que cualquier conceptualización sea legítima. Nos queda un criterio para discernir lo correcto o incorrecto, lo válido o inválido de tales concepciones totalizadoras.

El criterio consiste en la presencia universal del yo, mediador, capaz de abandonarse a la especulación del universo ideal y, al mismo tiempo, ser testigo de su propia dimensión real, de ser un ente entre las cosas del cosmos material. El mismo yo es consciencia para captar los impulsos de la intuición física y de la experiencia espiritual. Esta bipolaridad no significa fractura entre el dominio real y la esfera ideal irreal, porque ambas esferas se entrelazan constantemente en la vida esencial del yo. Ambas pertenecen al yo por ser él mismo una unidad física del mundo material, y un ente espiritual de la esfera ideal. No hay separación ni menos contradicción entre la vida que experimenta la intuición física y la especulación espiritual de la esfera ideal.

La estructura del individuo humano consciente, en la interferencia de las dos esferas opuestas, define el carácter de una antropología filosófica de acuerdo con su ontología. Esta revalorización del yo, como realidad óntica capaz de sintonizarse con toda la escala de valores de las dos esferas opuestas restituye al mundo humano su comunicación privilegiada, de poder, y su función unificadora. De hecho, la intersección entre las dos esferas no es solo un efecto psicológico de la conciencia, sino que su interferencia vital es un tejido complejo de acciones y reacciones que involucran en proporciones cambiantes los dos dominios opuestos.

Opuestos, como ya hemos observado, no significa separados. Una actividad ideal (como la construcción de un puente en proyecto) arrastra constantemente imágenes derivadas de la vida real, por el recuerdo, la emoción, los valores experimentados en la otra esfera. Y, al contrario, la realización de un hecho (por ejemplo, organizar un desfile político de protesta) implica necesariamente un modelo ideal, el recuerdo de actividades anteriores exitosas o el peligro de conocidos fracasos. Para sus actividades prácticas de realizaciones, como para sus pensamientos originales de creación, el yo no encuentra dificultad en desplegar su actividad contemporáneamente en ambas esferas, y construir a la vez en los dos mundos. Las que hemos llamado oposiciones no son más que casos extremos, que escasamente se presentan al estado puro; mientras, las situaciones ambivalentes en diversas proporciones constituyen el clima corriente de nuestras vidas.

Para el yo humano, es más «inmediata» la reflexión sobre la esfera ideal de su vida por encontrar en ella la plena realización de su historia, de su valor personal, la efectiva disponibilidad de su libertad y de su racionalidad. De hecho, un hombre se ubica más fácilmente en su espacio interior de posibilidades y efectuaciones, que en su localización material. Sin embargo, la esfera ideal exige, explícita o implícitamente, la referencia al mundo real a pesar de su fragmentariedad, multiplicidad y dispersión. La pluralidad, aparentemente heterogénea de los seres reales, la carencia de un ser real, total y unitario constituyen el lado oscuro de nuestras pasiones y vulnerabilidades con la perseverante conciencia de lo inacabado, inconexo, incompleto, provisional y huidizo de nuestra realidad existente. Y, paradójicamente, este es el necesario punto de anclaje terreno para todos los vuelos más atrevidos del espíritu.

No es inmediata la visión que el yo tiene de sí mismo. En esto interviene el método fenomenológico con sus repetidas «reducciones»; es un proceso abstractivo y reflexivo. La conciencia del yo, como pura consciencia de sí mismo, es su conquista más importante, o sublime como diría Marc Richir (2010, p. 35) en Variations sur le sublime et le soi: «Al final del recorrido, desde la epojé fenomenológica hasta la epojé trascendental». También este proceso, previo a las dos dimensiones (del mundo cósmico y de la esfera ideal), es necesario para establecer la correlación entre ambos niveles ontológicos. Desde la perspectiva de la esfera espiritual, es necesario realizar también un proceso de reducción de las entidades meramente ideales para alcanzar la pura conciencia de mi mismo yo, desde sus experiencias ideales, en cuanto soy yo mismo, idéntico y trascendental. La conciencia experimentante en ambos casos –tanto en situaciones puras «extremas» como en situaciones intermedias «ambivalentes» (liberada de todo contenido a posteriori) se reconoce en su pura identidad intuitiva evidente, como el mismo «yo crítico», uno y él mismo.

El yo, como «mí mismo», trascendental, no solo es mediador entre las dos esferas, sino que es el a priori de todas sus actividades y realizaciones en los dos mundos opuestos (solo ideal o solo material) de lo físico y de lo espiritual, pero también de las situaciones intermedias, que son las que generalmente vivimos. Estos a priori nos aseguran la legitimidad y corrección de nuestras decisiones. De conformidad van los ejemplos: al poner la mano sobre una barra calentada por el sol no solo me sorprende el escozor que arde (experiencia material), sino que se despierta mi conciencia con la idea de peligro. Igualmente es cierto que al captar interés por la idea de justicia, en un encuentro clamoroso entre dos ideologías de partidos políticos, tomo conciencia de la miseria en que viven grupos marginados (en una experiencia intuitiva y material). Al mismo tiempo, advierto la existencia de dos realidades espirituales humanas. La aparición de mi yo en estas experiencias ambivalentes (intuitivas-materiales y espirituales-ideales) y plurivalentes, en sus dimensiones de vida emocional, familiar y social, lo descubre como el responsable de ambos mundos. Esa variable potencial de la pura conciencia lo define como constituido a priori, como persona, con sus valores: espíritu, identidad, razón, libertad y voluntad.

El Acontecer. Metafísica

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